Miguel Grinberg observa con detenimiento la Avenida Corrientes. “Hace unos días tuve un deja vu, noté que Buenos Aires se parecía mucho a ese New York de 1964. Vi todo alborotado” dice a propósito de la publicación de su Memoria de los ritos paralelos (Caja Negra), un diario de su experiencia neoyorquina en 1964, tras organizar un encuentro de poetas de trece países en México. Pieza fundamental en la formación del rock nacional, activista ecológico, traductor de la obra de Allen Ginsberg, Thomas Merton y Osho, entre otros, editor de numerosas publicaciones underground, referente de un bastión contracturaltural que se mantiene vigente. La entrevista es un paréntesis entre la escritura de un capítulo para el próximo libro de Ludovica Squirru y un ciclo de cine debate para adultos de la tercera edad que dicta en una fundación peronista. A sus setenta y siete años, Grinberg es un tipo pausado pero intenso, muy intenso. No por nada Gombrowicz lo llamó “el capo de los subterráneos”.

¿Por qué decidió publicar el Diario de New York cincuenta años después de haberlo escrito?

No proyecté publicarlo yo sino mis descendientes. De toda la vida, de vida temprana, llevo cuadernos: escribo una página por día. A la par de mis cuadernos que me acompañaron  por América del Norte durante el viaje por México y Estados Unidos se me presentó una situación singular porque me prestó una habitación en su departamento el editor y librero Ted Wilentz en el primer piso de su librería en la calle 8. Hice un arreglo con su secretaria de que me prestara la máquina de escribir. Esa fue la segunda parte de mi estadía por New York. Estaba por aquellos días promoviendo el movimiento de poetas Nueva Solidaridad -anterior a mi viaje- y me encontré con una experiencia muy fuerte, energéticamente reveladora. Ahora, retrospectivamente, la llamo delirio poético o delirio angelical porque era una exaltación: era un momento histórico donde capté que estaban pasando cosas de enorme trascendencia más allá de lo episódico y lo cotidiano. Yo entré a EE. UU. en el momento que llegaron Los Beatles y me vi involucrado en momentos fundacionales: en el inicio de la cosa bien masiva del movimiento de los derechos civiles, el movimiento contra la Guerra de Vietnam, los primeros hippies, el despertar del rock con Bob Dylan y compañía. En un momento llegué integrado porque con muchos escritores tenía correspondencia amistosa de antes. Estaba permanentemente teniendo reuniones históricas. Viaje sin plata, pero con muchos contactos. Me escribía con una docena de poetas. De esta experiencia surgen varios libros posibles. El de poemas Open New York ya fue publicado. Tengo que reunir las cartas de la época con gente muy grosa como Ginsberg, Cortázar, Merton,y los poetas latinoamericanos que me motivaban y formaban parte de la Nueva Solidaridad. Tengo una relación extraña con los papeles. A veces se me ocultan o se asoma una página en lo alto de la sala  y digo ¿por qué se movió eso? Por ahí es algo que requiere atención. Eso me pasó con Ritos. El libro tenía una cita de cincuenta años con la realidad.

En una de sus cartas a Ginsberg usted dice que la Generación Beat no quieren cambiar la sociedad, quieren ser intocables. ¿Cómo piensa esa crítica a la distancia?

Los principales protagonistas no acompañaron la popularidad del concepto beat salvo Ginsberg: en gran medida hay una cantidad de protagonistas de los años sesenta que dicen que no habrían sido lo que fueron de no haber leído En el camino, como Jim Morrison, Bob Dylan, David Bowie o Janis Joplin. En el momento que llego a New York se estaba viviendo un momento de situación de represión cultural muy fuerte donde había clausurado Living Theatre, un teatro de vanguardia que estaba haciendo una obra llamada El Calabozo que trataba como eran maltratados los infantes de Marina disonantes; había movimientos de lectura de poesía en los cafés y venían los bomberos a decir que el lugar no tenía las garantías en caso de incendio.  En un diario de New York salió un artículo sobre el triunfo de la vanguardia. Cuando en un diario de gran circulación los que son laterales, outsiders o marginales son consagrados es porque ya han perdido peligro. Hay un dicho en el underground norteamericano: cuando una persona molesta en la sociedad hay dos maneras de neutralizarlo: si es maleable lo convierten en una personalidad, lo invitan a reportajes en televisión, forma parte del espectáculo. Si no pueden hacerlo, lo matan. Mi polémica con Ginsberg comenzó a raíz de ese artículo donde yo tuve la sensación y lo discutí con ellos, de que lo que estaban reivindicando no era cambiar la sociedad represiva sino que se les permitiera vivir de la manera que ellos querían vivir, lo cual era un derecho entendible, pero para mi gusto era limitado.

Poco transformador…

Yo lo viví como un síndrome del arenero. El arenero es un lugar para que los chicos jueguen pero también para que no jodan a las madres. Lo discutimos bastante con Ginsberg. Las dos cartas las tuve que traducir, son parte de un intercambio más amplio. La respuesta de él ya estaba publicada en el libro Beats Day. Empieza Ginsberg diciendo ”yo no sé si tenés la cabeza llena de mierda” y pataleaba sobre mis críticas. Eso no significaba que no nos hablásemos, de hecho una vez me visitó, yo tenía un Telefunken grande y lo grabé cantando mantras hindúes que las tengo guardados como trofeos. La disputa no lesionó nuestra relación.  Nos encontrábamos en fiestas, marchas, lecturas de poesía. Me daba poemas para traducir y publicar como Oda Plutoniana para publicar en la revista Mutantia. Quedó como una disonancia comunicacional. Con alta riqueza porque los dos pusimos lo mejor de nuestra imaginación para que el otro entendiera de qué estaba hablando. Ginsberg siempre fue muy desaforado, muy largado. Cuando estuvimos en La Habana, las autoridades lo expulsaron porque en aquella época el presidente de Cuba era Osvaldo Dorticós y en la reunión de los jurados del premio cuestionó al presidente de por qué perseguía a los homosexuales y a los fumadores de marihuana. Quedó como un hecho frustrante y doloroso para el resto de los jurados, que siempre incluía escritores consagrados como Vargas Llosa, David Viñas,  Camilo José Cella, Canal Feijoo, Nicanor Parra o ignotos como yo. Era un época muy turbulenta y nuestra convivencia con los cubanos fue muy rica: los cubanos era tan alternativos como nosotros, era un movimiento  de ebullición creativa continental alucinante. Años después Ginsberg hizo una autocrítica considerando que fue un error encarar al presidente de Cuba. Dijo: ”qué lástima que Leroi Jones -que había estado dos años antes en el primer aniversario de la Revolución Cubana- no me puso al tanto de las internas que había en Cuba”. Ginsberg no era fanático. Era un tipo permeable a las críticas.

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El ejemplo de Ginsberg ilustra un poco lo que implica estar en los márgenes.

Se trabaja con un pie adentro y afuera  del sistema en función de lo uno quiere hacer que es diseminar ideas renovadoras. Ginsberg lo hizo desde un primer momento. Era un gran maestro de las relaciones públicas, epígono de la reivindicación, de la contracultura, el movimiento hippie, el rock con Dylan, una presencia fuerte en los medios. A pesar de convertirse en un astro de la disonancia cultural mantuvo su autonomía porque hacerlo en EE. UU. no digo que es más fácil pero sí que es menos vulnerable, porque sus libros se publicaban y cobraba. AUnque era un disidente era respetado como hombre de la comunicación. Acá eso no sucede: uno se gana la vida de otras maneras, como traduciendo. Es una discusión que no ha terminado, ya Aldous Huxley los discutía en los cuarenta en Las puertas de la percepción, hasta dónde uno se mete o sale del sistema. Tradicionalmente se ha definido con un proceso de infiltración – exfiltración. Es una cuestión de cintura y de estrategia. Es un karate cultural.

Leroi Jones decía que un modelo de esa generación era Charlie Parker, que vivió poco pero intensamente. Jones, que fue muy amigo suyo, resultó un representante imprescindible de esa generación.

El propio Kerouac también vivió poco. Morirse a los 47 es vivir poco. Recuerdo una anécdota: Ginsberg decía “no puedo creer que Leroi no me hable más”. Pasó algo particular con Leroi: cuando estalló el nacionalismo negro en EE.UU. renunció a la sociedad blanca, Estaba casado con una blanca judía cuando lo conocí en el 64, dio vuelta la página y se abrió. Cambió su nombre cristiano por Amiri Baraka, se casó con una negra, estuvo en varios motines muy violentos como Newark, estuvo fugazmente detenido, mantuvo una actitud beligerante, simpatizaba con los movimientos guerrilleros latinoamericanos.Leroi era radical, tajante, no sólo dejó de frecuentar a sus amigos de la sociedad blanca y dejo de hablar personalmente con la gente blanca. Pero con una excepción: Kerouac cuando venía de Long Island a New York a merodear por los cafés y por los bares siempre se ponía en pedo y terminaba echado de los bares por violento. El único que le hacía la gamba para chupar hasta caerse era Leroi. La amistad que había era mucho más fuerte que la ideología.

En la biografía de Coltrane se dice que el consumo de LSD en el ambiente del jazz favorecía una jerarquía cooperativista ¿cuál es su experiencia?

Tengo una posición un poco conservadora. Muchos amigos míos son grandes fumadores. He constatado que al fumarla les produce un contraefecto que es la disolución de la capacidad de concentración. Es decir, te abre. He tenido experiencias psicodélicas con peyote, observé que te quedás en estado de apertura, que no es lucidez reveladora que es para mi gusto de vulnerabilidad sensorial. No he probado el ácido, no puedo hablar desde adentro pero tengo mis reservas en cuanto a que esto de lo que llamamos la ampliación del  campo de la conciencia puede darse sin ácido, sino no hubieran tantos místicos o iluminados en la historia. Aunque hay estudios como el de John Aleggro, un capo total, traductor de los manuscritos del Mar Muerto que asevera que Jesús y los Apóstoles consumieron un hongo alucinógeno. Creo que esa temática todavía está en vida de análisis.  Hay una experiencia muy fuerte de Burroughs y Ginsberg con el ayahuasca publicado como Cartas del Yagé que tiene que ver con la exploración de los dones psíquicos del individuo, que es una aventura personal para cual el que la quiera hacer tiene derecho a hacerlo. Terence  McKenna estudió distintos hongos y los llamó el “néctar de los dioses”. Todavía estamos en la infancia de esa conversación. No olvidemos que hay una cantidad de productos sintéticos que son adaptaciones. No es un territorio que sea experto, pero tengo vivencias. Lo cierto es que son experiencias personales en un mundo o sociedad donde el sistema quiere que estemos dormidos. Hay inversiones millonarias para que estemos por lo menos en un estado de limbo. Que alguien proponga que hay que consumir tal cosa para despertarse es para ellos una mala acción que es necesario castigar.

Memoria de los ritos paralelos

En un prólogo a Walden, de Thoreau, Henry Miller plantea la diferencia entre existir y vivir…

Y también la diferencia entre el saber y el deber. Ritos paraleloses un título que use públicamente en un programa de radio de rock que había a la noche. Es una fotografía de un estado mental: mi propia existencia era un rito paralelo,no era un turista tipo, no era un protagonista norteamericano, era una aliado con acceso a los protagonistas. Eso me hizo dar cuenta que lo que estaba pasando era trascendental, era historia pura. No me quede anclado en una latitud. Así como en los sesenta para mi fueron los años de la poesía, en los setenta me involucré en el rock, en los ochenta  en la ecología y a partir del 77 en la meditación tibetana y en los noventa para acá soy instructor de meditación y me dedico a literatura espiritual .  En esa memoria, mi epopeya es un capítulo.

Cuando volvió de su periplo beat nacía el rock nacional, ¿observó un escenario muy diferente?

La singularidad que tienen estos movimientos alternativos terminan desembocando en un statu quo tribal con solidaridades muy primordiales. Por ejemplo, la mamá de Pipo Lernoud se cansó de cocinar para Tanguito y Miguel Abuelo o Billy Bond que dormía en sillones por ahí. Siempre había un estaño, un bar qualunque para refugiarse. Era es la bohemia de la ciudad. Pero no la inventamos los rockeros, ya venía de los cuarenta  con el tango con esos nichos que por mera decantación  van consolidándose. Como en los beats, se trató de identidades singulares que sabían lo que querían y cada uno aportó su ladrillito para esa cuestión colectiva que es el rock nacional. Se dio natural -como la canción de Tanguito- porque hacía falta y porque había quien lo hiciera.Los buscadores de una realidad transparente siguen dando vuelta por ahí. Las iniciativas independientes, esa idea de crear situaciones, sigue existiendo.

No deja de ser anecdótico que la primera banda de rock nacional que grabó un disco  se llamó Los Beatnikes.

No deja de ser anecdótico tampoco que una de las primeras bandas de rock se llamó The Beatles.///PACO