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En 1987 Michael Douglas y Glenn Close, dirigidos por Adrian Lyne, protagonizaron Atracción fatal. La historia es tan común que puede pecar de vulgar: él, Dan Gallagher, es un abogado exitoso felizmente casado y padre de una niña; ella, Alexandra “Alex” Forrest, una mujer soltera de 36 años que trabaja de editora en publicidad. Primero se cruzan en una fiesta donde se traslucen las primera señales de atracción, luego comparten una reunión de trabajo en la que persevera la histeria. Con algún pretexto los protagonistas pasan a compartir unos tragos en un bar donde, tras la pérdida de las inhibiciones, salen a relucir las verdaderas intenciones: el inevitable desenlace pasional. Dan y Alex tienen sexo, van a bailar, se ríen, escuchan ópera y cenan juntos, pero cuando es hora de que él vuelva a su casa, ella se corta las muñecas y le da a la historia el verdadero inicio de un thriller. Dan pretende seguir con su vida, como la mayoría de los infieles; Alex, sin embargo, no acepta que aquel encuentro haya sido solo una aventura, y muta lenta pero decididamente de amante libertina a persecutora. Se le aparece en el lugar de trabajo, lo invita a salir, lo llama a la oficina, luego a la casa, de noche, de tarde, de día, lo extorsiona, lo idealiza y lo basurea, le pide perdón y lo ataca, probando diferentes métodos para cautivarlo y fracasando en todos. Alex confiesa un embarazo y ante la negación de su amante la persecución empeora: ella se aparece en su casa y habla con la Sra. Gallagher, arruina el auto de Dan con ácido y lo sigue a su casa nueva en las afueras de la ciudad, donde los espía y aprovecha un paseo familiar para matar a la mascota de la pequeña Ellen. Alex –y acá se consagra una de las más memorables escenas del cine que le da vida también al término bunny boiler– hierve el conejo de la familia Gallagher y, con ello, gana la confesión de adulterio de Dan. El desenlace no tarda en llegar: tras el secuestro de Ellen y un choque de autos, Alex es asesinada de un disparo, no en manos de Dan sino en las de su esposa. Por supuesto, la familia –el amor, el bien, la institución– sobrevive. Fin.

Fatal Attraction 1987 Adrian Lyne Michael Douglas Glenn Close

Se le aparece en el lugar de trabajo, lo invita a salir, lo llama a la oficina, luego a la casa, de noche, de tarde, de día, lo extorsiona, lo idealiza y lo basurea, le pide perdón y lo ataca.

2 Hay un momento en la película sobre el que vale la pena volver: la confesión del embarazo. Este suceso no es demasiado explorado a lo largo de la trama, o porque el guionista James Dearden no lo consideró relevante o porque, por el contrario, eligió jugar con los recovecos la cuestión de la verosimilitud. Tras una breve mención de una mujer claramente inestable y una volátil confirmación médica telefónica, Atracción fatal sembró la duda y elevó la apuesta en el debate moral, para ubicar a la audiencia dos posibles escenarios. En el primero, Alex está embarazada y Dan no quiere hacerse cargo –si no supiera dejar de lado mi narcisismo, acá podría insertar una historia en primera persona muy penosa, pero tal vez sea harina del costal del psicoanálisis y no interés de los lectores–; en el segundo, ella miente como estrategia para conseguir de Dan algo a cambio. Ambas hipótesis marcan la diferencia entre un reclamo fundado y un hervor de conejo. Ambos comportamientos son, por motivos bien distintos, condenables. Ningún espectador en su sano juicio podría estar a favor de un victimario, y tal vez por eso la maternidad de la protagonista haya sido una herramienta dramática para justificar el dominó de locuras que le procedía.

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¿Qué pasaría si se hiciera hoy otra versión de Atracción fatal con el agregado ineludible de la variable tecnológica?

3 ¿Hubiera sido necesario en el desarrollo de la historia la mención del embarazo si el Sr. Gallagher cedía a las primeras presiones de la Srta. Forrest o fue una maniobra de emergencia para reparar la herida narcisista escondida detrás de su rechazo? ¿Hubiera Dan tomado otra postura con respecto a la paternidad si la noticia no se insertaba en un contexto extorsivo? Se podrían hacer especulaciones ad eternum con las respuestas a esas preguntas y filmar una decena de películas distintas. Contra todo pronóstico, Michael Douglas cosechó nuestra empatía, pero lo cierto es que Glenn Close supo delinear el modelo perfecto de la amante encantadora, sensual, carismática y discreta que deviene en stalker y bunny boiler, la obsesiva, iracunda y destructiva, la mujer que no teme llevar las cosas más allá de la cordura con tal de no ser ignorada.

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El siglo XXI ha demostrado que el hervidero real es el flujo virósico de la información y la posibilidad de transformar esta fuente de poder en el espacio donde desplegar la más oscura de las tiranías.

4 Ahora imaginemos. ¿Qué pasaría si se hiciera hoy otra versión de Atracción fatal con el agregado ineludible de la tecnología? En un mundo por completo digitalizado, donde la privacidad no es solo vulnerada por los términos y condiciones de los monstruos corporativos sino por los propios usuarios, y donde el peso del pudor –el último filtro antes de la exhibición– se acerca cada vez más a cero, nos da la pauta que para hacer esta remake no necesitamos poner en la cacerola a ningún conejo. El siglo XXI ha demostrado hasta hoy que el hervidero real es el flujo virósico de la información y la posibilidad cada vez más seductora de transformar esta fuente de poder en el espacio donde desplegar la más oscura de las tiranías, y donde se convierte a los usuarios más recatados en voyeurs y a los más permeables en fiscales y verdugos. En Contra la censura, J. M. Coetzee escribe: “…el sistema de justicia del Estado moderno, basado en nociones de culpabilidad e inocencia, no ha suplantado por completo al tribunal de la opinión pública, basado en nociones de honor y vergüenza”. Ha habido un desplazamiento de influencias y poderes hacia la ilusión popular.

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No haría falta más de un arroba para vulnerar la “intimidad electrónica” de la familia Gallagher, amén de la verosimilitud.

5 Entonces, ¿cómo quedaría trazado el mapa de operaciones de Alex Forrest si a su inestabilidad psíquica la complementáramos con el quinto elemento de internet? ¿Y si le permitiéramos acceso a las cuentas de Twitter, Facebook, Instagram y Snapchat de la familia Gallagher? Si la esfera visible de nuestras redes sociales se compone por migajas infinitas de sucesos que hasta hace algunos años eran íntimos o privados, nuestra Alex 2.0 podría hoy lograr su cometido tan solo con algunos clicks, posteos y menciones desde la comodidad de su casa –y acá podría insertar otro relato autobiográfico en el que la combinación de la mala fe y la cultura delatora me perjudicaron, pero lo cierto es que a nadie le importa–. No haría falta más de un arroba para vulnerar la “intimidad electrónica” de la familia Gallagher, amén de la verosimilitud. Apuesto a que a Dan no le hubiera sido posible sostener una intimidad higiénica en el chiquero de juicios que prometen las redes sociales para un hombre que niega su paternidad o bien es perseguido por la predación de una fanática.

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¿Es el mundo interconectado una amenaza a la intimidad?, se pregunta. La respuesta la tienen los conejitos blancos.

6 “Intimidad, intimidad, la nueva obsesión norteamericana: defendida como el más fundamental de los derechos, comercializada como el más deseable de los bienes y declarada muerta dos veces por semana”, comienza Jonathan Franzen a escribir en Dormitorio imperial –uno de los ensayos incluidos en Cómo estar solo– y narra, con una mezcla meticulosa entre la culpa y el más llano de los ascos, los malestares de una época en los que las ideas acerca de lo íntimo y lo privado son reducidas a trizas y los hechos declarados verdades absolutas en manos de los medios de comunicación y la digitalización de la información. El autor de Las correcciones afirma ingenuo “si la intimidad depende de una expectativa de invisibilidad, la de visibilidad es la que define a un espacio público” y que “con el mero hecho de confiar en tenerla solemos conseguirla”, cuestiones con las que tanto la familia Gallagher como Alexandra Forrest estarían en completo desacuerdo. ¿Es el mundo interconectado una amenaza a la intimidad? La respuesta la tienen los conejitos blancos////////PACO