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La historia de la pena de muerte en Occidente está atravesada por el anhelo de conseguir la mayor rapidez en la ejecución y el menor sufrimiento para el ejecutado. La evolución de las ideas acerca de esta clase de castigo fue desde una concepción en la cual el sufrimiento era purificador y la muerte era un evento social hasta una en la que el dolor debe ser evitado y la muerte debe ser más aséptica y personal, casi un evento privado. Contra lo que pueda creer cualquier humanista políticamente correcto, quienes se encargan de pensar y diseñar los métodos de ejecución no son súcubos perversos sino personas que buscan evitar el espectáculo morboso y reducir el dolor físico y psíquico tanto de los penados como de los testigos. Durante siglos los métodos de ejecución fueron variando según las costumbres sociales, los medios disponibles y los avances tecnológicos. Esa larga marcha incluyó la incineración, el decapitación, el fusilamiento, la horca, la silla eléctrica y la inyección letal, entre otros.

La decapitación tuvo su gran salto hacia adelante con la guillotina, invento que agilizó y masificó las ejecuciones en tiempos del humanismo francés. Como es lógico, el fusilamiento se popularizó con la entrada de la pólvora en Occidente y la invención de las armas de fuego, y la silla eléctrica no hubiera existido nunca sin los barriletes de Benjamin Franklin. La horca, en cambio, siempre permaneció más o menos atemporal, aunque la historia de su declinación está ligada íntimamente a la aparición de la silla eléctrica.

En 1886 el Estado de Nueva York conformó una comisión para estudiar métodos de ejecución que pudieran reemplazar a la horca, considerada ya entonces como muy lenta y dolorosa. Exactamente en ese mismo año George Westinghouse fundó la Westinghouse Corporation para competir con la Edison Electric, propiedad de su enemigo en “la guerra de las corrientes”, el Mago de Menlo Park: Thomas Alva Edison. La guerra de las corrientes fue como se le llamó al enfrentamiento entre estos dos hombres que se prolongó durante casi toda la década de 1880 con el fin de controlar la generación y distribución masiva de energía en los EEUU. La guerra no sólo fue la puja por el negocio sino también por la imposición de un sistema de distribución: Westinghouse apoyaba las bondades de la corriente alterna (AC, en inglés) y Edison las de la corriente continua (DC, en inglés). Hasta entonces, la carrera de Edison había sido meteórica y brillante. En 1877 había inventado el fonógrafo y en 1879 había logrado corregir definitivamente los defectos de la lámpara incandescente. Al año siguiente se había asociado con J. P. Morgan para iniciar el negocio de la distribución de energía y juntos habían impresionado a todos con sus logros en esa materia en la Exposición Mundial de París de 1881. A partir de 1882, con la instalación de la central eléctrica de Pearl Street, Nueva York, la compañía de Edison se había convertido en la más importante del mundo.

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Pero el sistema de corriente continua de Edison presentaba algunos problemas respecto a la distribución de electricidad a gran escala. Como la corriente avanzaba en un solo sentido a 110 voltios, las líneas de transmisión levantaban mucha temperatura y se perdía mucha energía, volviendo todo el sistema demasiado costoso. Ante este asunto, Edison no conseguía ofrecerles a los inversionistas una buena alternativa. Quien sí pensó una solución posible fue el ingeniero austrohúngaro Nikola Tesla. Tesla postuló que las pérdidas de energía dependían de la intensidad de la corriente que circulaba por la línea y que entonces había que lograr aumentar el voltaje para lograr menor intensidad de corriente. Esto podía lograrse por medio de alternadores y transformadores que permitiesen bajar el voltaje una vez transportada la energía. Entonces el millonario Westinghouse la vio, le compró todas las patentes a Tesla y se lanzó a competir contra Edison. Desde aquel momento, la batalla rebasó los límites de la ciencia y se convirtió en un enfrentamiento comercial, político y de opinión pública. En 1887 Edison denunció que la corriente alterna era un peligro para la vida de las personas y para demostrarlo organizó varias ejecuciones de animales consistentes en hacer pasar por ellos una descarga de electricidad. Perros, gatos y hasta la elefanta Topsy del circo de Forepaugh (Fernando Chulak escribió sobre esto en Paco), fueron electrocutados en aras del triunfo de Edison y, de hecho, a raíz de estos experimentos surgió por primera vez el término “electrocución”, acuñado por uno de los impresionados periodistas que contemplaron los hechos.

En junio de 1888, la comisión del Estado de Nueva York encargada de reemplazar la horca determinó que la electrocución sería el nuevo método oficial de aplicación de la pena capital. Pero como todavía ninguna de las dos formas de trasladar la corriente había sido salido victoriosa de la contienda se le encargó a un comité que decidiera cuál elegir. Ni Westinghouse ni Edison deseaban ser favorecidos por el comité debido a la mala publicidad que podría acarrearles el hacerse cargo de las electrocuciones, así que la carga de las pruebas se invirtió y ambos pasaron a dedicarse a promocionarse el sistema ajeno. Edison le encargó a un empleado suyo, Harold Brown, que diseñara una silla eléctrica siguiendo los usos de la Westinghouse Corporation y al final consiguió que el comité –encabezado por un tal Dr. Peterson, que figuraba en la plantilla de empleados de la compañía de Edison- dictaminara en favor de este invento.

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En enero de 1889 la nueva ley de ejecución por electrocución entró en vigencia en Nueva York. Fue la primera de este tipo en la historia y, obviamente, al aplicarse produjo la primera ejecución de este tipo en la historia. El elegido fue William Kemmler. Sus amigos le decían Philadelphia Billy y era hijo de un carnicero alemán que le enseñó el oficio de chico. A los 30 años, el 29 de marzo de 1889, Kemmler mató a su concubina a hachazos y el tribunal que lo juzgó lo condenó recibir en su cuerpo una descarga de corriente alterna sentado en una silla hasta morir. Durante y después del proceso tuvo abogados caros, financiados por George Westinghouse, quienes argumentaron que la silla eléctrica constituía una crueldad inhumana. Finalmente, el 6 de agosto de 1890 tuvo lugar la ejecución ante 17 testigos. Después de una serie de preparativos el verdugo hizo descender la palanca y durante los siguientes 8 minutos el ambiente se llenó del perfume de la carne y el pelo quemados y del horror de los testigos, quienes intentaron infructuosamente abandonar el lugar. Cuando todo terminó, Westinghouse declaró: “Habría sido mejor si hubiera usado un hacha”. A partir del apellido del magnate surgió el término en inglés “to be westinghoused”, con el cual se designó a la electrocución durante algunos años. Así, la horca pasó a la historia en Nueva York.

Más tarde, J.P. Morgan compró todas las acciones de Edison en su compañía y la convirtió en la General Electric. Tesla hizo pasar corriente por su cuerpo y convenció, dándole la victoria de la guerra de las corrientes a la compañía de Westinghouse y permitiendo que el sistema más avanzado, el de corriente alterna, se convirtiera en el mayoritario para la distribución de energía en todo el planeta.///PACO