Por Javier Alcácer
¿Existe en la actualidad un género popular más dinámico que el hip hop? Nuevas canciones, discos, mixtapes, freestyles, beats que desempolvan grabaciones olvidadas de otros estilos, productores e intérpretes aparecen con cada nuevo día; blogs de novedades como 2DopeBoyz y portales como DatPiff (la web elegida por los artistas ya consagrados y los que todavía la pelean para difundir sus respectivas mixtapes) o RapGenius (que propone una hermenéutica de las letras): todo eso, más los números de las ventas dan cuenta de su vigencia (aunque nunca terminó de llegar con fuerza a esta parte del mundo). A pesar de esto, o quizás, precisamente por este contexto, es moneda corriente decir que el hip hop está en crisis y se pone la esperanza en un novato para salvarlo. Pasó con Nas, con Jay-Z, con Kanye West, con Outkast, con Lupe Fiasco, con Lil Wayne y hace poco con el colectivo Odd Future. Cada uno de ellos fue elegido por los medios especializados como el responsable de devolverle la creatividad y el genio que el rap presuntamente había perdido al domesticarse a manos de las discográficas y como consecuencia del éxito. El último de los mesías del rap obliga a recordar el conflicto por el que corrió sangre en los ’90 y se cobró las vidas de The Notorious B.I.G y Tupac Shakur, dos de las principales figuras de aquellos años: la disputa entre las costas este y oeste. Desde la consagración de Nas y Jay-Z, parecía que el hip hop de la costa este se había quedado con el trono… hasta que lo conquistaron los raperos del sur de Estados Unidos, gracias a un estilo directo, desenfadado y con una voracidad musical desprejuiciada que les permitió tomar lo mejor de las dos tradiciones.
Kendrick Lamar nació en Compton en 1987 y se reconoce heredero de la tradición de la west coast. Tenía 8 años el día que vio a 2Pac y a Dr. Dre durante el rodaje del videoclip de California Love (obra maestra que samplea a Woman to woman, de Joe Cocker, y que llegó a sonar con ganas en el verano rioplatense del ’96). Empezó a grabar a los 16, durante un tiempo se hizo llamar K.Dot, mientras recorría Estados Unidos como parte de las crews de otros artistas. El salto lo dio en 2010, con el tema “Ignorance is Bliss”, de su mixtape Overly Dedicated. La canción parece ser una glorificación muy detallada del estilo de vida marginal, reivindicando la violencia y celebrando los asesinatos cometidos por la pandilla la noche anterior. Parece, porque después de cada estrofa Kendrick repite “porque la ignorancia es una bendición” en un tono lúgubre. El contenido y la forma de encarar los tópicos que imperan en el hip hop no son lo único que se destaca: Lamar rapea sin pausas, con una cadencia hipnótica y entrelaza clichés y descripciones inspiradísimas con un talento extraordinario. Por esos días, Tupac Shakur se le apareció en sueños con un mensaje: “No dejes que mi música muera”. Bajo su influjo, en 2011 Kendrick editó su primer disco, Section.80. Lo presentó como un retrato de la juventud nacida durante los años de Ronald Reagan; en sus letras aparecen adictos al crack, a los antidepresivos, el alcohol, prostitutas, ídolos caídos en desgracia y debuta el neologismo “Hiipower”, que refiere a las tres cosas principales por las que hay que regirse según Lamar y sus compañeros del colectivo Black Hippy: respeto, honor y corazón. Section.80 se convirtió en un disco de culto, mientras Kendrick siguió demostrando sus dotes como intérprete invitado en canciones de Rick Ross y Drake. En un recital, Snoop Dogg, The Game y Dr. Dre improvisaron una ceremonia simbólica en la que lo coronaron como el nuevo rey de la costa oeste, logrando que Kendrick se atragantara de la emoción. Sus compañeros de Black Hippy, Ab-Soul, Jay Rock y Schoolboy Q editaron sus respectivos discos debut, siguiendo el camino de sinceridad, autoconciencia y habilidades técnicas impecables que había trazado su amigo.
Fue entonces cuando Dr. Dre, productor de 2Pac, 50 Cent y Eminem y oriundo de Compton, convocó a Lamar para que colaborase en Detox, el álbum que viene postergando desde el 2000 (no por nada se lo llama “el Chinese Democracy del hip hop”). Después de trabajar con él, Dre, que hasta entonces parecía estar más preocupado en promocionar su marca de audífonos premium que en grabar, lo sumó a su sello y se pusieron a pensar el nuevo disco de Lamar. El resultado, good kid, m.A.A.d city es la consagración definitiva de Kendrick. ¿Es mejor que Section.80? Es distinto: una obra conceptual, con un gran contenido biográfico en la que el autor narra su adolescencia en Compton y cómo su obsesión con el hip hop termina alejándolo de las pandillas y de una muerte segura. Su amigo Jay Rock, Drake y MC Eiht, icono de Compton, aparecen como invitados y puede escucharse a Lady Gaga haciendo los coros de “Bitch Don’t Kill My Vibe”. Las canciones son interrumpidas por llamadas telefónicas de su familia, tiroteos o diálogos, se van en fade en los momentos menos esperados y Kendrick aprovecha para experimentar con distintos estilos de voz, muchas veces en un mismo tema; es un álbum sofocante y pensado para escuchar de corrido (“un cortometraje por Kendrick Lamar” dice la tapa del disco). El consenso de la crítica, sus colegas y el público no acepta vacilaciones sobre su calidad; basta ver la vehemencia de los comentarios de las canciones en YouTube o cómo el rapper Shyne se convirtió en el enemigo público número uno por decir: “El pibe tiene potencial, pero el disco es basura”. Pero Kendrick tenía que salvar al hip hop y un disco con la ambición de good kid, m.A.A.d city, con el padrinazgo de Dre, fue pensado con esa misión, fue un álbum trascendental desde el momento de su concepción. ¿Abre el juego, como pasa con cada nuevo lanzamiento de Kanye West? Aunque todavía es muy pronto para responder esa pregunta, pareciera que es una obligación decir que nada será igual después de good kid. La mayor decepción es la ausencia de “Cartoons & Cereal”, el tema que grabó con Gunplay, un rapero genial y demente, actualmente con cárcel domiciliaria mientras espera ir juicio por robo a mano armada. Todo lo que aparece en el álbum ya estaba en esta canción, que puede encontrarse en YouTube. Esto no quita que good kid sea un excelente disco para mostrar las posibilidades y el crecimiento del género a quienes no estén familiarizados con él o todavía tengan prejuicios en su contra, pero el fanatismo que provoca también revela una tendencia creciente en la recepción de los objetos de la cultura masiva, (algo que pasa, por ejemplo, con las discusiones online que provocan las películas de Christopher Nolan): la necesidad de encontrar algo perfecto y sofisticado, complejo y genial al mismo tiempo, y destruir a quienes se atreven a cuestionarlo. La maquinaria del hip hop está siempre la espera de las obsesiones de su próximo capitán Ahab.