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En el tablero femenino

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Hace pocos días termine de ver Gambito de dama, una miniserie de ocho capítulos que tiene como protagonista a una chica huérfana con un talento para el ajedrez que resulta inigualable. Basada en una novela de Walter Tevis publicada en 1983, Gambito de dama juega entre lo histórico y la ficción, recorre el ambiente ajedrecístico y hace constantes guiños con sus principales hitos y figuras. La historia está ambientada en la década del 60 en los Estados Unidos y tiene como trasfondo la Guerra Fría, aunque esto se nos revela de a poco y sólo en el último capítulo aparece en primer plano. En este sentido podríamos dividir la serie en dos partes. La primera donde conocemos a Beth (actriz principal de la serie), los trágicos años con su madre, el orfanato y el despertar de su talento. En esta parte la serie juega entre la recreación de época y el realismo mágico (la visión de las piezas en el techo, el conserje misterioso y el accidente donde Beth resulta sin ningún rasguño). La segunda parte, de corte histórico pero atravesada por la ficción, está basada en gran parte en la vida de Bobby Fischer, el reconocido campeón de ajedrez que irrumpió en la escena mundial derrotando a quienes, en ese momento y por casi un siglo, dominaban por completo la elite del ajedrez: los rusos Botvínnik, Smyslov, Tal, Petrosian, Spassky, Karpov y Kaspárov se turnaron como campeones mundiales solo interrumpidos por Fischer, que desde el 72 al 75 ostentó ese título. Luego de este período fue perseguido, sometido a constante presiones y detenido por querer escaparse de los Estados Unidos con un pasaporte falso. Finalmente se refugió en Islandia, donde vivió hasta su muerte.  

Gambito de dama, hay que decirlo, resulta atrapante. Tiene todos los condimentos que esperamos encontrar cuando buscamos en Netflix una serie que logre entretenernos. Nuestra heroína, abandonada en un acto trágico por su madre, crece en un orfanato gris tutelado por una celadora déspota. Su mejor amiga, una muchacha negra a quien nadie quiere adoptar, es quien le enseña cómo utilizar los psicofármacos que las autoridades le dan (para contener o estimular, no se termina de entender) a la población de niños abandonados. El principal aliado de Beth, quien le va a enseñar sus primeros pasos en el juego, es un conserje que pasa sus horas estudiando ajedrez en el sótano junto a sus productos de limpieza. Esta pequeña niña, retrotraída y agraciada, que está marcada por la adversidad, se va a convertir entonces en una mujer hermosa y amada que conquistará el mundo. En el camino, en cada partida, torneo y ciudad, Gambito de dama logra un clima de tensión y suspenso mezclado con ambientes juveniles, alcohol y sexo. A medida que avanza la trama, Beth encuentra adversarios que luego se convierten en sus amigos (un recurso de dibujitos animados véase Dragon Ball) y también encontramos un antihéroe. El “gran malo” a vencer es el campeón mundial ruso, Vasily Borov, y esto debe ocurrir en Moscú, su tierra. La serie no da respiro. Se consume capítulo a capítulo con intriga y placer, por lo que el espectador la recorre con las expectativas de que el personaje amado logre vencer sus dificultades personales internas, venza a una sociedad patriarcal y aniquile también a su oponente principal. Por suerte, el director Scott Frank no decepciona.

Por otro lado, la serie tiene un gran contenido histórico y político, lo cual ubica a Gambito de dama entre la novela histórica y la no-ficción, con lo cual se ahorra críticas que son impertinentes (el hecho de que Beth no pierda ninguna partida, incluso sin conocer las reglas del torneo, resulta llamativo). Sin embargo, me parece importante analizar no solo lo que la serie muestra sino lo que omite. ¿Por qué, por ejemplo, transformar a Fischer en una mujer? Se me ocurren diversas respuestas. La primera es que, de esta manera, evita hablar de su vida y sus problemas. El conflicto con su país de origen, central en la vida de Fischer, queda fuera de la historia, lo cual me hace pensar que el eje no está en la vida del ajedrecista si no en ser mujer en ese ámbito. A partir de eso hay que pensar con cuidado cómo la serie retrata a las mujeres en general y no solo a la protagonista.

A grandes rasgos, los personajes femeninos están caracterizados de una forma muy vulgar: son frívolas, poco ambiciosas y alcohólicas. Beth solo es distinta por su talento. ¿Pero es verosímil que eso bastara para que una ajedrecista llegara a ser campeona del mundo en los años 70? No. Eso no sucedía. En los torneos de ajedrez no importaba si la mujer era o no talentosa, simplemente no podía jugar. El centro de la escena mundial era masculino y no había lugar para otro género. ¿Por qué omitir eso? Por otro lado, la protagonista sólo juega contra otra mujer en el comienzo de su carrera, lo cual obliga a preguntar también, ¿dónde están las demás ajedrecistas? ¿Por qué no se menciona la campeona Nora Gaprindashvili o Zsuzsa Polgár, o los clubes de ajedrez femenino?

En Gambito de dama la mujer tiene que luchar sola, nunca organizada, porque en los Estados Unidos el talento alcanza. Lo cual conduce a otro punto, común a muchas producciones estadounidenses: el accenso social solo otorgado por el mérito individual. En el mundo en que vivimos es difícil de creer que dos chicas huérfanas abandonadas a la suerte alcancen la cima de la pirámide. Es más digno de Cenicienta que de Bobby Fischer. Y por supuesto, ahora las heroínas no son princesas que se casan y viven con su príncipe azul. En cambio, triunfan en mundos hostiles dominados por varones. En el camino se hacen ricas y visten a la moda, disfrutan del sexo con ambos géneros sin ningún conflicto y vencen el alcoholismo y la abstinencia por propia voluntad, sin dejar afuera al galán que la corteja y al cual quieren con fidelidad. Todo es éxito y belleza. ¿Pero mostrar la angustia y la dificultad de las ajedrecistas en esa época no aportaría más a una conciencia de género histórica? Es indiscutible que Gambito de dama no tiene, ni busca en absoluto, algo como eso. Se conforma, en cambio, con el ruido que genera afuera, un ruido hecho de artículos feministas que resaltan el empoderamiento o de los círculos del ajedrez que aprovechan el instante de fama.

He discutido y charlado mucho los últimos días sobre Gambito de dama. Con amigos aficionados al ajedrez y otros que no. Esbocé algunas críticas pero los contraargumentos han sido demoledores. ¿Por qué exigirle a una serie que instruya o que respete la realidad? ¿Por qué debería dejarnos algún aprendizaje si es un formato que tiene como fin el entretenimiento? ¿Por qué pedir verosimilitud a una ficción, una obra de arte que puede construir y desarmar sin un fin moral? Tienen razón. Indagar ciertos consumos resulta molesto y pedante. Al final, es indiscutible: si uno quisiera saber de historia, ahí están los libros. Y si uno quiere acercarse al mundo del ajedrez (pero no tanto) y de una forma entretenida y fácil (sin procurarnos ninguna molestia, duda o esfuerzo), ahí está Gambito de dama, que lo hace fenomenalmente bien////PACO

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