Los portales de noticias, lo sabemos, publican cualquier cosa. Ahora mismo leo una “noticia” en eldeber.com.bo que cuenta las aventuras atroces de un indonesio que saqueaba tumbas buscando “un cadáver que le transmitiera el poder mágico de volar y ser invisible.” El necrófilo se llama Resi Rokhis Suhana, tiene veintisiete años y en su casa se encontraron huesos, ropa interior femenina y una hoz. ¿Qué hacía, cómo utilizaba Resi Rokhis Suhana esa herramienta en su dura faena? No lo sabemos. La breve nota aporta poco más y termina diciendo que “En 2003, un hombre había sido detenido después de haber comido carne de una mujer que acababa de ser enterrada con la esperanza de volverse invisible.” Más tarde, en Lacapital.com.ar leo este titular: “Retiran de la venta caramelos con sabor a pene que prometían curar la homosexualidad.” El hecho, al parecer, ocurrió en Canadá y los caramelos terapéuticos se llamarían Gay away.
Se escribió ya mucho sobre el recorrido de la información en el mundo digital. Sin embargo, los portales low-fi todavía no se proponen como soportes paradigmáticos de estas transformaciones y sin dudas lo son. Pertenecen, desde su barrosa trinchera, a lógica de la “información entretenida”, y construyen un monumento oceánico y silencioso a las rarezas y la bizarrerie. Sus intereses puede inscribirse dentro de la tradición “amarilla” que se remonta a determinados diarios de la primera mitad del siglo XX, y puede estirarse al folletín y a la gaceta, y luego rebotar hasta la revista contemporánea Muy Interesante o incluso emular el periodismo de alto impacto televisivo. (A veces estos portales parecen estar más cerca de la televisión que del periodismo gráfico.) No son importantes –en el sentido de que nadie se preocupa por lo que publican–, ni son confiables, ni se prestigian con autores conocidos o desconocidos. La mayoría de sus notas ni siquiera están firmadas. Muchas veces apenas se limitan a trabajar como repetidoras que no van más allá de un “cortar y pegar.” Ahora bien, si midiéramos en cantidad, ese, no otro, sería el nuevo periodismo, la nueva forma de comunicación escrita, el estilo y soporte de la crónica actual. ¿Podemos subestimar el hecho de que toda su construcción discursiva resulte tan afin a las redes sociales? Por todo esto, y parafraseando a Nicolás Mavrakis, quizás ahí no esté el dato preciso que buscamos, pero es muy posible que en ellos se mueva la información.
Desde principios de siglo XXI, la coreografía del nazismo y sus símbolos vienen encontrando un amplio eco en la web, en esa web. ¿A qué me refiero? Con una seguidilla de arrebatadas preguntas, el lector comprenderá. ¿Era Hitler homosexual? ¿Poseía la famosa Lanza de Longinos con la que los romanos cortaron a Cristo en la cruz? ¿Se ocultan en la Antártida flotas de platos voladores nazis? ¿Inventaron los alemanes durante la guerra la primera muñeca inflable? ¿Tenía Hitler un solo testículo? ¿Forman las nobles y frescas copas de ese pequeño monte de pinos en Baviera una esvástica si se las mira desde el cielo? ¿Terminaron los altos jerarcas del nacionalsocialismo refugiados en la Argentina? ¿Murió Hitler en Bariloche, en la Patagonia, en Paraguay, en Perú, en Brasil, en Filipinas? Las respuestas a estos y otros interrogantes similares, ritornellos decididos y frecuentes de la industria cultural, han producido una amplia bibliografía que va del ensayo responsable a la novela de aventuras y el delirio. La web no podía quedar ajena a esa abrasadora infección especulativa.
Con un titular de InfoNews, entonces, empiezo mi recorrido –es fácil anticipar que va a quedar muy incompleto–: “Hitler tomaba cocaína y se inyectaba semen de toro.” ¿No hay una rareza atractiva, casi magnética, en la frase? Algo rompe un orden lógico. La droga está pero no es la que se inyecta y en cambio aparece el semen, la sexualidad, la violencia del animal, la pulsión. Una nueva metáfora, un nuevo pliegue, una marca más en la lista de excesos. Luego, la “noticia” en sí ya no resulta tan estridente. National Geographic “revela el universo adictivo del dictador, quien consumía una gran cantidad de fármacos (más de 80) que contenían anfetaminas, morfina, veneno para ratas y hasta cocaína.” Pero ¿qué dictador no se medicaba? ¿Qué político, qué general en guerra, que soldado movilizado no lo hacía y no lo hace? Por otra parte, aunque hoy veamos la cocaína como el Gran Juego Lúdico-Paranoico del Poscapitalismo, ni esa ni las otras drogas mencionadas eran percibidas de esa manera cuando el Führer las consumía, muy lejos del actual manto de oprobio moral. El veneno para ratas quizás sorprenda un poco más, pero ¿cuánto más? ¿Y el semen de toro? Cito: “El Führer estaba obsesionado con su imagen de superhombre nazi y con su virilidad, por lo que se inyectaba semen de toro para elevar su libido y de paso complacer a su joven esposa, Eva Braun.”
(Siempre hay un libro, un libro en papel, esperando en los fondos de la web. El ovillo empieza en el siglo XXI pero la madeja se desteje en el XX. En ElConfidencial.com encuentro una nota se explaya bastante más sobre el semen de toro y cita un libro titulado Secretos de la Segunda Guerra Mundial, firmado por Guido Knopp. Al mismo tiempo, en este pringoso juego de sombras y luces historiográfico, la figura del dictador se recorta con mucha fuerza. En un obvio desplazamiento biografista, el nazismo se convierte en Hitler y Hitler aparece como sinécdoque inevitable.)
Sigo. Buscador.emol.com me redirecciona a Soychile.cl y encuentro una entrevista a Margot Wölk, la catadora de comida del Führer: “Nunca había carne, porque Hitler era vegetariano. La comida era buena, incluso muy buena, pero no la podíamos disfrutar.” Su historia es terrible, dramática, pero contada en estos portales de noticias, repetida al infinito con leves variaciones, se vuelve un consumo pop. La voz de Margot Wölk, violada reiteradas veces por las SS y por el Ejército Rojo, maltratada por los jerarcas nazis con los que convivía, mutilada y vieja, animándose a hablar recién a los noventa y cinco años, esa voz, que es la voz de la historia, de la más trágica historia europea, me llega con la misma intensidad y condición que la voz de Ricky Martín cuando dijo que era gay o de Britney Spears cuando reveló su insatisfacción al mundo.
(Imaginemos la escena. La frágil mujer se lleva la comida a la boca, deja el tenedor, mastica, traga. Todos esperan en silencio. Pasa un minuto. Un minuto y medio. La comida servida se enfría. Y finalmente el Führer, al ver que Fräuline Wölk no cae de rodillas sufriendo truculentas convulsiones, da la orden de iniciar la cena.)
Los sitios de noticias más serios, legalizados y prestigiados por ediciones en papel, muchas veces no logran resistir la tentación de reproducir el material que circula en los sótanos húmedos de la cultura web. Dailymail.co.uk, por ejemplo, publicó en diciembre del 2013 una nota titulada: “How Hitler even invaded Christmas: Exhibition displays swastika baubles and porcelain heads of dictator used to decorate trees during the Second World War.” El artículo aparece firmado por Allan Hall y ofrece excelentes notas. Pero no deja de ser material solidario con el ectoplasma de los portales anónimos. Así la “Navidad con el tío Adolf” se reprodujo por los dominios del periodismo digital revitalizando incluso viejas fotografías no incluidas en la nota y olvidando la muestra que la originó.
Otro ejemplo. En el portal de TN, cara web de un canal de cable central, encuentro una nota titulada: “Austria, conmoción por las tortas nazis.” Cito: “Un panadero austríaco ha desatado gran polémica en su país, luego de decorar varias tortas con símbolos nazis, tales como la esvástica, manos alzadas haciendo el saludo nazi y otros más que la legislación prohíbe.” Del pastelero que “solo hacía su trabajo” salto a “¿Jugaron juntos al ajedrez Adolf Hitler y Lenin?” El primero de octubre del 2009 se subastó un grabado que muestra a Hitler jugando al ajedrez con Lenin. Esa es la noticia. “El grabado habría sido supuestamente realizado por la profesora de dibujo del propio Hitler” durante 1909 en Viena.
Un titular más de El Fenicio Digital: “Sigmund Freud sugirió internación para Adolf Hitler cuando tenía seis años.” El copete dice: “Según un estudio reciente, en 1895 Sigmund Freud habría recomendado que el futuro Führer, entonces con seis años, fuera internado en un instituto de salud mental para ser tratado por su conducta patológica. Monstruos y abismos invadían cada noche los sueños del pequeño Adolf.” (¿No hay belleza en la impunidad que genera el “Según un estudio reciente”? Es esa introducción la que nos franquea el acceso a los monstruos y los abismos privados del “pequeño” Adolf.)
Y hay, desde luego, mucho más. Por ejemplo, detenido para la eternidad, un pequeño ario come un helado que tiene marcada un esvástica. La foto puede estar trucada pero ¿qué sería mejor –o peor– para el futuro de la humanidad? Como fuere, la imagen no se disuelve, al contrario, se multiplica.
Mientras tanto, las denuncias arrecian. Viejas teorías conspirativas regresan del baúl de los fanzines, el sensacionalismo y las revistas de baja tirada para saltar a la web. Uno de los blogs que mantiene TN titula: “Revelan información que asegura que extraterrestres controlan EEUU e hicieron una alianza con el nazismo.” Se cita al espía arrepentido Edward Snowden, se pone como fuente una agencia de noticias iraní, se afirma que un grupo de extraterrestres mantuvo relaciones con el nazismo y al final de la guerra se entrevistó con el presidente Eisenhower. De ahí a la conspiración global de los reptilianos hay un paso. Y, se sabe, eso abre compuertas muy puntuales.
En febrero de este año, The Guardian tituló: “Nazi scientists planned to use mosquitoes as biological weapon.” El artículo, firmado por Philip Oltermann, corresponsal del diario en Berlín, cuenta cómo Henrich Himmler ordenó la creación del Instituto Entomológico de Dachau y cómo de ahí surgió la idea de atacar a las tropas enemigas liberando mosquitos infectados con malaria. La nota de Oltermann es paráfrasis de un paper publicado un año antes en Sciencdirect.com y titulado “The Entomological Institute of the Waffen-SS: evidence for offensive biological warfare research in the third Reich.” El proyecto de los mosquitos de las SS no prosperó y hoy lo vemos como otra locura de Himmler. Sin embargo, los estadounidenses, por su parte, pensaron en entrenar murciélagos para que transportaran bombas incendiarias.
Si esto no trae suficiente novedad al consumidor de pulp periodístico, al distraído cibernauta o al más interesado navegador noctámbulo de sitios laterales, las cartas del artista sloveno Boris Kobe tal vez puedan resultar menos trilladas. Kobe pasó un tiempo detenido en el campo de concentración de Allach, cerca de Munich, fue liberado el 22 de abril de 1945 por la 42nd Rainbow Division del Ejército de los Estados Unidos y después de la guerra convirtió en un reconocido artista plástico y arquitecto en su país. ¿Fueron las cartas creadas en el mismo campo de Allach? Todo indica que se trata de un trabajo posterior –algunas cartas incluyen la escena de la liberación–. Sin embargo, esto no le quita densidad al entramado de truculentas viñetas que mezclan los muy conocidos castigos físicos con imágenes picarescas de hombres gordos y ominosos esqueletos.
Y mientras hoy en la India –un país que, no olvidemos, fue colonia británica hasta 1947– Hitler es un personaje muy popular –su nombre bautiza bares, negocios y películas–, hay un tipo en New Jersey que dice tener el inodoro del Führer a la venta. Cito del dailymail.co.uk: “The Nazi leader’s white porcelain toilet was uncovered last year in fully working order in a car repair garage in New Jersey. It was originally installed on the Aviso Grille, the official German State yacht, in a room adjacent to Hitler’s elaborate throne room on the luxury 433ft long boat.”
Drogas inesperadas, insectos asesinos, cuerpos siniestrados decorando un mazo de cartas, pastelería de festejo totalitario, la cloaca personal de Führer y una pareja de enamorados que, un domingo en Bombay, entra al cine para ver Hero Hitler in love, estrenada en el 2011. Digámoslo otra vez, entre la banalidad y el horror no hay distancia. La masa, nosotros, nuestras pantallas, el entramado comunicacional del presente, necesita consumir nazismo, reproducirlo, actualizarlo, reinventarlo una y otra vez. La pregunta es ¿por qué?
En mi recorrido, encuentro una foto blanco y negro, muy porosa, donde Hitler saluda a un alien. El Führer, desde la derecha, le tiende su mano al arquetipo del extraterrestre hollywodense: cabeza grande, cuerpo flaco y pequeño, ojos negros. El montaje está armado a partir de una imagen que puso en tapa el Illustrierte Beobachter donde Hitler saluda a Mussolini. Sin embargo, la escena ficticia me hizo recordar un párrafo de Para una lectura de Heidegger (Algunas claves de la escritura actual) del español Juan Carlos Rodriguez. El libro, una breve introducción a Heiddeger, resulta un tanto ibérico, sin embargo, toca algo cuando señala:
“Como los nazis habrían sido –se ha dicho– no la configuración «vital/asesina» de una infraestructura capitalista aterrorizada ante su propia crisis y ante el «poder obrero», sino que el nazismo habría sido un «cosa en sí» anti-humana (casi un «alien» o un cuerpo anormal en el capitalismo normal), también algunos católicos franceses (cuya jerarquía arrastraba, como el ejército o las demás instituciones galas, serias sospechas de colaboracionismo con los nazis.) se reinventaron a su vez no lo in-humano sino lo humano.”
Más allá de los católicos franceses y la sintaxis errática, Rodriguez nos provee una manera de leer la foto. Subrayada por la cita –y sin perder su halo sci-fi– el montaje devela una relación. Lo anti-humano, el alien, un cuerpo anormal en lo normal. ¿Estamos dispuestos a aceptar que las atrocidades del nazismo fueron realizadas por hombres presionados por la modernidad? ¿O tenemos tendencia a retirar el accionar criminal de los totalitarismos de nuestro lado y ubicarlo lo más lejos posibles, quizás en el espacio exterior? La pregunta es sencilla de formular. Su respuesta, no tanto de asimilar. Pasan los siglos y las versiones y todavía no aceptamos la completa dimensión del “Homo homini lupus.” El montaje de ese “encuentro cercano del tercer tipo” nos habla de una debilidad, de una creencia, de una imposibilidad. En ese saludo el que triunfa y domina la escena es el alien, el in-humano, el cuerpo anormal. Hitler aparece contaminado, reducido, nivelado, domesticado, por el extraterrestre. La imagen nos causa gracia no por su ocurrencia sino por su ingenuidad. En el fondo sabemos que, de esa foto, el que está a la derecha es el monstruo, el de la izquierda es una fantasía, una vaselina que nos permite mirar.
El nazismo es una máquina narrativa –una más, nada menor– en el entramado de violencias y sátiras del siglo XX. Todo lo que emana de ella parece fascinarnos. Dentro de la historia formal, desde ya, pero fuera de ella, en la historia doméstica, privada, en sus rasgos absurdos, dentro de la ética del pop y la mezcla, más aun. ¿Por qué? ¿Por que es posible decir casi cualquier cosa sobre el nazismo? ¿Porque el nazismo está en el centro de la historia de la Europa moderna y también, al mismo tiempo, en todos sus bordes y sus últimas resacas? En el prólogo a Nazismo y literatura, Leonel Richard dice:
“Puede decirse que desde los amores de Hitler hasta el famoso tesoro nazi, desde los grupos de resistencia hasta las redes de espionaje del Tercer Reich, desde el ascenso de Himmler la casa de los comparsas de Adolf Eichmann, el nacionalsocialismo se vende bien. Todo lo que se quiera: aventura, sadismo, sadomasoquismo y hasta erotismo. Si la Alemania nazi no hubiera existido, decididamente habría que haberla inventado para felicidad de algunos editores.”
¿Qué empuja este interés, esta rasgadura estética y argumentativa? ¿Cuál es su motor? ¿Por qué “se vende bien”? ¿Y por qué la felicidad sería de los editores? En un gesto conocido, Richard subestima el éxito en el mercado, lo relativiza. ¿O no es reflejo de ese “venderse bien” un interés noble y real? Por atrás de todo, creo ver cómo se agita el viejo y muy demorado problema del mal. Esta entidad, el mal, se nos aparece como algo que surge, producto de una entropía universal e imparable. “Le mal se fait sans effort, naturellement, par fatalité; le bien est toujours le produit d’un art” escribía Baudelaire. Hace muy poco, en el 2010, Terry Eagleton formalizó la pregunta en su libro On Evil. Más allá de toda conclusión, para Eagleton aparte de ser condenado, el mal debe ser pensado. O más bien al revés, el mal debe ser pensado para luego, si así lo amerita, ser condenado. Mientras tanto, y ya que pensar nunca resulta un hecho rutinario, nos vemos a nosotros mismos como seres racionales en el reflejo de la modernidad. Ahí está nuestro esfuerzo secular. No aceptamos ni siquiera bajar un escalón y ser considerados una “mala persona.” ¿Quién dialoga hoy con el pecado y el arrepentimiento? ¿Por qué se insiste en ser ético, moral, íntegro, progresista, bienintencionado? ¿Por qué se condena masivamente en las redes sociales lo que está mal? Pero ¿qué es lo que está mal? Al mismo tiempo que exhibe esa lustrosa inasibilidad, el mal se presenta sensual, atractivo, seductor. El mismo Eagleton empieza un artículo con esta frase: “The devil, so they say, has all the best tunes.” Desde luego, el crítico católico, nuestro hombre en el viejo imperio, cifra su fuerza y su esperanza en el “so they say”, pero al mismo tiempo no niega, ¿cómo podría?, la sensualidad sin sentido, la exuberancia carnal, la violencia, ese “placer obsceno.” Creo que algo de todo esto hace que sigamos revolviendo y apostrofando el nazismo.
Así las cosas, categóricamente, el nazismo y su amplio y tentacular repertorio de crímenes y diletantes estrangulamientos, por su parte, no fue ni es solamente el mal. Antes que nada se constituye como parte de lo social expresándose. En él hablaba la técnica pero también hablaba Alemania, Europa, los alemanes, los europeos. En su ensayo Derechas, incluido en su libro Las cuestiones, Nicolás Casullo trata el tema en el apartado Seducción y usos del fascismo. Sin aludir a nuestra intersección de forma directa, ofrece ideas para pensar el largo diálogo con Internet:
“Habría también en nuestro presente un arte y un kitsch para y desde una esparcida melancolía de cierre: para el individuo agobiado pero exigido a permanecer dentro de una sensibilidad comunicacional exacerbada donde el almacenamiento de las historias de las derechas le dicen, fatídicamente, mucho sobre lo que le faltaría entender.”
Exacerbación, almacenamiento, falta, “un arte y un kitsch”, “una esparcida melancolía de cierre”: es interesante este sujeto “agotado pero exigido” que propone Casullo. No comprende porque vive saturado. Parecería que, de alguna manera, describe nuestros contactos –no exclusivamente políticos pero jamás azarosos– con el nacionalsocialismo en la web. O para ser más preciso, Casullo sabe que el nazismo resurge, una y otra vez, presionando y seduciendo por todos los medios y anticipa que Internet no va a ser indiferente a esas funciones.
Sin el contrapeso de la URSS, abolida de una vez la fantasía de un paraíso proletario –o al menos de una nación proletaria–, la derecha, que en alguna medida nos toca a todos, se hace siempre, constantemente, la pregunta por su identidad: hasta dónde es “liberal” y dónde empezaría a ser derecha totalitaria. La tentación por correrse “un poco más” y “solucionar de una vez los problemas del mundo” es permanente. Los gobernantes de la derecha liberal, por lo general demasiado tironeados por castraciones varias, sueñan todas las noches las húmedas fantasías del orden total y la gran represión. (Si se animan a cruzar esa barrera luego se espantarán frente al terror. Nuestra historia local brinda todo tipo de ejemplos.)
Ahora bien, más allá de la neblinosa parrillada de lo social y las ideologías, está lo humano. Resulta imposible que yo, crítico literario de los arrabales del mundo, encuentre la solución al nazismo en un breve artículo en una revista digital que roe los bordes del sentido coyuntural. Así y todo me gustaría decir, sin miedo, que nos buscamos ahí, en el nazismo. Buscamos los límites de lo que somos. Buscamos justamente el mal que define, por afirmación o negatividad, lo humano. Cuando Hitler le da la mano al extraterrestre, sabemos –como dije– quién es el monstruo, y también sabemos quién nos representa mejor en ese alucinado comercio. ¿Por qué nos causa tanta gracia, si no, la frase pop take me to your leader? El ET, ¿no entiende o entiende demasiado bien el funcionamiento de nuestro mundo?
Así las cosas, mientras el nazismo atronador encuentra sus expresiones más irrisorias y residuales, pero no menos importantes, en la web, Alemania todavía debate si el mega best-seller Mi lucha debe o no seguir prohibido. Pero el debate atrasa. El libro que Adolf Hitler escribió mientras estaba preso circula por Internet, donde, aparte, logra llamativas ventas.
En un plano menos letrado, el reciente conflicto en Ucrania reveló que la derecha nacionalista, de tintes y accionar nazi-fascista, no fue erradicada del juego político y puede ser determinante sobre el llano, a la hora de las definiciones. Al parecer en Kiev hay alrededor de veinte estatuas de Stepan Bandera, conocido líder de las SS locales. Esta versión de extrema derecha del nacionalismo ucraniano forma parte de la principal corriente política y es la base para el éxito de los partidos como Svoboda, que jugó un papel clave en los días de Maidan. (Más tarde encuentro la foto de un pintada en cirílico rubricada con una esvástica que dice “Fuera tártaros de Crimea.”) Desde luego, Ucrania es la periferia de Europa pero ¿podemos decir lo mismo del candidato del Front National francés para las elecciones municipales de Châteauroux que tenía tatuado un escudo de la División SS Carlomagno?
Según FranceInfo, la primera reacción del partido fue sostener a Bastien Durocher. La cabeza de lista del FN en Châteauroux, Matthieu Colombier, declaró que «Il s’est laissé embrigader dans des choses peu recommandables, des conneries de gamin. C’est quelqu’un de nationaliste, c’est sûr, mais loin d’être aussi radical.» Sin embargo, cuando la foto del tatuaje llegó a las redes sociales, el escándalo creció y finalmente Durocher fue excluido de la lista de candidatos. La 33e division des grenadiers SS Charlemagne, conocida como Division Charlemagne, estuvo conformada por voluntarios franceses. Su escudo tiene un águila a la izquierda y tres flores de lis a la derecha.///PACO