Por Alejandro Di Marzio

Junio, 2013, Plazoleta Klaus Hanssen, Bergen, Noruega. La última vez que estuve en Bergen fue en febrero del 2012. Los últimos dos meses que había vivido en esta hermosa ciudad me alojaba en el Pensjonat Tarantino, un cuchitril inmundo en Straume, pequeña localidad a pocos kilómetros de Bergen. Vivir en El Tarantino fue una experiencia fuerte. Y aunque yo intentaba no renegar de aquel presente, tengo que confesar que lo que mantenía vivo en aquel tiempo era la certeza de que yo dormiría en aquella pensión no mas de tres meses. Entonces, El Tarantino se presentaba como un parque temático bizarro y posmoderno que me ayudaba a comprender (a interpretar) con mayor amplitud o perspectiva los márgenes (quizás el centro, de cada día mayor cantidad de gente) de una de las sociedades mas ricas del mundo.

Luego me fui a Islandia a recuperar fuerzas junto a mi hijo; y ahora que lo analizo con la nueva mirada que te da el tiempo en los procesos, descubro que también fui a Islandia a sentirme seguro. A relajarme de lo que había sido la vorágine y la competitiva Escandinavia continental e interpretar con mayor perspectiva la Escandinavia tranquila y anacrónica que pasaba a ser Islandia para mi desde entonces.

Fue en un punto de mi estadía en esa isla que escribí La tierra Salvajefruto de mi esperanza y optimismo para la que creo es una de las sociedades más desarrolladas y pensantes del mundo. Antes de ese texto, había escrito Zombie Thule, teniendo siempre presente la idea que tanto la ficción como la realidad es un mero anagrama sujeto a la libre interpretación de sus símbolos.

Aproximadamente un mes antes de retornar a Noruega, la pequeña isla del mar del norte se sometió a elecciones parlamentarias y ellas dieron como resultado la victoria de la derecha moderada y la derecha mas dura, si cabe el termino. Ahora, estaban en el poder las mismas ideologías políticas y económicas que habían llevado a Islandia a su bancarrota en el 2008. Desde entonces y para mí, Escandinavia pasaba a estar realmente unida. Una Union de Kalmar que aunque extinguida, parecía resucitar y retomar silenciosamente las lineas ideológicas de su otrora unificación. A los dos días de llegar a Bergen, me informaron que en el Pensjonat Tarantino se había suicidado una chica de nacionalidad lituana. Me la imaginé, aunque a decir verdad y en este punto, la imaginación y la realidad no tienen la más mínima importancia. Porque desde el primer día que puse un pie en El Tarantino tuve la certeza casi arrogante de que, en ese lugar, todos los hombres (todos los géneros) eran los hombres. Al menos Escandinavia no era Japón y sus nuevos grupos de kamikazes nihilistas; y yo imaginaba Escandinavia (yo la vivía) al igual que grafitis que dan saltos cuánticos de esperanza dentro de una ley de incertidumbre que era El grito de Edvard Munch. Y aunque esos grafitis intentaban ser positivos, algunos de ellos irremediablemente quedaban absorbidos por el todo al igual que un grito desaparece lentamente dentro del tiempo y el espacio.

Entonces, al igual que teorías de supercuerdas y universos paralelos, me gusta imaginarme, tomando con mis manos el cuadro de Munch y limitarme a darlo vuelta. A observar detenidamente el lienzo blanco y percudido por el tiempo, sus limites (¿sus marcos?) , su pureza y luego, cerraría mis ojos y comenzaría a reír como un loco. Muy fuerte. Y ya no pensaría más en nada ni en nadie. Porque al anular la imagen del horror y su inevitable esperanza pasaría a formar a parte de un universo intermedio. Algo que aun no existe aunque en teoría exista. De todas maneras, el mañana vendrá a mi cuerpo y a Él le dará absolutamente lo mismo que me encuentre lleno de Sol o de gusanos. Y realmente quisiera esperarlo. En mi mundo. Sereno y en paz: En el universo infinito de mis ojos cerrados y mi mente anulada. Por que yo me pregunto: ¿Cuál es el Tao, cuál es el camino intermedio entre el horror y la esperanza? ¿La dialéctica? ///PACO