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Se acomodan los últimos nombres para las internas abiertas. En principio, la lógica de las PASO es competencia. Se trata de que los votantes elijan a los candidatos. Sin embargo, cada instancia electoral finalmente se toma como un plebiscito, como una gran encuesta definitiva sobre a qué fuerza se respalda. El ganador es el que tiene “más votos”, y el hecho de que nadie sepa bien cómo leerlos da letra para que cada fuerza se otorgue la victoria: más votos en el interior pero menos en las capitales, más en provincia de Buenos Aires, el que sale segundo no llegó a su techo mientras que el primero sí; en fin, una serie de miradas que se venden al mejor postor y que sólo favorecen a que se hagan más campañas, más elecciones. A nadie lo desanima un tercer o cuarto lugar, porque votos tienen todos y siempre se pueden negociar como figurita ya no difícil pero necesaria para completar el álbum y ganarse la pelota.

Contra la mayoría de los pronósticos, Cristina Fernández de Kirchner vuelve a estar en el centro de la política argentina. Su palabra, sus silencios, sus decisiones, sus estrategias son las que definen la escena.

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Como una gran elipse desde que se presentó a declarar en Comodoro Py, Cristina Fernández de Kirchner sorpresivamente rompió con el PJ y armó su fuerza propia, una alianza de partidos muy menores que responden enteramente a sus directivas, pero que logró empezar a vaciar el apoyo mínimo que había conseguido Florencio Randazzo para convertirse en opción. Una vez más, y contra la mayoría de los pronósticos, Cristina Fernández de Kirchner vuelve a estar en el centro de la política argentina. Su palabra, sus silencios, sus decisiones, sus estrategias son las que definen la escena, reafirmando una autoridad que nunca perdió pero buscando recuperar un poder que se vio menguado por la derrota de Daniel Scioli en 2015 y el acoso judicial, mediático y político que tuvo desde su salida en la Casa Rosada. La corporización de ese debilitamiento se evidencia en que Randazzo ya no le pide un espacio, sino que entró a machetazos en la interna del PJ y se plantó buscando igualarla y, tal vez, superarla. La ex presidenta no pudo tolerar que se coloque a su mismo nivel a un político cuya única carta de presentación fue haber sido funcionario de su propia administración, y que el mismo kirchnerismo vincula con el CEO de Clarín, Héctor Magnetto.

Menos de 24 horas después los intendentes del peronismo que apoyaban a Randazzo se pusieron a negociar con otras fuerzas y se sumaron competidores fantasma en la interna del PJ.

Para Cristina, enfrentar a Randazzo es subirle el precio, sumarle una plusvalía que no se ganó. Ya se sabe que los Kirchner no hicieron su capital político firmando cheques. Sin embargo, intentó que el ex ministro se acople a una lista de unidad donde ocuparía el primer lugar en diputados. Movido por nadie sabe bien qué idea, Randazzo no aceptó la propuesta. Lo mismo pasó en las elecciones presidenciales, cuando quiso enfrentar a Scioli y CFK le ofreció la candidatura a gobernador de Buenos Aires. Ambos “premios consuelo” eran buenos y estaban a tono con el mínimo capital político de Randazzo, basado exclusivamente en su insistencia y tenacidad. Pero las especulaciones y roscas tienen un fin, y Cristina fue tajante: armó su propia fuerza -una alianza cuya única fortaleza es ella misma- y se sentó en la vereda de enfrente a ver el caos. Menos de 24 horas después los intendentes del peronismo que apoyaban a Randazzo se pusieron a negociar con otras fuerzas y se sumaron competidores fantasma en la interna del PJ (el gobernador Mario Ishii, el ex presidente Eduardo Duhalde) para tratar de diluir el peso de Cristina. Todo indica que estos esfuerzos son vanos, y que el peronismo sigue mirando a CFK como la conductora natural, por simpatía o por antipatía. La primera meta está cumplida: todos hablan de Cristina otra vez, y ya no por sus múltiples causas judiciales, sino por un rol más natural para su condición de ex presidenta. Como preveíamos en este espacio cuando Mauricio Macri ganó las presidenciales a fin de 2015, el kirchnerismo se alza como una oposición fuerte y con ansias de recuperar el poder, pero con una líder demasiado cuestionada que, a pesar de la intensa rosca, no sube su intención de voto.

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Entonces, el PJ queda como una especie de choripaneada de viejos colegas que no saben bien por qué están ahí. Está claro que irán divididos a las PASO: una parte se aliará con Cristina, otra irá a las internas de los candidatos que se anoten, y otra parte de anotará en el Frente Renovador y Cambiemos, otros crearán espacios alternativos, y otros bailarán un vals alucinado que nadie escuchará. Un PJ dividido es lo contrario a la unidad que reclamaba el peronismo después de la derrota electoral de 2015. Aquellos intentos de construir un partido fuerte, unificado, decidido, se disolvieron ante los caprichos, los egos, las conveniencias y las roscas de sus principales figuras, más temerosas de perder el poco poder que les queda que ambiciosas por recuperar el control del gobierno. Inclusive los gobernadores peronistas buscan un pacto con Macri donde no haya represalias en caso de que el oficialismo pierda las generales legislativas -entiéndase por “perder” a “obtener menos votos”-, lo que por supuesto fue negado por un Cambiemos que replica las mismas prácticas aprendidas durante el kirchnerismo de cruda venganza contra opositores propios o ajenos.

Aún con una vocación por la torpeza y mala calidad de sus funcionarios, Cambiemos se propone como la contracara ideal.

Por su parte, Cristina, que suele disfrutar de los hoteles vacíos, crea un frente de partidos sin referentes más que ella, volviendo a proponer lo mismo que perdió en las últimas elecciones: la decisión palaciega, el aislamiento, el desdén hacia las bases, la imposición de sus métodos, las propuestas sin más contenido que su figura de gran madre dadora de vida. Mientras que el mundo de las elecciones es maniqueo y superficial -los discursos se resumen en pocas líneas, los gestos simples se muestran llanos-, el universo de la gestión es complejo y lleno de dobleces. Las “propuestas” de Cristina no alcanzan para borrar los últimos cuatro años de su gobierno. Aún con una vocación por la torpeza y mala calidad de sus funcionarios, Cambiemos se propone como la contracara ideal. Donde el kirchnerismo ve debilidad -los avances y retrocesos de sus propias medidas- el votante promedio percibe un gobierno que escucha los reclamos de la gente. La inflexibilidad de Cristina ya pasó la barrera de la fortaleza y es leída como los caprichos de una mujer despótica. Su movida en este cierre de listas, aún cuando cumplió el objetivo de desactivar a Randazzo, evidencia el mismo vicio de carácter.

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Cambiemos usa las elecciones legislativas para fortalecer el sello PRO y ubicarse en una arena eminentemente política. En las presidenciales de 2015 pasaron del vecinalismo al partido nacional, y las estrategias de campaña tuvieron más que ver con imagen y marketing digital que con la construcción política tradicional. Era sencillo: existía “Mauricio”, existía la palabra “cambiemos”, que significaba cambiar de gobierno más otras cosas de la ensalada electoral, existía una polarización clara, había una síntesis de conceptos y figuras servida en bandeja de plata. Las legislativas no son elecciones sincréticas, sino todo lo contrario: la multiplicidad de nombres, cargos y lecturas hacen más difícil dirigir la campaña hacia slogans simples, imágenes pregnantes, fotos icónicas, conceptos mercadológicos, redes sociales intensas. Listas de senadores y diputados, una decena y media de distritos provinciales, centenares de distritos municipales, la ausencia de un líder, un referente claro durante la campaña. Demasiadas voluntades, discursos e intereses llevaron al PRO a elegir una estrategia tradicional, de la rosca, el acuerdo, la negociación, la imposición, el tome y daca clásico de estas instancias, del microclima, de las operaciones, de los timbreos, los panfletos, los actos. En estas elecciones el PRO estrena su traje más político, el mismo que desprecia en su relato, el mismo que cuestiona en los discursos y propuestas. Entonces el espectáculo es ver cómo los líderes que convencieron a sus bases de que eran la nueva política ahora les piden que apliquen viejos recursos, los que trazaron modelos horizontales de decisiones proponen esquemas jerárquicos, los que se presentaron como la anti-política juegan a la política salvaje, todo esto disciplinado con la caja del gobierno más clásica: obra pública, adelantos de ATN y salvatajes extraordinarios, sobre todo en los distritos más postergados. Entonces, el PRO, como un Daniel San en el patio de Miyagi, encera y pule sin saber bien cuál es la lección.

El PRO estrena su traje más político, el mismo que desprecia en su relato y cuestiona en los discursos y en las propuestas. El espectáculo es ver cómo los líderes que convencieron a sus bases de que eran la nueva política ahora les piden que apliquen viejos recursos.

Ganar para Cambiemos significa dos cosas: ampliar la cantidad de aliados en cargos electivos y derrotar a Cristina en persona. Para el primer objetivo Marcos Peña se enfoca en trazar estrategias clásicas de la política rosquera hasta devolver a las sombras a su equipo de comunicación moderno y versátil especializado en redes sociales. Los muchachos de la Secretaría de Comunicación Estratégica, quienes al principio del gobierno se autonombraron la revolución comunicacional en la política, fueron o despedidos o relegados a un segundo plano. Marcos Peña puso sus fichas en los lugares más clásicos, repartiendo apoyo en las radios y canales y diarios y portales del país para respaldar a sus candidatos regionales y locales, dirigiendo los recursos y la inventiva a las formas de comunicación más conservadoras. La presidencial, en este contexto, fue una elección casi lúdica. Lo que antes era una apuesta que podía salir mal, ahora pone en juego un proyecto que mantiene a una nueva estirpe: los CEOs de la política y sus financistas. Ninguno de los dueños verá con buenos ojos que el PRO se debilite y deje el sello de Cambiemos a manos de la vieja y nunca bien ponderada UCR, ese tío abuelo que siempre tiene anécdotas y regalos justo cuando se reparte la herencia. Marcos Peña, directamente, en esta elección se juega el puesto: muchos dicen que si el PRO es derrotado, su reemplazante es el siempre anunciado y temido Ernesto Sanz, el candidato de ciertas empresas como Techint, que pusieron buen dinero en la campaña y tienen una relación tensa con Macri. Si la jefatura de Gabinete queda en manos de la UCR, el control de Cambiemos ya no estará del lado de los CEOs, sino de los palpatines ancestrales de la rosca.

Aquel que sueñe unas elecciones de republicanismo mágico, donde todo suceda cómodamente y simplemente por obra y gracia del Hada de la Democracia, bien ganado tiene el festejo del 28 de diciembre.

En ese contexto entra también la madre de todas las batallas: ganarle a Cristina. Ya no a su ladero, ya no a su aliado, sino a ella. Ganarle es -entienden- desactivarla para siempre y terminar de sacarle el jugo. Como si CFK fuese uno de los duendes azules del Golden Axe, Marcos Peña sueña con patearla hasta sacarle la mayor cantidad de jarras, y la perseguirá hasta que se vaya de la pantalla. ¿Pero cómo? El PRO no tiene referentes que sean ni la mitad de convocantes que CFK. La única, María Eugenia Vidal, es gobernadora y, si bien se rumoreó la posibilidad de encabezar una “testimonial”, es una jugada muy arriesgada que expondría un pragmatismo que huele a desesperación. Elisa Carrió es la carta más fuerte que el macrismo tiene en el territorio. Una vez más, veremos a Lilita enfrentarse con Cristina, diez años después. Más viejas, más cansadas, pero con las mismas ganas de odiarse. Es la pelea perfecta, salvo que el resultado está a la vista de cualquiera. Es imposible que Carrió se acerque a los votos de Cristina. Sobre todo teniendo en cuenta que tendrá que pasar la interna, ya que el botín de la PBA es demasiado grande para entregarlo a voluntad y sin chistar, como pasa en el resto de los distritos. Es que las legislativas tienen una lógica violenta: todos quieren poner un nombre en la lista, demostrar su fuerza, pedir algo a cambio. Ni un solo intendente abrirá el paraguas de su distrito sin antes cobrar su parte. Aquel que sueñe unas elecciones de republicanismo mágico, donde todo suceda cómodamente y simplemente por obra y gracia del Hada de la Democracia, bien ganado tiene el festejo del 28 de diciembre. Las legislativas son las elecciones más crudas, las que menos pagan y las que hay que ganar sí o sí. Y el PRO tiene una agenda muy difícil de cumplir.

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Massa, por su parte, sigue inexorablemente por un camino que ya fue muy transitado. El republicanismo con conciencia social que propone la alianza con Margarita Stolbizer y Victoria Donda apenas si alcanza para jugar pero jamás para ganar. La fuerza del “peronismo Mac Book Air” licuado y tenaz del ex intendente de Tigre se suma la figura eminentemente mediática de Stolbizer, que mantiene una estructura UCR residual que arrastra de elecciones anteriores más el pequeño partido de Donda, que apenas alcanza a sostenerle la litera. El juego de Massa ya lo intentó Hermes Binner unos años atrás y no le salió: reunir al peronismo disidente con el antiperonismo moderado y confluir a base de reuniones programáticas que en realidad son excusas para presentar talonarios de factura política al monotributismo de la banca legislativa. En el juego de las legislativas, decíamos, es una apuesta que no paga a un solo jugador, sino que reparte billetes de Estanciero a todos los que llegan a la meta. Para Margarita, la escritora de best sellers de verano, y Vicky Donda, el escote con derechos humanos, el espacio de Massa garantiza la continuidad en el negocio legislativo con una propuesta cada vez más delgada y que apenas sirve para hacerle un poco de sombra a un oficialismo fácil de dañar en provincia de Buenos Aires. Y mientras algún analista político escribe sobre “desconurbanizar el peronismo” en algún portal de cierta influencia, precisamente en el momento en que conurbano es la tierra que el peronismo más debe seducir, Massa y su elenco se alzan como la verdadera propuesta republicana del conurbano, la que no tiene la fuerza del dinero ni es la promesa de un pasado que podría ser futuro otra vez, sino una alternativa que, sin embargo, no termina de hacer pie en la pileta de ese Hotel Chelsea que es la PBA.

El juego de Massa ya lo intentó Hermes Binner y no le salió: reunir al peronismo disidente con el antiperonismo moderado y confluir a base de reuniones programáticas para presentar talonarios de factura política al monotributismo legislativo.

Las campañas electorales tapan todo, son un adaggio del desencanto argentino que bien conocemos. Pero lo que más tapa es el devenir judicial. El maestro Jorge Asís lo resume en una hermosa frase: “La potencialidad política brota más desde la arquitectura soviética de Comodoro Py que del paralizado Congreso de la Nación”. El nervioso ajedrez judicial pierde peso mediático pero se sigue jugando. CFK se viste nuevamente de candidata -y como sucede en las legislativas, de futura senadora- para blindarse de sus causas ya no con fueros -quedó en evidencia que no los necesita- sino con exposición, que le otorga el permanente favor de sus “bajitos”. Ellos, los cristinistas, irán adonde “la jefa” les diga: si hay que afiliarse al PJ, se afiliarán -como pasó apenas asumido Macri-, si deben respaldar un frente inventado, lo respaldarán. Mientras Cristina siga en pantalla -aún en la de los celulares o YouTube- tendrá el apoyo de los más fieles, esa incógnita en la ecuación que es no menos del 20% pero no más del 30%. Un cerco que la protege. Mientras tanto, se acumulan las causas de los funcionarios PRO, silenciosas, subrepticias, pero están ahí, agazapadas, esperando su turno, tal vez la debilidad de un gobierno que por ahora apuesta y gana.

¿Serán las legislativas el látigo disciplinador para el gobierno, el mecanismo de defensa establecido por el sistema representativo para mantener a raya un oficialismo decidido a pisar el acelerador?

También las elecciones tapan una economía que no despega y, por eso, se deteriora. La movida de Marcos Peña para explicar este fracaso es, nuevamente, supeditar a un triunfo del PRO la llegada de la lluvia de dólares. Un chiste que es contado dos veces en diferentes reuniones. Si el segundo semestre fue “un poco de agua, todavía sirve” para el cerdo volador, esto ya es “un poco de aire, todavía sirve”. ¿Cuando aterrizará el cerdo? ¿Cuándo será evidente que la deuda externa crece, que las importaciones ahogan a la industria, que la producción primaria se cierra, que la inflación puede descender pero no detenerse, que el desempleo aumenta? ¿Serán las legislativas el látigo disciplinador para el gobierno, el mecanismo de defensa establecido por el sistema representativo para mantener a raya un oficialismo decidido a pisar el acelerador? Las primarias, ese humo dentro del humo, esa encuesta que pagamos todos, ese antebaño sin espejo que precede a una evacuación necesaria, no develarán la respuesta, apenas darán unas señales, algunos indicadores de qué podemos esperar este año/////PACO