Política


Fernández-Fernández. Bienvenido a dónde quiera que estemos

Acá estamos. Frente a nuestras pantallas, agarrados a los celulares, apretando los dedos al vinilo barato que los recubre, mirando pasar la lista sin fin de palabras que dicen todas lo mismo. La Senadora Cristina Fernández lanzó un video para anunciar una movida que tiene muy pocos antecedentes en la historia política de nuestra patria y Latinoamérica. Algunos hablaron del histórico renunciamiento de Evita, quién no -con cierta malicia- de la declinación de Carlos Menem en 2003, alguno habrá soltado, en soledad, la partida de Chacho Álvarez. Pero ciertos gestos y contextos llevan a aquel 1951, cuando la esposa del Presidente Juan Domingo Perón decidió no competir como segunda en una fórmula que condensaba las expectativas de sus seguidores. Las miles de personas que se vieron en cada manifestación respaldando a Cristina Kirchner desde que debió abandonar el poder en 2015 deseaban con todas sus fuerzas que vuelva a liderar un operativo retorno. Pero el país cambió, y fuerzas que durante su gobierno habían estado asordinadas y desestructuradas, cobraron poder en el contexto macrista. Estas fuerzas, cercanas o enfrentadas a Cristina, se resistían al regreso de la Senadora a la Casa Rosada.

Muchos colegas ensayarán sesudas interpretaciones de esto. Todos dirán algo, porque en este negocio siempre hay que decir algo. Un viejo maestro de periodismo me enseñó que la política son gestos, y veo en este gesto de Cristina algo profundamente humano, lejos de ese animatronic un poco confuso que los analistas suelen presentarnos, que es parte del lenguaje del oficio. Precisamente la Cristina que vemos es una líder que se ha humanizado en estos años, y esa sensibilidad que despliega su discurso es parte de un mensaje que envuelve el gesto.

La imagino en la soledad de la casa de Calafate, la misma que habitó con su marido y ahora tiene las imborrables huellas de los allanamientos ordenados por el Juez Claudio Bonadio. Sentada en el living, cerca de unos aparatos de gimnasia con los que se mantiene en forma, un gran televisor con presentadores de noticias enmudecidos, meditando acerca de la posibilidad de no ser esta vez la conductora, sino la acompañante de un otro. Esa mujer, preocupada por su propio destino, el de sus hijos y su nieto, que vive en el exilio temporal, habla con la sombra de alguien que ya no está. Rodeada de un grupo selecto de nuevos y viejos compañeros y socios, de asesores y consejeros, un círculo que habla a la espera de escucharla, sabe que la decisión es de ella. Esa impactante cantidad de aliados que fueron a verla salir a saludar luego de la presentación de su libro, que lo compraron, lo leyeron, lo replicaron, lo convirtieron en un éxito indiscutido en la historia de los libros políticos argentinos, está a la expectativa de su voz y sus decisiones.

La noche de Calafate cae y una llamada puede cambiarlo todo. Una pregunta: “¿Serías candidato a presidente?”. Ese hombre que acompañó a su marido en las buenas y en las malas, que tantas mañanas, tardes y noches habrá pasado en esa misma casa, en esa pequeña cocina coqueta de vivienda alpina, hablando de los diarios, de las obras públicas, de las estrategias, de los nombres que danzaron en la vida de los Kirchner desde que se convirtieron en figuras públicas allá casi treinta años atrás. Ese hombre con sus propias ideas, sus rencores, sus anhelos, su familia, su entorno y su propio camino. Un compañero, hombre de confianza de Néstor, un hombre que en mucho le recuerda a él. ¿Quién sino ese amigo, podría acompañarla mejor? Cuando se distanciaron, allá en 2008, Cristina buscaba hacer su propio gobierno, su propio sendero de triunfos y derrotas, rodeada por los que ella eligió para hacer las cosas a su modo. En aquellos tiempos hombres como Alberto Fernández eran un escollo, una molestia, sus consejos pudieron haber sonado remanidos, repetidos desde hacía años en los mismos tonos y con las mismas palabras, y por lo tanto vaciados de sentido. Cristina necesitaba una autonomía que ese gabinete heredado no le permitía tener.

Diez años después todo vuelve de a poco a sonar mejor, acorde, razonable, posible, necesario, diferente. Esos hombres y mujeres pueden ser aire y no asfixia. Este tiempo se parece a aquél otro en que Alberto Fernández tejió y destejió, acordó, dialogó, concretó, fundó y construyó. Tal vez volver al pasado sea la forma de volver al futuro. La casa, con luces y sombras de la luna sureña, de las lámparas de luz artificial que convierten la noche en un espacio de claridad, fue desmantelada por el odio. Ella, otrora poderosa e intocable, vio arrebatados no sólo los recuerdos de sus queridos, de su esposo, sus amigos y compañeros, sino también de sus rivales, de sus críticos: el cuadro de Massa, el otro cuadro de Alberto, que ahora vuelve a estar cerca. Y podemos imaginarla entonces preguntándole a un fantasma qué debe hacer, cómo resolver esa disyuntiva que existe, es real, y que una vez vivió afuera pero pocos meses atrás entró en esa casa y arrasó con ella profanando el último lugar que debía ser agrietado.

Un país también es una casa. Un Estado es una arquitectura invisible pero concreta, intangible pero verdadera, que sostiene una casa con decenas de millones de habitantes. Esa otra casa también fue saqueada. El gobierno conducido por el presidente Mauricio Macri dejó una deuda que casi abarca un PBI completo. Un producto bruto que se reduce cada mes, una deuda que aumenta cada día. Cambiemos advierte por lo bajo que puede intentar salvar su lugar en el gobierno con un nuevo préstamo de Estados Unidos, una nueva deuda de un acreedor cruel e implacable. Mientras ensayan toda clase de artificios de propaganda para mantenerse en pie, los funcionarios preparan silenciosamente una salida que deje sus negocios intactos. Por ejemplo, el gobierno nacional traspasó la potestad de Edesur y Edenor a CABA y la Provincia de Buenos Aires, gobernadas por los únicos candidatos fuertes de Cambiemos, y formó nuevos organismos de control integrados por funcionarios de ambas administraciones, asegurándose que continuarán participando del enorme negociado de la energía, tal vez el botín que mejor aprovecharon Macri y sus amigos y socios, quienes hicieron desde el gobierno suculentos negocios con la energía eléctrica y eólica.

También la entrega, por parte del gobierno argentino, de la explotación del petróleo en la Cuenca Malvinas a las empresas británicas Tullow Oil y Equinor, asesoradas por kelpers, desconociendo la ley 26659 que prohíbe la explotación de hidrocarburos a empresas vinculadas a operaciones ilegales en la zona. Estos hechos, completamente demostrables con un simple googleo, dan cuenta de un gobierno en retirada, a la espera de una derrota electoral que, sin embargo, no los deje sin los negocios para los que llegaron a la administración. ¿Cuántos contubernios más se nos están escapando? ¿Cuánto dinero se están llevando, cuántos oscuros pactos están haciendo mientras disparan fuegos de artificio en los medios afines, militantes engañados, propagandas financiadas con el dinero público, gestos de diálogo mudo y sordo a los opositores? Nuestra casa, en la que Cristina es sólo una habitante más, también está siendo saqueada, sus paredes destrozadas, sus revoques martillados, sus valores incautados, sus adornos destruidos, sus sillones envenenados.

La movida de Cristina Vice es un enroque necesario para salvar una partida de ajedrez en la que sólo hay un ganador posible. La política es un teatro que sucede no solo en escena, sino tras bambalinas, y los espectadores leemos los gestos, escuchamos las declamaciones, vemos la puesta en escena y adivinamos el libreto, especulamos sobre el final de esa obra. Un Macri debilitado, en retirada, acosado por propios y ajenos, que ante cada gesto que emprende para salvar su imagen tropieza y cae redondo, pocos días después se levanta como un jugador de fútbol amateur que insiste en quedarse en la cancha, corre desbaratado y herido. Una Cristina que ante cada movimiento cobra nueva fuerza, pone alrededor suyo todas las cámaras, pantallas, voces, teléfonos, chats, audios, memes, fotos, conversaciones. Alberto Fernández aparece en escena como un acuerdista, un dialoguista que reúne voluntades, que mantiene una visión en sintonía con Cristina y su gente, con su equipo y objetivos, con un estilo que lo diferencia y lo acerca a esos sectores de poder que cobraron fuerza en el macrismo y buscan mantener su lugar o acomodarse pacíficamente en una casa que no sea un desorden, la profanación indiscriminada de las ruinas de un país.

Ayer fue un día histórico porque se abrió una puerta. De par en par. Podemos entrar a ver qué hay o quedarnos parados en el límite, sin cruzar la línea. Dar el paso y ser bienvenidos donde quiera que estemos entonces. La incertidumbre parece mejor que saberse en esta casa tomada donde, de a poco, todas las piezas han sido cerradas, las puertas clausuradas y, sus habitantes, excluidos de la gran arquitectura que se desmorona. ///PACO