Política


Kissinger y la libanización de la Argentina

Henry Kissinger, el hombre que murió en el día de hoy a los 100 años, diseñó el rumbo de la política exterior estadounidense y transformó al viejo colonialismo imperial hecho de armas de fuego en un colonialismo más silencioso, cultural y económico. Lo que no muchos saben es que Kissinger, el mismo exsecretario de Estado de los Estados Unidos durante la Guerra Fría y el responsable del plan de terrorismo estatal que se impartió en este y otros países latinoamericanos, dio un discurso muy recordado durante la reunión de la Comisión Trilateral realizada en Costa de Marfil en el año 1985. En ese contexto, Kissinger sintió la necesidad de referirse a nuestro país, ya que la democracia había vuelto recientemente a la Argentina y eso volvía a convertirnos en un peligro: “La Argentina, a través de su historia, ha demostrado tener una conducta definida frente a los intereses internacionales en juego”, empezó.

Luego de un paneo veloz por la historia argentina, que empezaba en la colonia y llegaba hasta el peronismo, pasando por las dos invasiones inglesas, las guerras de Independencia, Juan Manuel de Rosas, la sanción de la Constitución y el yrigoyenisno, Kissinger concluyó: “Como ven, este país ha sido un permanente obstáculo en el mundo a lo largo de la historia. Nosotros creemos que la situación está controlada, pero debemos asegurarnos. O la Argentina acepta su papel de exportador de materias primas, o procederemos a su libanización”.

Por la riqueza mineral, por la increíble variedad de paisajes, por la fertilidad de sus tierras, por su puerto estratégico, por su gran cantidad de ríos, lagos, lagunas y glaciares, por la plataforma marina que dobla en su tamaño a la continental, por su cercanía y presencia de más de 100 años en la Antártida, nuestro país es un tesoro tan valioso para los países imperiales que a lo largo de los siglos han tramado innumerables estrategias para conquistarnos. Pero volviendo a Kissinger y su gestión global, el retorno del peronismo en 1973 de la mano de Héctor Cámpora dio inicio a un blend sofisticado que, además de una ocupación militar sin invasión, usando las propias Fuerzas Armadas del territorio, sumó el paquete de medidas económicas que, bajo las premisas ideológicas de la Escuela de Chicago, complementaron la dominación mediante la violencia, el sesgo inflacionario y la dependencia económica.

Aquella vez, en Costa de Marfil, Kissinger había sido claro: si Argentina no se alinea con los Estados Unidos, la libanizamos. Esta idea de la “libanización” responde a la implantación de problemas internos entre los ciudadanos, al punto de que surjan guerras civiles tal como sucedió en el Líbano durante los años ochenta del siglo XX, o al estímulo de conflictos sociales irresueltos a los, que en nuestra versión vernácula del siglo XXI, llamamos “grieta”. En todo caso, durante la dictadura y el menemismo, la alineación que reclamó Kissinger fue evidente en nuestra nueva versión de “granero del mundo” y también como experimento de la creación de burbujas financieras. Durante el kirchnerismo, sin embargo, la situación se complejizó. La estrategia argentina fue justamente “desalinearse” de los Estados Unidos, planteando nuevos horizontes de soberanía en planos tan diversos como el energético o el financiero a través de la lucha contra los fondos buitres y, sobre todo, mediante el pago de la deuda externa y el despido de los funcionarios del Fondo Monetario Internacional con oficina en la Casa Rosada.

El fantasma de la “libanización”, sin embargo, volvió disfrazado de préstamo histórico del Fondo Monetario Internacional con el macrismo, una herida de muerte muy difícil de salvar para la libertad económica argentina. Esta “libanización” volvió así a sobrevolar el país y a imponer condiciones mediante el extractivismo humano de las bicicletas financieras. Este último es un tipo interesante de extractivismo, porque ya no es con los frutos de la tierra o el mar, sino con el trabajo de las clases bajas y medias bajas, en versiones jornaleras o freelance, da igual, como se sostiene el pago de los diferentes préstamos fugados a paraísos fiscales.

Por su parte, el albertismo o el retorno del peronismo en el 2019 fue una especie de continuación del macrismo, pero con más ministerios y Agenda 2030. Hubo muy pocos gestos populares de los que se espera de un gobierno peronista, y tampoco no hubo dirigentes, ni línea, ni proyecto a la altura de las circunstancias. Lo único que se afianzó fue una clase política dirigente de palacio que le regaló al reciente presidente electo el mejor slogan posible de su campaña: “La casta tiene miedo”.

Todos sabíamos que Javier Milei ganaba el domingo 19 de noviembre. Lo sabíamos hace meses por el simple hecho de que los números para un resultado distinto no daban. No dan hace tiempo y ahora dan menos aún. El techo del 40% es un dato que a los peronistas no nos deja dormir y no terminamos de aceptar. Por eso es que, luego de ese 36% inesperado de las elecciones generales, nos entusiasmamos. Pero más que entusiasmo, había una verdad oculta: los que nacimos en democracia y rondamos los 40 años sabíamos que, si ganaba Milei, teníamos ante nosotros no solo la mayor derrota histórica de nuestra vida electoral, sino que esa derrota, también, significaba la estocada para la “libanización” definitiva. Milei representa la lanza en el costado, la culminación del trabajo que empezó Mauricio Macri en 2015 para, luego de más de dos siglos de lucha y de configuración de nuestro país como un pueblo irreverente, un pueblo que siempre desafió al poder global, se vuelva en un territorio de escombros, enfrentamientos y burbujas financieras tal como lo imaginó Henry Kissinger/////////PACO