La infidelidad es genética. Una aseveración que suena determinante y es heredera del ciclo de aseveraciones determinantes que aparecen  en los medios. Se encontró el gen de la timidez. Se ha inoculado en ratones el gen del sufrimiento humano. Los genes como el argumento total, la explicación definitiva. Los genes son segmentos de ADN que tienen la información para producir proteínas. Las proteínas están por todos lados y tienen muchas funciones. Pueden servir como estructura, pueden ser un receptor celular, pueden regular el propio proceso de transcripción. ¿Por qué alguien puede decir que la infidelidad es genética? ¿Qué significa eso?

La página del Dr Phil parece de 1996. Está llena de estímulos. Hay banners con fotos que invitan a “Be in the audience” del show de televisión. Un video con estética de trailer que se reproduce solo muestra  personas gritando, llorando o diciendo que la madre es una persona malvada. Son los casos que el Dr Phil resolverá en su programa de tv, sus libros o su site.

No soy yo, son mis genes.

En el site hay una nota titulada “¿Tu hombre te será infiel?” que comienza con una pregunta dirigida a las damas (su público, sus gallinas ponedoras de huevos de oro) “¿Que pasaría si pudieras saber antes de casarte que tu futuro marido tiene altas chances de serte infiel?”. A partir de ahí, con todas las gallinas hipnotizadas y ansiosas de saber, el Dr. y sus expertos dan una serie de informaciones; las primeras,  los factores genéticos, que son dos: 1) un gen más corto para el receptor de la vasopresina y 2) un bajo número de receptores para oxitocina.

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¿Tiene razón el Dr Phil y su club de expertos?  Para responder esta preguntas, hay que abrir otra ventana. A mediado de los ochentas un grupo de científicos estudió el comportamiento de los ratones de pradera, unos roedores marrones, chiquitos, que viven en la zona central de Estados Unidos. Lo que les llamó la atención es que estos animales armaban parejas que excedían el tiempo de reproducción. Fiel, el ratón macho ayuda a construir el nido donde con su única pareja estarán juntos hasta que la muerte los separa. La contrapartida es el ratón de montaña, que vive cerca de las Rocallosas y que a pesar de ser taxonómicamente cercanos a los ratones de la pradera, tienden a tener múltiples parejas y se quedan juntos sólo hasta que una tercera o tercero los separa. Con ese conocimiento, la siguiente pregunta fue investigar si tenían alguna diferencia química detrás del comportamiento.

Y lo que encuentran es que los ratones de pradera, los fieles, tenían un alto nivel de oxitocina, una hormona que en el ser humano participa de la lactancia y el orgasmo, no necesariamente en ese orden. Los ratones de montaña, infieles, del otro lado, poseen bajos niveles de oxitocina. ¿Cómo poner a prueba esta asociación? Lo primero fue inyectarle oxitocina a los montañeses, con la esperanza que esta compensación, los enderezara qímicamente por el camino de la fidelidad. Pero no, por más que los llenaran de oxitocina, los ratones seguían militantes de la poligamia. Nueva hipótesis: la oxitocina no tiene nada que ver con el comportamiento sexual. Se pone a prueba bloqueando los receptores a la oxitocina de los ratones de pradera (esto hace que por mas que tengan oxitocina en sangre, no tengan el lugar biológico donde actuar y en la práctica es como si no tuvieran la hormona). Resultado: los ratones de pradera salían en busca de aventuras. Nueva hipótesis: la oxitocina sí interviene en el comportamiento monogámico. La explicación es que los ratones piratas casi no tienen receptores para la oxitocina.

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La oxitocina es la hormona más googleada. Esa popularidad tiene un correlato en miles de estudios científicos que conforman algo parecido a los títulos de Asterix. La oxitocina y el espectro autista. La oxitocina y la psicosis. La Oxitocina y la fibromialgia. Es un búsqueda vertiginosa de encontrar nuevos tratamientos, pero casi todos los estudios dan que no es mejor que el placebo.

La oxitocina sí interviene en el comportamiento monogámico.

Ahora, si los seres humanos tiene receptores para la oxitocina y, además, algunos hombres son infieles, no se está muy lejos de intentar probar sus efectos en ese sentido (tema aparte, que sobrepasa esta nota, el del género y los ratones: el patriarcado cientificista internacional no ha estudiado el efecto de la oxitocina en lxs ratonxs, y eso constituye una importante deuda pendiente). En noviembre de 2012 se publicó un estudio alemán en el Journal of Neuroscience donde a 60 hombres heterosexuales solteros o en una relación monogámica, se les inoculaba una dosis oxitocina en spray intranasal (la oxitocina no puede darse en forma de pastilla porque la destruye el jugo gástrico). La segunda parte del experimento era mandar  “una mujer atractiva” que se les acercara a hablar y medían la distancia que quedaba entre los sujetos y la mujer. Los hombres solteros, con o sin oxitocina, se acercaban hasta 50 cms (arrancaban a 170 cms). Los hombres en una relación monogámica variaban: los que recibían placebo, se comportaban como los solteros, pero los que recibían oxitocina, se quedaban lejos (80 cms) e incómodos.

Pero, ¿pueden los genes y la química que se desprende de ellos borrar así sin más las nociones de responsabilidad del sujeto? Cuando Michael Douglas dijo que tenía un problema de adicción al sexo y todo indicaba que iba camino al divorcio, se defendió argumentando que padecía una enfermedad que estaba en los genes. Catherine Zeta-Jones, cuando le negó el divorcio, le contestó que “estaba en sus genes” mantener el matrimonio. No soy yo, son mis genes. Si el comportamiento de los ratones puede extrapolarse al de los heterosexuales alemanes y el de éstos al mundo, entonces no va a ser tan extraño que a la hora de salir a juntarse con los amigos, las mujeres del futuro inmediato, saquen el spray de oxitocina (hoy cuesta $166) y luego de dar un beso de despedida, sonrían y les hagan un puf en las fosas nasales a sus amados para tenerlos a distancia de las tentaciones/////PACO