La primera Joker dirigida por Todd Philipps, estrenada en el prepandémico y por lo tanto distante 2019, produjo un banquete de interpretaciones. Pero todas coincidían en que el problema de Arthur Fleck como alegoría de los conflictos sociales del presente aparecía en su doble carácter de personaje oprimido por el sistema neoliberal (encarnado en Thomas Wayne y el gobierno que le saca los medicamentos) e incel que hace de sus perturbaciones psiquiátricas una estética política, incluso si esta es, en muchos sentidos, involuntaria. Parte de esta dualidad puede leerse como constitutiva del género: las películas cuyo protagonista es un villano tienen que, de alguna forma, convertirlo en un héroe. La forma en la que Todd Philipps decidió hacerlo fue original, en gran parte, por la ambigüedad definitoria de Arthur Fleck, de quien nunca sabemos hasta qué punto es un monstruo o un verdadero y triste idiota, un héroe anarquista o la máscara de un neofascismo racista y misógino.
Joker 2, folie au deux fue un fracaso en todos lados menos en nuestro país, en el que aparentemente la cantidad de a) gays fanáticos de Lady Gaga, b) gente que le gusta sobreanalizar porquerías y c) libertarios fans de DC hicieron que una película notablemente claustrofóbica, larga y aburrida se mantuviera vigente en las salas. Los motivos de este fracaso ya fueron bastante comentados, pero seamos buenos: es una película que deliberadamente busca “fracasar”, en la medida en que destruye y deshace de forma muy explícita y consciente las expectativas que generan las continuaciones de las películas de superhéroes (de las que los supervillanos son un subgénero).
Típicamente, en “la 2”, el superhéroe enfrenta una crisis personal profunda que implica que al menos durante buena parte de la trama pierda sus poderes y tenga que recuperarlos. Al final de la película, habrá abrazado su destino como otra infinita y esquemática encarnación del “periplo del héroe”. Esto era una hipótesis verosímil para Joker 2, que (nos imaginábamos) al encontrar a Harley Quinn podría, luego de una crisis, volverse mucho más poderoso, macabro, sádico y eficiente, de manera tal que al final todos podríamos señalar la pantalla y decir: ecce Joker. La secuencia en el trailer (no casualmente inexistente en el corte final de la película) de él y ella bailando a lo loco en las escaleras de los tribunales parecía anticiparlo.
Nada de eso, sin embargo, sucede, y el resultado es una demostración de que asumir ciertos riesgos es, de hecho, riesgoso: la película se autodestruye, pero lo hace sin gracia. Si Arthur Fleck no es el Joker y él mismo nos lo dice de todas las formas posibles, ¿por qué nos interesaría su vida? Al igual que Harley en la película, cuando el show se cae, nos sentimos más inclinados a no perder más el tiempo con un pobre gil que solo tiene el mérito de fumar con elegancia. La autodestrucción de Arthur Fleck tiene una lectura política más o menos obvia que fue formulada por Marcelo Figueras en El cohete a la luna: Folie a deux nos está tratando de ayudar a ver que no hay grandes lunáticos, que los antihéroes que el pueblo eligió seguir no son más que pobres tipos con una leve capa de maquillaje. Escribo esto la noche del 20 de octubre, noche en la que el presidente Javier Milei dio otra desopilante entrevista cubierto de maquillaje (o terriblemente pálido) en la que, desencajado, señaló que “no es verdad que se coge a sus perros o a su hermana”. La interpretación se hace sola: le pusimos los votos al psiquiátrico porque creímos que era un antihéroe anticasta, ¡grave error!
Esta lectura, un tanto lineal, parece querer redimir las fallas de la película para convertirlas en un mecanismo autoconsciente de desmitificación ideológica. Lo que también suele llamarse “adoctrinamiento”. El problema es el lugar del otro especular de Arthur Fleck: el pueblo que, involuntariamente, parece estar condenado a representar. La primera película era notablemente ambigua sobre este tema, y la forma en la que se convertía en un fenómeno de masas, bastante indescifrable. Podía leerse en esa dificultad un problema del régimen de representación del Hollywood actual para visibilizar las condiciones de la degeneración de la representación política. Está ahí, pero no se sabe cómo ni por qué. En el Joker 2, en cambio, hay una posición intermediaria: Harley Quinn, que de forma totalmente contraria a su origen en los cómics deja de ser la mezcla de sidekick y esclava sexual de un Joker cruel y maltratador (literalmente, en el primer cómic donde aparece él la faja un par de veces y ella le perdona todo) para pasar a ser una mujer enferma pero empoderada.
Pese a que la película es de nuevo muy elíptica (demasiado) respecto de cómo se produce ese intercambio, se entiende que Harley es el vínculo entre Fleck y los revolucionarios idiotas que lo adoran. También, como se ha dicho, Harley somos nosotros, que vemos a Arthur con la actitud de un niño tocando con un palito a un animal muerto y pidiéndole que “haga algo”, hasta que nos aburrimos. La de Lady Gaga no va a ser nunca considerada una actuación inolvidable, pero los mayores problemas no están en ella si no en la inconsistencia de su personaje y su esfuerzo por visibilizar la mediación inexplicable entre el Joker y su pueblo de oprimidos/opresores. Al agregarle una capa más, la cosa empeora en vez de mejorar y el hueco se agranda. Sin el efecto popular de los crímenes del Joker, su historia sería doblemente intrascendente. Es, además, uno de los aportes más evidentes de Todd Philipps, ya que los Jokers de Tim Burton y Cristopher Nolan aterrorizaban gente, no la representaban. Eran épocas mejores.
Pero lo que más decepciona de la película es su carencia de goce, lo cual se pone en evidencia porque la única forma de tratar de injertarlo es mediante canciones que (cuándo no) remiten a épocas de oro de la industria cultural. Canciones para tu mamá, si tu mamá es yanqui o miraba Glee con vos. En el fondo, no hay nada. Y el final cuasi kafkiano (pienso en la muerte de K. en El proceso) no tiene ni tristeza ni catarsis, solo un profundo y desolado nihilismo. Si los locos no son el camino, ¿cuál es? Lo peor de todo: el goce de la liberación libidinal de la primera película (poderoso en gran parte por lo problemático), ahora se nos presenta como algo de lo que deberíamos avergonzarnos. Ha llegado el momento en que Hollywood intenta tomar su dinero y declararnos huérfanos. Paradójicamente, esto trasluce una verdad: en el caso de que seamos o nos sintamos libres, ya no sabemos muy bien para qué podría servirnos////////PACO