Miércoles 27 de junio: Nicolás Mavrakis y Alejandro Soifer entrevistaron a Julian Assange, fundador de Wikileaks, en relación a la publicación en Argentina de su libro Criptopunks. Arriba puede verse la entrevista completa, en inglés y sin subtítulos.
Desde hace un año, Julian Assange pasa sus días refugiado en la embajada de Ecuador en Londres, la más incandescente de las 115 residencias diplomáticas en Inglaterra. Cada día recibe algunas visitas y algunas intimidaciones. Aún así, su vida privada permanece en el misterio. Se sabe que se alimenta con mucha pizza y comidas al paso. Su vida pública, en cambio, parece cada vez más diseñada a los fines de la supervivencia de un legado que a la supervivencia de un hombre.
Scotland Yard invierte 12.700 libras diarias en el equipo de policías que vigilan cualquier intento de fuga. En Hollywood, el «actor más sexy de Gran Bretaña», Benedict Cumberbatch, lo interpreta para la película The Fifth Estate, a estrenarse en noviembre. La vertiginosa mutación de Assange, que pasó de hacker libertario a celebridad internacional, y de criminal buscado a personaje de celuloide, sin embargo, puede no resultar extraña. ¿Es la clase de futuro ambiguo que le espera a quien en 2010 vulneró desde la web la información diplomática del Departamento de Estado de los EE. UU. y expuso los delicados, manipulables y peligrosos modos en que se construye la información que resuelve el destino de vidas y estados nacionales?
Dentro de la embajada de Ecuador, el problema más inmediato de Assange sigue siendo cómo salir de la embajada de Ecuador. El plan principal consiste en apelar a la fuerza y a los mecanismos de esa misma maquinaria democrática cuyas vulnerabilidades —y no solo técnicas— la organización Wikileaks conoce muy bien. Para eso, Assange trabaja en su propia candidatura a senador en su Australia natal. El partido ya tiene presidente: John Shipton, arquitecto, padre de Assange y uno de sus pocos familiares —que incluyen a una ex esposa y dos hijos— cuyo paradero no es secreto. De triunfar en la elección de septiembre, Assange podría evitar gracias a la inmunidad diplomática del cargo la amenaza de extradición a Suecia por un caso de supuesto abuso sexual y —lo que el Pentágono realmente desea— la extradición a los Estados Unidos para ser juzgado por espionaje.
En el camino, como en toda épica heroica, algunos aliados lo han abandonado. «Assange cree estar por encima de la ley y solo espera devoción por parte de sus seguidores», dijo la periodista y editora Jemima Khan —popular en Inglaterra por haber salido durante tres años con el actor Hugh Grant— en febrero de este año, luego de ayudar al fundador de Wikileaks a reunir fondos para su organización. A cambio de la apostasía de Khan, que acaba de estrenar el documental de la que fue productora ejecutiva, Nosotros robamos secretos: La historia de Wikileaks, Assange condenó la película antes de verla. «Ese título no es ético en el contexto de acciones judiciales aún abiertas», escribió en Twitter.
Pero entre la gestión diaria que demanda Wikileaks y las miserias cotidianas del apretado asilo político en la pequeña porción de territorio ecuatoriano en Londres, Assange no ha dejado de producir contenidos que defiendan su nombre y aspiren a prolongar la compleja batalla cultural por el sentido de sus logros. Programas de televisión online como World Tomorrow, con entrevistados tan variados como los filósofos Slavoj Žižek y Noam Chomsky, el presidente Rafael Correa o el ciudadano inglés de origen pakistaní Moazzam Beb, detenido y encarcelado sin pruebas en la base de Guantánamo durante tres años, o libros como Cypherpunks, «impreso bajo demanda» y escrito junto a una elite de hackers especializados en criptografía —disciplina casi ignota y que define el verdadero carácter vulnerable o no de nuestras vidas online—, son algunas de las misiones que el año pasado, entre la lógica del pedagogo y el profeta, Assange continuó lanzando al mundo.
Mientras defiende la causa de Bradley Manning, el soldado norteamericano que colaboró con Wikileaks y que en junio comenzó a enfrentar su juicio en Estados Unidos —con una probable condena de por vida por delante— acusado de sustraer documentos de guerra secretos sobre Iraq que «podrían haber ayudado a los enemigos de los Estados Unidos», Assange terminó de compilar el registro diplomático del ex Secretario de Estado de los EE. UU. Henry Kissinger. A los 89 años, el buen pastor de la Guerra Fría se convirtió en la nueva obsesión de Wikileaks bajo lo que Assange argumenta como contracara del mismo principio que orbita ahora sobre su destino: «No se puede confiar al gobierno de EE. UU. la historia de sus interacciones con el mundo». Aunque los documentos eran públicos, Wikileaks los organizó y los volvió accesibles de manera tal que eventos como los bombardeos secretos a Camboya, durante la guerra de Vietnam, o las injerencias en el golpe contra Salvador Allende en Chile —ambos endilgados a las gestiones de Kissinger, Premio Nobel de la Paz en 1973— expongan a un nuevo público las sombras recurrentes del mismo poder político y militar que ahora pretende silenciar a Assange (a quien, por otro lado, el presidente ruso Vladimir Putin sugirió como candidato al Nobel).
Hace semanas, por otro lado, se conoció una conversación secreta de cinco horas entre Assange y Eric Schmidt, presidente ejecutivo del sitio de información probablemente más antagónico para Wikileaks: Google. Durante una investigación para su último libro, el presidente de Google se revela sorprendido y fascinado ante un Assange que descubre para él qué es Bitcoin (un modelo monetario digital paraestatal de vanguardia), cuáles son los últimos avances en investigación genética (a través de YouTube) y que le confiesa no usar correo electrónico (por peligroso) y comunicarse con su staff a través de teléfonos y SMS encriptados.
Al día de hoy, a las puertas de las mismas instituciones estatales que buscan apagar su poder revulsivo, forzado a la austeridad ascética del encierro y tan al borde de una condena contra la libertad de su cuerpo como de la tergiversación de su verdadero proyecto a través de los medios y el cine, lo indudable es que Julian Assange le ha otorgado a internet una gravedad ontológica y política tras la cual la web ya no podrá volver a ser imaginada como una plataforma meramente ociosa y banal. Pero, al mismo tiempo, Assange ha tomado la precaución de no ceder su legado a ningún heredero. Y es ahí donde su apuesta resulta aún más ambiciosa que la de cualquiera de sus potenciales captores.
Casos como el de Edward Snowden, que hace pocas semanas usó su acceso laboral a la bases de datos de la NSA (National Security Agency) para filtrar información secreta sobre los modos en que Estados Unidos espía a sus ciudadanos (y luego escapó a Hong Kong) provocaron en Assange apenas un consejo: «Le recomiendo que se refugie en Latinoamérica», dijo a través de CNN desde la embajada de Ecuador.
Convertido él mismo en información digital inabarcable, incatalogable, reciclable y con el potencial permanente de volverse performativo y teórico a la vez, ¿busca Assange convertirse más en un ánimo de acción digital antes que en un tradicional modelo de rebeldía personal? El tiempo lo dirá, pero el presente envía ya sus señales.///PACO
(*) Parte de los contenidos fueron producidos en colaboración con Infobae.