Este 18 de septiembre Escocia votará un referéndum para independizarse del Reino Unido. Todos los habitantes mayores de 16 años que estén anotados en el padrón deberán votar por YES o por NO a la pregunta «¿Debe ser Escocia un país independiente?» Hasta hace poco, parecía que no iba a haber sorpresas, hasta que el pasado 7 de septiembre una encuesta publicada por el diario The Sunday Times dio vuelta la tendencia y los votantes por el YES pasaron al frente. Al día siguiente, la histeria de los mercados no se hizo esperar y la libra esterlina sufrió una baja importante así como también bajaron las bolsas de Inglaterra y Escocia. Algunos dicen que Cameron es un dormilón que no calculó la posibilidad de que los escoceses se dejaran llevar por el corazón en lugar del bolsillo y que es posible que ya sea demasiado tarde. El 10 de septiembre y a 8 días de la gran votación, los líderes de los tres partidos políticos más importantes de Inglaterra, el laboral, el conservador y el liberal acordaron dejar de lado “todo lo que no tienen en común” y visitar distintas ciudades de Escocia con el objetivo de revertir las encuestas.

Scotland's First Minister Alex Salmond poses for a photograph with Jim Sillars as they campaign in Edinburgh, Scotland

Dentro de lo que la prensa internacional eligió llamar como intentos desesperados, el primer ministro inglés David Cameron publicó el 9 de septiembre una carta en el diario Daily mail en la que con palabras como familia, amor, pasión, desgarrar y desesperado, hacía un llamado a los escoceses para que votaran por el NO. La campaña estuvo marcada del lado de los separatistas por un llamado al corazón, a escuchar la historia, a asumir la responsabilidad de tener un momento único para decidir el destino de sus hijos, de sus nietos y de los hijos de sus nietos. En cambio, la estrategia por el NO trató de poner acento sobre la razón de los votantes y los miedos que la razón entiende. Desestabilidad económica, pérdida de la moneda, incertidumbre, “nosotros los ingleses somos mejores” y una máxima que en las elecciones argentinas funciona mucho, más vale malo conocido que bueno por conocer.

Escocia pertenece al Reino Unido desde 1707 y así sabemos de una vez por todas por terminó Braveheart o Corazón Valiente, la película de Mel Gibson, que cualquiera que se precie vio unas 15 veces como mínimo, en español y por Telefe. Todos recordaremos al dubitativo Robert Bruce (wikipedia dixit) cuando guiado por el leproso de su padre, decide traicionar a William Wallace y vivir de rodillas a morir de pie. Esta instancia de la historia, parece desafiar esa famosa frase que algunos adjudican a Hegel, otros a Marx, y que es posible que la haya inventado algún oportunista, de que la historia se escribe primero como tragedia y después como farsa. No sabemos qué versión de la historia sería esta, que une a estos dos países hermanos desde hace más de mil años y los ha encontrado combatiéndose en numerosas ocasiones o combatiendo a un enemigo común como en la primera guerra mundial.

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Alex Salmond es la figura destacada detrás de todo este movimiento. Desde el año 2005 es el presidente del Partido Nacional Escocés (SNP) y desde el 2007 es el principal ministro de Escocia. De su mano, el SNP ganó en el 2011 la mayoría absoluta en el Parlamento Escocés, y desde entonces viene trabajando con el objetivo de lograr la independencia. Para seducir al electorado, los activistas del YES argumentan que nadie mejor que los escoceses para decidir el destino de Escocia. Este país, ubicado al norte de la gran isla, tiene en sus territorios en el Mar del Norte, grandes reservas de petróleo y la idea que Salmond propone es empezar a ahorrar el 10 % de esos ingresos, como Noruega, con el objetivo de tener, dicen, 50.000 millones de libras como ahorros para la próxima generación. Como contraparte, los partidarios del NO, los unionistas, sostienen que Escocia necesita de la economía de Inglaterra y que los pozos petroleros necesitan de las anchas espaldas de la industria del hermano mayor. Las discusiones van y vienen, con argumentos que desde ambos lados no pueden ser zanjados. Cameron y los líderes de los otros dos partidos aseguran que dejarán a Escocia sin la Libra Esterlina si se independizan, y Salmond aclara que eso no es posible, ya que la libra también es de Escocia. O en todo caso, retruca en tono amenazante, si les quitan la Libra, no se harán cargo de parte de la deuda soberana que hoy tiene Gran Bretaña.

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Como último intento de mostrar la hermandad, el 10 de septiembre y luego de un intento fallido mostrado en vivo por la televisión, sobre la casa del primer ministro Reino Unido, en el número 10 de Downing Street, se izó la bandera escocesa junto con la de Inglaterra. A todo esto la Reina Isabel II, de 88 años, no se pronunció sobre el referéndum, siguiendo con la costumbre de la Casa Real de no inmiscuirse en los temas políticos. Tanto del lado del YES como del lado del NO, deslizaron que la Reina los apoyaba. Salmond llegó a decir que la Reina se sentiría muy feliz de que Escocia fuese independiente. Porque aunque a nosotros nos cueste un poco entender, la Reina seguiría siendo la Reina.

Para finalizar y a modo de reflexión: Si seguimos la línea de Escocia, el referéndum para la incorporación de las Islas Malvinas al territorio argentino debería hacerse sólo en las islas, con lo que una votación por el YES sería un delirio. Por otro lado, ¿es infundado pensar que si Elisa Carrió fuese escocesa votaría por el NO? ¿O de qué manera la posible separación de Escocia puede afectar a territorios como Cataluña, el pueblo Vasco o la Ucrania separatista? ¿Estamos frente a una evolución del capitalismo liberal, que volviendo a las bases, propone que las comunidades cuando son más pequeñas se administran y gobiernan con mayor equidad? Y por último, ¿de qué manera podemos entender la madurez con la que Inglaterra y Escocia afrontan esta posible división, desde un país que en los papeles nunca pudo ni quiso organizarse de manera federal?///PACO