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Sea cual fuere el resultado del 22 de noviembre, el kirchnerismo, como proceso político de gobierno, terminó. Duró bastante: doce años es más de lo que se preveía en su nacimiento durante el convulsionado 2003 y mucho más de lo que suelen permanecer los cambios en la Argentina o en cualquier otro país. Un tiempo político y social definitivo, tres períodos presidenciales, la supervivencia (y el renacimiento fortalecido) ante temblores como el conflicto con el campo en 2008, la derrota en las legislativas de 2009, la muerte del líder en 2010. El kirchnerismo es un relato épico como hubo pocos en la Argentina, casi ninguno similar desde el mismo peronismo y tal vez sólo comparable al regreso a la democracia en 1983. Ni siquiera el menemismo, una fuerza intensa y difícilmente olvidable, logró permanecer tanto tiempo en la cumbre. La fuerza del kirchnerismo hoy llega a su fin, tanto si en el ballotage se opta por continuidad o por cambio, por el Frente para la Victoria o por el PRO, por Daniel Scioli o por Mauricio Macri. Lo que viene es diferente, tan diferente que en el futuro será nombrado de otra manera.

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Ni siquiera el menemismo, una fuerza intensa y difícilmente olvidable, logró permanecer tanto tiempo en la cumbre. La fuerza del kirchnerismo hoy llega a su fin.

Antes de las elecciones, escribí en este mismo medio que Macri no era buen rival para Scioli en un ballotage. En algún punto sigue siendo cierto, en condiciones de laboratorio tal vez compitan en igualdad (eso lo veremos en el debate a fin de cuentas) pero debo decir que desestimé a las fuerzas lo acompañan. Por un lado, no pude ver la potencia arrolladora del triunfalismo del PRO ante una elección donde se convirtieron en la  segunda minoría y, por el otro, tampoco preví la caída anímica del kirchnerismo ante la escasa diferencia entre Scioli y Macri, que aunque creció en el conteo final de votos a favor del FPV, fue tan pronunciada que inclusive dejó al candidato a vicepresidente fuera de juego por varias semanas.

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Desde el mismo domingo de la elección, el kirchnerismo entró en un estado de histeria.

Desde el mismo domingo de la elección hasta el cierre de este artículo, el kirchnerismo entró en un estado de histeria in crescendo del que no logra recuperarse. Desde el oficialismo, quedó al desnudo -como escribió el politólogo honoris causa oficialista Martín Rodríguez- que “los kirchneristas puros hacían la plancha porque confiaban que él los mantendría en el poder”. Pasaron la mayor parte de la campaña oscilando entre el silencio y las críticas blandas a su propio candidato. Cuando la derrota se convirtió en algo materialmente posible, salieron en banda a gritar todo lo que se les vino a la cabeza, sin orden, sin coherencia, sin controlar el volumen, las palabras, las ideas y el grifo de las mentiras. Los nervios a flor de piel, el caos discursivo plasmado en pantallas, papeles, arengas en esquinas, escuelas, transporte público y conversaciones de ocasión, hizo evidente las clásicas palabras de Néstor pueden volver remixadas como un boomerang: ¿Qué pasa kirchnerismo? ¿Estás nervioso?

Por su parte, Macri descomprimió el panorama haciendo lo que mejor sabe: yéndose de vacaciones inmediatamente después de la elección. El PRO se aquietó y dejó hacer al oficialismo, que pasó a primer plano con sus escenas histéricas. Cuando regresó el líder, el frente que formó con la UCR y la gente de Carrió (no olvidemos que ella pintó de amarillo a Prat Gay) se alineó de forma obediente detrás de Mauricio y comenzó a diseñar el posible gobierno, dando sensación de ganadores, como un contraste fiel a las premisas de autoayuda de Cambiemos: tranquilidad, concordia, seguridad. Lejos está ya aquel Macri que denunció fraude también histéricamente hace muy poco ante la derrota de su fuerza en Santa Fe y ahora Mauricio es todo paz, todo zen, todo inclusión, más duranbarbista que nunca. Y su gente, tranquila, se apropió del discurso de la victoria inexorable, aún cuando a nivel de fuerzas el panorama no esté tan claro y todavía sea posible un ballotage ajustado.

DYN05, BUENOS AIRES 20/12/2011, EL JEFE DE GOBIERNO PORTEÑO MAURICIO MACRI INAGURO LAS PRIMERA ETAPA DE DE LAS OBRAS DEL PARQUE INDOAMERICANO.FOTO:DYN/RODOLFO PEZZONI.

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Hace poco en mi librería recibimos un lote de libros usados que contenía El arte de ganar, de Jaime Durán Barba. Abrí una página al azar y leí algo así como que (cito de memoria, porque lo vendí a un militante kirchnerista que quiere aprender cómo piensa el enemigo) “lo que importa de un candidato es la imagen. Todo lo demás es secundario, inclusive sus propuestas de campaña. A la izquierda le gustaría que los candidatos se elijan por su ideología, a la derecha por su eficiencia, pero lo cierto es que es la imagen lo que define una elección”.

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Me acuerdo cuando Macri estaba de campaña en el 2007 para ser Jefe de Gobierno. Competía con Daniel Filmus y ganó el ballotage. Yo vivía en Rafaela y por lo tanto no seguí la campaña con atención, pero una mañana mientras me hacía un café lo escuché decir algo así como: “los porteños tardan horas para llegar al trabajo. Yo voy a hacer obras para que tarden menos de 20 minutos en llegar a trabajar”. Por su parte Filmus, que había sido un excelente ministro de Educación, decía en el mismo programa que “Macri es el neoliberalismo de los 90s”. En el ballotage el jefe del PRO aventajó por 30 puntos al candidato kirchnerista.

Aquella promesa alucinada me recuerda a algunos tramos de la campaña macrista post-ballotage. Por ejemplo, Macri diendo que va a haber médicos robots en los hospitales públicos. En lo discursivo la campaña dio un giro después de la elección: mientras que antes se esforzaba por decir que “nada va a cambiar” –calculando que quedaría muy debajo de Scioli-, los cuatro puntos adicionales a los esperados le dieron el empuje necesario para reforzar las promesas “de cambio” y desatarse. Ahora a Macri se lo ve tan libre y seguro de sí mismo como en aquella elección porteña, ya tan lejana que parece de otro tiempo histórico.

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En muchas partes del país organizaron un evento llamado “Amor Sí, Macri No”. Buscan, supuestamente, respaldar al Frente para la Victoria –y su candidato Daniel Scioli- en el próximo ballotage concientizando a la gente del peligro que representaría una presidencia de Mauricio Macri. En mi Facebook pude comprobar que la convocatoria, sólo en la ciudad de Córdoba, llegó a 4 mil personas. El discurso, la estética, la propuesta, todo remite directamente a los momentos más álgidos y épicos del kirchnerismo. Sin embargo llama la atención un problema que tiene más que ver con programación neurolingüística que con discusión política: el nombre de Macri está en todos lados, su imagen, estética y logos se repiten en flyers y banderas pero está ausente el candidato a quien supuestamente la marcha respaldaría. A su vez, a juzgar por los discursos, Macri sería un político con verdaderos superpoderes, capaz de derogar leyes con su propia voluntad, de generar deuda externa por decreto y hasta de retroceder el tiempo-espacio y volver 25 años artrás, como una especie de Doc Brown maquiavélico. Lo que llamaron «la campaña del miedo» termina teniendo un efecto contrario al que busca, ya que refuerza la idea de «cambio» que Macri mismo busca instalar con más fuerza desde la primera vuelta.

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Es llamativo como los propios detractores de Macri le otorgan capacidades que sin dudas el candidato de Cambiemos no tiene.

Es llamativo como los propios detractores de Macri le otorgan capacidades que sin dudas el candidato de Cambiemos no tiene. La coalición del PRO, la UCR y la CC de Carrió no cuenta con una estructura fuerte: de las 24 provincias, sólo 5 son afines al macrismo, de las cuales sólo 2 distritos estarían gobernados por el entorno presidencial. En el ámbito legislativo, en caso de que Cambiemos gane el ballotage, sólo tendrían quórum automático en diputados, aunque no mayoría, y sería clara minoría en el Senado controlado por el kirchnerismo y el PJ. Es cierto que el control de Capital y Buenos Aires es poderoso, pero no sería la primera vez que una fuerza política controlara ambos distritos y no resultara tan fuerte como se la imagina. De hecho, la victoria electoral del PRO sólo se dio en las provincias centrales, precisamente las más castigadas por las políticas agropecuarias y de importanciones que el kirchnerismo intensificó en los últimos años, e inclusive esas mismas provincias –el caso de Santa Fe es paradigmático- prefirieron otros signos políticos en sus elecciones internas. Está claro entonces que el voto al PRO en esta elección es una reacción en contra de un kirchnerismo que, a la vez, se encuentra más débil que nunca, y poco tiene que ver con las supuestas capacidades de Macri para gobernar. ¿Serán estas provincias tan dóciles al macrismo? Se ve difícil, considerando que la victoria es ajustada y que un ballotage es un juego a todo o nada donde el votante está más arrinconado que ejerciendo su libertad de expresión. Pero de esto no hay ni una palabra en los discursos del kirchnerismo, tan ensimismado está con su propia desaparición que no puede estimar la fuerza con la que aún contaría como oposición. No es de extrañar, considerando que es un rol que nunca conocieron y siempre despreciaron.

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¿Serán estas provincias tan dóciles al macrismo? Se ve difícil, considerando que la victoria es ajustada y que un ballotage es un juego a todo o nada donde el votante está arrinconado.

Mi principal miedo ante un cambio de gobierno es el cambio de paradigmas de pensamiento. Empecé a trabajar en periodismo político en 2006, a mis 27 años, luego de leer e informarme a conciencia para hacerlo desde hacía unos pocos años atrás. Soy lo que se llama ahora un “hijo del 2001”, que adquirió una especie de conciencia cívica en el 95 cuando trabajé de encuestador para una consultora que sondeaba las presidenciales de ese año e intenté militar en aquel autobot que fue el Frepaso. Recién después de crisis de 2001 determiné como objetivo hacer del análisis político un oficio, que hoy sólo ejerzo ocasionalmente en PACO luego de haber trabajado por una década en redacciones de diarios, portales y revistas. Mi “prueba de fuego” fue haber sido el principal redactor de la sección política de un diario regional santafesino especializado en campo precisamente en el año 2008, y así cubrir el conflicto del campo y el gobierno kirchnerista justo cuando mi editor se fue de vacaciones y me dejó a cargo de la sección editorial. Por aquellos días escribí una editorial diaria y dos artículos más, generalmente relacionados con política y agropolítica. Tenía el oficio y la responsabilidad justa en el momento exacto para aprender todo lo que podía aprender. Siempre agradecí al universo la posibilidad de haber estado ahí y haberme educado con las mejores herramientas posibles para un aspirante a escritor proveniente de un ambiente burgués con conciencia social.

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¿Estará preparada la generación de periodistas jóvenes, que no vivieron en presente otros procesos políticos para entender lo que pasa?

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Pero estos días de ballotage e incertidumbre me doy cuenta que la mayoría de mis categorías de análisis y enfoques políticos se basan en las estructuras y propuestas de un medio ambiente político signado por el kirchnerismo. Y nuevos desafíos se presentan para quienes intentamos pensar un poco más allá de las noticias del día o las columnas de opinión escritas por periodistas que tienen por idea central simular la iluminación hacia una imaginaria audiencia ignorante. ¿Estará preparada la generación de periodistas jóvenes, que no vivieron en presente otros procesos políticos para entender lo que pasa? Me refiero al significado de conceptos como “toma de deuda” en un país que sólo tomó deudas internas y muy pocas externas (tal fue el caso de la perplejidad de muchos ante el fenómeno “fondos buitre”), o las fluctuaciones del dólar y su impacto en la economía, los temas relacionados a la inflación, a la productividad empresarial, a la construcción,  siendo que los discursos provenientes de estos sectores son siempre contradictorios. Un caso sencillo es el de las privatizaciones. Todos los que hoy hacen y tienen menos de 35 tenían menos 20 cuando el proceso privatizador avanzó en Argentina, y recibimos una idea demonizada sobre este proceso. A su vez, los analistas liberales que rechazan esa demonización, toman posturas livianas basadas en ideas al menos gastadas, que suenan anticuadas. Nadie parece saber a ciencia cierta qué implica una privatización, si debe suceder, en qué condicones, sino que cada bando prefiere repetir algún discurso premasticado aprendido de algún economista de otro tiempo. ¿Podremos con mis colegas formar nuestros propios constructos, “poner orden” a estas ideas, comprenderlas y transmitirlas en nuestras modestas columnas que tanto placer nos causa escribir y publicar?

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No veo claridad entre mis pares periodistas. Los hasta ahora voceros de la inteligentzia escriben largas diatribas sobre lo que hace o no hace Scioli, sobre los errores o las esperanzas del kirchnerismo. Ponen al gobernador saliente de Buenos Aires en el centro de sus análisis, exhiben sus ideas sobre el oficialismo como si le estuviesen hablando al candidato, aconsejando sobre sus pasos a seguir o juzgando sus estrategias de campaña. Aquellos periodistas que comenzaron a hacerse un nombre durante el kirchnerismo, jóvenes promesas que trabajaron para el gobierno negando que esto apelmazara sus análisis, parecen obsesionados con la imagen de Scioli. Yo me pregunto si, a final de cuentas, dentro de un tiempo leer esas columnas sea similar a buscar información sobre la elección del 83 y leer artículos sobre Italo Luder, o sobre Eduardo Angeloz en la del 89, o sobre Eduardo Duhalde en el último año del siglo XX.

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La inteligentzia escribe largas diatribas sobre lo que hace o no hace Scioli, sobre los errores o las esperanzas del kirchnerismo.

Tal vez el fenómeno sea una cuestión propia de la profesionalización pauperizada del periodismo en general. Es que mi generación de colegas dio sus primeros pasos en blogs, donde la escritura desenfada y la permanente interacción con los electores generaron una sinergia intensa que retroalimentaba la escritura y los enfoques, lo que generaban a fin de cuentas textos originales que se corrían de la norma acartonada que caracterizan a los columnistas de los grandes medios. Pero a medida que estos blogueros fueron acomodándose en las estructuras mediáticas –estatales, subsidiadas o privadas sin pauta oficial- fueron transformándose en escribas amanuenses que ofrecen artículos ATP diseñados para ser cobrados en tres meses y olvidados en tres horas. En este fin de la prosa que solía ser “la nueva ola” también está marcado el fin del kirchnerismo como hegemonía, un tiempo caracterizado culturalmente en sus bases por la urgencia de comprender y pertenecer, que nos alentó a escribir y pensar de otra forma para diferenciarnos entre nosotros. De los blogs, donde la diferencia era premiada, se pasaron a los medios tradicionales, donde la igualación es recompensada con un facturero relleno y cierta sensación de prestigio ideal para mostrar a mamá que no ves que ya no somos chiquitos.

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Hablando del pasado, un amigo kiosquero del centro rafaelino me dijo la otra tarde mientras hablábamos de las elecciones: “Massa es como Octavio Bordón. ¿Te acordás? En el ´95 parecía que se comía el mundo”. Apuesto que los memoriosos sonreirán con un lado de la boca ante esta idea y jugarán a igualar personajes del pasado con los del presente.

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En 2012 trabajé en la Cámara de Diputados. Fui asesor de prensa de la diputada socialista Alicia Ciciliani. Una buena oportunidad para ver de cerca el funcionamiento de la mítica Cámara de Diputados, espacio al que sólo se puede acceder con credenciales y autorizaciones especiales que hasta a mí como trabajador me costaba conseguir. La diputada me exigía que esté  a las diez de la mañana en punto en las comisiones a la que ella debía asistir y desde ahí le envíe mensajes de textos diciéndole quienes estaban presentes para ella evaluar si bajaba o no desde su oficina a la sala de reuniones. Me tocaban tres comisiones semanales de las cuarenta y cinco que existen. En cada reunión había una mesa con forma de U: en un lado estaba el bloque oficialista, en el otro se reunía toda la oposición y en el centro las autoridades de la comisión. Los asesores nos sentábamos en sillas simples alrededor de la U, cerca de nuestros diputados. Durante los meses que estuve ahí pude ver de cerca la relajación permanente del FPV. Mientras se trataban los asuntos de la comisión, el bloque oficialista parecía un aula de 5to año. Chistes, small talk, risas. Recuerdo a un diputado del que nunca supe el nombre porque cada vez que preguntaba nadie parecía saberlo. Tenía el pelo largo blanco atado con una colita y un pulcro traje azul. Todos los días usaba la misma ropa. Llegaba un poco más tarde que los demás cargando un equipo de mate con motivos indígenas, se sentaba en una punta de la U y comenzaba un largo y complejo ritual para hacer el mate. Luego cebaba con precisión y respetaba las rondas eficazmente. Jamás lo escuché decir una palabra ni hablar de nada más que del mate. Todos le sonreían y lo trataban con cierto cariño, como se trata al hijo educado de una vecina.

“Como soy de la oposición, cobro el 18 y el dinero de los gastos me lo dan el 25, si me lo dan”.

También recuerdo que mi diputada me pagaba antes del día diez sacando dinero de su billetera, lo que en algún punto me parecía humillante dado que mi sueldo completo se encontraba en el cambio chico de ella. Lo exhibía como un favor personal hacia mí y me explicaba que si debía esperar la partida correspondiente al pago de asesores, yo cobraría después del 20. “Como soy de la oposición, cobro el 18 y el dinero de los gastos me lo dan el 25, si me lo dan”. En ese sentido no podía dejar de darle la razón: ser oficialista en el Congreso no sólo garantizaba trabajar lo mínimo indispensable y un aire de superioridad permanente que se exhibe desde los pasillos hasta las sesiones ordinarias de los jueves, sino también garantizaba que se cobraría primero y en tiempo y forma. Creo que esto ya es historia antigua. Luego de la elección del domingo que viene, el panorama en diputados se ve mucho más tenso que el que yo conocí. Ya que el FPV perderá su condición mayoritaria, perderá el lustre y el brillo que le da la fuerza del oficialismo, la potencia de cobrar antes que tus colegas opositores y de utilizar mínimamente los recursos que la Cámara te brinda. Por ejemplo, recuerdo que Alfonso Prat Gay fue un diputado ejemplar: como miembro de la Comisión de Presupuesto fue el único legislador que desde su pequeña oficina opositora logró diseñar un presupuesto alternativo para el año 2013. La confección de un presupuesto requiere mucho estudio, trabajo, asesoría y recursos, todo lo que un diputado oficialista tiene servido ya que su única función es apretar el botón afirmativo cuando se vota en sesión y escuchar con atención y sin distraerse las exposiciones de los ministros porque durante el trabajo en comisión los diputados oficialistas descansaban en las defensas de los funcionarios de gobierno. “Descansar” es la palabra clave tal vez. En los años que llegan difícilmente el FPV pueda descansar tanto como en los últimos cuatro años en los que el kirchnerismo funcionó en piloto automático amparado en aquel ya mítico 54% de La Jefa.

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Los nuevos spot de campaña de Daniel Scioli posteriores al ballotage prometen un candidato oficialista pero libre de todo aquello que molestó del kirchnerismo. De aquella politización de la clase media que planteó Néstor Kirchner, aquella confrontación como herramienta de cambio planteada cuando Scioli era su vice, llegamos al propio Scioli diciendo que él es “moderado” y que no va a molestar a nadie. Not with a bang, buth with a whimper. Mientras tanto, la desesperación por competir dignamente con Macri puso como temas principales de la campaña a los grandes tabú del kirchnerismo: la inflación, que hasta hace poco no existía, y el dólar, que solía ser un “tema  cultural”. En cuanto a las retenciones agropecuarias, que en el relato kirchnerista garantizaban la comida en la mesa de los argentinos, hoy el oficialismo planea reducirlas a su mínima expresión. Ambos candidatos prometen más o menos lo mismo: paz social, no confrontación, devaluación controlada, menos impuestos, más reparto, pero sólo uno de ellos es creíble básicamente porque no defendía las ideas contrarias hasta hace tres semanas. Y nadie sabe manejar esa aterradora similitud ente Jack Johnson y John Jackson.

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A esta postura más Scioli que nunca se le contrapone la campaña lanzada desde los búnkers más ortodoxos del progresismo kirchnerista. Así, podemos ver spots que rayan lo alucinado donde aseguran que de ganar Macri sería “la primera elección democrática en que gane la derecha”, borrando al menemismo para siempre de la historia. También una serie de convocatorias que incluyen radios abiertas y toda clase de kermesses prototípicas del kirchnerismo en las principales ciudades del país, fogoneadas casi exclusivamente por representantes culturales, desde directores de cine hasta trabajadores circenses.

El PJ volvió a incluir su sello en los spots y avisos publicitarios al lado del isologo del FPV, en una reunión histórica destinada a cooptar el voto massista.

Por su parte, el PJ volvió a incluir su sello en los spots y avisos publicitarios al lado del isologo del FPV, en una reunión histórica destinada a cooptar el voto massista que se identifica con alguna clase de pureza peronista. En ese sentido, vale destacar este spot que reproduce una canción que los más viejos conoceremos de aquella publicidad ochentosa de la láctea Sancor. Allí en la propaganda sciolista podemos apreciar una pegatina vintage de archivo que representa el trabajo, la inclusión y el progreso, con hilarantes gaffes como los de estudiantes escribiendo en papel y birome –cuando el kirchnerismo tiene como bandera educativa en plan Conectar Igualdad- o un desfile militar frente al Congreso que recuerda a tiempos pasados. La canción pertenece a una obra de teatro llamada –sintomáticamente- “El diluvio que viene”, una pieza católica escrita en Roma, estrenada en Argentina en 1979 que se mantuvo tres años en cartelera ininterrumpidos y tuvo un exitoso revival en los años 90s. Trata acerca de un hombre de un pequeño pueblo alejado al que Dios lo llama por teléfono y le dice que está por llegar el segundo diluvio universal. Esto ejemplifica el nivel de confusión de los publicistas que, apurados, intentan salvar el arca de noé de las grandes lluvias que se anuncian.

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La política es sorpresa. Todo puede pasar, nadie tiene la capacidad de predecir con exactitud el futuro y siempre hay lugar para lo improbable, para el batacazo o para el ataúd en llamas. ¿A quién elegirán los argentinos? ¿A un frente político sólido y decidido o a uno temeroso y dividido? ¿A un líder coherente con su propia tropa o a un líder cuestionado por los propios? ¿A una fuerza política en ascenso que ya se alzó con una victoria decisiva como es la provincia de Buenos Aires o a una fuerza política que actúa como si estuviese en retirada? Como un cazador que lame su índice para sentir el viento y calcular la dirección de sus disparos, al medir el medio ambiente político muchos ya están preparándose para una Argentina mutante. No sabemos si el cambio será total o parcial, pero sí sabemos que todo se está modificando. Algunos rápidamente aprenderán a soltar, otros seguirán sentados en un asiento que mira hacia atrás mientras el colectivo anda para el lado contrario/////////PACO