Es probable que el año 2017 ilustre muy bien para la historia de internet aquella frase que dice que “interesante es lo que ya ha recorrido la mitad del camino hacia la fealdad”. De hecho, en las últimas semanas la web parece haber acelerado lo que restaba de su existencia “interesante” para sumergirse, sin vueltas, en todo lo demás. Primero, la Comisión Federal de Comercio de los Estados Unidos fue advertida sobre las prácticas desleales del sitio TripAdvisor ‒que con ingresos anuales por 1.492 millones de dólares permite comprar y comentar servicios de hoteles, aerolíneas y restaurantes de todo el mundo‒ luego de que algunos usuarios informaran la censura y el bloqueo de distintas “denuncias”. Una de las más inocentes la hizo una clienta del bar Rams Head Tavern, en Baltimore, donde habían sido detectadas cámaras escondidas en el baño de mujeres. Sin embargo, TripAdvisor borró esa advertencia argumentando que el mensaje “no correspondía a los lineamientos” de la empresa.
Es probable que el año 2017 ilustre muy bien para la historia de internet aquella frase que dice que “interesante es lo que ya ha recorrido la mitad del camino hacia la fealdad”.
A partir de ahí se conocieron otros casos más graves, que incluían presuntas violaciones y accidentes fatales ocurridos en resorts y hoteles de países tan diversos como México, Rusia y España. Sin embargo, la desesperación de quienes querían advertir a otros turistas en TripAdvisor se frustraba cada vez que el sitio eliminaba sus mensajes. Para la Comisión Federal de Comercio, por otro lado, de lo que se trata por ahora es de saber si las empresas como TripAdvisor garantizan que los consumidores puedan expresar “sus verdaderas opiniones online”, como escribió la presidenta de la entidad, Maureen Ohlhausen, y si el incumplimiento de ese derecho daña la capacidad de otros consumidores para “realizar compras bien informadas”. En su defensa, TripAdvisor argumentó que recibe 290 comentarios por minuto y que “se necesita verificar que los mensajes cumplan nuestros lineamientos para asegurar su integridad”. ¿Pero cuáles son exactamente los “lineamientos” de TripAdvisor? ¿Los que privilegian a quienes suben gratis sus experiencias (gratas o no) o los que privilegian a las empresas que pagan para beneficiarse, por ejemplo, de los algoritmos que ofrecen recomendaciones cada vez que un potencial cliente entra al “sitio de viajes más grande del mundo”?
¿Cuáles son los “lineamientos” de TripAdvisor? ¿Los que privilegian a quienes suben gratis sus experiencias o los que privilegian a las empresas que pagan para beneficiarse de las recomendaciones del “sitio de viajes más grande del mundo”?
También Uber, la empresa de transporte que este año sufrió la renuncia como CEO de su propio fundador, Travis Kalanick ‒entre otros “escándalos” corporativos, como la presencia en los Paradise Papers‒, perdió por el ataque de dos hackers los datos privados de 57 millones de usuarios de todo el mundo y los números de licencia de 600 mil choferes, episodio que la empresa mantuvo oculto desde octubre del año pasado hasta hace unos días. En medio de negociaciones con la misma Comisión Federal de Comercio, Uber incluso pagó, según una investigación del The New York Times, 100 mil dólares a los hackers para esconder el mal manejo de los datos de sus consumidores, hasta que el secreto se hizo insostenible y la empresa quedó bajo investigación de la justicia estadounidense. Y, finalmente, Google ‒“la empresa más valiosa del mundo, con un valor de 245 mil millones de dólares”, según Forbes‒ admitió que, al menos hasta finales de noviembre, todos los usuarios de Android estaban siendo geolocalizados aunque desconectaran ese servicio de sus teléfonos (o retiraran la tarjeta SIM) como parte de un proceso para “mejorar la velocidad y el desempeño de los datos”. Con la típica liviandad con la Silicon Valley tiende a resolver sus propias violaciones a la privacidad ajena, Google aclaró que “esa identificación” ya no se usa y que antes, de todos modos, “se la descartaba”.
2017 fue, también, el año del ocaso de la “neutralidad de la red”. Es decir, el año en que las empresas proveedoras de internet empezaron a disponer de todos los artilugios al alcance en su negocio.
Desde ya, la lista con casos de manipulación y abuso de los datos de las personas conectadas a internet ‒que incluye hoy al 47,1% de la población mundial y que va a llegar al 51,5% en 2019‒ podría seguir. Pero, ¿qué tienen estos ejemplos en común? ¿Y qué nos dice ese vínculo acerca de la relación actual entre los usuarios y una plataforma en la que, según el último informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, tiene presencia el 90% del capitalismo de productos y servicios del planeta? Para avanzar sobre estas preguntas es necesario recordar que 2017 fue, también, el año del ocaso de la “neutralidad de la red”. Es decir, el año en que la Comisión Federal de Comunicaciones de los Estados Unidos desestimó las normas que impedían que las empresas proveedoras de internet dispusieran, sin otra vara que sus propios caprichos, de todos los artilugios técnicos y las ventajas económicas al alcance en su negocio. ¿Acaso no tiene sentido, por lo tanto, que los bytes circulen bajo parcialidades cada vez más explícitas? En ese sentido, el “antes y después” parece establecido por la “psicopolítica”: una lógica de poder que reorganiza los intereses a través de la información disponible en la web. ¿Pueden nuestras búsquedas, nuestros consumos y nuestros hábitos registrados en internet definir qué es lo que deseamos, qué es lo que pensamos y qué es lo que somos? ¿Es esa “Big Data” analizada por distintas corporaciones privadas y públicas lo que determina nuestra identidad? Para Byung-Chul Han la respuesta es afirmativa, y por eso los cuerpos que daban sentido a la “biopolítica” son irrelevantes ante las psiquis que ahora dan sentido a la “psicopolítica”.
Pocas empresas conocen mejor que Facebook lo que “psicopolíticamente” quieren sus usuarios a pesar de todos sus discursos edulcorados de corrección política publicados en Facebook.
Ahora bien, si bajo esta lógica avasalladora es solo la información lo que conquista el centro de nuestros intercambios, ¿por qué preocuparse por las formalidades? Como de costumbre, Facebook ofrece un buen ejemplo: mientras Mark Zuckerberg insiste en publicitarse como un hombre sensible al tomarse “un mes de licencia por paternidad” en su propia empresa, a pesar de las promesas recientes Facebook continúa publicando anuncios (inmobiliarios) capaces de filtrar a los interesados por raza, por género, por religión y por nacionalidad ‒incluida la categoría “expatriados de Argentina”‒, como demostró el sitio ProPublica. La paradoja, sin embargo, es que pocas empresas conocen mejor que Facebook lo que “psicopolíticamente” quieren sus usuarios a pesar de todos sus discursos edulcorados de corrección política publicados en Facebook. La misma paradoja se repite al medir la influencia de “los ejércitos formadores de opinión” en las redes sociales, asunto que este año afectó la relación entre los Estados Unidos y Rusia (país acusado de boicotear con “noticias falsas” la campaña presidencial de Hillary Clinton). Según el último reporte de la ONG Freedom House sobre la “libertad en la red”, al menos 30 países ‒con Venezuela, Filipinas y Turquía en primer lugar‒ utilizan distintas herramientas para manipular los debates públicos y afectar la calidad democrática de la web. En el caso de la Argentina, el reporte es relativamente optimista. Incluido entre los países con una prensa “parcialmente libre” y una internet “libre” (sin redes sociales, partidos ni figuras influyentes prohibidas), el informe destaca el “ciberactivismo” de hashtags como #NiUnaMenos mientras que señala las dificultades que todavía orbitan alrededor del mercado de telecomunicaciones, el bloqueo de Uber o las peticiones para eliminar contenidos como la que hizo Victoria Vanucci luego de que se publicaran las fotos de su safari en África. En definitiva, internet nos sigue hablando de libertad, de tolerancia y de respeto, pero durante 2017 avanzó como nunca antes hacia un mundo de restricciones y sadismos a la exacta medida de lo que somos capaces de tolerar y, por supuesto, capaces de disfrutar. Es por eso que el ocaso de la “neutralidad de la red” significa que, a partir de ahora, internet ya no podrá ser como a nosotros nos gustaría ser. En cambio, va a ser más parecida a lo que somos. Este reajuste, sellado por la Comisión Federal de Comunicaciones de los Estados Unidos la semana pasada y aplicado sobre una plataforma que durante los últimos 17 años creció 976,4% en todo el mundo, incluye, por supuesto, secuelas tecnológicas y políticas. Pero, sobre todo, secuelas económicas (tres instancias de la misma “ilusión trascendental” que define a nuestra “ideología”, como dice Slavoj Žižek). En términos materiales, entonces, el fin de la “neutralidad” habilita a las empresas proveedoras de internet, es decir, las empresas que venden el acceso a la red de datos que le dan forma y estructura a internet, a adoptar el sesgo que consideren más oportuno para sus ganancias. Entre esos, el más importante es el que les permite a las empresas cobrar una tarifa particular a quienes aspiren a consumir (y usufructuar) un volumen particular de datos. En tal caso, quienes producen y distribuyen contenidos para internet ‒como Netflix, Facebook o Amazon, cuyos directivos ya expresaron su descontento‒ enfrentan ahora la posibilidad de redefinir sí o sí las condiciones de su propia rentabilidad, incluyendo factores como la velocidad y la calidad del servicio que estén dispuestos a ofrecer a sus usuarios. Desde la perspectiva fría de los negocios, eso significa que la élite tecnológica va a dividirse ‒como nunca antes‒ entre el lobby del acceso a internet, donde corporaciones como Comcast, AT&T y Verizon concentran ingresos anuales por 369 mil millones de dólares, y el lobby del contenido en internet, donde corporaciones como Netflix, Google, Facebook y Amazon concentran 263 mil millones.
El ocaso de la “neutralidad de la red” significa que, a partir de ahora, internet ya no podrá ser como a nosotros nos gustaría ser. En cambio, va a ser más parecida a lo que somos.
Al despliegue sideral de estas cifras le resta todavía la cartografía global de fusiones, adquisiciones y absorciones que se dan hacia adentro y hacia afuera de ambos grupos. De hecho, una de las últimas novedades ilustra bien la dinámica del nuevo escenario: el mismo día que la Comisión Federal de Comunicaciones ‒presidida por un ex abogado de Verizon‒ dictaminó el final de la “neutralidad de la red”, The Walt Disney Company compró a la 21st Century Fox, con lo cual adquirió control del 60% de Hulu, una plataforma de cine y TV online (semejante a Netflix o YouTube) que entre Time Warner, Comcast y AT&T quedó atrapada de manera repentina en el corazón de una industria digital absolutamente sesgada. Controlada en un 60% por Disney (que produce contenidos para internet), pero propiedad aún en un 30% de Comcast (que provee acceso a internet) y otro 10% de Time Warner (que produce contenidos), el destino de Hulu depende ahora de la inminente fusión entre AT&T (que también provee acceso a internet) y Time Warner, por lo cual un mismo conglomerado de proveedores y productores es capaz de “competir” contra sí mismo. En otras palabras, ¿qué facción va a garantizar un servicio de calidad para los clientes de Hulu? ¿La que controla los contenidos que lo nutren o la que controla la circulación de sus datos? Por supuesto, que los clientes sean el elemento más vulnerable en este esquema confuso tampoco es casual. ¿Pero en qué otro mundo analógico o digital los clientes son más prioritarios que las corporaciones? En ese sentido, lo que la extinguida “neutralidad de la red” revela es que internet ya no puede aspirar, como hizo desde que sus padres fundadores colocaron los primeros bytes, a algún alienado “mundo mejor”. ¿Y eso es necesariamente malo? No lo es si uno recuerda que la manipulación, los convenios tendenciosos y la censura existen, con o sin permiso jurídico, desde hace mucho. Los “ejércitos de trolls” y las “noticias falsas” que se distribuyen desde Facebook y Twitter cada vez que hay elecciones democráticas, la persecusión a plataformas como WikiLeaks y las denuncias de Edward Snowden son algunos ejemplos de una “neutralidad” que nunca existió. Tal vez una web más parecida a un espejo que a una lámpara ayude a asimilar la realidad del idealizado “mundo virtual”//////PACO