Adrián Krmpotic nació en 1966 en la ciudad de Buenos Aires. Es hijo de un oficial de la marina croata que peleó junto al Eje en la Segunda Guerra Mundial. En 1983 inicia su militancia haciendo tareas de inteligencia para las Abuelas de Plaza de Mayo. Tras un paso por el PRT de la post dictadura, en 1990 funda la Organización Revolucionaria del Pueblo (ORP). En 1996, en su hecho más recordado, la organización intenta secuestrar al comisario de la policía bonaerense Jorge Bergés, quien se encontraba en libertad beneficiado por las leyes de impunidad del gobierno de Raúl Alfonsín, pese a que había sido encontrado en sede judicial como responsable de asesinatos, torturas y violaciones en distintos campos clandestinos de detención del conurbano sur. La idea del secuestro es intercambiar la libertad del comisario por información sobre el paradero de alguno de los niños o niñas apropiados. Bergés, a quien en algunos círculos se lo conocía como “el Mengele argentino”, fue el encargado de las torturas y de los partos de las prisioneras políticas embarazadas. Sin embargo, la acción es fallida, el represor se escuda tras su esposa y corre; los militantes intentan encaminarlo hacia una camioneta donde pensaban llevárselo pero en la confusión lo hieren y deciden dejarlo. La ORP padece la marginación y el descrédito de la mayoría del arco político, que ya adaptó su discurso y su práctica a los protocolos de un mundo unipolar. Lo apresan en 1997. En prisión, encabeza experiencias de organización y protesta con el resto de la población carcelaria. Después de nueve años recupera su libertad definitiva. La anulación de las leyes de impunidad lo encuentra en libertad transitoria y observa cómo esas consignas que animaron su lucha -y que le acarrearon todo el peso punitivo del Estado- son, entonces, políticas públicas.

En el libro de Carlos Mackevicius, Krmpotic repasa, desde su particular óptica, casi cuarenta años de historia política argentina.

En un fragmento de la entrevista, Krmpotic se refiere al hecho de que en 1996 Bergés podía caminar libremente por la calle y tomarse un café al lado de uno en cualquier bar: “Es el resultado de la impunidad, esto es impunidad, no es sólo una palabra, la impunidad es una persona que habiendo hecho todo esto la Justicia no lo requiere, entonces el Estado tiene que dar una respuesta”. Como el Estado (y podemos agregar acá también la sociedad) dio esa respuesta varios años después, Krmpotic se vio compelido a actuar. Ese arrebato es, entonces, el objeto de este libro.

De la contratapa de Horacio González:

“Una historia real está forjada también por sus hechos tardíos, las astillas desprendidas del cuerpo mayor de acontecimientos. Si la política que surge de los hechos de armas de los años 70 inventó su estilo, sus procedimientos y sus percepciones éticas frente a la vida y la muerte, y todo ello resulta hoy muy conocido, el resplandor rezagado de los grupos armados que actuaron fugazmente una década y media después, luego de la caída del régimen militar, son un capítulo poco notorio, menos enlutado, pero no carente de vibración trágica. La historia de Krmpotic, un militante que comienza su actuación en las primeras organizaciones de derechos humanos post dictatoriales, atraviesa peripecias que en parte repiten como un eco subsidiario los sucesos estremecedores que los preceden, y se convierte en un ejercicio rememorativo repleto de vivacidad, detallismos asombrosos y sagaces comentarios sobre la vida carcelaria. Krmpotic formaba parte de la ORP, cuya sigla también la deposita ante nosotros un viento ya suavizado que venía del inmediato pasado. El grupo, concebido como un avatar enérgico de la justicia de urgencia, intenta secuestrar al médico Bergés, notorio oficiante de los actos de suplicio contra las encarceladas y encarcelados en centros clandestinos, y presionar a grandes supermercados para que entreguen parte de sus ganancias a finalidades solidarias. En ambos casos, en la voz de Krmpotic, oímos eventos que encuentran su sentido en su carácter de un diferido clamor, el que resta de los acontecimientos que en años anteriores estremecieron la vida pública. La voz de Krmpotic parece venir de muy lejos, pero se enlaza perfectamente con los drásticos y rotundos relatos sobre los destinos militantes, la condición del prisionero, la autoridad del que decide recordar. La cicatriz endurecida con la que analiza los tramos penumbrosos de la vida y la política, son retratos firmes sostenidos con una agudeza donde conviven la ironía y la amargura. Y a pesar de que sus reflexiones están encajadas en palabras maduradas por duras experiencias, todo parece basarse en la incertidumbre sobre el origen de su propio nombre”.

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