El 3 de abril pasado aludimos, en una nota publicada en PACO, a la actuación de algunas ONGs en conflictos como los de Libia y Siria. Destacábamos el rol de estas organizaciones presuntamente humanitarias en la justificación de los ataques por parte de Estados Unidos y sus socios. Diez días después, Trump anunciaba nuevos bombardeos perpetrados en conjunto con Macron y May. La falta de pruebas justificatorias no fue un obstáculo: resultaba inevitable tras la destrucción de la supuesta evidencia, precisamente en el día en que una misión de la ONU iba a investigar las denuncias. En un círculo enloquecido donde juez, jurado y verdugo son un mismo actor, el castigo borra las huellas antes del proceso. Después de todo, semejante investigación era innecesaria. Las ONGs ya habían hecho su trabajo.
Probablemente el lector que no suele interesarse por geopolítica no vea muy claramente la conexión entre algo como Siria y la agenda internacional de género que nos ocupa hoy, pero las filiaciones entre ambos temas son muchas y el rol de las ONGs como brazo visible de lobbys económicos, políticos y financieros es uno de los más atendibles. A la acción de esta clase de organizaciones que ostentan el “sin fines de lucro” como una chapa de poderes cuasi mágicos, se suman las grandes empresas y sus programas de perfil filántropo, enormes sectores de la prensa, grandes universidades, gobiernos y municipios. Lo primero que salta a la vista frente a estas cada vez más utilizadas dinámicas de dominación, es que los términos “izquierda”, “derecha”, “liberal”, “progresista” y “conservador” no representan polaridades, sino más bien una amalgama que actúa raras veces en oposición y en cambio lo hace, en la mayor parte de los casos, en aceitada complementación.
El triunfo de Donald Trump es uno de los mojones que ayuda a comprender la trama. La intelectual feminista estadounidense Nancy Fraser dice a propósito: “Lo que los votantes de Trump rechazaron no fue el neoliberalismo sin más, sino el neoliberalismo progresista. Esto puede sonar como un oxímoron, pero se trata de un alineamiento, aunque perverso, muy real: es la clave para entender los resultados electorales en los EEUU y acaso también para comprender la evolución de los acontecimientos en otras partes. En la forma que ha cobrado en los EEUU, el neoliberalismo progresista es una alianza de las corrientes principales de los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos de los LGBTQ), por un lado, y, por el otro, sectores de negocios de gama alta “simbólica” y sectores de servicios (Wall Street, Silicon Valley y Hollywood). En esta alianza, las fuerzas progresistas se han unido efectivamente con las fuerzas del capitalismo cognitivo. (…) Ideales como la diversidad y el “empoderamiento”, que, en principio podrían servir a diferentes propósitos, ahora dan lustre a políticas que han resultado devastadoras para la industria manufacturera y para las vidas de lo que otrora era la clase media”.
En este paradigma discepoliano en el que aparentes adversarios bogan por un mismo ideal, muchas ONGs están funcionando como dispensadoras de derechos humanos, en acoplamiento con las élites políticas del Primer Mundo. Incontables entidades con capacidad de acción global son posibles gracias al apoyo sistemático de fundaciones como la Open Society Foundations de Soros, Gates Foundation, Kellogg Foundation o Rockefeller Foundation. El periódico anti hegemónico español La Haine puntualiza lo siguiente: “La lista Soros y sus 226 marionetas en Europa ejemplifica el grado de corrupción de unas élites políticas que actúan no sólo bajo el manto protector del billonario progre de la CIA y de «revoluciones de color» nazis como el Euromaidan ucraniano, sino que utilizan como respaldo a una extensa red multinacional de ONGs, a su vez controladas por las agencias de inteligencia de Occidente a través de fachadas-fundaciones como la NED y numerosas corporaciones empresariales de multimillonarios financistas. Todo ello con el objetivo de mantener el «statu quo» capitalista imperante en el mundo bajo el engaño salvífico de los derechos humanos, la justicia social, la diversidad sexual LGBT y el feminismo postmoderno”.
En España, país en el que la cuestión del género tiene una trayectoria más extensa y afianzada que la nuestra, las organizaciones feministas son incontables y entre las más relevantes figuran las que tienen propuestas como la de “Feminismo Inc.” que asegura: “Apoyamos a mujeres de carrera empresarial para que identifiquen modelos patriarcales de dominación y diseñen estrategias conducentes a su propia afirmación como seres humanos”. El Instituto de la Mujer de ese país, a su vez, lamenta la existencia de «oprimidas» empresarias en situación de «exclusión social», agrupadas en la Federación Española de Mujeres Directivas, Ejecutivas y Profesionales, a la que se le asignaron fondos del estado español pese a que algunos de sus socios son Caixa Bank o la multinacional farmaceútica Gedeon Richter.
Pero no todo son municipios corruptos u organizaciones privadas o falazmente filantrópicas. Como apunta el especialista canadiense Steve Haarink, hay agentes de mayor envergadura: “El Departamento de Defensa de EEUU y las grandes corporaciones multinacionales financian una vasta industria de derechos humanos y de diversidad. Las campañas de concienciación sobre ambas funcionan como las bombas: atacan, explotan y tratan de destruir todo lo que está a su alcance, sobre todo si tiene algún tinte nacionalista o autóctono en un sentido tradicional y popular”.
Como vemos, la celebrada ola feminista –atada, para algunos caprichosamente, a la movida LGTB- que recorre el mundo cosechando adhesiones de todo tipo y muchas críticas provenientes, justamente, del mismo feminismo, basa buena parte de su potencia en ONGs, medios y personajes públicos, y responde, sin ocultarlo, a un plan global que se desentiende de las particularidades de cada pueblo. Codo a codo y cumpliendo con los preceptos más elementales y eficaces de la ingeniería social, se gesta una agenda “sin fronteras” que vale la pena discutir y analizar críticamente. Las sesgadas lecturas históricas, filosóficas, espirituales, científicas, políticas, económicas y psicológicas que signan ideas como “Techo de cristal”, “Acoso callejero”, “Mansplaining” o la más segregacionista de todas “La Revolución será feminista o no será” son puestas de manifiesto con gracia y sustento por académicos como el psiquiatra canadiense Jordan Peterson, la científica inglesa Helena Cronin o la filósofa estadounidense Christina Marie Hoff Sommers, con su elocuente canal de youtube FACTUAL FEMINIST, entre muchos otros disponibles en Internet.
“Hay una relación peligrosa de los nuevos movimientos de género con el neoliberalismo.” –enfatiza Fraser – La principal corriente se ha convertido en un feminismo corporativo, del “techo de cristal”, que llama a las mujeres a escalar posiciones en las empresas. Ha renunciado a toda concepción amplia y sólida de lo que significa la igualdad de género o la igualdad social en general. En lugar de eso, parece estar centrada realmente en lo que yo llamaría la meritocracia. Y eso significa solo eliminar las barreras que impiden que las mujeres talentosas avancen hacia las posiciones más altas de las jerarquías corporativas, militares, etc.”. Esta meritocracia, sin embargo, se complementa con su paradójico opuesto: la “cuota”, tan criticada por algunas pensadoras como la española María Del Prado Esteban, quien señala como un error (y un problema de autoestima) pedir un trato laboral similar al de las personas con alguna discapacidad. Pero en sus aspiraciones globales, la agenda del género también pretende atender los problemas más severos del Tercer Mundo con la frecuente falta de rigor que se demostró recientemente en España, cuando una representante de una de las ONGs feministas de corte progresista dijo que la mayoría de los migrantes que llegaban a Europa eran mujeres y que no se «visibilizara» el problema era culpa del dominio patriarcal. Las estadísticas demostraron lo contrario: la mayoría abrumadora de migrantes era masculina.
Dejando de lado a voces críticas, los entretelones del género en términos contemporáneos pueden rastrearse en documentos y obras elaborados hace varias décadas. Un ejemplo entre muchos son los libros de Judith Butler, conocida autora financiada por la Fundación Rockefeller. Según ella “comprender el género como una categoría histórica es aceptar que el género, entendido como una forma cultural de configurar el cuerpo, está abierto a su continua reforma, y que la «anatomía» y el «sexo» no existen sin un marco cultural (como el movimiento intersex ha demostrado claramente). La atribución misma de la feminidad a los cuerpos femeninos como si fuera una propiedad natural o necesaria tiene lugar dentro de un marco normativo en el cual la asignación de la feminidad a lo femenil es un mecanismo para la producción misma del género”. La obra de Butler, popular y celebrada, puede conseguirse en librerías e infinidad de reproducciones on line. El eje central es siempre el mismo y no puede ser más consonante con un capitalismo que descarta y permuta cosas y personas con la velocidad del rayo: “Los términos para designar el género nunca se establecen de una vez por todas, sino que están siempre en el proceso de estar siendo rehechos”.
Entre los documentos, los más mentados son el Memorandum 200 de Kissinger, de 1974, y el informe de la Comisión Rockefeller, de 1972. Ambos, famosos por expresar el temor norteamericano al exceso de población en el resto del mundo, son utilizados en algunos espacios a la hora de ampliar la discusión sobre el aborto, estrechamente vinculado a la política de género. También sirve revisar las relaciones del Opus Dei con algunas ONGs auto catalogadas como feministas en España y Centroamérica y rastrear la financiación de los grupos pro-abortistas dentro de la Iglesia católica. Y seguramente serviría hacer algo de foco en las experiencias de algunos países islámicos en los que el aborto es legal desde hace décadas, incluso hasta el cuarto mes de embarazo. Pero, a nivel nacional, las estructuras de pensamiento válidas para el lobby global constituyen la norma, y seguimos empantanados, endogámicos, discutiendo que si Rial sí o Rial no, y computando como saldo positivo los volantazos de Mariana Fabbiani y Pampita. Quizás un razonable punto de partida sea permitirse un atisbo de sospecha ante el dato de que un festival LGBT llamado “Equality for all” sea patrocinado por Bank of America o que la Ally (Gay, Lesbian, Bysexual, Transgender network) venga servida bajo el ala de Goldman&Sachs. Un punto de partida discreto pero no carente de valor: el valor necesario para sacar, aunque sea por un momento, los pies del plato.////PACO