Ana Teresa Barboza mantiene en su arte una relación íntima con la fuerza animal, dándoles a los animales un alto protagonismo en sus obras. Desde ahí, reivindica la femineidad y la masculinidad, complementándolas. La artista obliga a ambos sexos, a partir del cruce de especies, a honrar sus concepciones, a hacerse cargo de la totalidad de efectos, emocionales e intelectuales, que nacen desde cualquier tipo de contacto. Sus protagonistas son seres vivos, absolutamente vivos, que llenan, con esa vitalidad, los espacios que los contienen. Por eso no asombra, aunque impacte, como juegan a desconcertar sus brutalidades, entregándose a la plenitud de los placeres y encarando el reconocimiento de sus puntos más débiles a partir del reflejo con la bestialidad ajena. Toda la acción que palpita en la escena está sostenida en ese idilio que es el creer conocer a otro, o querer llegar a conocerlo, y la tensión presente se alimenta de ese as bajo la manga que es, justamente, el conocimiento.

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Toda la acción que palpita en la escena está sostenida en ese idilio que es el creer conocer a otro, o querer llegar a conocerlo.

Conocer nunca puede significar paz, o no al menos si no la entendemos: la paz radica en el conflicto, en el movimiento que emerge de una decisión, que confluye en otra, y en otra, y así sucesivamente generado el groove emocional que exige un compromiso transversal, genuino y que contemple al otro. En definitiva, la fuerza animal nos invita a fluir y fluir es, ni más ni menos, no resistir.  Lo que resulta más atractivo en su arte es la igualdad de fuerzas que propone entre humanos, animales y naturaleza, todos mezclados entre sí interactuando en una armonía imperfecta pero funcional. La igualdad propuesta es casi esotérica y encuentra su razón de ser en el abordamiento de las energías de cada parte, energías que necesitan del confiar como acción pujante. En cada gesto, humano o animal, hay una atmósfera de calma inquietante, que se muestra con cierta picardía y sugestión, dejándonos a todos expectantes frente a una inminente tempestad.  La naturaleza que nos muestra, incluso en sus fondos blancos y lisos, siempre está generando sonidos porque no hay quietud, en todo caso, hay calma. Plantear la igualdad de especies para, desde ahí, fortalecer las diferenciaciones de género no es novedad y el salvajismo en el arte es un tema habitual, pero lo que Barboza realiza, con una buena dosis de innovación, es una reconciliación con la especie potenciando cada género. En definitiva, querer diferenciarse del propio género es una reacción, no una acción. El repudio por el propio género habla de cómo nuestra vivencia genital está puesta afuera de nosotros y no en nosotros.  Si el sexismo es arcaico, en una era en la que el feminismo y el machismo chocan hasta quedarse confundidos entre sí, el anti-feminismo y el anti-machismo no llegan al escenario para aportar nada enriquecedor, nada fértil, nada proactivo o regenerativo. O sea, los pro y los anti, esos extremos irracionales sin sentido, terminan aportando por igual a la asexualidad, al insípido y en tendencia “des-género” que anula la naturaleza creativa del ser.

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Conocer nunca puede significar paz, o no al menos si no la entendemos: la paz radica en el conflicto, en el movimiento que emerge de una decisión, que confluye en otra, y en otra, y así sucesivamente.

Las obras de Ana Teresa Barbosa son mayoritariamente bordadas y, en muchas ocasiones, enriquecidas con otras técnicas, como transfer fotográfico o sobre tela y collages, lo que genera un mundo de texturas y dimensiones que le aportan realismo al dibujo, obligando a ser vistas detalladamente y generando, así, un microclima de absoluta intimidad. Los cuerpos humanos quedan entrelazados con el de los animales y cuando no es desde la propia piel, lo es desde una interacción que rompe el silencio de la escena. Raramente no hay animales en sus piezas, por lo general siempre están, y cuando no los hay, los humanos son los que toman esa actitud en su totalidad. Cada una de sus obras funcionan como momentos, cada uno de los momentos que esta artista nos ofrece son exquisiteces suaves y perversas, con un espíritu freudiano interesante que estimula a no quedarse en la primera impresión. La generosidad con la que Barboza encara cada secuencia, nos deja percibir el torrente de emociones y pensamientos de sus criaturas y, en muchos casos, podemos verlo literalmente en los cuerpos abriéndose. En todas esas roturas y comuniones, en todos esos desbordes que se representan saliendo de los límites físicos y racionales, hay un discurrir seductor como todo aquello que evita la inercia. La entrega y el respeto al orden natural de las cosas son absolutos, profundos y explosivos.

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Las obras de Ana Teresa Barboza son mayoritariamente bordadas y, en muchas ocasiones, enriquecidas con otras técnicas.

Si ya de por sí el hecho de ser bordados vislumbra ternura en la labor y un imaginativo de ritual, pensarla atravesando sus piezas hace imposible no creer que, en ese pasar la aguja que la autora ejerce, ella misma cura las heridas que decidió creativamente provocar. En el tarot hay una carta denominada La Fuerza. La carta es la número XI y representa, a grandes rasgos, un renacimiento, un comienzo creativo y una de sus palabras claves es la animalidad. Antes de avanzar sobre la carta y el porqué de traerla a la nota, vale sacarle al tarot algunas malas impresiones que caen sobre él. Cada carta que lo conforma son energías que, en una lectura de tarot, se ponen en diálogo entre sí conformando un relato. No estamos viendo qué va a pasar si no lo que ya está pasando. De alguna manera el tarot nos dice que cuando empezamos a pensar o a fantasear con algo es porque eso ya está sucediendo, en algún plano nuestro ya estamos ahí. En muchas ocasiones, incluso, ya estamos listos para dar ese paso y estamos demorándonos en el proceso por diferentes razones, lo que termina causando otras situaciones que nos saturan y aportando sensaciones de estancamiento o bloqueos. Podemos decir que el tarot es una herramienta de identificación de momento y de lo que estamos haciendo con lo que nos va sucediendo. La Fuerza, sacada del contexto de una lectura, tiene mucho de lo que habita en las obras de Ana Teresa Barboza.

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La acción principal en la carta se concentra de la cintura para abajo, dándose en la parte superior el sentido receptivo y comunicativo.

La ilustración clásica de la carta muestra a una mujer tomando de la trompa a un animal. Ella viste bastante cubierta pero por debajo de su falda larga asoma, sugerente, uno de sus pies, con seis dedos, luciendo la uña de su dedo gordo pintada de colorado, igual que el pulgar de su mano. Tiene un sombrero con forma de infinito recostado, del que salen seis puntas, como si fueran dientes mirando hacia el cielo. Todos esos detalles, que son solamente algunos, explican y responden a una intención. La acción principal en la carta se concentra de la cintura para abajo, dándose en la parte superior el sentido receptivo y comunicativo. Para poder ver concretado ese renacimiento que la carta invita, debe haber una relación profunda con las fuerzas instintivas que son, ni más ni menos, las del ser. Ese “ser” es la energía sexual del propio género, por eso la acción principal sucede de la cintura para abajo y la cabeza del animal está a la altura de la vagina de ella. Vale aclarar por si es necesario: esta carta no habla de mujeres o a las mujeres, representa esta energía, aplicable a ambos sexos, que en la lectura tomará la forma y el contenido que corresponda al consultante. La ilustración aporta la ambigüedad de no dejar en claro si la mujer está jugando o se está defendiendo, tampoco se sabe hasta qué punto ese animal está dejándose domesticar o ya está domesticado, tal vez está simplemente esperando “el” momento de atacar o de lamerla en un gesto típico afectivo. Sin embargo ella está entregándose a él, todo en su postura delata comodidad en la interacción, confianza y coraje en plenitud como quien sabe que está respondiendo a un llamado. Es una carta sumamente enriquecedora para poder trabajar con el arte, de hecho se puede reconocer su influencia en cientos de obras conocidas, clásicas. Todas las cartas del tarot tienen una composición creativa tal que su relación con el arte es antiquísima y profunda. La inspiración entre los dos mundos ha sido mutua y continua hasta el día de hoy, y así seguirá.

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Salinger decía que una vez que una persona preguntaba y/o respondía un “cómo estás”, automáticamente daba permiso a la necesidad.

De todos los detalles que quedan afuera de La Fuerza quiero rescatar uno más. El animal, con grandes similitudes no casuales a un león, puede representar diferentes cuestiones, pero ante todo es uno mismo, incluso representando a otra persona, en un primer lugar, el animal es uno primero y luego el otro. Y esto no disuelve la ambigüedad de si está a punto de atacarnos o no, por el contrario, la refuerza. Salinger decía que una vez que una persona preguntaba y/o respondía un “cómo estás”, automáticamente daba permiso a la necesidad, a la espera, al extrañamiento y al dolor. El escritor no es el ejemplo más sociable pero la reflexión describe perfecto, desde el contraste, las relaciones que suceden en la bella obra de Ana Teresa Barboza. Sus personajes saben eso y no lo evitan, se entregan y habitan por completo las instancias que van surgiendo a partir de esa decisión, sabiendo que si se resistieran, tarde o temprano, también terminarán rompiéndose o rompiendo lo que querían resguardar. No hay realidad que sea impermeable o inalterable una vez que la pulsión nos tomó el cuerpo. Ray Bradbury en el cuento La Sirena escribe “Y al fin uno busca destruir a ese otro, no importa quien sea, para que no nos lastime más” y esa resolución, literal o no, también la vemos en estas piezas sabiendo entonces que ante todo, el otro, primero es uno mismo///////PACO