“La avalancha informativa, sin mediación, no hace ningún sentido”
Por Belu Russomanno
Dicen que tiene la discografía más grande de Argentina sobre rock europeo no anglosajón de los sesentas a los setentas: música de Francia, Italia, Alemania, los países escandinavos y Europa del este. Fundador de la revista Esculpiendo Milagros en los noventa, que hoy continúa en formato de blog, NorbertoCambiasso participó en el libro 10 discos del rock nacional presentados por 10 escritores (Paidós), a principio de año, con un ensayo acerca de un curioso disco de Miguel Abuelo. Esta entrevista es un testimonio sobre eso y, ante todo, un parte médico de la salud de la crítica y del rock. En su opinión, da negativo. La Parca se afanó las guitarras, las vendió y ahora tiene una banda indie.
¿Cómo recibís el paso del disco material a la descarga digital?
Es un proceso de doble vía. Solo si uno es necio o ultraconservador puede impugnar la inmensa apertura que genera el download o Youtube. No me había enganchado mucho con los programas originarios tipo Napster, pero la ventaja del peer to peer era que te enganchabas con un demente que tenía todos los discos en vinilo de free jazz francés que habían aparecido entre finales de los 60 y comienzos de los 70 que no estaban reeditados en cd. Ese fue el momento en que uno empezó a sospechar que la disponibilidad de la música podía ser universal. Si quiero, lo puedo tener todo. De todas formas, la verdadera revolución fueron los blogs especializados de descarga. Un trabajo extraordinario por la variedad. Hay un tipo que se dedica a subir exclusivamente pop yugoslavo, otro que se especializa en electrónica de Finlandia. El más grande para mí es Mutant Sounds, que ahora acaba de levantar todo por una cantidad de presiones. Es terrible porque se perdió un acervo de miles de discos experimentales de las tendencias más extrañas, de los lugares más recónditos. Pero, además, hacían comentarios… Entre dos o tres tipos subían una barbaridad. Tenían que vivir para eso. No se me ocurre ninguna otra manera de llevar adelante ese trabajo. Ahí había como una intermediación, que es lo que MySpace no tiene, su gran problema. El lado bueno, claramente, es la democratización en el acceso a la música. A los músicos no les gustará pero yo, como crítico, estoy encantado. Los intereses no necesariamente confluyen entre críticos y músicos.
Pero los músicos lo aceptan como un hábitat natural ahora.
Totalmente. Tengo amigos que hacen música experimental y saben que los favorece. Ninguno de ellos tiene la más remota idea de vivir de regalías.
Incluso los que sí podrían aspirar a un tipo de contacto con la industria vienen de un medio ambiente fuertemente digital. Si tenés un grupo, tenés que estar en la web.
El problema es que las leyes de copyright no se han actualizado junto con la revolución tecnológica. Pero no es una cuestión tan simple de resolver. Uno se pone siempre del lado de los que están a favor de la apertura, pero los del otro lado también tienen sus argumentos, no todos son meramente mezquinos. Una experiencia personal: en un curso estaba hablando del Sgt. Pepper´s y, cuando les pregunto a los estudiantes si lo conocían, la mayoría dijo que sí, unos pocos que no, pero hubo uno en particular que me dijo: “¿Me decís qué canciones tiene?”. Evidentemente, se bajó un archivo de 500 canciones de los Beatles, en cualquier orden, pero eso no tiene nada que ver con lo que sucedió en el momento. Se está perdiendo de vista la contextualización de la música. La democratización trajo una suerte de avalancha informativa que, sin mediación, y en eso la crítica es fundamental, no hace ningún sentido.
La crítica tampoco asume ese lugar.
La crítica está muy por detrás de las necesidades, y lo digo con total vergüenza de mi parte. No se ha puesto a la altura de lo que se requiere de ella en este momento. El otro problema es que antes costaba mucho conseguir las cosas y lo que cuesta, inevitablemente, se valora más. Con esto no estoy defendiendo ningún tipo de elitismo, pero lo que no podemos cambiar son nuestros propios hábitos, que nos convierten en consumidores antes que en cualquier otra cosa. La ansiedad por bajarlo todo claramente muestra una actitud en relación con la música que, para mí, va por detrás de la que efectivamente pudo haber en otra época. Cuando salió el Pepper´s, la gente lo escuchaba con reverencia y reunidos. Hoy, como uno asume que las cosas están, están. No hay mayor importancia. Yo no digo que uno tenga que hacer un curso avanzado sobre el contexto histórico del Sgt. Pepper´s, pero con contexto histórico se entiende mucho mejor que como una carpeta de archivos a secas.
¿Qué críticos te interesan?
Durante mucho tiempo estuve suscripto a los grandes semanarios: New Musical Express, Melody Maker, eran como la lectura obligada si uno estaba interesado en el rock. NME tuvo un período extraordinario que fue el que arrancó paralelamente al punk y, en particular, al post punk. Críticos como Charles Shaar Murray, que venían de la contracultura hippie, Nick Kent. Otros que a mí no me gustan tanto pero que, en general, los consideran muy importantes como Ian Penman, Paul Morley. Después, la Melody Maker etapa 1988 fue el último gran momento donde yo vi alguna innovación en los semanarios. De ahí salió un tipo como Simon Reynolds, David Stubbs. Y, de golpe, empezó a caer.
En los 90 empezaron a aparecer una serie de revistas que utilizaban la música en relación con un marco de consumo más generalizado, con mucho acento en la moda, revistas cool como The Face. Los críticos se volvieron cada vez más jóvenes. Cuanto más joven sos, más falta por hacer. Uno no puede convertirse en un erudito a los diecisiete años. Se empezó a notar la falta de música acumulada, el desconocimiento histórico. Ese desconocimiento, sumado a las demandas comerciales y a la obsesión por lo que ellos llaman “the next big thing”, generó algo como el Brit Pop que, en términos de alguna clase de originalidad, es indefendible. No hay nada en Oasis que no haya hecho The Who, y no hay nada en Blur que no se haya escuchado en The Kinks. Hay pequeñas revistas buenas (Perfect Sound Forever, Paris Transatlactic Magazine), pero muchas no se sostienen en el tiempo. The Sound Projector es un ejemplo. Leo mucho The Wire, pero me parece que incluso tiene problemas porque es muy difícil no imponer una agenda, no pontificar y decir “Esto es lo que vale, esto no”. Están cada vez más marcadas las ideologías musicales. Y cuando uno asume demasiado una ideología, se vuelve muy ciego para cierto tipo de géneros. A mí me pasa todo el tiempo. Me considero un tipo de gustos amplios pero también altamente prejuicioso.
Sos consciente de eso…
No lo puedo resolver. No puedo enamorarme de la electrónica pop porque me doy cuenta de que tengo un límite generacional que me lo impide.
Está el ensayo de Reynolds sobre lo que él llama la Sampledelia.
Sé que es el crítico de moda, pero cada vez me convence menos. En Retromanía parece lamentar que ahora un pibe de San Pablo conozca tanta música como él. Hay como un elitismo. Se siente desfasado, como que le sacaron el lugar.
¿Y Greil Marcus?
Tengo grandes problemas con él por cómo usa la historia.
Rastros de Carmín parece una novela.
Descubrí un libro de Stewart Home sobre el punk donde lo deshace en pedazos y ahí me di cuenta de que lo que hace Marcus es inventar la historia. Si investigás, el vínculo dada-situacionismo-punk, no se sostiene. Home dice que el punk británico es callejero, cualquier intento de los críticos o académicos por intelectualizarlo es desviado. Tiene razón.
¿Y la crítica argentina?
Alfredo Rosso me parece un pionero. Es el principal responsable de toda una generación de críticos a los que les dio la primera posibilidad, entre los que me incluyo. Empecé a escribir en Cerdos y Peces y en la Rock&Pop, cuando salía como revista, junto con Pablo Schanton, Marcelo Montolivo, toda gente que algunos asocian con la crítica de los 90. Todos conseguimos nuestros primeros trabajos gracias a Rosso. Las revistas Esculpiendo Milagros, Ruido y Revolver fueron un corte generacional, pero contándolo desde mi versión e involucrado en eso, no puede ser muy neutral.
Después está la crítica vieja, con un populismo muy fuerte, para quien los críticos de los finales de los 80, 90 resultan elitistas o intelectuales. Cualquier idea que esté circulando que no tenga que ver con una aproximación de fan les parece fastidiosa. No es que los deteste, ni nada, pero la concepción que tienen de cómo se hacen las cosas va totalmente a contramano de la mía. El rock empezó a perder significado y eso se refleja en la crítica. El rock no existe más. No lo mató el grunge, sino el rap y la electrónica. Uno habla de rock porque es difícil admitir su inexistencia.
¿Qué tiene que tener sí o sí una crítica de rock?
Contexto. Por ejemplo, me encanta el libro de Ian MacDonald sobre los Beatles. Tiene un conocimiento extraordinario de la época, de la cuestión política y económica. Un buen crítico, no de rock, sino de cualquier cosa, tiene que estar al tanto de muchos saberes, y no exclusivamente de ese del cual dice ser crítico. Tiene que entender qué clase de inflexión se hace en la Argentina respecto de lo que llega. ¿Por qué, de golpe, Miguel Abuelo o Almendra podían confluir en el Di Tella? ¿Qué significaba eso? No para decir “era una edad de oro” o “era un desastre”, no me importa tanto la valoración. La coyuntura define lo que los músicos pueden o no pueden hacer en cada momento. Eso sirve para tener un juicio equilibrado. ¿Podía aparecer un grupo como Virus en 1971? No. Que a mí no me guste, no me lleva a impugnar a Virus porque entiendo la importancia que tuvo cuando apareció.
¿Qué música escuchás por placer?
No tengo tiempo para escuchar música por placer. Soy de comprar muchos discos y me llega una enorme cantidad por semana. Cuando era más joven tenía la aspiración de estar al día en todo y hoy me doy cuenta de que es una ambición absolutamente disparatada. Uno entra a MySpace y está huérfano frente a la máquina.
¿Y cuando eras joven?
Probablemente mi generación haya sido la última que creció escuchando a los Beatles. No soy contemporáneo de ellos. Cuando se separaron, tenía cinco años. A los ocho, nueve, mis viejos me llevaron a comprar un disco y elegí Submarino Amarillo por el dibujo animado. Y cuando lo puse en el tocadiscos, un Wincofon monoaural con púa de clavo, fue una desilusión total porque era una banda de sonido y tenía un montón de cosas instrumentales y raras. Me quedé tan desilusionado que me llevaron a comprar otro a la tarde. Ahí compré Revolver y la vida cambió para siempre. Estamos hablando de un mundo pre-punk.
Ahora, en realidad, las primeras cosas que escuché fueron compilaciones de la nueva ola argentina, donde uno se encontraba con Palito Ortega y Los Gatos en un mismo disco. Alta tensión, Música en libertad, Los preferidos de hoy, Los preferidos de la luna. Todas compilaciones que uno hoy las mira y dice “¡Qué raro esto!” Podía estar Bárbara y Dick con algún rockero de los inicios. Eso era lo que escuchaban mis viejos. Y después, cuando tuve autonomía de gustos, el soundtrack de mi generación fue la música progresiva: Led Zepelin, Pink Floyd, Yes, Queen.
¿El disco Hijos de Nada, de Miguel Abuelo, te retrotrae a esa época?
Lo que me resulta notable es cómo un grupo de gente que está completamente aislado de lo que ocurre en Argentina aparece con búsquedas que la época hace comunes, aún cuando ignoraban lo que sucedía acá y viceversa.
¿Es el eslabón perdido del rock progresivo argentino?
No puedo decir eso porque es un disco atípico para el rock progresivo argentino por el contexto en el que se produjo y por toda la confluencia que tiene con músicos de jazz y de la experimentación.
¿Cuando decís rock progresivo a qué bandas te referís?
Led Zepelin, Deep Purple, Pink Floyd, Yes, Génesis, Queen, todo eso era de dominio público. Y, más adelante, Van der Graaff o Soft Machine y las Bandas de Canterbury. Eso ya no era de dominio tan público, pero vos podías leer sobre esto en las revistas. Me acuerdo de una nota en El Expreso Imaginario, escrita por Fernando Basabru, que era fanático de Gong. Y era tan larga la nota, que salió en el número 23 y en el 25, con uno en el medio porque no llegó a terminarla. Hoy no se puede hacer. Podía delirar con Gong y escribir una nota kilométrica y encima se la publicaban.
¿Y de la escena nacional?
De la escena nacional, toda la vida fui fanático de Spinetta. Artaud me parece un gran disco, pero el de Miguel Abuelo es una rareza que poco tiene que ver con el rock argentino como tal.
¿Vas a ver música en vivo?
Mucho experimental, aunque fui a ver Television el otro día. Voy a ver grupos pequeños como Honduras Libre Grupo, me parece muy interesante lo que hacen, ensambles de jazz de ex alumnos del Conservatorio. Carlos Alonso Quum, cosas de la vieja etapa de la electrónica, los ciclos que hacía Jorge Haro de Limbo. Lo último que me gustó muchísimo fue Frode Gjerstad, un trío de jazz noruego.
¿Hay un antes y un después de Cromañón?
Fue fatídico en todos los sentidos que uno pueda llegar a imaginar. El primero y más obvio, murieron 194 pibes pero, además, generó un desastre en todo lo que es circulación de música en vivo. Sirvió para impugnar los lugares pequeños. Yo me entero de los recitales porque me llueven cosas al Facebook y al mail. No solo de acá, internacionales también. Viene un grupo de Noruega y se entera un pequeño grupo, son siempre las mismas caras. Eso es efecto de Cromañon, no de la amplificación de Internet. Si te ponés a pensar en manos de quién está la producción de los eventos, son dos o tres jugadores: la gente que venía de Fénix Producciones, la gente de La Trastienda y no mucho más. A la impericia del gobierno de la Ciudad hay que sumarle la intencionalidad. Es la manera de deshacer la variedad y dejar la producción en manos de dos o tres. La diferencia entre el mainstream y el underground es abismal. Y no hablo solo del rock. Las revistas tampoco se hacen eco. ¿Cuántos reportajes a Honduras se leen? Se apoya lo que es popular.
¿Cómo ves que la telefonía financie festivales o recitales gratuitos?
Pasa en todas partes del mundo. En los 70 se criticaba a Emerson Lake & Palmer, a Yes o a Pink Floyd porque tenían esos shows desaforados pero, ¿eso no es la prehistoria de U2 o Madona? Si vas montar un show así, necesitás sponsors. Es un síntoma de la muerte del rock, se ha vuelto corporativo.///PACO