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Con las fotos de la última Rispé en mi conciencia, deambulé por un par de fiestas en Buenos Aires. Pensaba que había sido, tal vez, aquella vez, demasiado duro. La obesidad, dicen los médicos, es una enfermedad. La desidia privada sobre los cuidados del cuerpo son, al fin y al cabo, una forma más -torpe, pero una más- de las prácticas que beben su sentido de los múltiples charcos del liberalismo individual que dominan el sentido de la civilización contemporánea. ¿Bailarse una gorda? Los hombres -tal y como dice el tango- no son culpables en estos casos. Los hombres avanzan, atropellan, fornican y siguen su camino. Lo que queda es el paisaje blanco de la Naturaleza.

Tal vez, pensaba mientras caminaba entre los invitados de estas fiestas, tal vez abandonarse a los carbohidratos y a la autoconmiseración, tal vez dedicarse a construir un escudo emocional bajo el etéreo seniority que otorgan hoy las redes sociales y desplazar la importancia sagrada del cuidado del cuerpo -algo en lo que los idearios de la Antigüedad, del Cristianismo y de los instructores de Krav Maga del ejército israelí podrían estar perfectamente de acuerdo- hacia el desarrollo de una subjetividad ligeramente superada, irónica e integrada, tal vez todo eso está, pensaba, al fin y al cabo, bien.

Las fotos de la Rispé -porque no todos conocen una fiesta valiosa y sobre la que he escrito en serio en varias oportunidades- pueden imaginarse como la entelequia misma de los bestiarios medievales. Plagas como la peste negra, la sífilis -en su peor estadio imaginable- y el lupus, combinadas entre sí sobre cuerpos rebosantes de tejido adiposo, acné y alegría. Eso, para quien no lo sepa y se atreva a imaginarlo, significa hablar de las fotos de la Rispé.

No hay, en otras fiestas, gente tan fea. Creo que el asunto de la Rispé -mejor dicho, lo que en la Rispé sedimenta cuando se trata de moldear parte del imaginario físico de los cuerpos en la Buenos Aires de comienzos de la segunda década del siglo XXI- supera el mero ánimo de la fiesta, que es el de reunir físicamente a quienes comparten su tiempo casi siempre en la web.

Las fiestas a las que fui eran de burócratas, empleados y oficinistas con entendibles inquietudes estéticas. Estas son las personas por las cuales esa franja de oscuridad denominada la noche ha sido inventada. Y es gracias a esas personas que la noche funda sus fiestas. Es a estas personas a las que se les debe estar agradecido.

El punto es que no eran feos. Todo lo contrario. Los tipos eran altos, esbeltos, con las barbas recortadas al estilo de los tres días. O eran altos, esbeltos y lampiños. Las mujeres eran elegantes, sofisticadas, con cuerpos peligrosamente calibrados para exhibir, sugerir y desnudar todo en su justa medida y armoniosamente. La otra fiesta era del palo literario. No era una fiesta callejera donde se rejuntan hippies sin talento y empleados públicos ociosos después de arremolinarse por Facebook. Era una fiesta de críticos y escritores con más vuelo. Departamento privado por la calle Pellegrini. Invitación por mail. El escenario -incluyendo el mismo caudal de burócratas, empleados y oficinistas con inquietudes- era el mismo.

A lo que quiero llegar es a que la cuestión de las gordas necesita un epílogo.

Estuve en varias Rispé. Caminé entre esos bestiarios con la fascinación del que observa un cráneo estrellado contra el pavimento después de un accidente. Algo ante lo que no puede hacerse nada y sin embargo no se puede dejar de mirar. Una imagen más asertiva podria ser la de Holden Caufield diciendo «tuve varias oportunidades de perder la virginidad y todo, pero aún así todavía no pasó». Sería un buen lema para la Rispé. Tal vez entre en 140 caracteres.

Volviendo al epílogo sobre las gordas. Viajaba en el subte y vi en un Blackberry un mensaje que decía: «Disculpame el berrinche. Me gustaría compartir con vos una siesta. Pasar tiempo juntos. Te amo mucho». El Blackberry era de una mujer joven, alta, elegante. Eso llegó a mis ojos por culpa de la promiscuidad que promueve un boleto barato y en pesos, pero no es el punto ahora. Durante una estación la mina se mordió el labio. Al final respondió algo así: «Soy muy linda y tenés que cuidarme más».

Salí de ahí recordando que entre la Verdad, lo Bueno y lo Bello existe un vínculo al que no todos han sido invitados.////PACO