Corría el año 1993 y una estudiante canadiense no pasaba por su mejor momento emocional. El problema era que, aunque deseaba profundamente tener sexo, la vida la había condenado a una inactividad sexual crónica. Afectada por la soledad, la vergüenza y la frustración, decidió llamar a su condición “celibato involuntario” y crear un sitio web para que ella y otras personas pudieran compartir sus experiencias y discutir acerca de su infortunio. Nacía así la comunidad incel, etiqueta que resulta de abreviar “involuntary celibate” y que sus integrantes terminaron empleando para llamarse a sí mismos. A diferencia de aquellos que, sea por el motivo que sea, decidían no involucrarse en relaciones sexuales, los célibes involuntarios se caracterizaban por querer tener sexo o encontrar pareja, pero no poder hacerlo. Condenados a la virginidad o a un período de mala racha prolongado, los incels encontraban ahí un espacio para sentirse contenidos, pensar estrategias de superación o alentarse mutuamente.

Las épocas en las que las comunidades virtuales eran un ejemplo de solidaridad y fraternidad fueron paulatinamente quedando atrás, y con los años el movimiento incel fue modificando su composición y su propósito. De ser un ámbito de contención para adolescentes y jóvenes de cualquier género, hoy ha pasado a estar compuesto casi exclusivamente por varones blancos heterosexuales que a través de redes sociales, canales de YouTube y sitios como 4chan y Reddit se incitan a la misoginia y el crimen. El fenómeno no es ajeno a las subculturas de extrema derecha que desde hace casi una década vienen en ascenso y que han dado como resultado el surgimiento de la alt-right, la “derecha alternativa” que intenta convertir el racismo, el sexismo, la homofobia y la transfobia en un relato anti-establishment que, entre otras cosas, acusa a todo el espectro político de ser funcional a los intereses del capitalismo global en detrimento de las soberanías y las identidades nacionales. La victoria de Trump y los llamados “populismos” que azotan Europa son incomprensibles sin este aporte de la red.

Si en sus inicios los incels buscaban compartir su experiencia para superarla o hacerla un poco más llevadera, en el siglo XXI se dedicaron a refinar los motivos de su condición para agudizar su suplicio. Por ejemplo, lejos de considerar su incelismo como algo transitorio y revertible, lo han transformado en un estado permanente e incluso inevitable: no se puede dejar de ser incel. Para justificar este fatalismo suelen emplear una batería de argumentos que incluyen desde craneometría hasta teorías sobre el comportamiento femenino a la hora de elegir pareja, como la hipergamia, la selección sexual y la regla del 80/20, según la cual el 80% de las mujeres desea al 20% de los hombres más seductores y viriles. Navegar por un sitio incel llegó a ser una experiencia de total invitación al odio de sí mismo y el suicidio, opción a la cual la comunidad presentó como única alternativa la expulsión de ese odio hacia afuera.

A medida que los espacios incels se desarrollaban y ganaban adeptos, los discursos misóginos se hicieron cada vez más radicales y la comunidad empezó a tomar como blanco de ataque a las mujeres, ya que consideraban que eran ellas las que no querían establecer contacto carnal. Y digo carnal porque la opción del amor ya había sido dejada de lado por la mayoría: las mujeres, denominadas peyorativamente “femoids”, no eran más que una bolsa de carne con agujeros que sólo merecían el desprecio, el acoso y la violación. La misoginia se complementaba con un odio encarnizado hacia los varones sexualmente activos, estereotipados en la figura del “Chad”, una suerte de chico popular cuyo único fin era cautivar a “Stacy”, la típica porrista de las películas de preparatoria norteamericanas. Otro número considerable de neologismos, acumulados tras años de discusión en internet, terminan de completar el combo de un pensamiento misógino extremo, el cual llega en algunos casos al punto de denunciar la lesión del derecho al sexo que las mujeres cometen contra los incels.

La vinculación del fenómeno con asesinatos y atentados ocurridos hace relativamente poco tiempo ha sacado a los incel de las oscuras regiones de la red para colocarlos a la vista de la prensa mundial. El primero de ellos fue la masacre de Isla Vista de 2014, en la cual Elliot Rodgers, estudiante californiano de veintidós años, asesinó con un arma de fuego a seis personas e hirió a otras catorce antes de suicidarse. Poco después se descubrió que el joven había subido un video en YouTube donde relataba su odio a las mujeres que lo rechazaban, su rencor hacia los varones sexualmente activos y su deseo de venganza. El video y un texto de 100.000 palabras en el cual hacía un detalle de su historia de vida se transformaron en un manifiesto para la comunidad, que lo consideraba un héroe y alentaba a otros miembros a emularlo.

El atentado con mayor cobertura mediática fue la masacre de Toronto de abril de 2018, en la cual Alek Minassian, de veinticinco años, utilizó una camioneta alquilada para asesinar a diez personas, en su mayoría mujeres, y dejar en estado crítico a otras dieciséis. Poco antes del suceso, Minassian había escrito en Facebook “la rebelión incel ya ha comenzado” y declaraba ser un soldado de la causa de Elliot Rodgers. Otras masacres y asesinatos han sido celebrados por los incels a lo largo y a lo ancho de internet. La cifra de muertos que se le imputa al movimiento oscila entre los cuarenta y los cincuenta. La preocupación por el crecimiento de los incels llevó a que, por ejemplo, el sitio Reddit eliminara la sección /r/incels en noviembre de 2017, momento en el cual se estimaba que de esta formaban parte unas cuarenta mil personas. El cierre de algunos espacios virtuales ha vuelto a la comunidad un fenómeno más difuso pero no menos preocupante, ya que se cree que continúa en expansión.

En cuanto estuve al tanto del discurso incel tuve la sensación de que estas cosas ya las había leído antes, más concretamente, en Ampliación del campo de batalla de Michel Houellebecq. Mi relectura de la novela confirmó mis sospechas. La reciente aparición de Serotonina, en efecto, ha vuelto a catapultar a Houellebecq como una suerte de profeta de los males de Occidente, en este caso en torno a la radical entrada en escena de esa Francia olvidada de los chalecos amarillos y que sólo el tiempo dirá qué papel va a jugar en el escenario político europeo. En el compendio de visiones de Houellebecq se citan los atentados del 11 de septiembre de 2001 poco tiempo después de la publicación de Plataforma, la cual finaliza con un atentado islamista en Tailandia, y la distópica Francia gobernada por la ley islámica de Sumisión, que apareció publicada exactamente el día del ataque a la revista Charlie Hebdo en 2015.

Lo interesante en estos casos no se limita a señalar la coincidencia temporal, como podría ser, por ejemplo, el que Ampliación del campo de batalla apareciera un año después de la primera web incel. Se trata más bien de advertir que estamos ante un autor brillante capaz de detectar lo que nos duele como época sólo para meter el dedo en la llaga y hacernos retorcer de sufrimiento. De todos modos, cualquiera que rememore la novela o se acerque a ella, nuevamente o por primera vez, verá que su parte central puede ser leída como el encuentro de dos incels, uno ya asqueado de las mujeres, el otro aún con esperanzas de amor y sexo. El único proyecto que mantendrá al primero lejos del suicidio será lograr que su compañero despierte y canalice toda su energía no en encontrar pareja amorosa o sexual, tarea vedada por su fealdad y total falta de encanto, sino en asesinar a una. La escena en la discoteca L’Scale constituye el clímax de esta trama, en la cual, luego de sucesivas humillaciones en la pista, el incel dormido se convence de que su única escapatoria es seguir a una joven rubia que lo había rechazado antes para matar al moreno que sí logró seducirla y con el cual se acaba de retirar.

La teoría del sexo que tan famoso ha hecho a Houellebecq es una pieza de literatura que podríamos encontrar en cualquier sitio incel. El mundo de Michel es sencillo: por un lado hay un sistema de dominación y dinero llamado Marte, esencialmente masculino; por otro hay un sistema de seducción y sexo llamado Venus, esencialmente femenino. La garantía de ser un campeón en uno no asegura el éxito en el otro. Y así como el liberalismo económico genera sus extremos de riqueza y pobreza, el liberalismo sexual constituye otro sistema de jerarquía social, en donde podemos encontrar a aquellos que se acuestan con docenas a lo largo de su vida y a aquellos que lo hacen sólo con unas pocas o incluso con ninguna. El varón del nuevo milenio debe estar al tanto de que el campo de batalla se ha ampliado y extendido a regiones más allá de lo estrictamente económico. No esperen consejos para mujeres, es una novela incel.

La comparación tiene sus límites. El compañero del protagonista no asesina ni a la rubia ni al negro. Se limita a verlos tener sexo en la playa mientras se masturba y contempla el milagro del amor, ese que nunca va a tener y que, aunque lo tuviera, ya no tuvo, porque nadie le va a devolver la adolescencia que dejó pasar. La misoginia de Houellebecq, por otra parte, también es diferente de la que suele manifestar la mayoría de los incels. Houellebecq es un misógino, claro está, pero uno nostálgico y romántico, uno que añora el lugar que en su representación tuvo la mujer en otras épocas, uno que da vuelta la consigna y asevera que lo que llaman trabajo no pago es, en realidad, amor, uno que considera que la vagina es más que un agujero, que grita que antes solía estar al servicio de la reproducción, uno que sigue afirmándose en la convicción de que la mujer es un ser capaz de salvar una vida. O seguía, ya que Serotonina va en la dirección de comenzar a tensar los límites de lo que la sensibilidad del siglo está dispuesta a leer.

Dostoievsky realizaba la siguiente nota marginal antes de comenzar sus famosas Memorias del subsuelo: “Obviamente, tanto el autor de estas memorias como las memorias mismas son inventadas. Sin embargo, personas tales como el autor de estas memorias no sólo pueden, sino que deben existir en nuestra sociedad, si tenemos en cuenta las circunstancias bajo las cuales, en general, ésta se ha formado”. No creo que a Houellebecq le haga falta una aclaración similar respecto de nuestro propio tiempo y los monstruos que este puede generar. Pero es evidente que no se volvió un best-seller por escribir mera ficción////PACO