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Por Nicolás Mavrakis

Cada vez más implacable y sórdido en prosa, cada vez más luminoso y extraño en poesía. Así definió el propio Michel Houellebecq su trayectoria a través de las espesas aguas de la literatura francesa. De ahí que Poesía cumpla la función de iluminar la primera –y tal vez la única y más esencial– sensibilidad de un autor cuyos primeros libros fueron los poemas reunidos en volúmenes como Sobrevivir (1991), La búsqueda de la felicidad (1992), El sentido de la lucha (1996) y Renacimiento (1999).

Hablar de la relación de Houellebecq con la poesía es comprender la lógica de inserción de un escritor en principio ajeno al mundo literario –antes de la palabra, fueron los números los encargados de darle armas por el sentido al joven ingeniero agrónomo Michel Thomas, verdadero nombre de Houellebecq– y también un frente de batalla abierto alrededor de la valorización misma de su propia escritura. Ya en su primer libro en prosa, el ensayo H. P. Lovecraft: Contra el mundo, contra la vida (1991), Houellebecq se revelaba como un refinado lector de los pasajes más líricos de un escritor que había encontrado en los horrores del cientificismo moderno –entre dosis considerables de xenofobia y racismo– el tipo de construcción estética que se trasladaría más tarde a las coordenadas sociales y culturales de novelas como Las partículas elementales.

De ahí que, en esencia, todo lo que Michel Houellebecq ha construido como novelista –género que lo transformó en bestseller, lo estigmatizó como provocador y lo elevó desde la condición de enfant terrible hasta la de exquisito ganador del premio Goncourt en un camino que comienza en Ampliación del campo de batalla (1994) hasta El mapa y el territorio (2010)– tenga su versión germinal en la profundidad de la poesía. Es ahí donde Houellebecq sintetiza su visión del mundo, su ética del lenguaje e incluso una poética –en el sentido del qué, cómo y por qué detrás de la conciencia narradora– lista para escabullirse tras la forma que le resulte más efectiva.

«Si el mundo se compone de sufrimiento es por ser, en esencia, libre. El sufrimiento es la consecuencia necesaria del libre engranaje de las partes del sistema. Deben saberlo, y decirlo», propone en un manifiesto poético de 1991. Esa certeza de que es la sociedad de consumo y su arquitectura funcional alrededor de todos los deseos y aspiraciones de la Humanidad lo que determinan el verdadero malestar contemporáneo podría resumir el argumento común de cualquiera de sus novelas. Por otro, para Houellebecq, eso mismo hace que el único gusano capaz de atravesar el mundo sea el poeta.

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«El poeta es un parásito sagrado. A semejanza de los escarabajos del antiguo Egipto, puede prosperar sobre el cuerpo de las sociedades ricas y en descomposición. Pero también hay lugar para él en el seno de las sociedades fuertes y frugales», escribe en Sobrevivir. Otro punto de partida para comprender los matices detrás del ánimo de provocación, de polémica y del ánimo de constante excentricidad que Houellebecq dispara sobre una sociedad que, como la francesa, de la que ha huido para radicarse en España e Irlanda, ha sabido estigmatizarlo bajo acusaciones de misoginia, machismo y racismo a la misma velocidad que se multiplicaban sus lectores. «Aunque sean el más perfecto de los genios, tendrán que dejar algún rastro, y confiar en que los arqueólogos literarios exhumen el resto».

Escrita en prosa y en verso, bajo modelos formales clásicos o con regímenes libres, la poesía de Houellebecq trabaja la materia más ominosa de la civilización contemporánea. En esa línea, resuena una idea de lo sublime que no coincide necesariamente con ninguna idea trivial de lo bello –asunto en el que imprimió su huella Charles Baudelaire– sino que prefiere combinarse con el registro científico –»por encima de nuestros cuerpos pasan las ondas hertzianas / están dando la vuelta al mundo»– y el sociológico –»caminamos por la ciudad, intercambiamos miradas / y esto define nuestra presencia humana»– antes que con las banalidades del impresionismo melancólico. La poesía de Houellebecq no encierra nostalgia sino negatividad. Es decir, fuerzas, antes que modales, regidas por la certeza de que «no existe ni el destino ni la fidelidad, / sólo cuerpos que se atraen. / Sin sentir ningún apego ni, desde luego, piedad, / uno juega, y después destroza», como escribe en La búsqueda de la felicidad.

Esa interacción entre poesía y novela es otra de las formas confusas de la relación de Houellebecq con el mercado editorial. Reeditado en 1997 por la editorial francesa Flammarion, La búsqueda de la felicidad fue el penúltimo libro de poesía del autor de Ampliación del campo de batalla en circulación antes de Renacimiento, en 1999. Entre 1991 y 1999, aquella poesía casi secreta quedaría eclipsada por el éxito como novelista, articulista e incluso prologuista –en Una novela francesa, de su amigo y colega Frédéric Beigbeder–, en medio de un boom editorial y polémicas (más mediáticas que literarias) que lo alejarían de los espacios, incluso, más subterráneos de la poesía. «Mi notoriedad no sólo haría la situación molesta para mí, sino también para los demás participantes y para el festival mismo; esta clase de alegrías están para mí prohibidas en lo sucesivo», le escribe al filósofo Bernard-Henry Lévy en junio de 2008, tras una invitación para un festival de poesía en Corrèze, Francia.

Recién en 2005 con La posibilidad de una isla –título que proviene de un verso– Houellebecq comenzaría a forzar con mayor energía las fronteras de los géneros insertando poemas en una novela de por sí atada –por su tema, por su agitada comercialización, por su visión desencantada de un mundo cauterizado por la ciencia y el nihilismo– a los peores laberintos de la más prosaica fama literaria. «Una vez descubierto, te mantienes a cierta distancia del poema. Lo has desgajado de la tierra que lo rodeaba, le has dado unas cuantas pinceladas, y brilla, accesible a todos, con su bello resplandor oro mate. No reniego de mis novelas, las aprecio mucho, pero no es del todo lo mismo; y con la cabeza bajo el hacha del verdugo, sostendré que la novela (incluso las de Dostoievski, las de Balzac o las de Proust) sigue siendo, comparada con la poesía, un género menor», le escribió también a Bernard-Henry Lévy, fijando su posición definitiva como escritor. Contra la vida, contra el mundo y también contra las preferencias del mercado, Poesía es el arcón secreto donde puede encontrarse la palabra de aquel verdadero poeta detrás del novelista.