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Jeffrey Epstein, asquerosamente pedófilo

En Twin Peaks –el pueblo que David Lynch inventó y a través del cual logró algo muy parecido a lo que hacen los Simpsons con Springfield, crear un lugar que es cualquier lugar de Estados Unidos–, una menor aparece muerta en un río y se sospecha que el dueño de todo, Benjamin Horne, fue quien la mandó a matar. Las investigaciones empiezan y las cosas parecen querer decirnos que lo que está por descubrirse es muchísimo peor de lo que parecía. Laura Palmer, la muerta encontrada en una bolsa en la primera escena de la serie, es solo una de muchas menores que forman parte de una red de prostitución; algo de lo que todos en el pueblo saben, pero prefieren callar.

La historia de Jeffrey Epstein: asquerosamente rico, el documental producido por Netflix y estrenado hace menos de un mes, no es muy lejana de la que David Lynch quiere contar: en Palm Beach, una zona de Florida de mansiones playeras, un aeropuerto y un puente que conecta la ciudad con otra donde viven los empleados que se encargan de limpiar y mantener las mansiones, un multimillonario neoyorquino sesentoso es acusado de pedofilia, y, gracias a esa acusación, miles de mujeres empiezan a reconocer que sus hijas también iban mucho a la mansión de ese señor a hacerle masajes y volvían con mucha plata. El documental, de cuatro capítulos de una hora, da voz a las víctimas; se las muestra llorando mientras cuentan lo que Epstein les hacía hacer, entrevistan a los policías que se comprometieron a llegar al final de todo esto, se recorre la isla privada y las mansiones del acusado. Es un registro de todo lo que se trató de hacer para que no se sepa que Jeffrey Epstein ofrecía una red de tráfico de personas, especializada en menores, a escala mundial y para gente con poder del tipo del príncipe Eduardo, Bill Clinton, Woody Allen, Mick Jagger, Naomi Campbell y tantos otros. Por si no se llega a prestar atención a los nombres de los famosos acusados de disfrutar del trato sexual con menores que Epstein ofrecía, puede buscarse la lista que Annonymus, un grupo de hackers enmascarados, compartió en las redes unas semanas después de estrenarse el documental, como respuesta a que Donald Trump declarara terrorista al grupo antifascista Antifa. La foto de Trump, personaje de la noche de Palm Beach –cuya residencia Mar-A-Lago es una mixtura entra club privado y mansión que se supone que usó como campo de entrenamiento para lo que terminaría siendo su conquista presidencial– con Epstein es algo que se repite en cualquier nota sobre este tema.

¿Es posible que esta miniserie entre en una categoría que Netflix mismo, con sus géneros y algoritmos ridículos con los que busca vendernos novedades todos los días, podría suavizar como “Series no aptas para personas sensibles” o “Verdades que no querías saber”? A diferencia de otras series que podrían entrar en esas categorías, como los relatos distópicos de Black Mirror o la ficción italiana basada en hechos reales Baby, Asquerosamente rico tiene el agregado truculento de ser narrado más que nada por las propias víctimas –que en las entrevistas eligen llamarlas sobrevivientes– de las que Epstein abusó cuando eran menores: nos muestran fotos, videos y audios de ellas en el momento en que el llamado “depredador sexual” tenía a chicas en edad escolar contratadas para que le llevaran a otras chicas, muchas veces compañeras de colegio, para que le hicieran, supuestamente, un masaje. Muchas veces, mientras dan testimonio, tratando de llegar al final de lo que están contando, se ven las lágrimas rodar por sus caras y llegar hasta el pecho; algunas escenas fueron filmadas con las victimas relatando desde los lugares donde Epstein las llevaba. Esto hace que Asquerosamente rico termine pareciéndose, salvando las enormes distancias, a películas como Shoa, donde el francés Claude Lanzmann nos ofrece un mazazo de diez horas de testimonios del Holocausto. En los dos contenidos audiovisuales de alta intensidad parecería que las víctimas se esfuerzan en dar testimonio esperanzadas en que si se escucha su voz, lo que les hicieron no volverá a pasar.

Al igual que en Wild Wild Country, que trata sobre la comunidad utópica que existió en el medio del desierto de Oregón liderada por un guía religioso de la india, parecería que la directora Lisa Bryant prefiere no hacer tanto hincapié en el aspecto económico del asunto. Nunca se entiende de dónde saca la plata Epstein para comprar sus mansiones, propiedades, islas privadas, aviones y autos, ni para hacer donaciones filantrópicas a universidades y proyectos científicos, ni para comprar abogados, periodistas y fiscales. Entrevistan a un exforense que explicó con lujo de detalles por qué su muerte no fue un suicidio, pero de los clientes de la empresa que lo hizo multimillonario, Epstein & Co, únicamente se menciona a Les Wexler, dueño y señor de Victoria’s Secret. Epstein venía de una familia humilde y nunca llegó a terminar su educación universitaria. Varias veces, sus víctimas y exsocios comerciales, aprovechan el momento de fama para dejar bien claro que se arrepienten de no haberse alejado antes de una persona de altas dotes manipuladoras y dejan caer la comparación con Jay Gatsby, el personaje principal de El gran Gatsby, la novela de F. Scott Fitzgerald, con el objetivo de sugerir que, al igual que Gatsby, que había construido su fortuna por medio del contrabando de alcohol en la época de la ley seca, él había hecho su patrimonio de forma non sancta.

Parte del éxito de la miniserie se basa en dejar ver la monstruosidad de un personaje que hasta no hace mucho caminaba por las calles de Nueva York y viajaba a donde quisiera. El caso de Jeffrey Epstein, que parece un malo de dibujitos respondiendo con sonrisas burlonas a los abogados que le preguntan si es cierto que para un regalo de cumpleaños le mandaron tres chicas de doce años para que él abusara de ellas sexualmente, es un tema vivo y reciente. Netflix entra en la lógica de un programa periodístico de la noche, de los que tienen el deber de contarnos qué pasó en el correr del día. Tanto es así que cuando a la directora se le pregunta si va a haber una segunda parte, responde que si la justicia encuentra a Ghislaine Maxwell, la desaparecida novia y socia de Epstein que parecería haber sido el contacto con la corte inglesa y otros tipos de poderosos a los que él no tenía acceso, tendría que hacer la segunda temporada. El gigante del streaming está entrando en un ritmo de documentar y crear contenido audiovisual que no parece querer darnos respiro////PACO

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