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Harry Harlow, el perverso que salvó al amor

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Harry Harlow fue un psicólogo estadounidense, hoy recordado por sus estudios sobre La naturaleza del amor. Sus investigaciones cambiaron el paradigma de la psicología norteamericana del siglo XX, que, signada por el conductismo, desdeñaba todo valor del afecto para el equilibrio psicológico. Médicos y psicólogos recomendaban a los padres reducir las caricias y el cariño hacia sus hijos a cero, ya que esto retrasaría el desarrollo, induciendo debilidad e inhabilidades adaptativas. Había cuidadosos experimentos y cálculos comportamentales numéricos y precisos para probar que el intercambio emocional debía ser extirpado. Harlow, probando lo contrario a través de sus experimentos en monos rhesus, desarticuló este consenso y llegó a la presidencia de la American Psychological Association (APA) en el año 1958. Es también recordado porque su forma de experimentar con los monos rhesus fue uno de los factores que originaron el surgimiento del movimiento de liberación animal de los Estados Unidos.

Desde el inicio de su investigación encontró resistencias en el canon científico de la época, comenzando por el nombre con el que etiquetó el proyecto: usar el término “amor”, en lugar del extendido y aceptado “apego”, sonaba, a la vez, demasiado extravagante, demasiado pop y demasiado inconsistente. Así comienza el artículo The nature of love, resultado de su investigación con los primates, publicado en agosto de 1958:

El amor es un estado maravilloso, profundo, tierno y gratificante. Debido a su naturaleza íntima y personal, algunos lo consideran un tema impropio para la investigación experimental. Pero, cualesquiera que sean nuestros sentimientos personales, nuestra misión asignada como psicólogos es analizar todas las facetas del comportamiento humano y animal en sus variables componentes. En lo que se refiere al amor o al afecto, los psicólogos han fracasado en esta misión. Lo poco que sabemos sobre el amor no trasciende la simple observación, y lo poco que escribimos sobre él lo han escrito mejor los poetas y los novelistas. Pero más preocupante es el hecho de que los psicólogos tienden a prestar progresivamente menos atención a un motivo que impregna toda nuestra vida. La aparente represión del amor por parte de los psicólogos modernos contrasta agudamente con la actitud adoptada por los famosos o la gente común. (…) La palabra «amor» tiene la frecuencia de referencia más alta de todas las palabras citadas en el libro de citas familiares de Bartlett. (…) Los hombres pensativos, y seguramente todas las mujeres, han especulado sobre la naturaleza del amor.

Sumado a la elección del término y a que finalmente los resultados de su investigación contradijeron al conductismo norteamericano y a las teorías del apego psicoanalíticas, encabezadas en aquel momento por el inglés Jonh Bowlby, muy pronto comenzó a generar rechazo en toda dirección por la forma en que etiquetaba sus experimentos con los monos rhesus. Luego de estudiar el “amor” en esta especie comenzó a intentar inducir depresión en los monos, para estudiar luego la cura, y en la última etapa se dedicó a intentar fabricar monos esquizofrénicos mediante privaciones infantiles, para también estudiar su sintomatología y cura.

Mientras la terminología habitual en experimentación animal se sobrecarga de eufemismos formales para suavizar los experimentos, Harlow se comportaba al revés. Normalmente, en lugar de escribir que los animales de investigación fueron asesinados, se escribe que el experimento fue «terminado». Incluso se usa el término “sujeto” por sobre “animal”, para alejarlo aún más. Por el contrario, los experimentos de Harlow tenían la terminología más estrambótica y cruel: los montajes incluían un dispositivo de apareamiento forzado al que nombró rape rack (perchero de violación), madres artificiales de las crías que les infligían estímulos aversivos a las que llamó iron maidens (doncellas de hierro), y cámaras de aislamiento que nombró pits of despair (pozos de la desesperación), que eran el instrumento que inducía la depresión en los monos. Para esos estudios algunos de los monos fueron mantenidos en aislamiento solitario durante quince años. El propio Harlow sufrió de depresión toda su vida y explicaba ese rasgo por la privación del cariño de su madre debido al hecho de ser uno de los hijos del medio de cuatro hermanos, en analogía directa con los resultados de sus investigaciones en los monos rhesus: “…puede que haya perdido cierto tiempo porcentual de afecto materno, y esta privación puede haber determinado que haya sido un adolescente consumidor y un adulto solitario”. Al morir su segunda esposa en 1971, su depresión se profundizó al punto de que se hizo tratar con terapia electroconvulsiva, método subsidiario para casos en que los síntomas depresivos no responden a los fármacos ni a la terapia. En 1972 volvió a casarse con su primera esposa, Clara Mears, de la que se había divorciado veintiocho años antes, y vivió con ella hasta morir en 1981.

Los experimentos que consagraron a Harlow consistían en lo siguiente: separaba a los monos de sus madres y confeccionaba para ellos madres sustitutas. Algunas de estas madres sustitutas eran de tela, otras de alambre. A las madres de alambre se les colocaba un biberón. El mono podía optar por la madre de alambre que tenía el biberón -lo que hubiese confirmado la idea dominante en la época de que el afecto de la cría hacia la madre era una respuesta aprendida asociada con la comida- o podía elegir a la madre de tela, lo que indicaba que lo más importante del vínculo materno-filial era una sensación de confort y seguridad que provenía del tacto. La preferencia de los monos por las madres de tela confirmó esta última hipótesis.

Sin embargo, los estudios de Harlow también cuestionaron la preeminencia de las madres como sujeto primordial del desarrollo afectivo. Ello se derivaba directamente del hecho de que si lo fundamental en el afecto no era la leche materna, esa especificidad perdía su base. Para estudiar este tema, separó dos grupos de monos: unos tuvieron un adecuado contacto materno, pero una privación total del contacto con sus pares; el otro grupo, al revés, privación materna absoluta y contacto normal con los pares. Cuando los monos crecieron, los resultados más graves se verificaban en aquellos que habían sido privados del contacto con los pares, con graves deformaciones en su comportamiento afectivo, sexual y social. Ello lo llevó a concluir que lo verdaderamente importante era el vínculo social, y que el lugar privilegiado del vínculo materno-filial para el desarrollo saludable no se encontraba justificado. Es ahí que choca con el psicoanálisis. El mismo Bowlby receptó con entusiasmo los primeros trabajos de Harlow, que desarmaban la idea conductista de que el afecto materno se explicaba por su simple asociación con el alimento, pero ignoró por completo los resultados de esta segunda tanda de experimentos, que contradecían la centralidad materna. Dice Harlow sobre Freud, en una entrevista realizada por Carol Tavris en la revista Psychology Today publicada en abril de 1973 y titulada Harry Harlow talks:

“A Freud nunca se le ocurrió que había otros sistemas afectivos por fuera del materno. Se dice de Freud que después que escapó de la Alemania Nazi y fue a Inglaterra a vivir con su hija, reconoció el poder del amor entre pares al ver jugar a sus nietos. Al parecer estaba muy ocupado viendo jugar a sus nietos y muy viejo para cambiar su teoría”.

En esa misma entrevista dice sobre sus experimentos:

“Lo único que me importa sobre los monos es si me van a dar algo interesante para publicar. No tengo ningún amor por ellos, nunca lo he hecho. No me gustan los animales. Desprecio a los gatos, odio a los perros. ¿Cómo te puede agradar un mono?”.

Suomi, uno de sus estudiantes y seguidores, abandonó el grupo de Harlow porque los experimentos “le daban pesadillas”. Veinticinco años después de haberlo nombrado presidente, con Harlow ya muerto, la APA clausuraría todas sus investigaciones por motivos éticos.

En esa entrevista con Carol Travis, quizá por los factores inespecíficos que surgen del diálogo, puede verse con más nitidez la personalidad de Harlow. Se nota en él una forma infantil de ser provocativo que recuerda mucho a Donald Trump, con su atractivo correspondiente, quizá más explicado por la simpatía o la sorpresa extraña que produce un temperamento caprichoso, al que se le ven todos los hilos, en sujetos de alto rango y exposición, que por la simpatía en sí misma. (En efecto, fue presidente de la APA durante un gobierno republicano y se puede entender fácilmente su personaje si uno piensa en cualquier senador del partido republicano que disfrute de la exposición y de irritar, en términos actuales, a la cultura woke, que en el caso de Harlow estaría en el feminismo y el movimiento animalista; sin embargo, su foto estrechando la mano del presidente demócrata Lyndon Johnson colgaba orgullosa en su despacho). A sabiendas de la militancia feminista de la periodista, sin que ella traiga el tema a colación, insiste una y otra vez con el tema: “Dios creó dos especies, una llamada hombre y otra llamada mujer. Puedo decirte la diferencia entre ellos: el hombre es el único animal capaz de hablar y la mujer es el único animal incapaz de no hablar”. Son curiosas las otras entradas de esa edición de la revista, que en orden quedan así: Life Without Choice – Ten Dodges Used To Avoid Life-Changing Decisions / Why Women Drink? / Transactional Analysis (una teoría y método terapéutico derivado del psicoanálisis): A Populist Movement/ Aggressive Child / Harry Harlow Talks. Arriba se consigna que la revista cuesta un dólar. Luego de esa afirmación de Harlow, el tema entra en escena, y él dice que, por ejemplo, ha chequeado en los monos rhesus la tendencia de las hembras humanas a agruparse a un lado y hablar mal de otras mujeres, y que es efectivamente natural. Luego dice que los hombres están diseñados por Dios para luchar y las hembras para hablar, y sobre un hombre que intenta argumentar en una discusión de pareja: “Pobre idiota. Nunca ganará.”. Después agrega que su mujer era demasiado inteligente como para militar en el movimiento feminista.

Esta insistencia respecto de hombres y mujeres también aparece en el primer comentario a una publicación de la Association for Psychological Science que recuerda la entrevista con Tavris. Una usuaria llamada Charlan Nemeth comentó en enero de 2012 que fue su alumna en la Universidad de Wisconsin a principios de los sesenta y que esa nota le traía “maravillosas memorias”: que una vez Harlow dando una clase sobre aprendizaje había usado su apellido para hacer un punto sobre mnemotecnia, reorganizando sobre el pizarrón las letras de Nemeth a The Men y rematando: “lo único en lo que piensan las mujeres”. Después agrega que Harlow se sabía el nombre de un solo estudiante y llamaba por ese nombre a todos los otros trescientos.

Curiosamente, la presentación escrita de su estudio The nature of love terminaba con una conclusión concordante con el feminismo de la época:

Si las investigaciones realizadas y propuestas hacen un aporte, lo agradeceré; pero también he pensado detenidamente en posibles aplicaciones prácticas. Las demandas socioeconómicas del presente y las amenazadas demandas socioeconómicas del futuro han llevado a la mujer estadounidense a desplazar, o amenazar con desplazar, al hombre estadounidense en la ciencia y la industria. Si este proceso continúa, el problema de las prácticas adecuadas de crianza de los hijos se nos presenta con una claridad sorprendente. En vista de esta tendencia, es alentador darse cuenta de que el hombre estadounidense está físicamente dotado de todo el equipo realmente esencial para competir con la mujer estadounidense en igualdad de condiciones en una actividad esencial: la crianza de los bebés. Ahora sabemos que las mujeres de las clases trabajadoras no son necesarias en el hogar debido a sus capacidades primarias de amamantamiento. Pero cualquiera sea el curso que tome la historia, es bueno saber que ahora estamos en contacto con la naturaleza del amor.

 Harlow insistía una y otra vez con que lo único que le importaba eran los humanos, cómo generalizar los experimentos en monos hacia los humanos, ya que sentía hacia las personas “un cariño esencial”: “La única razón para usar monos en vez de ratas es que los datos se generalizan mejor hacia los humanos. No le pido a más nadie que estudie en monos. Pueden dedicarse a estudiar piojos y cucarachas si con ello se sienten más tranquilos”. Y sobre sus comienzos vocacionales: “El primer curso que me estimuló intelectualmente fue un curso de zoología para estudiantes de primer año que tomé en Reed College. Pero me hicieron diseccionar una rana muerta y detesté diseccionar ranas muertas. Así que decidí buscar una ciencia que fuera como la zoología pero que no se especializara en ranas muertas”. Su insistencia en provocar y exagerar su indiferencia hacia los animales le hizo ganar fuertes detractores. Sobre los nombres que les ponía a las postas de experimentación contestaba: “ya sabes, me gusta llamar la atención de la gente”. En la primavera del año 2000, diecinueve años después de la muerte de Harlow, el odio que se había ganado no cesaba: militantes animalistas amenazaron de muerte a su estudiante Gig Levine y a su familia: “Tú y Harlow, tu figura paterna sádica, son más enfermos, faltos de ética y sedientos de sangre que cualquiera de los enjuiciados en Núremberg”.

Estos ataques contra pares y estudiantes de Harlow se desencadenaron tras su muerte, al comienzo de la década del ochenta, bajo el liderazgo de un militante llamado Alex Pacheco, fundador de PETA (People for Ethical Treatment of Animals). Este proceso es contado por Deborah Blum en su libro sobre Harlow Love at the Goon Park (2002) (“goon” sería el equivalente del más actual “bully”). Pacheco empezó infiltrándose en los laboratorios de Edward Taub, un famoso investigador en primates que estudiaba lesiones en el sistema nervioso. En esa infiltración, tomó fotos del estado del laboratorio, muy sucio, con cucarachas subiendo y bajando los barrotes de las jaulas de los monos (a diferencia de los laboratorios de Harlow, que se distinguían por su limpieza, según cuenta Blum). Pacheco denunció la situación en la policía de Montgomery y difundió las fotos en los diarios. Un científico en apoyo de Taub intentó defenderlo diciendo que las cucarachas eran proteína para los monos. Pacheco cumplió sus objetivos con creces. La opinión pública se sensibilizó y se expandió la idea de que “los científicos practicaban maltrato animal a expensas de los pagadores de impuestos”. Taub perdió los monos, el laboratorio y su cargo. A partir de allí, PETA tomó como objetivo a los estudiantes de Harlow. Se quemó un muñeco con la cara de uno de ellos, Bill Mason, frente al centro de primates de UC-Davis. La casa de otro, Jim Sackett, fue esparcida con ratas muertas. Mason dice que el hecho de que todo haya estallado tras la muerte de Harlow parece a propósito, perfectamente calculado: “Es como si hubiese dicho: ‘no voy a estar por aquí dentro de diez años, me gustaría dejar detrás de mí un gran lío’”. En este contexto, el número de citas a los trabajos de Harlow disminuyó drásticamente.

Pese a esta caída en el reconocimiento académico de su trabajo (el libro de Blum forma parte de una especie de operación reivindicativa en torno a su figura, con los reproches pertinentes respecto del maltrato animal) su trabajo cambió por completo los estudios afectivos y las técnicas de crianza recomendadas por el campo científico. Todo el caso parece una moraleja artificiosa, demasiado escolar si no fuese cierta, sobre las paradojas éticas de la experimentación animal. Un científico excesivamente sádico, que incluso exagera ese rasgo en sus declaraciones y en las descripciones de sus experimentos, y cuyas investigaciones tuvieron incalculables externalidades positivas. El mismo Harlow era consciente de ello y jugaba con ese pliegue: “Recuerden, por cada mono maltratado hay un millón de niños maltratados. Si mi trabajo va a señalar eso y a salvar un millón de niños humanos, no puedo preocuparme demasiado por diez monos”.

Según registra Deborah Blum, aquella mención a poetas y novelistas al comienzo de The nature of love no era casual. Harlow siempre había tenido una vocación por la escritura, y aun muy avanzada su carrera estudiantil seguía considerando a la literatura su verdadero talento. Harlow apunta que ello ocurrió muy tempranamente, en que se encontró escribiendo “espontáneamente en verso” un texto que le habían pedido en la escuela. Durante su estadía de formación en Stanford siguió escribiendo versos y rimas, guardándoselas para sí mismo. Años más tarde, por el contrario, quizá envalentonado por su éxito profesional -también tenía de joven una gran dificultad para pronuncia la letra r, que luego se esfumó- ya era un poeta totalmente pródigo: enviaba rimas por correo a sus amigos y socios comerciales y dejaba versos improvisados en los escritorios de sus estudiantes. Durante toda su carrera también supo hacerse tiempo para pintar, interés que también había cultivado desde joven. En los paréntesis de trabajo pintaba paisajes fantásticos en tinta y papel de colores.

También en Stanford estudió bajo la dirección de Walter Miles, un experto en visión que luego diseñaría gafas nocturnas para los aviadores de la Segunda Guerra Mundial. Su relación comenzó cuando Harlow era su estudiante y Miles le ofreció un trabajo: encargarse de la colonia de ratas que tenía en el garaje de su casa en Palo Alto. Harry Harlow se volvió cercano de la familia Miles y narra cómo fantaseaba con seducir a su hija, que describe con las palabras disarmingly beautiful. Miles los vió una mañana conversando en el garaje y “gentilmente desalentó esta ilusión platónica. Tenía aspiraciones más altas para su hija, y así fue.”

Luego Harlow continuó su formación bajo la guía de Calvin Stone, un conductista animal editor del prestigioso Journal of Comparative and Physiological Psychology. Se conoce a Stone como un científico meticuloso y severo. Harlow narra que en una ocasión apareció ante la vista de su mentor mordido por una rata, sangrando copiosamente, y que eso no estuvo ni cerca de detener la exposición de Stone, que continuó con la detallada discusión del experimento, describiendo el diseño de los aparatos y los planes de testeo.

Más allá de esa rigurosidad noble, Stone aparece para Harlow como el científico sin talento, como el técnico que no puede dejar de serlo, como el buen alumno de la ciencia que carece del fuego sagrado, del genio. Esto se ilustra en el mantra de Stone, push the domain of science forward inch by inch, que delineaba la épica de un estoicismo aplicado, y que luego Harlow mencionaría, recordando a su profesor pero diferenciándose de ese espíritu, y en esa diferenciación, tiñendo a la frase de una ironía inevitable, como si Stone hubiese sido un cavernícola: “era un hombre que quería hacer avanzar los dominios de la ciencia centímetro a centímetro”.

Su último mentor fue Lewis Terman, un pelirrojo que se dedicaba a estudiar la inteligencia y había desarrollado el test Stanford Binet de IQ que se usaba en la universidad. La obsesión de Terman por su objeto de estudio se extendía a una obsesión por la inteligencia de sus alumnos, con modos de selección muy estructurados y un entrenamiento intenso que le permitiera sacar lo mejor de ellos. Una de las alumnas estudiada por el grupo de Terman por tener un IQ superior a 150 era Clara Mears, la que terminó siendo dos veces esposa de Harlow. Terman fue quien le dijo a Harry Israel -su nombre original- que se cambiase el apellido porque sino le sería imposible ubicarlo en posiciones académicas de alto rango: “dijo que no importaba si Harry era judío o no, el problema es que su nombre sonaba judío”. Harlow cuenta que directamente le dio a Terman a elegir el apellido, entre dos opciones: Crowell, como su tío, y Harlow, como el segundo nombre de su padre: “Terman eligió Harlow y, hasta donde sé, soy el único científico en la historia con un nombre puesto por su superior”.

El asunto del nombre ya había sido motivo de conflicto desde la noche de Halloween de 1905, día en que Harry nació, pero en este caso era el primer nombre. Un 31 de octubre, en el pueblo de Fairfield. “En media hora ya había generado una violenta disputa familiar”, cuenta Harlow. La anécdota es así: su tía Nell había viajado desde Portland para llegar y ser la primera en alzar al bebé. Durante la espera, los dos hermanos mayores de Harry le insistieron para que los llevara a dar una rápida vuelta de dulce o truco. Cuando volvieron, el bebé ya había nacido y estaba en brazos de su tía Harriet, que no había atravesado ninguna hazaña rutera para obtener ese galardón: vivía a media cuadra. Los padres, bajo un criterio de justicia que no contemplaba excusas, llamaron al bebé Harry, en honor a su tía. Luego sus padres se mudaron a Iowa y allí se crió. Siempre se refería a ello con sorna, retratándolo como un pueblo rural y de gente bruta. Dicen que cuando en la escuela le preguntaron qué quería ser cuando fuese grande, contestó: “famoso”////PACO