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Por Florencia Angilletta (@dolarparty)

Yo también estoy indignada. Indignada de tanta indignación.

No damos de más de rozar el indignómetro, trocarlo, pasarlo y ahí va otra vez. El indignómetro prolifera como un virus estival en la red social del azul francia. Miles de almas toman sus teclados por las astas y claman por la liberación. Afuera el tropicalismo nos derriba y online se indignan. Por Máxima, por  el romance Sergi-Rincón, por la proyección política de Marengo. Yo también quiero ser parte, quiero indignarme, sí quiero. Lo digo, entonces: lo que me indigna son los pactos nacarados que sostienen toda esta indignación.

La indignación número uno es por la futura reina de Holanda. No hay mujer sobre-escolarizada que no se indigne por la travesía épica de la princesa argentina. Pero Máxima es sólo la versión –un poco edulcorada, ciertamente– de la trayectoria de muchas mujeres que confiamos, siempre, en que billetera mata galán. También nos agobia el cipayismo mal formulado. ¿Por qué es menos respetable asociar la patria a una corona que a una camiseta, una comida o una infusión? Truculentas ideas de lo nacional mientras no hay nada más real en el cortejo que la solidez de nuestro home-banking.

La otra gran indignación nacional es a causa del romance entre el líder de una banda que ostentó vanguardia y la bellísima vedette. Indigna mucho el “exotismo” de este vínculo. Claro, indigna pensar: “¿de qué hablan cuando salen un sábado a la noche?”. Probablemente sobre nada. O no hablen. ¿Y qué? Parece que somos todos una cuadrilla de conservadores tropicales y preferimos confiar que lo que sucede bajo las sabanas guarda –todavía– alguna relación con los rituales de seducción del siglo XVIII. Ésos en los que había compatibilidades políticas, familiares, estéticas. O mejor: ideológicas.

La última indignación gira en torno del proyecto político de Marengo. La acorralan varones y mujeres: “sólo la van a votar porque está buena”, “¿qué estudió para dedicarse a la política?”, “se da el lujo la famosa”. Esta indignación revela algo siniestro sobre nosotros mismos. No nos conformamos con ser conservadores morales; somos lo peor: tecnócratas. Aristócratas del merito intelectual de los claustros. Exégetas de la preparación y el cálculo.

Para esto último no me alcanza ni toda la indignación que provee el teclado alfa numérico.///PACO