«Tiesa está toda Lacedemonia y todo los aliados están empalmados. Nos hacen falta los cuencos”

Aristófanes, Lisístrata.

En Lisístrata, Aristófanes, padre de la comedia ática, presenta una huelga sexual iniciada por todas las mujeres griegas en protesta por la interminable Guerra del Peloponeso. Lisístrata es, justamente, la ateniense que encabeza la rebelión del género femenino contra el masculino y quien obliga a todas las mujeres de Grecia a juramentar el paro sexual por tiempo indeterminado hasta que los hombres firmen la paz. “En casa pasaré el tiempo sin mi toro/con mi vestido azafranado y muy bien arreglada/para que mi marido se ponga al rojo vivo/y nunca le seguiré la corriente de buena gana”, reza el juramento que realizan las mujeres. La comedia es chúcara, guaranga y pletórica de doble sentido, y no tarda en convertirse en un episodio divertido de la famosa y aburrida guerra de los sexos. El personaje de Lisístrata se toma a sí mismo todo el tiempo en serio y se propone establecer una especie de matriarcado pro témpore que subvierta el verso homérico según el cual “de la guerra se ocuparán los hombres”. Aristófanes, en cambio, promueve una mirada más risueña sobre el tema y se solaza en describir a todos los hombres griegos firmando la paz literalmente al palo para luego entregarse a la hermandad peloponesia y a la aliviadora orgía final.

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Lo de Aristófanes era un chiste y quedó. La actitud de Lisístrata se convirtió con el tiempo en una especie de símbolo de la lucha por la paz. El 3 de marzo del 2003 (03/03/03) bajo el nombre de Proyecto Lisístrata se llevaron a cabo unas 700 lecturas simultáneas de la pieza teatral en todo el mundo para protestar por la guerra de Bush en Irak. La entrada de Wikipedia dedicada a la obra incluye un enlace a otra entrada titulada “Huelga sexual”. Según dicho artículo, huelga sexual o de piernas cruzadas es “una huelga en la que una o varias personas, del mismo o distinto sexo, generalmente mujeres, se abstienen de mantener relaciones sexuales con sus cónyuges o parejas para alcanzar ciertos objetivos políticos o sociales”. La línea histórica de las huelgas sexuales suministrada por el sitio salta de Aristófanes a un caso sucedido en Liberia en el 2003. En el medio, desde los griegos hasta hoy, dos mil quinientos años de silencio, casi como para demostrar que en este siglo XXI todo vuelve junto y a la vez, como regurgitado por la historia de la humanidad.

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La huelga del 2003 en Liberia estuvo encabezada por Leymah Gbowee y, enmarcada en otras acciones del movimiento por la paz liberiano, tuvo por consecuencia el fin de la guerra civil en el país y la entronización de Ellen Johnson Sirleaf, educada en Harvard y ex empleada del Citibank y del Banco Mundial, como la primera presidenta mujer electa en todo el continente africano. En 2011 Gbowee y Johnson Sirleaf compartieron el Nobel de la Paz. El resto de los hitos de esta metodología aparece siempre ligado a reivindicaciones de carácter más bien simbólico o difuso: huelga sexual en Nápoles en 2008 en contra de los fuegos artificiales de año nuevo, huelga en Kenia en el 2009 para pedir diálogo entre oficialismo y oposición, otra en Turquía el mismo año para protestar por la escasez de agua, una en Filipinas en 2011 por la paz, etc.

Quizá una de las más recordadas en nuestro país, por la cercanía cultural y geográfica, sea la de Colombia del 2011, en la que un grupo de mujeres de Barbacoas sostuvieron una medida de fuerza de este estilo hasta que el gobierno local les arregló una ruta de importancia vital para la comunidad. Entre los lemas de mayor difusión de la huelga se contaron “Por un nuevo amanecer, nos abstenemos del placer” y el menos poético, pero sin duda más eficaz, “Sin dignidad, ni pío”. La protesta fue encabezada por una jueza del lugar, Maribel Silva, quien al inicio de la movida aseguró que «nos vemos abocadas a llamar la atención inicialmente al género masculino ante la situación de sumisión que los hombres han asumido en Barbacoas, y además para reclamarle al Gobierno una mayor atención a la complicada problemática social que estamos viviendo». Tres meses y diecinueve días después las mujeres vieron satisfechos sus reclamos. Entonces Silva evaluó: “Al principio los hombres estaban furiosos. Pero funcionó. Para ellos es preferible una huelga de hambre antes que una huelga de sexo”.

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Hubo también un intento fallido de huelga sexual en México, durante 2012, que vale la pena recordar. La heroína de la no huelga fue una candidata a la presidencia del PAN, Josefina Vázquez Mota, quién llamó a sus seguidoras a llevar a sus parejas consigo a los lugares de votación e instarlos a votar por ella so pena de no tener sexo. “¡Y ay de aquella pareja que no vaya!, porque no le hacemos cuchi cuchi en un mes”, declaró. La onomatopeya pegó y se convirtió enseguida en un latiguillo utilizado en sus actos proselitistas. “Voy a preguntar a ver si quedó claro, ¿qué es lo que no va a haber?”, gritaba Vázquez Mota desde un escenario, y las fanáticas reunidas contestaban como un coro griego: “¡Cuchi cuchi!”. Lamentablemente para todas ellas, pero en especial para Vázquez Mota, la abstinencia obligada no dio los frutos esperados en el electorado masculino y la candidata perdió las elecciones por muchos puntos.

Y entonces ahora, en el 2014, en el punto más álgido de un enfrentamiento entre Rusia y los Estados Unidos plagado de puntos álgidos, en plena crisis de Ucrania y anexión de la península de Crimea a Rusia, es decir, justo al borde de la tercera guerra mundial, las mujeres ucranianas se declaran en huelga sexual. Pero esta vez el lisistratismo no es ecuménico y el género femenino no reclama una paz universal y neutral sino que se inscribe de lleno en la lógica de amigo-enemigo: las huelguistas son abiertamente contrarias a la estrategia de Vladimir Putin, a quien ven como un invasor, y trabajan en defensa de una Ucrania europea y occidental promoviendo la abstinencia sexual patriótica a través de su perfil de Facebook -una red social nacida para combatir la castidad- y vendiendo desde Internet remeras con el lema “No se la des a los rusos”. A diferencia de otras enemigas de Putin, las Pussy Riot, inscriptas en los lineamientos estéticos del punk, estas activistas ucranianas cultivan un perfil más bien pop y sus camisetas incluyen distintos motivos como la leyenda antes citada junto a un dibujo de dos manos femeninas formando una vagina u otras con un verso del poeta ucraniano Taras Shevchenko que dice “enamórate, doncella de oscuras cejas, pero no de los moscovitas”. Las ganancias producto de las ventas –cada remera se vende a 23 dólares- son, por supuesto, donadas al ejército ucraniano, sobre el cual, que se sepa, no pesan multas ni proscripciones sexuales de ningún tipo. Una de las organizadoras de la campaña, Irina Rubins, explica: “Para nosotras el eslogan en las remeras no es acerca de sexo, esto es un intento de proteger nuestro país de un agresor”. “La iniciativa partió de un grupo de periodistas y activistas sociales ucranianas que veían que la gente en el mundo no entiende del todo lo que los soldados rusos están haciendo realmente en Crimea», dice la otra líder del grupo, Katerina Venzhik.

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En el perfil de Facebook este grupo activista va subiendo fotos de mujeres jóvenes y deseables luciendo las remeras, movida a la que en los últimos días se vienen sumando personajes renombrados como la cantante y escritora Irena Karpa. Hubo un intento de hacer creer que la disidente rusa Valeriya Novodvorskaya había posado con la remera pero más tarde se supo que, para bien o para mal, la foto era trucada. El grupo comandado por Rubins y Venzhik ya tiene también sus detractores. Los imaginativos redactores del sitio Sputnik i Pogrom tildaron a las activistas desde su Facebook lisa y llanamente de prostitutas interpretando, seguramente, el sentir del hombre ruso.

Queda claro que la campaña no apunta a una reivindicación de género ni a detener la crisis ucraniana en concreto sino a darle relevancia pública al asunto, sobre todo en el universo de las redes sociales. Es un movimiento nuevo, incipiente. Su alcance y efectividad finales son una incógnita. Pero también, visto desde un lado algo más conspirativista, todo esto no puede dejar de interpretarse como un pequeño capítulo más dentro de un largo enfrentamiento comunicacional entre EEUU y Rusia, una batalla en la que todavía no hay un candidato indiscutido a ganar. Sea como sea, las ucranianas ya decidieron que de la guerra también se ocuparán las mujeres. Con el arma que sea.///PACO