Evita fue reivindicada en los últimos años casi exclusivamente a partir de su carácter icónico. Pese al auge de las políticas de género, su pensamiento en torno a las mujeres pasó y pasa de soslayo, un error estratégico del feminismo local que no quiere o no sabe mamar de su legado. Probablemente sus opiniones respecto del rol social, familiar y espiritual de la mujer sean muy difíciles de tragar hoy porque, en varios puntos, se oponen de lleno al nuevo discurso de género que emana principalmente de Estados Unidos y Europa y desestiman las luchas que no estén fundadas en un pensamiento nacional: “Confieso que el día que me vi ante la posibilidad del camino «feminista» me dio un poco de miedo. ¿Qué podía hacer yo, humilde mujer del pueblo, allí donde otras mujeres, más preparadas que yo, habían fracasado rotundamente? ¿Caer en el ridículo? ¿Integrar el núcleo de mujeres resentidas con la mujer y con el hombre, como ha ocurrido con innumerables líderes feministas? Ni era soltera entrada en años, ni era tan fea por otra parte como para ocupar un puesto así que, por lo general, en el mundo, desde las feministas inglesas hasta aquí, pertenece, casi con exclusivo derecho, a las mujeres de ese tipo… mujeres cuya primera vocación debió ser indudablemente la de hombres. ¡Y así orientaron los movimientos que ellas condujeron! Parecían estar dominadas por el despecho de no haber nacido hombres, más que por el orgullo de ser mujeres. Creían entonces que era una desgracia ser mujeres. Resentidas con las mujeres porque no querían dejar de serlo y resentidas con los hombres porque no las dejaban ser como ellos, las feministas, la inmensa mayoría de las feministas del mundo en cuanto me es conocido, constituían una rara especie de mujeres… ¡que no me pareció nunca mujer! (…) Son los valores morales los que han quebrado en esta actualidad desastrosa, y no serán los hombres quienes los restituyan a su antiguo prestigio… y no serán tampoco las mujeres masculinizadas. No. ¡Serán otra vez las madres!”.

Esta clase de opiniones estuvieron sujetas a ataques encarnizados por parte del feminismo de esos años, el feminismo que Evita, sagaz como siempre, vincula a las “inglesas”. Amparada bajo la gran bandera de un movimiento con aspiraciones universales como fue el peronismo, no discutió demasiado con las intelectuales que la criticaban y repitió hasta la muerte que la identidad del individuo se sustenta, primordialmente, en la Patria a la que pertenece y debe defender. El género no es un factor de diferenciación social preferencial para ella, que opta por distinguir entre trabajadores y oligarcas, ricos y pobres, y se cataloga como una mujer que pide reivindicaciones de género, desde el corazón de algo mucho mayor que denomina “mi pueblo”. Paradójicamente, casi 70 años más tarde, aquellas opiniones sobre lo femenino ya no se critican, sino que son directamente ninguneadas, so pretexto de que “los tiempos cambiaron” y “atrasan”. Es raro que, más allá de las tendencias mundiales de último momento, una de las mujeres que más hizo por las mujeres de su país (“no quiero que el Todas para una y una para todas sea un slogan” decía), no talle más fuerte dentro del ideario de las compatriotas que la sucedieron y que hoy “luchan por mejorar la situación de la mujer”.

Evita fue capaz de hacer convivir ideas plausibles incluso para el progresismo secular contemporáneo, con una espiritualidad y unos valores morales que no le deben nada a cierta ala de la institución eclesiástica a la que desafió, pero que se inscriben dentro de la religiosidad: “El voto, es decir la política, no es un fin sino un medio. La expresión electoral es insuficiente para asegurar la integración plena e igualitaria de la mujer a todas las actividades y niveles de decisión. Valores, actitudes y tabúes tradicionales respecto de la mujer como ser subordinado, son compartidos, tanto por los hombres, como por las mismas mujeres. Los sedimentos de una larga discriminación previenen a la mujer común de la iniciativa, seguridad y experiencia necesarias para su participación activa. La incorporación integral de la mujer exige el desarrollo de su potencial humano y político; el análisis de los medios para su capacitación técnica y profesional y la solución de las condiciones de su vida cotidiana. (…) La verdad, lo lógico, lo razonable es que el feminismo no se aparte de la naturaleza misma de la mujer. Y lo natural en la mujer es darse, entregarse por amor, que en esa entrega está su gloria, su salvación, su eternidad. ¿El mejor movimiento feminista del mundo será tal vez entonces el que se entrega por amor a la causa y a la doctrina de un hombre que ha demostrado serlo en toda la extensión de la palabra? De la misma manera que una mujer alcanza su eternidad y su gloria y se salva de la soledad y de la muerte dándose por amor a un hombre, yo pienso que tal vez ningún movimiento feminista alcanzará en el mundo gloria y eternidad si no se entrega a la causa de un hombre. ¡Lo importante es que la causa y el hombre sean dignos de recibir esa entrega total! Las feministas del mundo dirán que empezar así un movimiento femenino es poco femenino… ¡empezar reconociendo en cierto modo la superioridad de un hombre! No me interesa la crítica. Además, reconocer la superioridad de Perón es una cosa distinta”.

Su espectro de propuestas resulta evidentemente ecléctico, pero sin contradicciones internas, por lo que tapar una parte para privilegiar otra, sería falsearlo. Evita podía asegurar con igual convicción que “la misión sagrada que tiene la mujer no sólo consiste en dar hijos a la Patria, sino hombres a la Humanidad. Hombres en el sentido cabal y caballeresco de la hombría” y que “con las mujeres debe suceder lo mismo que con los hombres, las familias o las naciones: mientras no son económicamente libres, nadie les asigna ningún dinero… es urgente conciliar en la mujer su necesidad de ser esposa y madre con esa otra necesidad de derechos que como persona humana digna lleva también en lo más íntimo de su corazón”.

Leer pacientemente sus escritos, escuchar sus discursos, analizar a fondo la articulación entre su palabra y su acción, podría parecer una tarea áspera, pero resulta necesaria para que las argentinas lleguemos a soluciones verdaderamente autónomas, seamos peronistas o no. Si las feministas de ayer, codo a codo con la “oligarquía”, la combatieron, las de hoy deberían hacerla propia en todas sus dimensiones. Quizás no sea un modelo a seguir (por otra parte, ¿a quién le daría el cuero?), pero es una voz indispensable para construir en términos que no sean funcionales a poderes extranjeros, ni neciamente individualistas: “Si una mujer vive para sí misma, yo creo que no es mujer o no puede decirse viva. Por eso le tengo miedo a la «masculinización» de las mujeres. Cuando llegan a eso, entonces se hacen egoístas, aún más que los hombres, porque las mujeres llevamos las cosas más a la tremenda que los hombres. Un hombre de acción es el que triunfa sobre los demás. Una mujer de acción es la que triunfa para los demás. ¿No es ésta una gran diferencia?”.

Su vida arrancó en Los Toldos y llegó a la Casa Rosada, pasando por el mundo del espectáculo, donde llegó a trabajar en cine con actores como Hugo del Carril. Con semejante periplo, no es raro que asegurara que todos tenemos una misión que justifica nuestro paso por el mundo y que describiera líricamente la suya: “Yo sé que, como cualquier mujer del pueblo, tengo más fuerzas de las que aparento tener y más salud de la que creen los médicos que tengo. Como ellas, como todas ellas, estoy dispuesta a seguir luchando para que mi gran hogar, que es todo mi pueblo, sea siempre feliz. ¡No aspiro a ningún honor que no sea esa felicidad! Esa es mi vocación y mi destino. Esa es mi misión. Como una mujer cualquiera de mi pueblo quiero cumplirla bien y hasta el fin. Tal vez un día, cuando yo me vaya definitivamente, alguien dirá de mi lo que muchos hijos suelen decir, en el pueblo, de sus madres cuando se van, también definitivamente: ¡Ahora recién nos damos cuenta que nos amaba tanto!”////PACO