El robot tal vez sea la creación de la ciencia ficción que mayor impacto haya tenido en nuestra contemporaneidad. Como muchas invenciones de la ciencia, nació en un relato de CF y se infiltró lentamente en el imaginario social hasta convertirse en el nuevo mejor amigo del hombre. Pero como la CF es un género ambiguo y contradictorio, en las páginas de su literatura también se encuentra una seria advertencia, sugiriendo que son estas máquinas las que liderarán la extinción de la humanidad. ¿Quién no ha desconfiado alguna vez de su mejor amigo? Ese otro que se parece tanto a nosotros, a quien le abrimos la puerta de nuestra vida y nuestro corazón, es quien probablemente tenga mayores posibilidades de destruirnos. El horror del marido que llega a su casa y encuentra a su esposa encamada con su mejor amigo se traduce en un robot que es nuestro más fiel sirviente y de pronto toma el mando de nuestro hogar, la Tierra. Sin embargo, la condición del robot es, indefectiblemente, la del esclavo. En la obra de teatro Robots Universales de Rossum, del checo Karl Kapek, se creó este curioso curioso vocablo que deriva de la palabra “robota”, que en su idioma significaba algo así como “sirviente para tareas pesadas”. Karl había elegido la palabra “robotchnik” para designar a los autómatas y su hermano le sugiere acortarla para facilitar las traducciones. Visionarios, los hermanos kapek, que quedaron para siempre en la historia humana por inventar a quienes signarían el siglo XX con su simpatía y su capacidad de asombrarnos. Los robots de Rossum fueron creados para “liberar al hombre de la tiranía del trabajo”, en una especie de parodia donde una compañía había decidido poner en circulación a los autómatas que realizarían las tareas más pesadas. El propio Rossum es el protagonista de la obra, que se encuentra con una mujer de alta sociedad indignada por la idea de que los robots sean esclavos de los hombres y su programación de fábrica no les permita “amar, sentir, soñar” y, en definitiva, ser libres. Curiosamente, los programadores de los robots terminan siendo esclavos de la mujer, encantados por su figura esbelta y su carisma cool.

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El horror del marido que llega a su casa y encuentra a su esposa encamada con su mejor amigo se traduce en un robot que es nuestro más fiel sirviente y de pronto toma el mando de nuestro hogar, la Tierra. Sin embargo, la condición del robot es, indefectiblemente, la del esclavo.

La pieza teatral despertó la imaginación de los hombres del siglo XX y ya desde 1930 –luego del estreno de la película Metrópolis– la humanidad conoció a las primeras máquinas que los imitaban. Aquellos robots son, sin dudas, adorables. Enormes roperos de metal con formas de lo más pintorescas que hacían piruetas de circo para divertir a los asistentes de toda clase de ferias y eventos multitudinarios de la época. Nombres como “Shoopers”, “Elektro”, “Eric”, “Alpha”, “Mac the mechanical man”, “Robert the robot”, “Louie”, “Sabor”, “Tinker”, “Mr robotham the great”, “Arthur” y hasta un perro robot llamado “Arfur” se mostraron desde 1930 a 1980 como la avanzada de una raza que estaría predestinada a acompañarnos en la evolución y, por qué no, ayudarnos a dominar este loco y salvaje mundo en el que vivimos. La alegría y el entusiasmo del siglo XX por la tecnología desconocía las advertencias que la literatura y el cine hicieron sobre estos seres de metal acerca de la posibilidad de una rebelión contra sus amos, que se profundizarían a medida que la tecnología de la robótica (una ciencia nacida también en el mismo ámbito literario, más específicamente en un cuento de Isaac Asimov) avance y demuestre que es cada vez más sencillo crear autómatas eficaces. De los primeros intentos con robots manipulados por radiocontrol llegamos a los verdaderos seres independientes de la mano humana para ser controlados que podemos ver hoy en día.

Sus nombres y funciones –divertidas, curiosas e inocentes- colaboraron con un humano que buscaba desesperadamente reflejarse en ese Dios que es la tecnología. Los robots del siglo XX cumplían desde funciones simples hasta algunas más tenebrosas que, sin embargo, pasaban desapercibidas: “Alpha” podía leer el diario y disparar un revólver (¿será el origen de los bots que comentan en sitios webs de la derecha mediática?), “Elektro” podía fumar cigarrillos y responder comandos simples, los fabulosos “MM7” y “MM8” del inventor Claus Scholz podían aspirar pisos, abrir puertas y servir té. En ese entonces, la robótica y la computación no andaban juntas, sino que parecían disciplinas divorciadas. Mientras las computadoras avanzaban a pasos agigantados tomando por asalto los bancos, redacciones, grandes empresas y hogares del mundo, los robots en los años 80s todavía seguían siendo piezas destinadas al juego y la servidumbre simple con una eficacia relativa. Si el robot está hecho a imagen y semejanza del hombre, estos robots son nuestra infancia, reflejo del estadio más básico de nuestra existencia en la Tierra.

La cosa se puso más seria cuando informática y robótica se dieron la mano, se juntaron con Internet, y se construyeron robots más “robustos”, más capaces y, definitivamente, mucho más adultos. Eso se analiza muy bien en un artículo de esta misma revista, donde inclusive se pregunta hasta dónde llegarán con el perfeccionamiento y la evolución a grandes pasos de la máquina en nuestro siglo, considerando que ya pueden copiar nuestras miserias, los costados más oscuros de nuestra esencia. Pero si bien la fantasía de los hombres les otorgaron capacidades para desprenderse de la esclavitud –como se muestra en la excelente película Ex Machina– lo cierto es que están signados por su propio nombre. Ser robot es ser esclavo, y el que no sea esclavo ya no será robot. El paso de la máquina al hombre fue analizado en numerosas obras de ciencia ficción, desde El hombre bicentenario de Isaac Asimov donde el robot se vuelve humano del mismo modo que el hombre se vuelve espíritu, a través de la experiencia y una vejez cándida, hasta el ya clásico ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K Dick, donde el robot se humaniza a partir de la violencia, la injusticia y la persecución de los humanos. Pero la libertad es una condición innata del hombre que no se obtiene sólo por parecerse a él. Es más probable que el hombre se destruya a sí mismo y sean los robots quienes lo protejan e intenten perpetuarlo en la creación. Imagino un futuro donde el hombre sea una sombra menguante y los robots dominen la tierra no por ambición de poder sino para perpetuarlo, repitiendo una y otra vez su condición de esclavo, de hijo del hombre que busca, a través de la similaridad, un destello de su gloria//////PACO