Si bien, como señala el historiador Peter Burke, en el Renacimiento coexistía una concepción colectiva de la propiedad intelectual que priorizaba el beneficio de la libre circulación de las ideas y otra individual, como lo demuestran las disputas por descubrimientos como el telescopio o el cálculo, desde entonces hasta la época de Joseph Haydn los derechos de la edición musical –tanto la copia como la reproducción y la venta– pertenecían únicamente a los editores. Este monopolio sobre el mercado les permitió llevar a cabo toda clase de maniobras fraudulentas para mejorar las ganancias, como atribuir a compositores célebres obras de compositores desconocidos. Pese a que, por esto último, el catálogo de la música de Joseph Haydn se vio colmado por una gran cantidad de atribuciones erróneas –que los musicólogos del siglo XX se encargaron de corregir–, no puede decirse que Haydn no haya aprovechado en su favor ese incierto contexto legal. No solo tenía, de acuerdo con el musicólogo James Webster, una habilidad especial para el marketing –“Son bellas, impresionantes y sobre todo no muy largas… y en particular muy fáciles”, le escribió a un editor sobre algunas de sus sinfonías– sino que también recurría a manejos más heterodoxos como vender los derechos de una obra a una editorial mientras que, discretamente, la vendía por suscripción a compradores particulares (Beethoven, que decía no haber aprendido nada de Haydn, en este punto parece haber seguido a su maestro).
No puede decirse que Haydn no haya aprovechado en su favor un incierto contexto legal.
En diciembre de 1993 el Times publicó en primera plana el hallazgo de seis sonatas de Haydn que se creían perdidas. El musicólogo Howard Chandler Robbins Landon –un renombrado experto en Haydn– había llevado ese hallazgo a la prensa y explicado su importancia. Hasta ese momento, un índice temático con los primeros compases era todo lo que se conocía de las sonatas y, según Robbins Landon, la aparición de los manuscritos permitía entender con mayor claridad lo que él consideraba una transición fundamental en el estilo compositivo de Haydn. Junto con Robbins Landon, el pianista austríaco Paul Badura-Skoda –un renombrado intérprete de Haydn y del clasicismo en general– y su mujer, Eva, una musicóloga, habían pasado meses analizando un facsímil del manuscrito que un flautista alemán llamado Winfried Michel había encontrado en la casa de una mujer mayor cuyo nombre prefería mantenerse en reserva. Después de que Robbins Landon y el matrimonio Badura-Skoda llegaran a la conclusión de que el hallazgo era auténtico, a mediados de diciembre, los aficionados habían podido escuchar en Londres la grabación de una de las sonatas y ver algunas fotocopias del manuscrito. Se había previsto, para el año siguiente, un concierto en la universidad de Harvard, además de un simposio académico, donde se pudieran escuchar todas las sonatas interpretadas por el mismo Badura-Skoda.
Los expertos en manuscritos de la casa de subastas Sotheby’s determinaron en forma tajante que las obras eran apócrifas.
Sin embargo, el concierto nunca llegó a realizarse. Los expertos en manuscritos musicales de la casa de subastas Sotheby’s determinaron en forma tajante que las obras eran apócrifas aunque no estaban seguros si las falsificaciones habían sido hechas en siglo XIX, como pensaron al principio, o en el XX. Luego de un breve debate público que incluyó las declaraciones del director del Instituto Joseph Haydn de Colonia, Horst Walter (“es claramente una producción moderna en la que se imitan distintos estilos históricos de escritura a mano”), las del decano de Harvard, Christoph Wolff (“me parecía raro que las seis sonatas perdidas aparecieran en un solo manuscrito”) así como también las excusas de Robbins Landon que se defendió diciendo que la música era muy buena (“si esto es una falsificación, es obra de un maestro”), se llegó a la conclusión de que el autor de las sonatas era el mismo Winfried Michel. Ante las primeras sospechas, Eva Badura-Skoda había insistido para que pudieran acceder al manuscrito pero Michel, que al principio contestaba con evasivas, terminó por excusarse diciendo que la mujer en cuya casa lo había encontrado estaba muy enferma y no quería ser molestada. Incluso, para evitar cualquier suspicacia inicial, Michel hizo creer al matrimonio que faltaba la última página de una de las sonatas para después fingir una solución muy pobre que Badura-Skoda se ocupó de corregir. Winfried Michel resultó ser un profesor de colegio secundario que tocaba la flauta dulce y que hacía unos años había editado un CD con obras escritas en el estilo del siglo XVIII usando el seudónimo de Giovanni Paolo Simonetti. Algunos de sus estudiantes contaron que una vez había tocado para ellos una sonata y les había dicho: «Suena como Haydn, pero es mío».
Los criterios de estilo suelen conducir a resultados erróneos ya que “hasta Haydn pudo haber tenido un mal día”.
Pese a que los expertos del Instituto Joseph Haydn de Colonia aclararon que ellos “ya se habían dado cuenta antes del engaño”, la falsedad de la obra solo pudo ser determinada una vez que se estableció la falsedad del documento –el supuesto manuscrito–. El propio Robbins Landon reconocía que, para determinar la autenticidad de un documento, los criterios de estilo suelen conducir a resultados erróneos ya que “hasta Haydn pudo haber tenido un mal día”. Más allá de estas salvedades basta conocer los largos capítulos que los musicólogos dedican a discutir y dictaminar la verosimilitud de una anécdota o de un documento para sentir que en algo disminuye la autoridad de un especialista en Haydn que no puede reconocer al verdadero Haydn cuando lo escucha. El caso de las seis sonatas falsas de Winfried Michel son un tipo de imitación lo bastante elevada como para poner en cuestión la persistencia de los especialistas por obtener a un Haydn tan auténtico como hipotético –algo especialmente problemático con un estilo tan heterogéneo en el que predomina la ambigüedad: la ironía y la distancia conviven con los sólidos procedimientos temáticos que fijaron el clasicismo. En todo caso la susceptibilidad con la que los eruditos tratan la cuestión no hubiera sido correspondida por el mismo Haydn.
En 1965 Alan Tyson y H.C. Robbins Landon demostraron que los cuartetos opus 3, atribuidos hasta ese momento a Haydn, eran apócrifos.
En un artículo publicado en 1965, Alan Tyson y H.C. Robbins Landon demostraron que los cuartetos opus 3, atribuidos hasta ese momento a Haydn, eran apócrifos. En las placas de grabado de la primera edición había sido borrado el nombre de Hoffstetter –a quien se le atribuyó la obra desde entonces–,un monje benedictino admirador e imitador del estilo de Haydn. Lo singular es que los cuartetos formaban parte de un índice temático aprobado por el mismo compositor que, o los incluyó como producto de una distracción, o bien no pudo identificar que los cuartetos no le pertenecían (tal vez haya reconocido en los cuartetos de Hoffstetter a un Haydn auténtico). Pero el caso más controvertido es el del op. 40, un conjunto de tríos para piano que en 1784 Haydn vendió al editor londinense William Forster. Al poco tiempo, apareció una edición de Longman & Broderip en la que dos de esos tríos eran atribuidos a Ignaz Pleyel, un antiguo discípulo de Haydn, y Forster inició un pleito legal. En el trato con el editor, Haydn había indicado que todos los tríos le pertenecían, sin embargo en el acta judicial se conserva la confesión: “El exponente, declara haber compuesto todas las obras mencionadas, excepto los dos primeros tríos que fueron compuestos por su entonces discípulo Pleyel”. Pero la autoría de las obras, aludida en los registros de la demanda, no estaba para nada en el centro de la discusión. La disputa era por los derechos de edición y lo sorprendente es que ambas editoriales acordaron –para garantizar una mejor venta– llevar adelante la ficción de la autoría de Haydn. En cuanto a las sonatas apócrifas de Winfried Michel, fueron finalmente editadas en 1995 en CD como obras de Haydn “completadas por Winfried Michel” y actualmente la partitura puede conseguirse en sitios de venta online donde Michel figura como arreglador/////PACO