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Por Mariano Terdjman

1
Desde siempre me intrigó Arlt. Todo Arlt. Lo leí en la adolescencia. Mis amigos salían a bailar y yo mentía, inventaba excusas, no atendía el teléfono; mis padres salían y yo me quedaba en casa, refugiado, leyendo en éxtasis Juguete rabioso, Los siete locos, las Aguafuertes. No era un adolescente raro, o no lo parecía, pero con Arlt me pasaba eso: si empeza algo, tenía que terminarlo esa misma noche; no dormir, seguir hasta no poder más, y con el cansancio del amanecer, leer un poco más y llegar al final y, con una rara felicidad, sí, apagar las luces, sí, descansar.

Cosas de la adolescencia, cierto. Pero el final de Juguete rabioso, ese útlimo capítulo se me quedó grabado a fuego. “Judas Iscariote” se llama ese capítulo, y cuenta la historia de una traición.

Astier, el protagonista, asociado al Rengo, van a emprender un robo. Un robo importante, de magnitud. Un robo que podría cambiarles la vida. “Con ese dinero…” sueña el personaje un instante y se imagina en París, adinerado, feliz. Se imagina en los Campos Eliseos, rodeado de riqueza y mujeres. Y en medio de ese sueño diurno, se le aparece una “idea”, así, entre comillas: “¿Y si lo delatara?”. Temeroso, trata de huir de esa “idea”, pero esa “idea” lo persigue. “¿Y si lo delatara?”. Astier sabe que estaría entregando al hombre más noble que conoce. Sabe que su acto lo condena para siempre. Sabe que no va a olvidar su traición, que vivirá preso de ese recuerdo, que como un diente podrido enturbiaría todas las fragancias de la tierra. Sin embargo, delata al rengo, no pide recompensa, y se va a vivir al sur, solo.

2
El final de la novela me perturbó, claramente. Había una maldad difícil de comprender. Me fascinó. Cada cierto tiempo volvía a ese final: era el pasaje más conmovedor y extraño que yo había leído.

Y pasaron los años. Y me anoté en la carrera de Letras. Casi al final de la carrera, me topé con otro texto que buscaba una explicación para esa traición de Astier: Sexo y traición en Roberto Arlt, de Oscar Masotta. Para Masotta (para ese Masotta sartreano), la traición era, a fin de cuentas, una traición de clase. Astier, clase media baja, traicionaba al Rengo, del lumpelproletariado. Era una acción política, un acto político. Era la traición de una clase sobre la otra. “Muy bien”, me dije, “acá está el final del camino”, me dije y las cosas siguieron lo más bien.

Pero un mediodía, en mi casa, apurado porque me esperaban en una reunión, me tropecé (literalmente) con un cuento de Arlt que nunca había leído. Se llama “El jorobadito” y cuenta la historia de un hombre temeroso que no sabe cómo romper un compromiso matrimonial. Si se casa (sospecha), su novia (¡y su suegra!), van a echarle la culpa de todo; van a pedirle más dinero; van a transformar su existencia en una existencia gris y miserable; van a terminar con su vida, lisa y llanamente. Pero como el protagonista no sabe (o no puede) romper ese compromiso, avanza. Hasta que un día, en un bar, conoce a un jorobadito desagradable, y al verlo, se le ocurre la “idea”.

3
Cuando leí la “idea”, así, entre comillas, tuve una corazonada. Avisé con un mensaje de texto que no llegaba a la reunión y era, otra vez, el adolescente mentiroso que se quedaba en su casa, leyendo. Avancé de a poco, temeroso yo también: ¿iba a encontrar o no una explicación a la traición de Astier en este relato tardío?

La “idea” del protagonista del cuento era bastante complicada: llevar al jorobadito a casa de Elsa, su novia, y pedirle, como prueba de amor, que su primer beso se lo diera a ese jorobadito inmundo (en aquel momento, hasta el matrimonio, no había intimidad en la pareja). El protagonista sabe que Elsa va a negarse y entonces él, libremente, al no haber recibido una confirmación del amor que su novia le tiene, podría abandonar la casa y romper el compromiso.

En mi casa, el celular no dejaba de sonar, pero yo no quería atenderlo. ¿Qué tenían que ver aquella “idea” de la traición con esta “idea”? Sin querer apagar el celular, lo dejé adentro de un cajón, en medio de papeles viejos. ¿Qué tenían que ver? ¿Qué unía a Silvio Astier con este personaje menor que no encuentra mejor forma de romper un compromiso que llevar un jorobadito a casa de su novia y pedir una prueba de amor? ¿Qué los une?

4
“La cobardía, claro”, me dije. “Los dos son unos cobardes”, pensé y volví a leer el último capítulo de Juguete rabioso. Lo leí con esa intuición y me encontré en tierra firme.

Silvio Astier, claro, se niega a robar por miedo. Miedo a la policía, al encierro, a la tortura. ¿En qué se habían convertido sus dos grandes amigos de la adolescencia? Uno era policía, el otro estaba preso. Imaginé a Silvio Astier menos como un personaje que como una persona de carne y hueso. “Las grandes ‘ideas’”, me dije, “ocultan este tipo de cosas”. “Silvio Astier prefiere ser un traidor, y no un cobarde”. “Silvio Astier pasó a la historia por ser un traidor, para no ser un grandísimo cobarde”.

Eran cerca de las tres de la tarde, yo había perdido mi reunión, tenía siete llamadas perdida en mi celular, necesitaba algo de aire. Me imaginé un detective (siendo un detective) y resolviendo un nuevo caso. Aquella “traición” que me conmovió en la adolescencia, ahora era una “cobardía”. No pude dejar de notar que “ahora” era la adultez.

5
Salí a la calle: tenía que pagar las expensas y aproveché para caminar. Supe que todo era diferente “ahora”. No sé cómo veía las cosas el adolescente que leyó por primera vez Juguete rabioso, pero sé que no las veía como yo. Intenté sin suerte volver diez o doce años atrás. Quise recordar qué mentiras inventaba para  quedarse en su casa mientras sus amigos salían. Quise verlo caminar por la calle, pero supe que eso ya era imposible, y preferí doblar en la primera equina y perderme de vista.