La semana pasada en Facebook, Sebastián Hernáiz recordó a José Sbarra. El viernes 23 de agosto se cumplían diecisiete años de su muerte. Le comenté que en 1992 yo había sido su alumno en un taller literario, el único que hice en mi vida. Lo daba en un antro de la subsecretaria de juventud en Once, a metros de la facultad de psicología. El grupo era muy abierto. Entraba y salía gente todo el tiempo. Yo iba con regularidad. A veces no tenía plata para el subte y caminaba desde mi casa. Sbarra daba consignas. Por ejemplo, decía “escriban un diálogo entre dos personas que se oponen”. Los alumnos escribían in situ y después leían. También se podía llevar material y compartilo. Se discutía bastante de forma muy caótica. Yo casi no hablaba. Tenía dieciséis años. El taller se daba en un sótano oscuro y Sbarra aprovechaba algunos momentos de distensión para ir a los fondos de un escenario que había y darse un saque en bambalinas o tomar alcohol de una petaca. (En ese mismo sótano vi Quadrophenia por primera vez.) Al taller iban muchos outlaw wannabe, muchos semi-punks. Había un abogado que iba de traje y decía que estaba escribiendo una novela sobre la condición infra-humana. Estaba lleno de chicas jipis menemistas a las que recuerdo como hermosas y jóvenes y es muy probable que lo fueran. Una vez cayó un tipo que parecía Pappo. Campera de cuerpo, pelo crespo de rockero. Decía que era “de zona sur”. Y lo repetía “porque en zona sur esto, en zona sur lo otro…”. Leyó unos poemas que sonaban como letras de folclore. Lo mataron. No volvió más. Una vez Sbarra contó que había estado por trabajo en Moscú. Era guionista de una película y lo había contratado para asistir en el rodaje. Contó que habían alquilado con un amigo una departamento inmenso pero vivían recluidos en la cocina. También daban fiestas donde con los invitados se entendían por señas. Esa fue la mejor clase, la que recuerdo con más cariño. Lo que escribía yo en esa época era muy tímido y pobre. Leía a Poe y me salían poemas de amor. Una día Sbarra me dijo “escribís sobre el amor por tradición pero del amor no sabés nada”. Tenía razón. Sbarra también organizaba unos encuentros de poesía en San Telmo y un par de veces fui. Se abría el micrófono. Había putos y tortas que sí o sí recitaban poemas con la palabra “concha” o “pija”. Era la resaca de los años 80. Una estética y una intención general que ya funcionaba mal o no funcionaban para nada. Pero Sbarra era muy histriónico. Cerraba él con monólogos adaptados de sus libros. Una vez tiró preservativos al publico y dijo “para los que prefieren cuidarse”. Plástico cruel, su obra central y más conocida, la leí mucho después, de casualidad, cuando ya estaba cursando en Puán. Parece que dejó varios inéditos pero más allá de Plástico cruel o Marc, la sucia rata –que están en la web– sus libros ya no se encuentran. Circula sí una entrevista que le hizo Enrique Symms y que vale la pena leer como documento y síntesis de una época. Sbarra murió en el 96. Creo que fue un tipo feliz. Seguro que ya terminó sus vueltas en el Purgatorio, así que nos debe estar esperando en el cielo porteño del alfonsinismo.///PACO