“No es serio hacer cuentas”, pero el narrador de A brick wall las hace. Quiere calcular la cantidad exacta de horas pasadas en el cine de Coronel Pringles, su pueblo natal. “Menos serio que hacer una cuenta de este tipo es seguir haciéndola hasta las últimas consecuencias”. Cinéfilo ávido, siempre sorprendido, el personaje vuelve a su pasado a través de la re-visión de una película saboreada por primera vez cincuenta años atrás. Trasladado casi azarosamente al territorio de su infancia, la enfermedad de su madre y la muerte de su primer amigo, Miguel, son el escenario en que se reactualiza un recuerdo: el recuerdo de un juego en que, como todos los juegos airianos, lo importante es la proliferación, la invención, ávida de infinito.
Lúdica creación infantil y adulta que erige universos vertebrados por la continuidad, Relatos reunidos, el último libro de César Aira, es, una vez más, el relato de un proceso. Dos chicos juegan a recitar números, un hombre mira desde su ventana una historia que se repite cada noche, dos señoras conversan sin comienzo y sin final, un hombre deduce la cifra de taxis que circulan por la ciudad. El universo de los números es un lugar secreto donde los personajes se esconden, un espacio recortado que hace las veces de refugio ante el apabullante mundo de las palabras. Pero lo que se puede hacer con los números al igual que con las palabras es contar. Son ellos los que engendran historias donde el narrador crea su pasado mientras simula observarlo.
Si el primer cuento es protagonizado por un niño, el último se centra en la fascinación de un Aira adulto que espía y es espiado por su entorno. “Quien pretenda desenmascararme con el clásico «por los frutos lo conoceréis» quedará burlado porque lo que quiero ocultar es precisamente que en mi caso el proceso se dio al revés.” Secreto que se vuelve declaración y a la vez incógnita, las reflexiones del protagonista de El espía encarnan la lógica de un hombre cuyo presente es origen de su pasado, y no al contrario. “¿Acaso la literatura no era el mundo al revés?” nos pregunta un personaje de La revista Atenea.
El pasado ocurre después, es una invención -como prefiere llamar el autor a lo que otros denominan “ficción”-. Y es que en Relatos reunidos el pasado es secreto pero también revelación. El susurro de la invención se plasma, a lo largo de la antología, en el enaltecimiento del detalle. Son niños, enanos, átomos, partículas, minucias los protagonistas de cada relato. Un nena inspira en los clientes de un café la creación de pequeñas y efímeras obras de arte hechas con servilletas de otra época. Una molécula entra sin invitación a una reunión disparando el rumiar de Dios. Un hornero reflexiona, posado en una rama, sobre su insignificancia en el mundo y los perjuicios que ella implica en contraste con la fácil vida de los humanos. Tres enanos provocan el revuelo de todo un pueblo. Un cómic de entre una enorme colección efectuada a lo largo de años determina la vida o muerte de un dibujante. Un carrito de supermercado revela desde las sombras un mensaje esencial. Mil gotas de pintura se escapan de la Gioconda para cambiar el orden del mundo. En todos estos relatos el detalle es imprescindible. En todos estos -los- relatos hay un misterio.
Pero hay además otro secreto que se vuelve ostensible y cuya ostentación es, a la vez, posibilidad de ocultamiento. Se trata de un proceso que comienza con la primera anécdota de la infancia, ligada al inicio de la escolarización del protagonista del primer cuento. De hecho, confiesa otro personaje, “lo único que se recuerda con esa verdadera claridad de microscopio necesaria para escribir es el olvido”. Con el lápiz y el papel comienza el libro, comienza la escritura y comienza el pasado. Una obra plagada de paréntesis nos indica que lo secundario, lo marginal, lo escondido es, en realidad, lo que cuenta. Puesta en escena de dudas, de hipótesis, de selección léxica, de mecanismos de reescritura, las aclaraciones parentéticas resultan el eje de una narración otra, indisociable de aquella que ocupa el espacio “central”. Los paréntesis exacerban el devenir iniciado con aquella primera anécdota, plasmando el fluir de la literatura como invención en una constancia casi automática. Por momentos, los relatos de esta antología parecieran ser una excusa para escribir el proceso de escribir, porque “(si no lo escribo yo no lo va a escribir nadie)” asume el narrador, así, entre paréntesis. La supervivencia, en y a través del relato, surge del olvido y se camufla en los márgenes adoptando una forma nueva en este mundo del revés donde pareciera que el objetivo no es ya poder vivir sino poder morir para contarlo ////PACO