NM: ¿De qué se trata esta nueva temporada de House of Cards? Ante todo, de cómo un equipo de guionistas intenta hacer que un programa sobre la política norteamericana sea más entretenido que la política norteamericana. ¿Pueden competir Frank Underwood y Donald Trump? Hay momentos en que se huele el esfuerzo por «reflejar» la realidad, y esos son los momentos donde mejor se constata que la realidad siempre es superior a la ficción. Underwood es un político de carrera, un profesional de la burocracia, un excelente «empleado del poder», un legislador que llega a presidente, un eslabón bien aceitado del status quo. Trump en cambio es un outsider total, mucho más revulsivo, mucho más simple, mucho más genuino. Ahí los guionistas deben haber quedado atrapados desde antes de empezar: House of Card fue superado por la realidad. Creo que por eso esta nueva temporada es aburrida. Desde ya, ahora podemos empezar a tomar algunas cuestiones particulares. La del «género» es la más visible, la del «marketing político» también, la «romantización» del periodismo… Como dice un común amigo con muchísima inteligencia, el error sería empezar a mezclar lo que muestra el programa con la política estadounidense tal como la vemos desde acá, y luego con la política argentina. Ahí el razonamiento es preciso: mezclar la política argentina y la política estadounidense significa no entender ni la política argentina ni la política estadounidense. Sin embargo hay ciertos contrastes imponderables. Entre un Mark Usher y un Jaime Durán Barba, otra vez, podemos decir que Durán Barba está realmente a la vanguardia de House of Cards, incluso porque Netflix ya subió el documental sobre Roger Stone, el publicista clave de Trump, y sabe que la idea del «asesor especialista en política» es una figura anticuada delante del «asesor especialista en imagen». Sobre el periodismo y esa búsqueda «infatigable» por la verdad… bueno, hace un rato veía en televisión cómo Fernando Carnotta defendía casi histérico a Macri porque la viuda de alguien a quien acababan de matar por un auto modelo 94 acusaba al presidente de la ola de inseguridad (me imagino que ese periodista del The Washington Herald que no sabe usar su smartphone tendría otro abordaje ante las críticas contra el poder). Con esto quiero decir que las comparaciones solo van a dejarnos en el mismo punto: la ficción es ficción, la realidad es la realidad. Sí digamos que, al menos, el papel del escritor al que Claire Underwood mata ilumina ligeramente cuál podría ser el verdadero trabajo de Alejandro Rozitchner en la Casa Rosada… Aunque ahí el tema de fondo es el girl power


Hubiera preferido no pensar en Alejandro Rozitchner haciendo lo que hacía Tom Yates antes de ser asesinado. Es decir, copulando. También hubiera preferido que los guionistas terminaran la temporada fuera de los campos confortables del cliché: “Ahora es mi turno”, dice Claire Underwood.

PP: Hubiera preferido no pensar en Alejandro Rozitchner haciendo lo que hacía Tom Yates antes de ser asesinado. Es decir, copulando. También hubiera preferido que los guionistas terminaran la temporada fuera de los campos confortables del cliché: “Ahora es mi turno”, dice Claire Underwood. ¿Habrá algún modo de leer el paradigma de la realidad y llevarla a la ficción de un modo más sutil? Sí, la mujer, en el mejor de los casos, está empoderada o camino a empoderarse. Sí, la mujer también puede ocupar espacios de poder. Sí, la mujer también puede hacer todo lo que vos podes, incluso lo que vos no podes. OK, nos queda claro. Ahora el girl power ya no es propiedad de las sagas distópicas como The Hunger Games o los shows multimillonarios de Beyoncé. Ahora también es protagonista en la política. Bien. Ese “esfuerzo” de los guionistas por retratar un contexto político real del que hablás vos, en el caso de House of Cards tiene un problema central, y es el mismo problema que tuvo Homeland. Dos series sobre los avatares políticos norteamericanos donde las presidencias, hacia el final de las últimas temporadas, terminan —en escenas demasiado parecidas y, claro, demasiado trilladas— en manos de mujeres. Claire Underwood y Elizabeth Keane. ¿Habrá habido reunión de emergencia de escritores cuando el pasado noviembre Hillary Clinton fue derrotada por Donald Trump? Apuesto que esos equipos de producción, dirección y guión no la deben haber pasado muy bien. Entonces, claro, House of Cards y Homeland quedaron superados por la elección de la población de los Estados Unidos. Por eso, si las ficciones políticas que se nos ofrecen en bandeja de plata en Netflix no logran seguir el ritmo de vértigo de su país de origen, ¿a quién se le ocurriría compararlas con el circo que se armó en la Argentina? ¿Macri sería Francis Underwood? ¿Marquitos Peña sería el perro faldero Doug Stamper? En ese caso, serían dos femicidas. Pero, por favor, evitemos las boludeces. Me gustaría volver al asunto del retrato femenino en posición de poder: ¿te das cuenta que estas mujeres siempre están solas o terminan completamente solas? Pareciera que el amor (y/o sus versiones más próximas) fueran el polo negativo del poder. Y claro que le ocurre a Claire Underwood —que es homicida, mata a su amante culto y sensual porque, en realidad y todavía, no puede matar a su marido— pero esta constante de soledad se traduce en otras protagonistas. La misma Elizabeth Keane y la querida Carrie Mathison en Homeland, la bomba sexual Stella Gibson en The Fall, también ocurre en Scandal, and so on and so no. ¿Será otro esfuerzo por desligar a las mujeres de su affair histórico con “lo romántico”? ¿O será que se nos está diciendo que cuando tenés poder lo único que querés realmente es más poder? Ahora bien, sobre “el rol de los medios”, ¿qué periodista, por más apasionado que sea, puede equiparar sus aptitudes de investigador y comunicador con las de un tipo que se mete en el sistema de la National Security Agency y le hace perder a Conway y ganar a los Underwood una elección nacional? ¿La verdad que intenta sacar a la luz hace meses el buen y vetusto Tom Hammerschmidt es más influyente que la que logró Aidan Macallan en apenas unos minutos de hackeo? Y además, ¿qué hacemos con los leaks?


Al final de esta temporada las mujeres empiezan a tomar efectivamente el poder entre ministras, secretarias, la misma presidenta, y esa asesora siniestra que le da el veneno a Claire, pero esto ocurre cuando Frank Underwood revela que su plan «es trascender» el poder.

NM: Bien, evitemos las comparaciones. Volvamos estrictamente a House of Cards, sobre todo porque Carrie Mathison es la única mujer que alguna vez estuvo bien representada en alguna de todas estas series y es muy difícil no enamorarse de ella. Eso sí, un último colutorio: la actriz que hace de Claire Underwood también es la productora de la serie, y al mismo tiempo que se estrenaba en Netflix aparecía en Wonder Woman, donde hace de la mamá o, más bien, de la “matrona general” de ese mundo feminista y belicista y probablemente extinguido por la osteoporosis en el que nace “hecha de arcilla y animada por Zeus” la propia Wonder Woman (“la película de superhéroes dirigida por una mujer más taquillera de la historia”). Creo que ella llevó el asunto del género a las business opportunities cuando reclamó que quería ganar lo mismo que Kevin Spacey, que no es precisamente un macho alfa… y desde ahí hacia el guión. Así que cuando mata al pobre escritor de discursos —el megavalijero premium—, es como su bautismo de sangre y fuego en la realpolitik, ¿no? Para hacer política hay que matar, una idea bastante vieja, y yo diría que casi obsoleta. Sí, indudablemente la imagen es esa: las mujeres también pueden matar si es necesario conquistar el poder. Y la historia lo dijo antes, y no precisamente en House of Cards. Última comparación: todo este asunto de la representación de la política está mucho mejor en Veep. Cualquiera que haya visto y olfateado algo “cercano al poder” sabe que todo el asunto es más parecido a esa comedia de enredos y azares que al tono maquiavélico de House of Cards. La hipótesis es siempre la misma: Netflix representa lo que creemos, incluso lo que nos gustaría creer que es la política, pero no lo que la política es. ¿Habría que hacer tal vez la misma lectura con el asunto de los géneros? Sin dudas quienes miran Netflix —y esto es un asunto estudiado— padecen el mismo tipo de “deslibinización” que el presidente y su esposa en House of Cards… pero esto no debería agotar la cuestión. En todo caso, lo que pasa hacia el final de esta temporada es que las mujeres empiezan a tomar efectivamente el poder entre ministras, secretarias, la misma presidenta, y esa asesora siniestra que le da el veneno a Claire, pero esto ocurre cuando Frank Underwood revela que su plan es trascender el poder. Debe ser una de las pocas “escenas Olmedo” que valen la pena: cuando mira a cámara y explica que la Casa Blanca es apenas un “puesto menor”, como dicen que se dijo alguna vez en Argentina, y que el poder, el verdadero poder, está en otro lado. Quiero decir: ellas ocupan un espacio cedido por Frank (“por el macho”, como dicen los grafitis). Ahí hay una paradoja respecto al girl power. Sí, las mujeres pueden construir su propia esfera de poder, donde, desde ya, no parece haber mucha sororidad sino más bien un torneo de supervivencia aparte, y esa esfera de poder tampoco contempla el “problema del sexo”, como diría Coetzee. Pero además es un poder sin otra textura que, como señalaste muy bien, “la venganza”. ¿Vos decís que lo único que quieren las chicas fuertes es alcanzar el poder para… construir más poder? En todo caso, la paradoja estaría ahí: se trata de un girl power —o gilf power, en realidad— cuya agenda, aún por negación, está marcada todavía por lo que Frank Underwood, que además es homosexual, establece que debe ser. Lo de los leaks, por otro lado, es parte de lo inverosímil. En eso la serie hace agua. Hay más o menos media docena de crímenes alevosos, y Frank Underwood empuja por la escalera de la Casa Blanca a la pobre Secretaria de Estado. Ahí los guionistas tiraron la toalla. Pero ya sabemos que la serie es una mierda, el asunto es discutir por qué. Para terminar con los personajes femeninos de la serie, la esposa inglesa de Conway es mucho más verosímil en su ambición y en su frustración, y mucho más linda y joven que Claire…

No veo la hora de sentarme con un balde de pochoclos a estudiar cómo los guionistas aplican el protocolo feminista de la Women’s March al ejercicio de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos.

PP: Sí, la inglesa es más linda y más joven que Claire, y el ageism —hay un tema alrededor de lo viejo y lo nuevo en la serie— es un detalle que el equipo de vestuario tuvo muy en cuenta. Escotes más cerrados y ruedos más largos para la señora Underwood. Creo que Hannah tiene buenos motivos para estar frustrada porque estuvo a punto de convertirse en una FLOTUS de capital erótico notable y termina siendo la esposa de un Will Conway derrotado, que dejó de ser viril, sensual y perfecto para transformarse en un tardo adolescente que juega a los tiros en un Family Game moderno. Gran turn down. Igual que Claire, Hannah Conway también quería llegar al poder porque quería más, y porque cogerse al poder y al que tiene poder es de las experiencias más satisfactorias que puede tener un ser humano, un pequeño arrebato, ¿o acaso no es cierto? Por favor. Si no lo hicieron aún, lo recomiendo. Lo que la pobre Hannah no sabe es que en las puertas de acceso a la Casa Blanca te requisan la líbido y hasta los cónyuges terminan durmiendo, como se hacía hasta no hace mucho tiempo atrás, en camas separadas. En casa lo que ocurre es que no tenemos ambientes de sobra para desterrar al Otro y usamos un sólo colchón: hacemos colecho con Netflix y jugamos con todo eso accesible en el terreno de lo no dicho. Nos aburrimos y nos odiamos como los Underwood, y en vez de tener muertos de rehenes para echarnos en cara, a veces tenemos hijos. En ese sentido, me alivia saber que el fracaso amoroso es absolutamente democratizable y que dormir sola es más empoderante e inteligente que hacerlo con alguien que está esperando un descuido para empujarte por las escaleras de su historia. Bien. Francis siempre fue un tipo que tuvo las cosas claras; como bien decís vos, es el emblema del “empleado del poder”, un orfebre de la rosca. Yo lo veo malo como perro viejo, como un timador a gran escala, un tipo capaz de vender a su señora con tal de no salir perjudicado en algún asunto. Y es increíble hasta donde han llevado el recurso de hablarle a la cámara tan icónico de The Office, por momentos no podemos negar que Francis habla igual que Michael Scott, como decis vos en las “escenas Olmedo”. Sí, Underwood dice que ser presidente de los Estados Unidos de Norteamérica es un puesto menor en comparación a lo que hay “ahí afuera” (en el sector privado), pero no olvidemos que lo dice después de que un republicano veinte años menor que él casi le arrebata una de las bancas más poderosas del mundo. ¿Hubiera dicho lo mismo si el pueblo norteamericano lo reelegía para continuar con su mandato? ¿O se traslucen en esas palabras un modo de adaptación de un tigre cuyas manchas ya son demasiadas? ¿Es el pretexto de un hombre cuyas desprolijidades ya son difíciles de ocultar? En ese caso los errores son de él. Por eso no acepto la idea de que Frank le haya “cedido su espacio” a Claire. Todos sabemos que Underwood no es el tipo de señor que cede nada, sino la calaña de “machirulo” que —si la justicia no fuera suya y si Doug Stamper no estuviera enamorado de él como lo está— debería estar en cana. Francis ahora “desprecia” la presidencia casi con despecho porque es un privilegio que perdió, porque encima lo corrieron por la puerta de atrás una pareja de republicanos felices y una mujer, ¡su propia mujer! Nos quiere convencer, y también a Claire, que él desde afuera y ella desde adentro podrán dominarlo todo, porque Francis sabe que nunca hay que elegir dinero sobre poder. Ahora bien, ¿le interesa a la flamante señora presidenta prestarse a ese rol? Ahora que es “su turno”, ahora que ella “ya ganó”, no veo la hora de sentarme con un balde de pochoclos a estudiar cómo los guionistas aplican el protocolo feminista de la Women’s March al ejercicio de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Creo que recién en la próxima temporada vamos a poder ver si Claire replica los pasos de su marido y cumple con tu profecía —de moverse de acuerdo a lo que “le dejó” él— o es capaz de forjar una identidad propia, a pesar de compatir apellido con Frank, y hacerle justicia a la fantasía impostulable del “poder igualitario”.

House of Cards, en realidad, es sobre un grupo de personas atrapadas por la burocracia pública cuya absoluta voluntad de poder solo enmascara una necesidad terrible y desesperada de sexo.

NM: Fuck the power! Vayamos entonces al sexo, porque en House of Cards está la discusión sobre los sexos y está la representación del sexo, que es más importante. Hay poco, pero hay sexo, ¿no? Hasta Doug, que es físicamente horrible, la pone. El hacker también. Y esa secretaria que está un poco buena y que matan al final. Y está muy bien la frase que la viuda le dice a Doug: “I fuck you because I hate you”. Very hegelian. Los Conway y los Underwood “tienen sexo” casi al mismo tiempo —es una expresión muy I-Sat lo de “tener sexo”, pero bueno—, y es cuando cada cual gana (o cree ganar) las elecciones. Así que subo la apuesta: de lo que se trata House of Cards, en realidad, es de un grupo de personas atrapadas por la burocracia pública cuya absoluta voluntad de poder solo enmascara una necesidad desesperada de sexo. Por eso es que después de todas esas batallas de escritorio, y después de los asesinatos y las intrigas y las venganzas, lo que resta de la victoria es un plus de goce que se convierte inevitablemente en sexo carnal, en pijazos hechos y derechos. No habría que equivocarse en esto: es para llegar a ese plus de entusiasmo carnal, que se traduce en penetraciones varias, que se participa de la lucha por el poder, y no al revés. Por eso Hannah Conway se coge al marido cuando cree que ganó las elecciones —Hannah Conway es la única milf que zafa en toda la serie, la única que no es una vieja insalvable—, y Frank Underwood se coge a su noviecito en el sótano de la Casa Blanca, y creo que hasta Claire se deja coger por el suyo. Durante un momento son felices, durante un momento la política se justifica porque cuando se “agota” permite algún placer. Después retorna la sequía, claro, pero es lo que pasa. Tal vez con Netflix, siguiendo tu idea, pasa lo mismo: las parejas tienen que explorar todo el videoclub y fumarse todos los bodrios y ver todos los capítulos de todas las series de mierda que hay ahí porque, cuando toda esa basura se haya agotado, entonces van a tener que apagar el televisor y coger. Inevitablemente. Al menos durante esos cinco minutos hasta que alguien suba nuevos contenidos. “Hasta la próxima elección”, diríamos. Por otro lado, ¿por qué será que todas las escenas sexuales en House of Cards son iguales? Los tipos abajo y sin camisa, las minas arriba y vestidas. Digo, ¿qué hombre se acuesta con una mujer sin querer verle las tetas? Bueno, Netflix es para toda la familia, no puede haber sexo, está claro. De paso, hay una gran frase sobre el sexo que dice Frank Underwood, una gran frase de administrador humanitario de los sentimientos que le dice al escritorzuelo: “No engañes a mi esposa”. Por otro lado, respecto a esto de que el “poder femenino” no sería entonces un reciclaje resentido del “poder masculino”, ¿cuál sería la cualidad femenina singular de ese “poder femenino”? Me imagino una Casa Blanca con gatitos sueltos para acariciar por ahí, tal vez con cascabeles en las orejitas, y abonos de Netflix en cada despacho y muchas camisetas gratis con la frase “El futuro es feminista”. Me gustaría ir terminando con dos cuestiones más. Primero: el personaje del escritor, esta figura del intelectual genuflexo, el cínico que es también un valijero premium y que alquila sus ideas como redactor de discursos al elenco gobernante. ¿Por qué será que eligen a un escritor y no a un asesor cualquiera para ese rol? Supongo que para “elevar” un poco el gusto de la señora Underwood, pero tal vez haya algún guiño a otra cosa. ¿A vos qué te parece? Y segundo: ¿por qué nunca aparece ningún ministro de economía, de energía, de producción, de infraestructura? Hay un hueco grosero con eso. Todo bien con que “a la gente hay que enseñarle qué desear” y también con el esquema, ya visto mil veces, de que “el miedo dirige a las poblaciones”. Pero, vamos, ¡la cuestión del empleo, la producción, la marcha general de la economía, toda esa parte de la política y el poder está completamente borrada! ¿Qué pasa con los salarios en la America de Frank Underwood? A un presidente con buenos índices de empleo y consumo no lo destituye nadie.


Creo que es exactamente lo contrario. Primero, ¿quién en este mundo siente todavía una necesidad “desesperada” por tener sexo? Creo que ni siquiera un púber. Segundo, ¿hay algo más satisfactorio que el poder obtenido?

PP: Sí, es cierto. No vemos a ningún Pablo Avelluto ni a ninguna Patricia Bullrich golpeándole la puerta a los Underwood. Creo que eso se fue perdiendo con el correr de las temporadas, muy atrás quedó el famoso plan universal de trabajo de Francis America Works, su tire y afloje entre los partidos, sus tranzas para beneficiar a “la gente”. Esta última temporada parece haberse abocado únicamente no al poder y su ejercicio sino a la tiranía. ¿Qué diferencia hay entre uno y otro? Francis Underwood, por ejemplo. “Estoy acá y no me quiero ir y soy capaz de hacer cualquier cosa para lograrlo”. Claro que la trama queda corta al lado de la vida democrática real, sobre todo para los que habitamos países como el nuestro. Me quedo pensando cuánto hay de tiranía en todo aquel que esté en el poder, si puede haber uno sin otro. Bien. Ahora, dejame imaginar por un segundo cómo sería la administración feminista de la Casa Blanca en manos de una Claire Underwood a la que le interesara apropiarse del asunto feminista, claro. Imagino parafernalia, sí, tazas y remeras con la inscripción  “We should all be feminists”, gorritas tejidas en lana color fucsia con orejitas de pussy y reuniones de gabinete donde participan las luces de Lenna Dunham y Amy Schumer como asesoras espirituales de la presidenta. Quizás escriben discursos o se les da un ministerio, o fondos para formar un movimiento donde las blancas sobreescolarizadas se apropian de las tragedias de las marginadas sin lograr resultados concretos. Imagino dispensadores de tampones y toallitas femeninas gratis en los toilettes, talleres de defensa personal en manos de negros esculturales químicamente castrados, más mujeres en los medios diciendo lo que dice Claire que hay que decir y nada más. Un edén. No, ahora en serio. Por supuesto que llegado el momento de decir “Sí, mandá tropas a Siria y asesiná a ese árabe feo” el poder deja de tener pene o vagina. Por supuesto que el ejercicio de semejantes tareas no deja demasiado aire para preguntarse sobre asuntos de género. Y en ese sentido, sí, se cumple tu profecía: el poder es el poder y puede tener formas monstruosas. Ahora bien, enganchando este tema con “lo sexual” que propones en un comienzo. Pienso un poco en este “reciente” modo de hacer pornografía. Mal llamado porno feminista, creo yo, lo que propone es la generación de un producto donde la ética de género —humanista— tiene un lugar central. Es decir, y a grosso modo, nadie droga a las actrices para que dilaten más, nadie las violenta, nadie las obliga a hacer nada que no quieran. Entonces deliro: ¿pensarán en este tipo de construcción de poder las feministas? ¿Será posible para Claire Underwood ocuparse de la ética para mantener a flote su imperio belicista? ¿Preferirá no volar una madrasa por los aires a cientos de kilómetros de distancia porque hay “mujeres y niños” o preferirá capturar al capo de la célula terrorista de turno? Bien. Ya vimos de lo que Claire es capaz, espero que los guionistas estén a la altura y no conviertan su administración en un sueño mojado con gatitos en el Salón Oval. Voy a pedir una estupidez, pero si se cambiara el apellido al suyo de “soltera” tendría mi voto de simpatía feminista. Pero es obvio que no va a suceder. Ok, ahora hablemos de sexo, ese viejo amigo que murió junto al kirchnerismo (?). Vos decís que nuestros amiguitos de House of Cards son “personas atrapadas por la burocracia pública cuya absoluta voluntad de poder solo enmascara una necesidad desesperada de sexo”. Pues bien, yo creo que es exactamente lo contrario. Primero, ¿quién en este mundo siente todavía una necesidad “desesperada” por tener sexo? Creo que ni siquiera un púber. Segundo, ¿hay algo más satisfactorio que el poder obtenido? Con esto quiero decir que los Underwood cogían más allá por la primera temporada, cuando todavía eran un matrimonio que vivía en una casa normal y perseguían el objetivo presidencial. No olvidemos que por ese entonces ocurre la memorable escena del trío con el difunto héroe del servicio secreto Edward Meechum (¡oh, Dios mío!) Pero en fin, sí, las escenas de sexo en televisión rara vez son representadas con verosimilitud, por lo general, las actrices ponen muchos peros y terminan haciendo la escena con corpiño para evitar el vaivén de los pechos, los actores temen tener erecciones y derramar líquido preseminal, etc. Son momentos “muy complejos” de filmar o grabar y toda formación actoral, por más buena que sea, se desvanece al primer roce real. Porno aparte, claro. Tom Yates: lo dejé para el final porque me gusta mucho. Esbelto, joven, barba entrecana, melancólico, infiel, ¿cómo podía fallar un personaje como él? ¿Cliché? Sí, claro, porque a todos los escritores les gusta el sexo y porque todos los escritores son infieles, le meten los cuernos hasta a una presidenta de la nación. “Porque escribir es ser infiel”, dijo nuestro mutuo amigo Martin.  ¿Por qué escritor y no un asesor cualquiera? Porque un asesor sabe que en la política no hay tiempo ni espacio para jugar a la casita, y un escritor no concibe la vida sin (al menos) una mujer a su alrededor. Creo que Yates sirvió, además, para rejuvenecer a Claire, no sólo porque tenían sexo —que es algo que, se supone, hacemos los jóvenes—, sino porque también la humanizó. Ahora que lo pienso hay ahí otro manotazo del guión para hacer de Claire Underwood una bitch pero una bitch con sensibilidad, con un lado enamoradizo, “femenino”, incluso perdonable. Claro que terminó como terminan la mayoría de las historias. “No sos vos, soy yo”, le dijo Claire, y mató al escritor mientras cogían. Mantis religiosa style//////PACO