dedicado a @elmetalesasi

1. Los empecé a ver hace uno o dos meses, a eso de las once de la mañana, ranchando en la puerta del chino de Ecuador entre Sarmiento y Valentín Gómez. Yo compraba café, papel higiénico y puchos; ellos virulana, encendedor y puchos. Pagaban con billetes arrugados de dos, que el chino me daba a mí como vuelto. Después se sentaban en alguna puerta y yo me iba a casa. Nunca me quisieron apurar y casi ni me pedían monedas. Nuestro south Bronx, Once, muchas veces es más seguro de lo que parece. Los paqueros nunca me quisieron apurar. Tampoco los cartoneros que paran enfrente de casa. Hay una comisaría cerca y siempre hay patrulleros en la esquina de Sarmiento. Está todo bien.

2. A principios de los 80, en Bahamas y República Dominicana, se producía tanta cocaína que no llegaba a venderse a Estados Unidos, y el precio bajaba. Entonces a los dealers se les ocurrió convertir el polvo en una piedra que se podía fumar. Así nació el crack, que era más barato, tenía efecto más rápido, podía exportarse más fácil y -en un principio- tenía mayor pureza que la cocaína en polvo. El paco obedece a la misma lógica de mercado: el fondo de la olla de la cocción de la cocaína que se exporta a Europa se vuelve a mezclar con ácidos (o kerosene) y adulterantes (vidrio molido, herbicidas, veneno para rata, analgésicos molidos y siguen las firmas) para vender acá. Es más barato, pega más rápido, se vende fácil y se puede fraccionar al infinito. No se exporta: pesa lo mismo que la cocaína, es igual de difícil traficarlo, y da mucha menor ganancia. Al principio costaba un peso, hoy está a diez, como mínimo. Cada dosis de Pasta Base de Cocaína contiene en teoría un diez por ciento de cocaína pura, aunque lo más probable es que contenga uno, o cero.

3. Se me ocurrió preguntar en Twitter si alguien alguna vez había fumado. Casi no tuve respuestas. Sólo una vecina de mi barrio me mandó estos mensajes: pacodms

4. Pasta base, pasta, lata, tumba, chasquis, angustia, bazuco o marciano (mezclado con marihuana), mono (con tabaco) petardo o pitillo. El Paco puede producir enfisema y cáncer pulmonar a largo plazo, deterioro neuronal, expectoración de sangre, debilitamiento muscular, degradación de la piel, desgano, insomnio, vómitos, hipertensión, migrañas y taquicardia. Los consumidores frecuentes pierden entre 10 y 20 kilos en pocos meses y sufren ulceraciones en los labios y la lengua.

5. El sábado a la tarde tenía tiempo libre y salí a caminar. Pasé por Ecuador y Corrientes. Enfrente de La Rica Vicky, el antro peruano donde a veces me gusta desafiar las leyes de la bromatología, estaba la famosa «POLLERÍA EL DORADO – ATENCIÓN LAS 24 HORAS». El cartel también rezaba «Delivery», pero esa parte está tachada con aerosol. En la puerta había dos wachiturbios con cara de estar haciendo nada, que evidentemente formaban parte del staff de seguridad. Ni me miraron. Di una vuelta manzana para agarrar envión y entré. Adentro había ocho mesas vacías. Atrás del mostrador, un señor de rasgos andinos y chomba blanca manchada de grasa hojeaba el Crónica. Otro un poco más alto hacía zapping en una TV colgada de una esquina. «Ehhhh… este…», no sabía bien qué decir. ¿Cuál era la clave para pegar ahí? ¿Había algún menú? La parrilla que se veía al fondo estaba desierta y limpia. Me quedé mirando al señor hasta que me señaló la escalera con la cabeza. Subí y golpée la única puerta que había. No contestó nadie. Entré a una habitación de dos por tres apenas iluminada. Un tercer señor andino tirado en un colchón desnudo de una plaza me preguntó qué quería. Pedí tres. «Treinta». Me cagó la inflación. Le di cambio justo, y me entrengó tres pedazos de bolsa de nylon, anudados en las puntas. Bajé las escaleras y salí. En la esquina había dos agentes de la Federal con chaleco naranja, rascándose.

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6. El Paco surgió en la crisis de 2001 por la combinación de crisis económica y social, pero también porque el corralito cortó el circulante de efectivo: las drogas ilegales generalmente no se compran con tarjeta. Tiempo después «el flagelo de la droga empezó a aparecer en los medios. Primero fueron los «cronistas», luego los testimonios de los adictos y más tarde las Madres del Paco, que luchan contra el consumo de sus hijos y por la aplicación de políticas de estado de rehabilitación y combate contra el narcotráfico. Hoy es casi imposible sintonizar América TV sin enganchar un programa que no hable del paco (o que muestre a adolescentes golpéandose a la salida de los boliches, que es parecido). Vemos a movileros semianalfabetos internándose en Plaza Miserere, Plaza Constitución, las villas 1.11.14 y Zabaleta, o cualquier otro lugar del país, para lograr que los adictos cuenten que trabajan, roban o se prostituyen para consumir. Esta es, digamos, la versión «Rolando Graña» de los hechos.

7. Honestamente no sabía qué hacer con las dosis. Ni siquiera puedo armar un porro a mano. Volví a casa y me crucé al rancho de los cartoneros de enfrente. Estaba «el rana», que lo conozco casi desde que me mudé, y otro que no sabía bien quién era, separando las bolsas. Pregunté si tenían pipa y virulana y saqué las bolsitas del bolsillo. «Eh guacho ¿qué hacé con eso?» preguntó el rana. Me encogí de hombros y le pasé la bolsa. Él la cargó en su pipa y me la pasó. Prendí con el encendedor e inhalé. El humo me destruyó la garganta. Es difícil describir el efecto de una droga, pero hagamos el intento: a los 30 segundos, cuando terminé de toser, sentí el coloque. Me sentía bien, casi eufórico, pero no podía decirlo. Abría la boca y le lengua entumecida no me dejaba decir nada. Me quedé sentado en la vereda, golpeando el asfalto con el pie en semicorcheas, mirando pasar los autos como si fuera un rally. Las luces encandilaban. Bajé a los cinco minutos, pero parecieron diez. Miré a mi alrededor y vi los carros y los cartones. ¿Qué hacía ahí? «Eh careta ¿tené otro?», preguntó el anónimo. Le pasé la bolsa, desarmó un cigarillo y lo rearmó con la dosis. Lo compartimos entre los tres. El efecto fue idéntico a la primera vez, pero más corto. Quería más, pero más me quería ir. No me gustaba el lugar, ni la companía, ni la situación. Le dejé la tercera bolsita a el rana y crucé a mi casa. Me esforcé para cenar -no tenía hambre- y decidí no salir: tomé un calmante antes de dormir.

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8. «No es como la cocaína o la marihuana o el éxtasis, que sus adictos pueden pasar años sin pedir ayuda», planteó hace unos años el especialista Pablo Rafael Kodric. «Los paqueros vienen más rápido». Kodric recuerda que un adicto puede bajar 20 kilos en el proceso y sufrir daño cerebral permanente en seis meses. Quienes más lo saben son las Madres del paco, que realizan una tarea noble y elogiable. No pretendo plantear que la pasta base sea menos dañina de lo que parece, sino que la idea que tenemos de la droga se debe en parte a la construcción mediática del relato de la misma. A fines de los 80, en los medios estadounidenses comenzaron a aparecer crónicas sobre los «crack babies»: hijos de consumidores que nacían con debilidades mentales, físicas y emocionales, además de ser adictos, sólo porque sus madres habían fumado durante el embarazo. Estudios posteriores comprobaron que sí había problemas asociados al consumo prenatal (nacimientos prematuros o bajo peso por falta de alimentación de la madre), pero que el resto era básicamente inventado.

9. El domingo me despierto al mediodía y con una leve resaca. No tengo hambre, pero recuerdo que me tengo que obligar a comer igual. Me siento frente a la notebook, me quedo en blanco un rato y empiezo a googlear. Siempre hubo una correlación entre productos culturales y consumo. Más específicamente, entre las drogas y la música. Desde la heroína y el delta blues, pasando por las anfetaminas que tomaban Los Beatles en Berlín, hasta el crack y el hip hop. Esto último quedó reflejado en el documental de VH1 Planeta Rock: la historia del hip hop y la generación del crack, emitido en 2011. Está completo en YouTube, vale la pena verlo. También en decenas de canciones como los Ten Crack Commandments de Biggie Smalls, quien representó el paradigma de dealer que logró salir del mercado de la droga para ingresar al musical. O Kendrick Lamar, que en el reciente good kid, m.A.A.d city narra su vida con las gangs de Compton, California, y cómo escapó gracias a la música. Y además es un discazo. Ponelo.

10. No se puede decir lo mismo del paco: la producción cultural asociada a la droga es escasa. Apenas hubo una película de Diego Rafecas en 2009, que no vi, y un libro, Maldita Droga: Una historia del paco, de Hugo Ropero. Sí hubo correlación entre la «cumbia villera» del período 1998 – 2005 y el consumo de estupefacientes en general (y la pasta base en particular). Pero no hay «música del paco», ni en la escena del indie local, ni en la cumbia del mainstream. Las últimas apariciones (Mc Caco, Nene Malo, El Retutu, Los Wachiturros y Las Culisueltas) son más subproductos del consumo de bienes posibilitado por el kirchnerismo y las aspiraciones de integración social, que un emergente de identificación con las drogas. ¿Por qué no hay una música del paco? Probablemente porque te mata antes.///PACO.