“Hay un libro –perdonen que haga un anuncio- hay un libro que quizá es un poco pesado al principio, porque se escribió en 1903 en Londres. En aquel momento el escritor veía el drama de la colonización ideológica y lo escribió en ese libro. Se llama “Señor del Mundo”. El autor es Benson. Les recomiendo que lo lean y entonces entenderán a qué me refiero con “la colonización ideológica”. Durante un vuelo de avión entre Manila y Roma, el Papa Francisco reveló ante un grupo de periodistas su entusiasmo por una novela de ciencia ficción que, hasta ese momento, había sido apenas leída por devotos católicos y unos pocos fanáticos de la literatura pulp.
¿De qué trata?
Escrito por un anglicano convertido en católico llamado RH Benson, “Señor del mundo” se publicó por primera vez en 1907. La historia se ubica a comienzos del siglo XXI, en un mundo donde las fronteras nacionales están supeditadas a grandes conglomerados políticos: Oriente, con una alianza China-Japón que impuso un fuerte imperialismo anexando Rusia, India y Australia; Europa y América. Cada región cuenta con su propia administración representativa democrática, y la novela comienza con una tensión entre el bloque oriental y el occidental que podría llevar a la guerra. En las negociaciones diplomáticas un joven político estadounidense que representa a América, Julian Felsenburgh, se pone al frente de la situación gracias a una eficaz combinación de carisma y habilidades burocráticas que, finalmente, lo llevan a cerrar un trato de paz y evitar un conflicto que podía destruir el mundo. Esta acción lo pone en boca de todos, por lo que los líderes mundiales, seducidos por la extraordinaria capacidad de Felsenburgh, lo entronan como líder político y posteriormente es nombrado Presidente de Europa. Paulatinamente el nombre de Felsenburgh se convierte en un sinónimo de paz, armonía y nueva forma de relacionarse entre las personas, hasta devenir en una especie de mesías religioso, en detrimento de las organizaciones teológicas ya establecidas. En el mundo de Benson la Iglesia Católica Apostólica Romana pierde fuerza conceptual ante el avance del comunismo –que el autor centra en Inglaterra- y otras fuerzas, como el cooperativismo y el anarquismo, formas de un humanismo laico que desprecia el dogma católico, la mística, sus características sobrenaturales y, sobre todo, el concepto de un Dios omnipotente superior a los humanos. Así Felsenburgh encarna un culto al Hombre que aprovecha no sólo para ganarse el favor de las instituciones democráticas, sino la Fe de las personas, convirtiéndose en un Dios encarnado, en el verdadero Hijo del Hombre, un ser de carne y hueso a quien adorar gracias a las virtudes que representa y la esperanza que su esistencia trae al ser humano al sentirse por encima del Dios de los cristianos, ya viejo y cansado por los largos avatares de miles de años de política, intrigas, tragedias, corrupción y cismas que debilitaron a la Iglesia hasta transformarla en una reliquia que debe ser eliminada en nombre de una filosofía moderna y versátil, humanista y, sobre todo, laica.
Durante un vuelo de avión entre Manila y Roma, el Papa Francisco reveló ante un grupo de periodistas su entusiasmo por una novela de ciencia ficción.
En principio, el libro expone advertencias acerca del rol que debe cumplir la Iglesia Católica en relación con la feligresía en tiempos de crisis espiritual, pero en un plano más profundo, advierte sobre las tentadoras formas que puede tomar el anticristo. Felsenburgh aparentemente es masón –la organización paradigmática de la intriga y los ideales laicos-, se dice que es hermoso, políglota a niveles extremos, inteligente, mesurado, inspirador. La clase de políticos que despiertan entusiasmos y fanatismos, el tipo de personaje que se contrapone con los gordos poderosos conservadores, con sus mismas herramientas pero con una moral aparentemente intachable. “Felsenburgh, por lo visto, no había empleado ninguno de los métodos corrientes en política democrática”, dice uno de los personajes centrales de novela, el Padre Percy. “No controlaba periódicos, no había vituperado a nadie; no había formado satélites, no usaba coimas; no había crímenes monstruosos alegados contra él. Parecía más bien que su originalidad estaba en sus manos limpias e impecable pasado: esto, y su magnética personalidad. Era la suerte de figura que pertenece más bien a las edades de la caballería; una pura, limpia avasalladora estampa, como un niño radiante. Había tomado por sorpresa al electorado, levantándose de las amarillentas aguas del socialismo americano como una visión”.
En principio, el libro expone advertencias acerca del rol que debe cumplir la Iglesia Católica en relación con la feligresía en tiempos de crisis espiritual.
Pero el aspecto que más resalta Benson es que Felsenburgh representa el poder del Hombre y su voluntad por sobre cualquier intervención divina. “Es verosímilmente el orador más grande que el mundo ha oído. Todas las lenguas parecen juego para él: ha dirigido alocuciones, durante los ocho meses que duró la Convención del Oriente, en no menos de doce lenguas. De su manera de hablar haremos breves observaciones en seguida. Él demostró también el más asombroso conocimiento no ya de la natura humana solamente, sino de cada rasgo y gesto con los cuales esa divina esencia sabe manifestarse”, explica otro de los personajes al Padre Percy. “Apareció familiarizado con la historia, los prejuicios, las tradiciones, los miedos, las esperanzas, las expectaciones de las innúmeras castas y sectas del Este, a las cuales tenía que moverse. De hecho, es el primer producto perfecto de esta nueva humanidad cosmopolita que el mundo ha gestado laboriosamente a través de la historia”.
De este modo, el Señor del Mundo es un personaje creado para simbolizar todo lo que Benson consideraba que sería la seducción demoníaca y el alejamiento del hombre y Dios.
De este modo, el Señor del Mundo es un personaje creado para simbolizar todo lo que Benson consideraba que sería la seducción demoníaca y el alejamiento del hombre y Dios. En el mundo de la novela, la eutanasia es una práctica común, al punto que en los agrandes accidentes viales aparece una especie de agentes eutanásicos que ofrecen la muerte a los heridos de gravedad para aplacar inmediatamente su sufrimiento. Benson pone a un personaje femenino que observa con horror cómo, después de un accidente de tren, un cura católico reza frente un herido mientras un eutanásico le brinda la muerte a alguien más. La mujer es la esposa de uno de los protagonistas del libro, un político inglés que se ve seducido por la figura de Felsenburgh hasta el fanatismo. Ante esta escena, le dice a su mujer: “los eutanásicos son los nuevos curas” y se burla de los hombres de la iglesia, ridiculizando sus creencias. La aparición de Felsenburgh, entonces, profundizaría estas tendencias y llevaría al cristianismo a ser una Fe perseguida y repudiada, y convertiría a los cristianos en parias. El Padre Percy dice que “esta nueva explosión de entusiasmo por la “Humanidad” estaba derritiendo los corazones de todos, menos una ínfima minoría. De golpe el hombre se había enamorado del Hombre. Los rutinarios se frotaban los ojos preguntándose cómo es que pudieron una vez haber creído, ni siquiera soñado, que había un Dios que amar; inquiriendo unos de otros cuál había sido el ensalmo que los había dominado tanto tiempo. La cristiandad y el teísmo se disipaban a la vez de la mente del mundo como una niebla invernal a los rayos del sol”.
Señor del Mundo es considerada una novela profética por los especialistas en catoliscismo, sobre todo en estos tiempos, en los que sus teóricos diagnostican que el capitalismo salvaje, el consumismo y otras fuerzas centrípetas destruyen de a poco la religiosidad, la reflexión, la humildad ante Dios. La novela sobre todo pone al individualismo en el centro de las preocupaciones, olvidando a Dios y al prójimo. Éste mensaje, que Benson deja muy claro, el Papa Francisco lo toma como propio para explicar sus ideas sobre la crisis de sentido que asola a muchos feligreses de la Iglesia.
¿Y qué onda el libro?
En materia literaria, y más precisamente en cuanto a géneros narrativos, Señor del Mundo es una distopía correcta y hasta podríamos decir interesante en muchos aspectos. En el ámbito tecnológico, el mundo de Benson muestra una gran cantidad y tipos diferentes de automóviles que componen un tráfico intenso inclusive en las medianas urbes, algo que -considerando que se escribió en 1903- es bastante profético. También incluye aviones en su historia, a los que llama “aeronaves” o “volantes” según el tamaño y, más interesante aún, predice que los políticos se moverán a nivel internacional en aviones privados que les permitirán recorrer grandes distancias para acudir rápidamente a sus citas. Asimismo, el uso de la telegrafía prácticamente es el de los mensajes de texto actuales, si bien no existen ni la radio ni la televisión, los diarios y el telégrafo mantienen informados a los personajes con inmediatez. Benson inclusive se permite una crítica del modelo de titulado de diarios norteamericano y su metodología de síntesis –que haría escuela en el mundo- y la considera parte de la maquinaria de vaciamiento conceptual en la que están sumidos los personajes de su futuro ficticio.
Benson se permite una crítica del modelo de titulado de diarios norteamericano, al que su síntesis la considera parte de la maquinaria de vaciamiento conceptual.
Lamentablemente la novela tiene una narrativa pesada y, por un exceso de misterio en su forma de presentar a los personajes y sus ideas, por momentos se hace tediosa e interminable. Sin embargo la construcción de Falsenburgh como personaje recuerda a los principales dictadores del siglo XX aunque mezclado con una especie de Steve Jobs y John Kennedy, lo que lo hace más temible aún. La obsesión por escribir un libro con un mensaje teledirigido hacia el público católico hace que las argumentaciones pierdan fuerza y se queden en el camino cuando la obra es leída por laicos o miembros de otras religiones.
¿Un Papa sci-fi?
Parece llamativo que un líder mundial como el Papa Francisco utilice una oscura distopía, cuyos ejemplares actualmente juntan polvo en la mayoría de las librerías de usados, para argumentar un mensaje tan importante en relación a sus intereses y los de su iglesia. No es tan poco común si consideramos que Jorge Bergoglio pertenece a una generación que vivió a sus 20 y 30 años la renovación de la ciencia ficción que se experimentó en los países de habla inglesa y produjo una explosión de traducciones al español. Los años 60´s y 70´s, tiempos formativos de Bergoglio y quienes tienen su edad, fueron los momentos más climáticos de la sci fi literaria: la publicación de los mejores libros de editorial Minotauro, Edhasa e Hyspamerica, sellos que publicaron extensísimas colecciones en las que incluyeron la mejor ciencia ficción que conoció el siglo XX. Autores como Philip K. Dick, Theodore Sturgeon, J.G. Ballard, Brian Aldiss, Isaac Asimov, Harlan Ellison, Ray Bradbury, Ursula K. le Guin y las reediciones de Un mundo feliz de Aldous Huxley y 1984 de George Orwell fueron lecturas indispensables para una generación que halló en la ciencia ficción la herramienta necesaria para espiar el futuro, analizar sus problemas y debatir sus soluciones. En aquellos tiempos la sci fi abandonó su condición de divulgadora de las ciencias más duras para adentrarse en el análisis sociológico y preguntarse por el destino de la humanidad. Y entonces tiene sentido que Bergoglio, como joven católico, en aquellos días haya recibido un ejemplar de Señor del Mundo buscando, al igual que sus amigos laicos, respuestas sobre esos temas en la misma frecuencia literaria. Esto explicaría que él mismo, en el año 2008, haya trazado una analogía de sus ideas utilizando como ejemplo la obra del católico John Ronald Reuel Tolkien, comenzando tal vez su propia tradición sci fi de obras de autores católicos, en la que podría incluirse también la saga de Narnia escrita por C.S. Lewis. La existencia de ciencia ficción católica tampoco es llamativo si conderamos que obras como La Ciudad de Dios de San Agustín o la Utopía de Tomás Moro pueden ser leídas como obras precursoras del género.
No sería llamativo entonces que Bergoglio, como joven católico de aquellos días, haya recibido un ejemplar de Señor del Mundo buscando, al igual que sus amigos laicos, respuestas.
Todo quien conozca a un “setentista” y mire la biblioteca que conservó de aquellos días encontrará tomos firmados por estos autores y publicados por estas editoriales, junto a otros libros de filosofía new age que se relacionaron en ese entonces con la ciencia ficción, como los de JJ Benítez, Charles Berlitz o el reciclado por el consumo irónico actual Erich Von Daniken. Para los jóvenes de la posguerra, al ciencia ficción fue la puerta para conocer las grandes problemáticas sociales del presente y el futuro, y posibles desarrollos de la historia del mañana que, al extrapolar las ideas actuales, brindan panoramas posibles y funcionando como advertencias de lo que vendrá/////PACO