Por Juan Terranova
1.
¡Triunfo del FILBA! ¡Resaca! Al pueblo argentino dale vino. ¿Qué pasó? Me colé en la recepción de autores que se hizo en la librería Eterna Cadencia, base de operaciones del festival. ¿Cuál es la noticia? Lo que faltó en la inauguración lo sacaron ayer jueves. Y se brindó por eso.
2.
Llegué temprano. Hice tiempo mirando los libros y luego me fui a tomar una cerveza al bar de la esquina donde una de las chicas que atiende en la barra hizo explotar una chopera. Cuando apareció mi discreto contacto –hombre de fuste en las letras locales–, regresamos a la librería. ¿Cuál era el paisaje? Relaciones públicas. Comunión de conocimientos y poderes. Roces. Ríspidas miradas expresando el desacuerdo, cálidas conversaciones de trasnoche. Up-grade del salón francés que nunca se fue. Estuvieron las figuras del festival, editores de grandes sellos, la primera fila de defensa compuesta por los prenseros y la soldadesca de la gestión (ese ejército nuevo de la Cultura). Damián Tabarovsky se preguntó una vez más para qué servían los festivales, esos encuentros, esa menudencia. Y sirven para eso, para juntarse a tomar –gratis– y a charlar –gratis– en un lugar que es algo más que un bar con tipos que son ligeramente diferentes a los usuales parroquianos de barrio.
3.
Recuerdo recepciones multitudinarias en esa misma terraza. No fue este el caso. Agrupadas en el bar de la plata baja, unas cuarenta personas hicieron las presentaciones del caso, se reconocieron o se obviaron. La librería Eterna Cadencia se vuelve mucho más linda y amigable cuando los mozos –ayer tres diligentes señoritas– llena una y otra vez tu copa. También hubo cazuelas, brochetas, empanadas, y la nutrida pero la generosa barra y el Alma Mora fueron el hit. ¿Se puede sociabilizar el proceso de leer? Qué difícil. Tiendo a pensar que no, que leer es una acto privado e íntimo que se hace solo (aunque en cada línea que leamos se actualicen todos nuestros prejuicios, nuestra carga comunitaria y nuestros saberes culturales). Así, leer un libro es leer un libro. Algo magnífico en toda su simple sofisticación. Dicho esto la charla, el goce de la oralidad, la discusión, el compartir, resulta también un momento necesario y disfrutable. Sii hay vino, todo mejora. ¡Ah, griegos nos enseñaron bien!
4.
Digamos entonces que, al FILBA, el banquete informal le sienta. Sin eso, un vacío, lo incompleto. No atiende, no avanza, no enlaza. La organización debería tomar nota de esta diferencia. ¿Quién de nosotros escribirá ese memo?
5.
A orillas del lago Tiahuanaco, Juan José Castelli convoca a los indios de la región a una asamblea. Bolivia está en guerra. América toda está en guerra. Contra el godo, por la emancipación. Castelli, entonces, habla con la verdad del iluminismo, la expedición que lo llevó desde Buenos Aires a ese lugar remoto está basada en libros, en el peso del saber, en la victoria de la luz sobre la mentira. Los indios lo escuchan. Así Castelli, el orador, se planta, firme, frente a su destino y ofrece: “Os traigo la libertad. Estamos en lucha contra el yugo español. Os traigo las nuevas ideas. Las de Rousseau. Las de los Enciclopedistas. Las de la Revolución Francesa. España sólo puede daros el atraso, la oscuridad y el yugo de la tiranía. Yo os ofrezco la vida republicana y libre. ¡Elegid! ¿La tiranía o la libertad? ¿Qué queréis? ¿Qué queréis, hermanos indios? ¿Qué van a elegir ustedes?” Los indios respondieron: “¡Aguardiente, señor!”///PACO