“El señor Haneda era el superior del señor Omochi, que era el superior del señor Saito, que era el superior de la señorita Mori, que era mi superiora.” En esa primera oración está inscrita Estupor y temblores, primera novela de Amélie Nothomb, ganadora del Premio de la Academia Francesa y transformada en film cinematográfico por Alain Corneau. Con sus diversos vericuetos y su prosa económica y limpia, Nothomb se acerca a la cuestión del interjuego del poder en la estructura jerárquica de una empresa capitalista —la compañía nipona Yumimoto— e ingresa al mundo de las transacciones comerciales de todo tipo de objeto imaginable. Amélie es una joven belga de 22 años que además del francés, y su lengua natal, conoce el idioma japonés y se perfeccionó en la jerga del japonés de negocios. Sus rasgos fundamentales, incluso su nombre, coinciden con los de la autora, lo que enseguida nos señala la pista de la novela autobiográfica. Narrada en primera persona, Estupor y temblores da inicio a una serie de confusiones y desencuentros comunicacionales producto del choque de dos culturas en el extremo más delgado de un hilo que siempre parece a punto de cortarse: la relación laboral asimétrica entre una mujer occidental y el mundo empresario de la sociedad nipona.
¿Así funciona el patriarcado? ¿Se trata del odio de género, del recelo cultural, o de una más de las formas de acumulación de poder que establece el capital?
Todo aquello que a la joven Amélie le resulta sencillo de realizar se va convirtiendo, con el correr de las escenas, en una prueba a su capacidad de adaptación al maltrato. Escribir una carta o sacar una fotocopia “perfecta” pueden volverse tareas imposibles de sortear de un momento a otro. Saito, el primero de los los superiores con el que toma contacto, degrada su capacidad quitándole responsabilidades o impidiéndole desplegar sus aptitudes. Se le prohíbe hacer uso de su segunda lengua, escribir cartas y formular preguntas. Su libertad de acción se reduce al ámbito de la cocina. Saito aísla a Amélie del contacto con las labores consideradas “de destreza intelectual”, para pedirle que sólo sirva café. Sin embargo esta joven, pensante y aguerrida, elige sobreponerse a los obstáculos que se le presentan y busca estrategias diversas para sobrevivir en un medio sumamente hostil. ¿Para qué estudió tanto? ¿Se está adaptando o sometiendo quien elige construir su carrera sobre la base del maltrato laboral? ¿Cómo debe comportarse una señorita formada en occidente en una cultura que le es ajena? ¿Hay variaciones en el poder de castigar si el individuo en cuestión es una mujer?
“¡Cállese! ¿Con qué derecho se atreve a defenderse?”. La orden subida de tono responde a la situación de incomodidad que generó esta señorita blanca, inteligente y astuta, al hacer una pregunta que evidencia su escucha y comprensión del idioma adquirido. “Le ordeno que no entienda japonés”, replica el “superior”. Con destreza y buen gusto, Nothomb nos permite ver a través de sus palabras el proceso mental que despliega la protagonista frente al maltrato. Y lo hace del siguiente modo: “Tenía que encontrar la manera de obedecer las órdenes del señor Saito. Sondeé mi cerebro a la búsqueda de una capa geológica propicia a la amnesia: ¿existía alguna mazmorra en mi fortaleza neuronal? Por desgracia, el edificio presentaba puntos fuertes y puntos débiles, atalayas y fisuras, boquetes y zanjas, pero ningún rincón donde sepultar un idioma que oía a todas horas a mi alrededor. Ya que no lograba olvidarlo, ¿podía por lo menos fingir olvidarlo? Si el lenguaje era un bosque, ¿acaso era posible esconder tras las hayas francesas, los tilos ingleses, los robles latinos y los olivos griegos, la inmensidad de las -y nunca mejor dicho- criptomerias niponas?”
Más adelante, Amélie comienza a hacer efectiva su estrategia de continuidad. El señor Tenshi, único aliado que consigue, le encarga por fin un informe completo y detallado sin darle instrucciones de cómo hacerlo. La oportunidad —si bien redunda en que nunca se le reconocerán los méritos de aquel desempeño— mejorará su situación en la tarea cotidiana. Sin embargo la tibia y apacible situación de confort es momentánea. En cuanto Omochi —el vicepresidente de la compañía— descubre la actitud condescendiente de Tenshi frente a la joven belga, la brutalidad vuelve a teñirlo todo. Esa pequeña luz que podía verse al final del camino termina por apagarse. Omochi insulta y humilla a ambos empleados sin importar que pertenezcan a escalafones distintos. Primero los trata de traidores, les grita y los descalifica durante un largo rato. Pero lo más degradante es que al final Omochi toma la decisión de borrar a Tenshi de la lista de postulantes a cierto ascenso prometido. Todo por pedirle un informe a la jovencita blanca, occidental y atea que alguna vez practicó la religión cristiana. ¿Así funciona el patriarcado? Las preguntas se abren solas a cada línea que uno avanza en el relato. ¿Se trata del odio de género, del recelo cultural, o de una más de las formas de acumulación de poder que establece el capital? Probablemente las situaciones que atraviesa Amélie son las mismas que hubiera vivido algún otro jovencito belga, o francés, o argentino, abúlico y liberal de ideales pomposos y guerras discursivas.
Nothomb nos permite ver a través de sus palabras el proceso mental que despliega la protagonista frente al maltrato.
“Mi cerebro no había estado tan poco solicitado en toda su vida […] vivía bajo la advocación de las órdenes contemplativas”. A modo de castigo, Amélie es trasladada a otro sector de la compañía. Allí la buena decisión de la autora ubica a su protagonista a las órdenes de la señorita Mori, una mujer oriental que también termina tratándola de estúpida, imbécil e incapaz. “O es usted una traidora, o es usted una retrasada”, le dice la Mori a su nueva empleada. En esta nueva etapa Amélie debe ocuparse de algo para lo que no está formada: la tarea contable. Tras autoexigirse un buen desempeño y quedarse algunas noches sin dormir, la chica logra aprender esa nueva tarea. “Experimentaba un optimismo incomprensible que me convertía en audaz”, dice entonces. El lector avezado puede observar que en esa línea de texto se traza un matís que pone en tensión dos cuestiones. Hasta donde tolerar, por un lado, y por qué no tolerar la presión que se ejerce desde afuera, por el otro. Hay algo ahí, en ese silencioso trabajo nocturno de la joven, en esa intención de aprender, y ampliarse, y ser aceptada en la compañía, una clara intención de quebrar un límite personal, una búsqueda íntima del límite que está dispuesta a soportar por una causa. Amélie, fuerte y asertiva en su batalla, logra entrar en el código de su oponente. “Me convertí en el Sísifo de la contabilidad y, al igual que aquel héroe mítico, no caía jamás en la desesperación, inexorablemente reanudaba las operaciones.”
Sin embargo ese esfuerzo exacerbado no concluye en el éxito laboral sino todo lo contrario. A las pocas semanas y tras de una rapto de locura que lleva a la protagonista a dormir tapada de una pila de basura de la compañía Yumimoto, consigue que le asignen una nueva tarea. Desde entonces, Nothomb se luce en los cruces que establece entre la narración de la trama y sus saltos al yo de la protagonista. Amélie imagina y crea historias paralelas mientras desarrolla una tarea mecánica que desprecia profundamente. Sus pensamientos crecen y se ramifican y nos llevan a mundos interiores amplísimos y delirantes, críticos de la sociedad nipona y a la vez irónicos. Estupor y temblores se vuelve entonces un texto reflexivo sobre la restricción e indaga un sistema económico puntual para sostener que: las naciones más retrógradas y autoritarias producen los casos más extraños de desviaciones a la norma. Y si bien hace un largo alegato en tono irónico acerca del maltrato que se aplica a la mujer nipona, no concluye de manera simplista en que esto la transforme en la víctima de esa cultura. “Una belleza que ha sobrevivido a tantos corsés físicos y mentales, a tantas coacciones, abusos, absurdas prohibiciones, dogmas, asfixia, desolación, sadismo, conspiración de silencio y humillaciones, una belleza así constituye un milagro del heroísmo. No es que la nipona sea una víctima. Nada más lejos de la realidad. De todas las mujeres del planeta, la nipona no es de las que salen peor paradas”.//////PACO