Es imposible trazar una meta mayor que irse bien al carajo. Más aún: transitar el camino hacia el carajo es mejor que llegar al carajo mismo. Al combinar libertad con movimiento se supera incluso la instancia del bienestar individual consumado, ya que se logra además motivar una inquietud en el prójimo. Se lo preocupa. Fulano se rajó y no sabemos hacia donde.

Los románticos ingleses de la primera mitad del siglo XIX usaron por primera vez un lenguaje cotidiano para la expresión poética, a los fines de incitar al disfrute de los encantos de la naturaleza como evasión del mundo burgués e industrializado.

Uno de esos ingleses fue un tal Samuel Coleridge, quien supo definir con exactitud el comportamiento de las personas normales ante su escape de la realidad mediante una obra teatral o literaria (un siglo después se incluyó, lógicamente, al cine): suspenden voluntariamente su incredulidad constituyendo una fe poética.

[Se habla de ‘personas normales’ al exceptuar, por ejemplo, a aquellas viejas que puteaban en la puerta de Gelly 3378 a Arnaldo André porque este castigaba a trompada limpia a la pobre Luisa Kuliok. Arnaldo André es un actor interpretando un determinado personaje, señora. Y además es puto. Sepa comprender.]

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Los músicos suelen quedar al margen de esa fe poética: los intérpretes y sus muñecos se amalgaman.

[Bien observado el asunto las expresiones acuñadas por Coleridge deberían aplicarse también en el fútbol, pero lamentablemente a la gente le gusta demasiado involucrarse ‘de verdad’ en grupos de pertenencia. Tipos que no se animan a abrazarse al simple artificio. Giles.]

¿Es artificial el arte de Justin Bieber? Sí. No se trata de la venta de algo puro sino de algo edulcorado que sustituye a la belleza que provee la naturaleza. Es artificial, en definitiva, porque es una producción del hombre. En el caso de Justin Bieber algo parecido a eso. Pero no nos detengamos en subjetividades andróginas.

Un puñado elemental de sobrecitos de azúcar consigue incrementar el flujo de miles de vaginas a estrenar. Las chicas no sólo no necesitan suspender jamás ninguna incredulidad (¿cómo suspender un sentimiento desconocido?) sino que se denominan ‘beliebers’. Evangelismo puro pero sumergiéndose de cabeza en el corazón de la industrialización, ahí, donde se corta el bacalao. La industria desestimada por los románticos.

[El concepto ‘beliebers’ es poderosísimo, aunque podemos admitir que surge de un juego de palabras muy pasante de diario deportivo Olé.]

Debemos bancar a Justin, arrodillarnos ante él, porque aquí la histeria colectiva vence al «god» de Lennon. La misa, la comunión, los fieles, la fraternidad profética y toda la jerga sarasa religiosa vomitada por los croniqueros del indio Solari recibe un hermoso soretazo en la frente. Al tipo le pegó mal un ‘charuto’ y en Chile hicieron una cadena de oración.

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Las ‘beliebers’ enfrentan a ‘la 12’, cantan «beliebers unidas jamás serán vencidas» y manifiestan su preocupación por ciertos quiebres de militancia interna. Ser fan de Justin Bieber es ser peronista. Esto último bien podría incluirse en una reedición de la Escolástica Peronista Ilustrada de Carlos Godoy, a.k.a. @yurigagarina.

Incluso aquellos temibles vikingos blackmetaleros, quemadores de templos sagrados, bebedores de sangre de osos pardos y violadores de groupies, inevitablemente caerían en las garras de la ceremonia demagógica de la camiseta y la banderita. Justin no. El pastor Bieber expresa claramente su mensaje purificador: los estandartes son ‘el’ artificio. ¿A qué responde una frontera? Pullas. Justin patea la celeste y blanca, borra la grieta. La auténtica salida es la fe que brinda el pop. El adolescentismo crédulo es la salvación.

Se escuchó, por ahí, cuestionar a los presidentes de los clubes de fans la no recriminación a Justin por haber brindado apenas un modesto segundo show de 40 minutos. ¿Qué estatuto, qué norma específica establece la obligatoriedad de preocuparse por el dinero invertido por el desconocido e irrelevante padre de un socio? El único patrimonio que debe cuidarse es la salud del objeto talibanizado. El resto es moco.

Imaginemos a Justin en una adaptación del emblemático viajero frente a un mar de nubes de Caspar Friedrich. Una semidivinidad que no puede acceder al claro visaje de los pueblos que lo aclaman. Inútil embanderarse. El lado oscuro del romanticismo clásico.

Dios quiera que el odio de los padres por el dinero invertido no los transforme en Saturnos de Goya devorando hijos. Dios quiera que Justin logre escapar, aún con explicaciones endebles, poco importa. Pero escapar. Amén ////PACO