Es de público conocimiento que en plena pandemia se celebró un casamiento judío. Ese casamiento ocurrió en el Once, sobre la calle Ecuador, en el SUM de un edificio, con rabino y servicio de catering incluidos. Todos terminaron presos: novia, novio, familiares y rabino. El video de ese casamiento clandestino, que se viralizó, encastra con las imágenes que el hombre de a pie acostumbra a tener de las personas que pertenecen a esa religión: las de la series Poco ortodoxa y Shtisel, que son las de esos señores con gorro y sobretodo negro a los que se los suele ver caminando por la avenida Pueyrredón (a veces acompañados de sus mujeres, con polleras largas y mangas largas, y una media docena de hijos). En Argentina, la última imagen solo pueden apreciarla quienes viven o trabajan en la ciudad de Buenos Aires. 

Sí, es verdad que algunos otros conocen a personas que dicen ser judías y a la vez comparten costumbres parecidas a las de cualquiera, que no mezclan español con hebreo, que comen jamón y choripán y fuman porro, se toman un Fernet mirando el partido de Boca y usan Tinder a lo pavote. Pero, a la hora de representar a alguien de esa religión, la primera imagen que se viene a la cabeza de la mayoría suele ser la de esa gente que parece venir de un lugar muy distinto, que deja afuera los problemas contemporáneos, que va a colegios especiales y come comida especial. Sobre los otros judíos, a los que es posible encontrar en un recital de Sara Hebe y pueden llegar a ser gays y no estar casados pasados los treinta años, se cree que están alejados de la comunidad de sus ancestros, que no les importan los rituales de su pueblo y que están haciendo un chiste raro si dicen que lo que pasa es que ellos pertenecen a una rama de la religión no tan exagerada y más permisiva.

Siguiendo ese pensamiento que equivocadamente pone a los judíos solo en el lugar de personas muy alejadas del resto de la sociedad, con las que como mucho uno puede establecer algún tipo de relación comercial, escuchar que existe algo que pueda ser llamado “judaísmo trans” es absurdo, una contradicción. ¿Rechazan los libros con los que reza el pueblo de Israel cualquier actualización o refresh? ¿Los “verdaderos” judíos son únicamente los que tienen barba y sombrero y están en contra de la posibilidad de hacerse un aborto legal y del matrimonio igualitario? ¿Rechaza el judaísmo al movimiento LGTBIQ+? No. O, mejor dicho, no necesariamente. 

Obligade a escapar

Una escena mínima de Poco ortodoxa viene a darnos una pista de esto. En el primer capítulo, cuando el personaje principal, Esther Shapiro, todavía no escapó de la comunidad, cuando está viviendo los últimos días con su marido, sale de su departamento y en el hall de entrada de su edificio hay un montón de mujeres judías ortodoxas charlando. Una de esas extras es Abby Chava Stein, una mujer trans nacida en la misma comunidad de Brooklyn que la creadora de la serie, que fue educada para ser un hombre rabino, que hablaba solo ídish, quien relata que, recién cuando lo casaron y pudo alejarse de su casa paterna, tuvo la posibilidad de conectarse a internet para googlear “chico que se convierte en chica” y ver que lo que sentía tenía un nombre. Abby, al elegir ser mujer trans, es automáticamente rechazada por su familia y negada por la ortodoxia jasídica, pero aceptada por otra rama del judaísmo que quiere entender el mundo de una forma más inclusiva. 

“La diferencia con Estados Unidos es que su comunidad judía liberal, la que podría aceptarla a ella, tiene una estructura diferente” nos cuenta Hori Sherem, seminarista y dirigente comunitario de Tfilat Shalom. Sherem explica: “Allá, se les presta más atención a las nuevas preguntas e interpretaciones de la religión, pueden empezar a tratarse ciertos temas y resolverse ciertas cosas. En Argentina, y en Latinoamérica en general, aunque sí existen comunidades parecidas, esa estructura es más rígida, distinta. Entonces, para resolver todo lo relacionado a la problemática del judaísmo trans –como considerar la circuncisión de una mujer trans que quiere convertirse a la religión o exigirle a un rabino que le diga a un hombre trans de la forma que él está pidiendo que le diga–, a lo único que se puede apelar es a que el rabino o la rabina sea copada, sea buena onda y quiera tratar esos temas”. Dice esto después de haber mostrado lo que acostumbra a usar para oficiar: una kipá (los gorros rituales circulares con los cuales algunas personas de la religión se cubren la cabeza ante dios) con el símbolo del aborto legal, seguro y gratuito y otra con los colores del movimiento LGTBIQ+. “Cuando me dicen que me tengo que callar sobre estos temas, yo digo ‘Bueno, listo, me callo, pero qué kipá uso no me pueden decir’” insiste.

La historia misma de Hori puede considerarse como un cuestionamiento a los límites de la religión. A pesar de que su padre era judío, su madre, ahora convertida a la religión de su hijo, no. Esto hizo que, aunque haya sido educado en una primaria judía y hoy estudie en el Seminario Rabínico Latinoamericano, quienes pensaban que para ser de esa religión se tenía que tener madre y padre judíos de nacimiento intentaran dejarlo afuera. “En mi infancia muchos compañeres me han hecho sentir incómodo, me han remarcado que yo no soy lo que soy” cuenta dando a entender que su historia personal fue el puntapié para aceptar a quienes los demás se rehúsan a hacerlo. “Eso me hizo sentir marginado. Entonces, que alguien se sienta marginado por querer pertenecer a la religión judía me duele muchísimo. Cualquier persona que diga que no puede ser judío o judía o judíe como ella o él quiere me mueve a poder ayudarle”.

Al preguntarle sobre si los textos mismos de los que se nutre el judaísmo niegan la entrada de personas transgénero a la religión, asegura que no. “Lo bueno del judaísmo es que no se transformó en una religión dogmática. Si bien uno piensa que por ser religión es necesariamente dogmática, hay evidencias de que el judaísmo fue cambiando con diferentes leyes y reglas para adaptarse a cambios que demuestran lo contrario. Hay un ejemplo que resume esto: cuando dios le da la Torá a Moisés, le dice ‘Esta es la parte escrita y esta es la parte hablada; la parte hablaba no se escribe’. En el año 220 d. C. esa parte hablada de la Torá se escribe para que no se pierda, porque el pueblo judío estaba fuera de Israel y el peligro de que se perdiera la parte hablada era muy grande. Si uno tiene la voluntad, si uno quiere, claramente pueden encontrarse fuentes bíblicas con las que aceptar a los, las y les trans”, responde. 

En el relato «Mi llorada hermana», del reconocido escritor judío israelí Etgar Keret, puede verse cómo quienes consideran que protegen al judaísmo de los monstruosos cambios por venir a veces levantan un muro muy difícil de cruzar. En el texto, parte de su libro de cuentos cortos Los siete años de abundancia, cuenta que tiene una hermana ultraortodoxa y que ni ella ni ninguno de sus once sobrinos habían podido leer algo de su obra literaria. Él, preocupado por establecer contacto con sus familiares, decide dedicarles un libro infantil y logra convencer a la editorial de que el ilustrador haga una edición especial, donde los hombres lleven kipá y las mujeres se vistan con recato, considerando que así sus parientes ortodoxos iban a poder leer lo que él venía escribiendo hacía años. Pero los ortodoxos tienen rabinos encargados de filtrar qué puede ver y qué no la gente de su comunidad. Y el rabino indicado para ver si el libro estaba verdaderamente adaptado a la ortodoxia encuentra que Etgar habla de un padre que huye con un circo, y decide que eso es muy transgresor, que una narración de ese tipo no puede ser leída ni por su hermana ni por sus sobrinos. El escritor pierde la batalla: la versión kosher nunca es lo suficientemente kosher. Las leyes se adaptan para dejar siempre afuera lo que tiene que quedar afuera.

Una postura intermedia

Pero aun dentro del movimiento judío liberal, las tensiones entre distintas interpretaciones terminan estableciendo posturas intermedias que no terminan de establecer una camino inclusivo. “Pasa que en todo el mundo las comunidades judías quedan a la buena voluntad de sus líderes espirituales” sostiene el chileno David Arias, rabino de la comunidad Kehilate Moariah, de Haifa, Israel. “Que se publique o apruebe una reflexión o interpretación sobre la religión, no obliga a las comunidades a actuar de esa forma. Sin embargo si algún rabino o rabina quieren actuar de acuerdo a esa interpretación, tienen el respaldo para hacerlo. A fin de cuentas el rabino de cada comunidad tiene la autoridad para decidir sobre su comunidad” explica queriendo aclarar que, aun siendo el judaísmo una religión que acuerda sobre ciertos temas, sobre otros hay múltiples opiniones y respuesta a una misma pregunta.  

“A principios de los años noventa se fijó una postura institucional que insistía en que quien quisiera participar de la comunidad judía puede hacerlo sin ningún tipo de distinción. Pero al final de acuerdo a su propio criterio, de acuerdo a la realidad que cada comunidad vive, el rabino o rabina puede tomar sus propias decisiones frente a estas cuestiones. Hay un fuerte grado de independencia en este sentido” agrega Arias desde la ciudad mediterránea de Haifa.  

Por otro lado, Diego Vovchuk, rabino argentino de la comunidad Or Israel, profesor en el Seminario Rabínico Latinoamericano e integrante de Judíos Argentinos Gays (JAG), asegura que de cierta forma esto genera controversia. “Pasa que los menos liberales establecen una postura tomando ciertos textos bíblicos según su conveniencia, haciendo una lectura básica y llana y negando que en esos mismos textos se habla de cinco sexualidades distintas” dice. “Y al final, muchos integrantes de comunidades abiertas, con líderes religiosos seguros de aceptar una visión más inclusiva de la biblia, terminan tomando esas posturas que miden la vida con la vara menos liberal. Aunque en su casa no respeten una dieta kosher y toda la historieta, miden todo desde ese lugar, sin escuchar a quienes supuestamente los están guiando desde el lado espiritual” cuenta.      

La Biblia versión trans

“La idea de que hay dos y solo dos géneros es relativamente nueva”, sostiene Elliot Kulka, el primer rabino transgénero reconocido por una institución, al discutirle a la administración de Trump su idea de que la visión binaria del sexo es natural, científica y tradicional. “Está equivocado. Trump quiere hacernos creer que la diversidad sexual es algo nuevo, pero el judaísmo tiene una rica y antigua tradición que proclama nuestra existencia” afirma Elliot. En TransTorah, el sitio donde tanto él como otros rabinos leen el libro sagrado desde una perspectiva de género, la rabina trans y poeta Joy Ladin argumenta esta lectura: sostiene que en el Génesis recién cuando Adán ve a Eva se reconoce de sexo masculino. Esta forma de leer la Torá nos dice que el primer ser humano creado por Dios no era de sexo masculino, sino que se reconoció y se construyó hombre al encontrarse con alguien parecido a él pero distinto. 

“Judíos Argentinos Gays (JAG) nació porque un montón de gente que buscaba algo judío no tenía un lugar. Y dejo de ser un centro de reunión cuando muchas comunidades empezaron a incluir. Al final quienes no lo hagan van a terminar quedando fuera del mapa”, se esperanza Diego Vovchuk. “En algún momento, los que rechazan esta actualización van a tener que hacer un giro, no les va a quedar mucha opción”, pronostica Hori Sherem. Ya está pasando, el giro empezó, el judaísmo inclusivo existe. Y, según parece, llegó para quedarse////PACO

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