Cuentan que la policía soviética nunca atrapó al asesino serial Andréi Chikatilo porque su protocolo de investigación la obligaba a indagar en los móviles de los crímenes. En el caso de los asesinos seriales, sin embargo, el móvil se encuentra en primer -y único- lugar en la psicología del criminal, que no mata para robar, ni por venganza o para obtener algún tipo de ventaja por el crimen. Es decir, la narrativa soviética no admitía la figura del asesino serial. Por lo tanto, la policía se mostraba inútil para encontrar pistas que contribuyeran a elucidar los crímenes. Fama, la primera novela de Facundo García Valverde, editada por Galerna, parece por momentos fuera de foco con respecto a la narrativa policial contemporánea. La novela cuenta la historia de Sergio Torres, un ex Gran Hermano que inicia una investigación para descubrir a los asesinos de Malena, la mujer que ama. La búsqueda es llevada adelante frente a las cámaras de televisión. ¿Cuáles son los móviles, no ya del asesino, sino de todos los involucrados en la trama? Lo que podría ser un policial negro entretenido y vertiginoso se transforma en una sátira ácida y potente cuando advertimos que los personajes que desfilan por la novela (muchos de ellos, al igual que Sergio, también ex participantes del Reality), se conducen con un solo objetivo en mente: la fama a la que alude el título, como si se estuvieran mirando todo el tiempo en un espejo que los amplifica, los deforma y los lleva a la perdición. Más que un policial ambientado en el mundo de la televisión, que es algo reducido y estable, Fama es una novela sobre cómo la lógica del espectáculo se apropió de la realidad.
¿Se sale alguna vez de la casa de Gran Hermano? ¿O una vez que uno entra, ya queda atrapado?
Ser famoso es más como ser un adicto que como alguien que cada tanto se toma una línea de cocaína. Un día uno se da cuenta que ya no es famoso o que no quiere serlo más, se aparta, se desintoxica, cree que no necesita más de la fama pero lo que no sabe es que el fantasma de la recaída lo acechará siempre. El ganador de un Gran Hermano de Estados Unidos tiene un podcast acerca de cómo pasar los castings para Gran Hermano. Al ganador de uno de los primeros realities argentinos, Expedición Robinson, lo encontraron viviendo en un pozo en Bolivia. El título de la nota era “Ganador de Expedición Robinson vive en un pozo en Bolivia”. No, no se sale. Lo interesante de la fama en Gran Hermano es cómo se construye en las intersecciones entre realidad y ficción. Los participantes aclaran todo el tiempo que “no están jugando, que son así de verdad”, el programa promete fama a cambio de ser filmado todo el día pero la ficción que construye la edición también se alimenta de la realidad, del deseo que ellos tienen de ser vistos por otros. Lo único que queda es un deseo esquizofrénico o un temor paranoico. Es como si Descartes se hubiera conformado no con el descubrimiento de la conciencia sino con una conciencia que se presenta ante los otros como real.
Más allá de la investigación que hiciste para el libro, ¿disfrutás Gran Hermano? ¿Qué aspectos del programa quisiste reflejar en el libro? ¿Sentís que te quedó algo afuera?
Lo primero que apareció fue la voz del personaje; me aturdía y obsesionaba. Un tipo bastante patético y que no para de mirarse al espejo, como si temiera desaparecer. Me pareció bastante obvio que el texto (no sabía que iba a terminar siendo una novela) tenía que ser una especie de diario íntimo, con todos sus componentes de melodrama, soliloquio y con un ingreso muy mediado de la realidad. Lo que me faltaba era el premio de ese diario, ese reality propio. Ahí entró la trama policial, como una excusa para el despliegue de ese narrador; ¿puede un tipo como Sergio, un mitómano, descubrir la verdad de un crimen? En cualquier reality, el premio estructura y define la trama. Si el premio es bajar de peso, la trama es cómo superás las tentaciones de la comida; si el premio es trabajar con Donald Trump, la trama es cómo cagas a tus compañeros y acertás al capricho del jefe. Si el premio es descubrir a tu padre biológico, el conflicto es cómo lo distinguís de seis padres falsos que quieren convencerte de que son tu padre, porque si lo hacen, ellos ganan 100.000 dólares. Sí, veo demasiados realities. Más de los que debería.
¿Puede trazarse una analogía entre el efecto que genera la fama en los participantes de Gran Hermano y la conducta que llevamos adelante en las redes sociales? ¿Todos actuamos como si fuéramos famosos?
Escribí Fama hace casi cinco años. No tenía tan en claro que las redes sociales iban a convertirse en el monstruo polifacético que son hoy. Si la escribiera hoy, Sergio haría tuitcams o videos en Snapchat para contar su propio reality. Nuestra vida en las redes sociales se parece mucho más a la cola para hacer el casting de un reality que al reality en sí mismo. Queremos ser amados. Queremos ser respetados. Queremos ser envidiados y alabados, al mismo tiempo. Queremos guita, canjes, entradas a eventos especiales. Pero para tenerlo, hay que emerger de esa masa de “huevitos.” ¿Cómo se hace? Llevando nuestra valija a todos lados, como dirías vos; la valija de la literatura, la de la ironía, la del sexo, la del porno, la de nuestra indignación política. Eso sí. Cuando la conseguís, la valija te mete a vos adentro.
¿En el mundo de la literatura también actúa el principio de la fama? ¿Cómo repercute esto en la producción literaria?
Uno de los cuentos del último libro de Ariel Idez, Elogio de la pérdida y otras presentaciones, está protagonizado por un grupo de escritores que organiza una lectura, toman cerveza, comen, conversan entre sí y se van. No leen. Creo que él lo piensa en un tono crítico pero yo identifico un gesto de sinceridad. Lo más difícil en un ciclo de lecturas o en una presentación es que el público se calle, deje de rosquear y escuche al que lee; los patios se llenan más que el lugar donde leen los autores. En un contexto donde es más difícil pasar un casting de Gran Hermano que publicar un libro, la repetición de ciertos dispositivos y símbolos y la vampirización de procedimientos prometen, a la vez que frustran, el estatus de escritor. El tipo publica un libro, lo presenta como si fuera una banda de rock, lo lee como si fuera un actor o un standupero, se deja ver en presentaciones de amigos. ¿En qué se diferencia de un escritor? ¿Por qué no puede reclamar su porción de fama como escritor? ¿Por qué no puede pedir su cuota de megustas a la fanpage de su libro? La paradoja es que esa misma apertura del campo literario destruye la lógica de esa fama; la fama, en última instancia, depende de una relación estructural de desigualdad: el famoso pertenece y lo muestra para que el otro, el común, lo admire y lo haga famoso; cuando hay una mayor accesibilidad a los dispositivos y procedimientos externos del mundo de la literatura, esa relación es efímera; el público ya no es una audiencia pasiva sino alguien que, en cualquier momento, publica y se sube al escenario de ese ciclo de lecturas; ¿por qué voy a escuchar al otro si, en realidad, me tendrían que estar escuchando a mí? Ojo, no creo que haya algún proceso esencial para convertirse en un escritor. Pero sí creo que de no haber leído a Verne o a Salgari trepado a un árbol para que nadie me rompa las bolas, yo no hubiera escrito nada////PACO