A nueve días de cumplirse los dos años de mandato y dos meses de las elecciones legislativas que lo ratificaron, el gobierno de Mauricio Macri está en su momento más débil. La insistencia forzada para tratar y aprobar el proyecto de reforma previsional no demostró fuerza sino nerviosismo, no mostró inteligencia sino torpeza, no trajo tranquilidad sino desesperación. ¿Cuál es el apuro por disminuir las jubilaciones argentinas? ¿No podía esperar el proyecto hasta febrero, hasta marzo, hasta abril, un momento donde se pueda descomprimir y no constreñir hasta la implosión? La sensación es que la reforma previsional es la primera de muchas medidas futuras de ajuste en los sectores más sensibles y que, a su momento, el oficialismo volverá a poner en escena la vasta red de comunicaciones violentas que coordina buscando confrontar para legitimarse ante los propios y retener el ajustado apoyo que consiguieron en las urnas. El jueves decíamos en este mismo espacio que si el proyecto se aprobaba no sería por apoyo popular, ni siquiera por respaldo de los más intensos de Cambiemos, sino por la rosca palaciega. Al día siguiente, la sesión se cayó antes de empezar, no hubo quórum para tratar la ley y, en medio de un operativo represivo e incidentes en el Congreso, el propio oficialismo se retiró. Lanzaron la “operación DNU”, e instalaron que si no se aprobaba la reforma, Macri la determinaría por decreto. Nada más falso. Una reforma en esas condiciones no tiene ninguna chance de perdurar. Pero con esta carta pusieron en marcha el apriete a los gobernadores para poder conseguir el quórum sólo dos días después dentro del recinto. Y alistaron el operativo para legitimar por contraposición: el lunes a la mañana, antes de la sesión, grupos radicalizados de piqueteros calificados por el call center de “troskokirchneristas” asolaron la zona con palos y piedras ante una policía perfectamente ordenada, aguantando “estoicamente” los golpes.

Lanzaron la “operación DNU”, e instalaron que si no se aprobaba la reforma, Macri la determinaría por decreto. Nada más falso.

La puesta en escena fue televisada y difundida durante todo el día. Las mismas imágenes se mostraron una y otra vez, tanto en los canales de aire y cable adheridos al oficialismo como en los programas formadores de opinión (el clúster Fantino-Intratables). Cambiemos y la Casa Rosada esperaban, entonces, un rápido tratamiento del proyecto, una aprobación cantada, seduciendo a los propios con las imágenes de la violencia kirchnerista. Alrededor de las 4 de la tarde masivamente se movilizaron grupos políticos y personas que fueron a respaldar la manifestación, llenando la Plaza de los Dos Congresos y alrededores, inundando las redes sociales con imágenes vertiginosas de columnas infinitas reclamando el fin de la sesión. En ese punto, cuando sucede lo inesperado, el teatro de operaciones comienza a fallar. Al mismo tiempo en Diputados, la oposición quebrantada, sin líder, desprestigiada y atomizada, se anotaron uno por uno hasta llegar a un centenar de oradores, retrasando el dictamen hasta la madrugada. El estiramiento y la adhesión espontánea deshicieron ahí también la ecuación de comunicación política y timing legislativo que Cambiemos quiso impostar. El segundo acto brilló con el desconcierto del oficialismo, que desde las redes sociales y mediante WhatsApp intentaban convencer a la opinión pública y a sus más fieles periodistas de que las decenas de miles de manifestantes eran un intento de golpe de Estado.

Las cacerolas siempre plantean un dilema, porque su ruido no tiene consigna, entonces es posible manipular su significado.

Llegaron las 8 de la noche y la gente que salía de trabajar se reunió espontáneamente en cacerolazos que ensordecieron las esquinas de las principales capitales del país. No sólo Buenos Aires, sino también La Plata, Córdoba y Mendoza -lugares donde Cambiemos arrasó en las urnas- reclamaron con las tradicionales cacerolas que desde hace exactamente 16 años se convirtieron en un símbolo de la protesta de la clase media. El ruido y la furia, otra vez inesperados. Las cacerolas siempre plantean un dilema, porque su ruido no tiene consigna, entonces es posible manipular su significado. Llegaron voces del oficialismo televisivo a decir que los autoconvocados apoyaban la reforma previsional, pero fue un vano intento de invertir lo que estaba muy claro. Por primera vez en varios años, hubo una manifestación que saltó La Grieta, que fue lo contrario a la división. Macristas, kirchneristas e independientes reclamaron el fin de una sesión que quedará en la historia como una de las más polémicas de la política argentina, uno de los proyectos más débiles, que intenta esconder la falta de recursos de un gobierno que necesita por todos los medios estirar lo inevitable. Las numerosas y cuantiosas exenciones impositivas a los sectores más productivos como el petróleo, la soja y la industria pesada generaron un agujero fiscal que el macrismo trocó por demagogia con los sectores que respaldaron efusivamente su llegada al poder. Ahora, con un gobierno endeudado y sin recursos, deben recortar ahí donde pueden soportarlo políticamente, donde duele menos a los financistas. Cambiemos especuló con volver a culpar al kirchnerismo opositor -a los rastros del pasado- de entorpecer el avance del país. Manipuló la opinión pública, ocultó datos a legisladores y periodistas, falseó mensajes en las redes sociales y sin embargo no logró instalar “el beneficio” de la reforma previsional. De los que votantes que defienden el proyecto, los más intensos de Cambiemos, ninguno lo hace porque piense que van a mejorar las jubilaciones, sino porque, por un lado, no quieren dar el brazo a torcer a pocas semanas de haberlos elegido nuevamente, y por el otro, porque siguen asustados por la posibilidad del regreso del kirchnerismo al poder.

Cambiemos dilapidó su capital político y miles de argentinos de clase media salieron a la calle en diciembre a reclamar el fin de las prácticas más anquilosadas de la marroquinería política.

La obra de teatro cruel y malsana que puso en escena Cambiemos durante estos días será recordada como el primer verdadero quiebre de los argentinos, el fin del romance de la opinión pública con un gobierno que hasta el momento disfrutó del viento a favor en todas las áreas. Cambiemos dilapidó su capital político y logró que centenares de miles de argentinos de clase media salgan a la calle un lunes de diciembre a reclamar el fin de las prácticas más anquilosadas de la marroquinería política, dejando de lado diferencias políticas e ideológicas. No hay “comunicación estratégica” que alcance para disimular una derrota que, independiente del resultado de la votación en el Congreso, más que política es medioambiental. Del mismo modo que los animales huelen el miedo, la sociedad es hipersensible a la opresión. El gobierno de Macri ya conoce el límite de su ambición, la barrera que ninguna red social u operación mediática puede evitar//////PACO