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Hablemos de narcotráfico

 

Pocos fenómenos definen la realidad latinoamericana y su inserción global como el de las dinámicas implicadas en el tráfico de drogas ilegales. Bajo la ambigua nominación de narcotráfico, sustancias como la cocaína, la heroína, la marihuana y otras de producción sintética, son producidas y comercializadas -además de consumidas- en y desde la región al resto del mundo. Toda la cocaína consumida en el globo, desde los mercados más pequeños hasta los de mayor magnitud proviene de países latinoamericanos; lo mismo acontece con una porción nada despreciable de la heroína, varias de las drogas sintéticas entre las que se hallan los cristales de metanfetamina y hasta no hace mucho con gran parte de la marihuana previo al cambio de su status legal en muchos países y la propensión al auto-cultivo. Solo considerando la cocaína, para el 2009, su tráfico ilegal representó un monto cercano a los 85.000 millones de dólares -el equivalente al 0,5% del PBI mundial-. Si tomamos como punto de partida que en un 80% el consumo de esa sustancia se dio en Estados Unidos y Europa, podemos señalar un eje preciso por el cual la periferia se vincula con el centro. Como el “aleph” borgiano, el narcotráfico concentra en las dinámicas que lo componen la totalidad de las fuerzas que determinan la actualidad del orden global. No existe fenómeno alguno que más tarde o más temprano no se manifieste en su seno.

Desde una dimensión retórica y discursiva, la ambigüedad del término es una primera forma de configurar la metáfora borgiana. Nada en él agota la multiplicidad de facetas de la realidad que etimológicamente refiere. Nominar como narcótico a la totalidad de las sustancias ilegalizadas es incorrecto en razón de dos motivos. El primero es que hay varios narcóticos de curso legal y nadie osa llamar a quien los comercializa “narcotraficante”. El segundo es que dentro de las sustancias ilegalizadas existen otros términos científicamente legitimados para nombrarlas: sustancia psicoactiva, droga y estupefaciente. También, al igual que en el caso de los narcóticos, muchas de estas son legales. Vinculada a esta situación, otra fuente de ambigüedad proviene de adentrarnos en los motivos por los cuales desde hace más de un siglo han sido ilegalizadas determinadas sustancias. En sociedades que se jactan de su carácter secular, el discurso que en teoría legitima la prohibición es el proveniente del campo de la salud. Según esta perspectiva, la prohibición no tendría motivos morales y/o religiosos, sino científicos. Serían estos y no otros, los que justifican la gran cantidad de recursos económicos y humanos que implican la prohibición como la mejor estrategia de evitar el consumo. Sin embargo, el discurso médico científico al afirmar que: muchas sustancias legales son mas nocivas que muchas ilegales, que la nocividad en el consumo depende de varios factores, que hay una distinción entre lo que es el consumo problemático del ocasional, que en gran medida el daño fisiológico en los sujetos consumidores está íntimamente relacionado a la adulteración de las sustancias producidas en condiciones de clandestinidad y las formas de consumo, más que la sustancia per se, inhabilita su uso como sostén incuestionable del prohibicionismo. Esta situación evidencia la omisión de las consecuencias performativas proveniente de este discurso, ya que nada indica que una política pública estructurada a partir de un criterio científico de la salud para paliar las consecuencias del consumo problemático de cualquier sustancia implicaría al paradigma securitario o de la defensa.

El problema de salud que se explica desde el discurso científico no es razón suficiente para justificar el prohibicionismo, aunque en no pocas ocasiones se acuda a él. Surge entonces un ensamble discursivo que no contempla una armonía que atienda las reglas inherentes a cada uno de ellos para justificarlo. Si en un primer nivel es perceptible una retórica científica, conforme se profundiza la indagación comienzan a florecer ejes discursivos morales, religiosos y estéticos para justificar el prohibicionismo. De allí que este no obtenga la legitimidad discursiva que en teoría se espera en una sociedad secular. El otro elemento que permite retomar la metáfora borgiana surge de identificar la regularidad en la emergencia y forma de fenómenos sociales, estéticos, políticos y económicos -mucho de ellos hechos sociales- vinculados al narcotráfico en latitudes espacio temporales diversas. Como sugiere Fonseca (2016), distintos registros literarios refieren a la forma en la que el narcotráfico estructura realidades sociales similares en latitudes diversas tales como México, Colombia y Argentina. El cambio en los modelos masculinos que muchas jóvenes latinoamericanas experimentan, tomando como ideal ser la “mujer”, “jeba” o “hembra” de un capo narco, del cual los conceptos nativos de “narqueras” en Argentina y “buchonas” en Colombia y México dan cuenta, constituyen ejemplos precisos de un tipo de subjetividad femenina que cambia por influencia del narcotráfico. Lo mismo acontece con la descripción que estos dispositivos literarios realizan de las diversas agencias estatales compuestas por una clase política y una burocracia corrupta. También las formas que asumió la comercialización del crack en el Harlem de los ochenta del siglo pasado en Estados Unidos y el consumo de cocaína y paco en el Conurbano Bonaerense sobre finales de los noventa y principios de los dos mil permiten parangones. En ambos casos, y a pesar de que se trata de latitudes espacio temporales distantes, hay escenarios, pautas de comportamientos, figuras y hechos sociales que se repiten con lógicas similares. Situaciones tales como la comercialización y consumo de drogas en poblaciones urbanas marginalizadas sin posibilidades de inserción en la economía legal por no poseer el capital cultural y simbólico necesario; el consumo de drogas como estrategia paliativa para lidiar con la marginalidad, el establecimiento de vínculos de pareja más o menos estables para atemperar los efectos nocivos asociados al consumo; son escenas que aún con variaciones se repiten en New York y el Conurbano Bonaerense.

Todos estos fenómenos adquieren una representación estética que tal como sugiere Sayak Valencia se expresan a partir de una semiótica audiovisual que pondera de manera extrema una “[…] narrativa violenta que combina sistemas de vigilancia, de espectacularización, de simulación, con altas dosis de pulsión de muerte y de excitación sexual”. La imposibilidad de una taxonomía precisa que pueda superar la ambigüedad nominativa, la forzada articulación de campos discursivos que se ensamblan sin atener las reglas de cada uno de ellos y la pluralidad de fenómenos confluyentes como eje de una cartografía social que se repite, son prueba de la complejidad que reviste el narcotráfico. De allí que una forma de establecer una aproximación más acabada que contemple todas estas dimensiones y permita delimitar los contornos de la realidad que este supone, surge de reconocer la colindancia entre dos procesos: el intercambio de las sustancias ilegalizadas que son las drogas y los fenómenos sociales adyacentes a este. Entendemos por intercambio el tipo de acción económica de reciprocidad entre agentes sociales para la obtención de bienes. Producto de la complejidad que asumen los agrupamientos humanos, el intercambio es la forma en que se da la circulación de estos, gracias al cual es posible el desarrollo material de las sociedades. Consecuencia directa de la división social del trabajo, permite a los sujetos la obtención de bienes aun para los cuales no los involucran en su producción. Respecto de lo que denominamos fenómenos sociales adyacentes referimos a hechos, acciones sociales, procesos ambientales y la eventual combinación e intrincación de estos, con los cuales es posible referir empíricamente a determinados procesos.

Otra holística: hecho social total

Siguiendo a Marcel Mauss, consideramos el concepto de “hecho social total” como el que mejor resulta para representar científicamente la metáfora borgiana del aleph y aprehender el carácter holístico que implica el narcotráfico. A partir de este es posible conceptualizar debidamente la colindancia que supone el intercambio de las sustancias ilegalizadas que son las drogas y los fenómenos sociales adyacentes a este. De esta manera, el concepto de hecho social total supone un hecho particular que en su manifestación condensa la dimensión universal inherente a lo social. Es su conocido Ensayo sobre el don, Marcel Mauss parte del análisis de diversos trabajos etnográficos sobre tres tipos de instituciones en sociedades arcaicas aún existentes sobre finales del siglo XIX y principios del XX, -el potlatch en América del norte, los kula en el Pacífico y los hau en Nueva Zelanda-, y observa que el don constituye el hecho social que estructura toda la vida social de estas comunidades conformando un tipo específico de intercambio. Si Mauss lo consideró como “total” fue en razón de que en su acontecer se manifestaban la totalidad de las instituciones de estas sociedades. Dicho proceder no constituía una abstracción analítica sino que poseía una dimensión empírica precisa. En primer lugar, y a diferencia de los intercambios monetizados de las sociedades modernas incluidas las actuales, los intercambios eran colectivos y no individuales. En su investigación, Mauss dejó constancia de la triada que supone un intercambio estructurado a partir del don: dar, recibir y devolver. En dicho procedimiento se deriva inmediatamente una dimensión jurídica que supone una obligación en el cumplimiento de estos tres actos. En caso de incumplimiento significaba un enfrentamiento violento, lo que connotaba la dimensión militar de estas sociedades. A lo largo de su ensayo, además de estas dimensiones, Mauss dio cuenta de otras como la estética, la ética y la religiosa, además de la económica.


En todo momento el objetivo de su investigación pretendió comparar lo que acontecía en estas sociedades primitivas con las modernas sociedades capitalistas a los efectos de brindar una explicación por contraste. A diferencia de las sociedades capitalistas, en las arcaicas no hay ningún espacio que no esté sujeto al intercambio. En tal sentido, se pueden observar tres grandes diferencias entre las sociedades arcaicas y las modernas. En primer lugar, es que en estas últimas la noción de equivalencia monetaria pasó a sustituir la obligación moral y la lucha por el prestigio inherentes al regalo. Derivado de ello, en segundo lugar, en las sociedades arcaicas no existía una separación nítida entre público y privado como terminaría por acontecer en las sociedades modernas. Por último, en las sociedades modernas hay una propensión a la acumulación mientras que en las antiguas al gasto, como mostraría Bataille. En gran medida, la perspectiva maussiana abrió interrogantes acerca de cómo aprehender la totalidad en las sociedades modernas. Sobre este modo de proceder, los trabajos de Dumont y Polanyi, poniendo el foco en el carácter de compartimiento estanco que a partir del siglo XIX primó en el estudio de los fenómenos económicos por sobre otras dimensiones de los social, pretendieron dar cuenta de una perspectiva holística relegada. Gran parte de sus indagaciones retoman la reflexión legada por Mauss según el cual el fundamento del utilitarismo moderno tiene sus antecedentes en instituciones como el don. Ello a partir de la conclusión de que los sistemas legales y económicos de Occidente y Oriente surgieron inicialmente de instituciones similares a las de estas sociedades arcaicas. Pensar al narcotráfico desde la conceptualización maussiana es posible a condición de que se reconozcan una serie de prevenciones. La primera de ellas, resulta de reconocer el carácter moderno y no arcaico del tipo de sociedad en donde se da el intercambio de drogas ilícitas. Las sociedades en los albores del siglo XXI no son solo radicalmente diferentes a las sociedades arcaicas a que refirió Mauss, sino también han cambiado respecto de la forma que asumieron durante gran parte del siglo XX. Derivado de esta complejidad, la segunda prevención, es que el o los hechos sociales que permitan alumbrar la totalidad no tendrán características y contornos tan evidentes como las del don.

Al presentarse el narcotráfico como un tipo específico de intercambio económico que obtiene manifestación y contornos a partir de determinados fenómenos adyacentes, estos últimos podrán ser considerados como hechos sociales totales en tanto vislumbren las dinámicas que se suponen típicas en una lógica clandestina pero también aquellas que posibilitan esta última. De esta manera, los fenómenos sociales adyacentes que refrieren a la ilegalización son la vía de entrada analítica privilegiada que permite visualizar un mecanismo socio genético de dimensiones transnacionales. El Régimen Internacional de Drogas Ilícitas (RIDI), estructura normativa del prohibicionismo, vigente desde 1909 no es solo un ordenamiento jurídico vacuo sino la forma por la cual se induce a los Estados y sus agencias para que aseguren la ilegalización de las drogas. En este punto, con diversos matices acorde a los márgenes de poder con la que determinados países cuentan, al mismo tiempo que tomando en consideración la correlación de fuerzas existentes en un determinado contexto, diversos Estados orientados por este régimen conforman el ilegalismo en donde tendrá lugar el intercambio que implica el narcotráfico. Una decomisación de cualquier droga, enmarcada dentro del RIDI, llevada a adelante por una agencia estatal, supone un shock de oferta que tendrá un impacto sobre el valor final de esa mercancía. En dicho contexto, el accionar del Estado no solo es un hecho social, jurídico, sino también económico, en tanto genera acciones que valorizan dichas mercancías por encima de su valor natural. En condiciones de ilegalidad y clandestinidad, el mismo bien vale más que en condiciones de legalidad. A partir de este hecho social que da cuenta de una valorización inducida, es posible aprehender el carácter holístico inherente al narcotráfico, no reduciéndolo únicamente al intercambio que supone, sino también a los mecanismos sociales que lo exceden y lo posibilitan. De allí que el accionar del Estado en una decomisación, al igual que todos aquellos hechos sociales que valoricen de forma inducida a determinados bienes, entre los que se hallan las drogas, pueden ser considerados como totales ya que en su accionar se tensionan y manifiestan todas las dimensiones de lo social afectadas en este proceso.

Los usos de la violencia

Si las formas de valorización inducida circunscriptas al tipo de intercambio que es el narcotráfico pueden ser consideradas como hechos sociales totales es en razón de que su principal insumo es la violencia. Por efecto de la lógica prohibicionista, la violencia asume la forma de diversas mercancías que altera la composición orgánica del capital reproducido en el intercambio que es el narcotráfico. Es el capital variable de dicha composición el que se ve alterado e incrementado de diversas maneras por efecto de la incorporación de la violencia en forma de mercancías. Situación que hace que el diferencial de precios entre la producción y la venta de algunas drogas llegue a ser cien veces mayor en condiciones de ilegalidad que legalidad. De esta situación derivan consecuencias empíricas y teóricas. Del primer caso supone identificar la pluralidad de fenómenos sociales adyacentes al narcotráfico que se nos presentan como formas inducidas de valorización. En muchos de los cuales reconocemos los nodos centrales de la cartografía social a la que referíamos en la introducción. De allí que donde estos se manifiestan dan lugar y habilitan a toda una serie de hechos que simultáneamente son económicos, estéticos, políticos y culturales, manifestando de esta manera la conceptualización maussiana. Incluso la serie de hechos sociales que en la historia latinoamericana poseían un ámbito de despliegue que obedecía a una lógica propia, como por ejemplo el caso de la violencia política que azotó a Colombia desde mediado del siglo XX; tienen en su vinculación con el narcotráfico elementos para vincularlo con la conceptualización maussiana del hecho social total. Una clasificación de estos, sugiere tres tipos ideales. El primero de ellos refiere a las acciones emanadas de los Estados, enmarcadas dentro del RIDI, que inducen a una valorización de los bienes que son las drogas. En dicho marco, la violencia monopolizada por el Estado implica para las organizaciones narco criminales un coste que se ve reflejado de múltiples maneras. Ya sea que los controles estatales sean duros o laxos, ello se traduce en un aumento de los gastos que implica evadirlos. De esta manera, desde la producción al consumo, pasando por el tráfico al mayoreo y el tráfico minorista, la violencia como latencia o concreción real manifestada en la proliferación de fronteras, vigilancia, controles de las diversas agencias estatales, hace que la compra de armamento y seguridad se incremente de manera exponencial.

La segunda forma de valorización es la que proviene de la venta de protección ilegal por parte del Estado para que diversas actividades ilícitas puedan desarrollarse. La razón mafiosa, en tanto económica, se vincula con el Estado a partir de la compra de la mercancía que supone la suspensión de los controles legales para el desarrollo de actividades ilícitas. El trabajo de Dewey (2015) para el caso argentino es ilustrativo respecto de estas cuestiones ya que muestra cómo los diversos mercados entre los que se halla el de la venta de drogas son fomentados a partir de una connivencia compleja entre diversos actores estatales -fuerzas de seguridad, legisladores, agentes judiciales y representante del ejecutivo- y las organizaciones mafiosas, dando lugar a la constitución de un orden clandestino. La tercera forma de valorización es aquella donde la violencia asume la condición de mercancías que adquieren una dimensión más compleja por fuera de las dinámicas entre los oferentes de drogas y el Estado. Esta se presenta como un insumo que las organizaciones narco criminales utilizan en todo el proceso de producción y comercialización. La disputa violenta por la obtención de diversos mercados o plazas, la aplicación de una violencia exagerada sobre los cuerpos humanos como manera de promocionar el poder e identidad organizacional, al mismo tiempo que como modalidad de disciplinamiento interno; son técnicas que aunque violentas responden a una racionalidad instrumental análoga a las que existen en una unidad productiva de curso legal, aunque despojada de todo principio ético o moral. De esta manera, la violencia se erige como el insumo de estrategias publicitarias y de gestión de los recursos humanos, además de su uso para el control territorial donde se da la producción y tráfico de drogas.


El desafío teórico supone una indagación profunda respecto de las consecuencias que implica la existencia de un mecanismo violento como condición de posibilidad de una fenomenal reproducción del capital. Situación que remite a una paradoja entre las formas que asume la violencia y los mecanismos surgidos para conjurarla. Siguiendo a Weber (2002) podemos deducir que gracias a que el Estado monopoliza legítimamente el uso de la violencia, sus efectos negativos encuentran una conjura transitoria. Según la perspectiva weberiana, el monopolio legítimo -no necesariamente legal- de la violencia supone una de las manifestaciones del proceso de racionalización, que conjuntamente con el desarrollo del derecho occidental, el surgimiento de las burocracias y el desarrollo de la ciencia, condicionaron el la evolución del capitalismo. La historia política latinoamericana contemporánea, en sus momentos más álgidos, puede ser leída a la luz de las crisis que supone el surgimiento y el cuestionamiento a esa monopolización. No obstante, la crisis que deriva de la intrincación entre violencia y narcotráfico supone una novedad, ya que al expresarse como un tipo de racionalidad que habilita una reproducción económica, no necesita conjurarse. La presencia de una violencia por fuera de las estructuras del Estado que altera su monopolio, no con el objetivo de reemplazarlo, aunque asuma muchas de sus funciones, es una situación que merece ser considerada. La paradoja radica en que esa violencia extra-estatal, al mismo tiempo que lo diezma, lo necesita. Sin la existencia de una frontera que delimite y asegure lo legal de lo ilegal, tal como la que asegura el Estado, las formas inducidas de valorización no tendrían la efectividad que poseen. La violencia para poder valorizar necesita transgredir la lógica de lo legal y lo ilegal pero sin llegar a eliminarla completamente. Sin embargo, conforme se despliega la reproducción del capital involucrado en el narcotráfico, el Estado se erosiona como mecanismo contenedor de aquella.

Conclusión

Apelar en la actualidad a una conceptualidad de reminiscencias holísticas como la propuesta por Mauss supone un desafío doble. Por un lado el de la aplicación de un concepto que fue gestado en un contexto socio-económico preciso con pretensiones concretas de la reflexión científica de lo social; la búsqueda de una piedra basal que pueda operar como axiomática de sus dinámicas. Situación que implicó la tensa relación entre un concepto y la facticidad a la que refiere. En este sentido, el concepto de hecho social total poseía un alcance en un contexto que difiere ampliamente del actual. La actualidad global y la latinoamericana en particular presenta una realidad mucho más compleja que la de inicios de siglo XX. A esta situación se le agrega las desestimaciones que priman sobre las aproximaciones conceptuales de pretensiones universales. Todavía bajo el signo del pos-estructuralismo y sus derivaciones, cualquier búsqueda de una regularidad se presenta como un arcaísmo perimido. Extendiendo este horizonte, tenemos la intuición de que en las formas inducidas de valorización se manifiestan un haz de dinámicas sociales que hacen a nuestra contemporaneidad. En este sentido, el consejo de Wolfgan Streeck (2012) según el cual la complejidad del capitalismo contemporáneo debe volver sobre los clásicos de la sociología, la economía y la antropología, nos resulta inspiradora. Los aparatos conceptuales de Marx, Mauss, Weber y Durkheim, etc, siguen siendo insuperables para abordar la complejidad actual, más allá de que la facticidad que la sostiene haya cambiado y lo siga haciendo. Preguntarse por qué las sociedades actuales, siguen optando por reproducir el capital por medios violentos, en una época donde la ciencia y la técnica permitirían hacer la vida menos sujeta a la arbitrariedad que estos suponen, es un interrogante que nos parece válido, inspirados en la senda de aquellos que a su vez inspiraron a Mauss cuando observó un intercambio estructurado por el don en sociedades arcaicas. Cabe arriesgar que así como Mauss vio con curiosidad científica el accionar de las comunidades primitivas y veía en ellas un forma diferente para pensar en su contemporaneidad, una que pueda ser mejor, que asegure un mejor porvenir; otros cientistas sociales del futuro verán con curiosidad la forma en la que las sociedades complejas de nuestro presente reproducen su capital a partir del uso de la violencia. Si serviremos de modelo o seremos vistos como seres simples y arcaicos es algo que no podemos saber///PACO