Por Juan Terranova
Ayer de madrugada la grúa me llevó el auto. (No tiene sentido decir si estaba bien o mal estacionado. Como en la cárcel, frente a la grúa todos decimos que somos inocentes.) Hoy fui a la playa de infractores a rescatarlo. Me acompañó mi hija. El trámite se hace rápido. Pague los 350 pesos del acarreo. (Sí, ellos se lo llevan y vos pagás su trabajo.) Como no habían pasado más de doce horas, no me cobraron el adicional por estadía. Después cruzamos el puente de la Facultad de Derecho y estuvimos viendo juntos la colección permanente del Museo Nacional de Bellas Artes. Nos detuvimos especialmente en las esculturas que retrataban mitos griegos porque mi niña está haciendo sus primeras lecturas sobre Heracles y Odiseo. Nos gustaron mucho algunos centauros y un Teseo contra el Minotauro. También vimos y hablamos de los cuadros de Cándido López y ella relacionó la guerra del Paraguay con un ataque zombie. (Mi preferido, la escultura, un tanto siniestra de un angelito sin alas que envuelve en un trapo la cabeza de San Juan Bautista, no le gustó. A mí me sigue fascinando.) Mientras caminábamos por los pasillos del museo, pensé en las dos realidades de este jueves. Una, la de los infractores y las grúas, el odio, la ley, la fuerza, la burocracia, el pragmatismo de la calle, la multa, y por el otro lado, el arte, el museo, los guardias de seguridad, los pisos lustrosos, las antiguas donaciones, la historia y lo sublime. Comprendí, una vez más, que son universos separados, pero no disociados. Saqué estas fotos.
Esta es la hermosa ventanilla donde te reciben y te cobran. El aire ahí se te pega a la piel. Hay humores malignos flotando. El decorado simula un trailer whitetrasher del centro de los Estados Unidos. Muy Patty y Selma. Cuando llegué había una gorda a los gritos. Era culpable de todo, estoy seguro. Yo fui amable. Ellos, secos. No discutí. Les di los billetes. No me sentí especial. pero tampoco excesivamente vejado.
Paisaje de grúas desde la oficina de recepción y cobro. Todavía estamos muy lejos de los drones punitivos de Mavrakis. La vida y la existencia ahí son analógicas y mecánicas. Y ellos saben que todos somos culpables de algo.
Auto verde, auto blanco, auto blanco oxidado, auto blanco. La evolución del tiempo en ese locus según un paisaje urbano. Arriba, la «E» mayúscula como un totem cínico. Quizás trabajar en ese playón de infractores no sea lo peor del mundo. ¿Dónde pasan navidad sus empleados? Costumbrismo municipal y chatarra. Cuando llegue la invasión zombie que retrató Cándido López, ellos resistirán y gritarán antes de ser arrasados. ///PACO