I

En 1991 llegó la primera computadora de escritorio a mi casa. Era suficientemente grande como para sentarme delante con una silla y dominar el mouse —cuadrado, gris, con tres botones anaranjados y un cable grueso negro— y era tan alto como para hacerlo con los dos pies apoyados en el piso. La computadora de escritorio era en conjunto casi tan grande como yo. Los diskettes donde la información se almacenaba eran cuadrados negros con el tamaño y el grosor de una invitación formal a un casamiento elegante. En 1991, cuando la vida entorpecía tus consumos televisivos —había algo nuevo en el rubro, el cable con cincuenta canales y todos eran premium porque uno pagaba el cable para no tener que pagar dos veces por un cable ordinario y un cable premium—, comprabas un cassette VHS virgen —otro rectángulo de plástico negro con el volumen aproximado de un libro de Anagrama de doscientas cincuenta páginas— y programabas tu VCR con el TV. El aparato se encendía y funcionaba durante tu ausencia. La calidad de imagen era relativamente aceptable, siempre que mantuvieras los cabezales de la VCR limpios y no usaras el mismo cassette más veces de las recomendables. En realidad todos los aparatos eran cuadrados o rectangulares —todo tenía puntas y bordes agresivamente angulares en 1991, desde los cortes de pelo hasta los autos— y todo lo que tenía una pantalla de un lado tenía un enorme tubo incandescente del otro lado. Los Simpsons eran una novedad. La globalización era una novedad. Y había una sola película de Terminator. Tener un videoclub donde se almacenaban y alquilaban VHS —había que rebobinarlos antes de devolverlos— y usar ropa de tela tipo rompevientos eran novedades y negocios con futuro. Ese año nació Emily Ratajkowski, para la que toda la información previa debe sonar como un gag melancólico de The Big Bang Theory.

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No es fácil mirar más allá de Emily Ratajkowski en el sentido de pensar en Emily Ratajkowski. Es como el calor.

II
Lo siguiente es algo que ella podría repetir sobre mí de manera absoluta: nunca le presté atención a Emily Ratajkowski (a propósito, esa j en Ratajkowski es muda; teniéndolo en cuenta, como dice la misma Emily, no es una pronunciación tan complicada). La vi, por supuesto, como todos. Pero no pude ir más allá. ¿Y para qué ir más allá? No es fácil mirar más allá de Emily Ratajkowski en el sentido de pensar en Emily Ratajkowski. Es como el calor. Así como el calor aplicado sobre una ciudad la cocina y hace hervir todos sus jugos −¿y a qué huele la ciudad desde hace una semana bajo el megacalor sino a megamierda?−, el calor aplicado sobre el cerebro humano paraliza las neuronas y suspende la facultad del pensamiento. ¿En qué piensa el que mira a Emily Ratajkowski? En nada, en nada en absoluto. Ni en la música, ni en el goce de la vida, ni en el poder. Ni siquiera en la reproducción de la especie. Puede ser que la boca coloque por reflejo los labios en O. Pero nada más. No, no es fácil pensar en Emily Ratajkowski mientras se mira a Emily Ratajkowski (hay otras chicas desnudas en Blurred Lines, ¿alguien las vio?). Es algo así como un objeto inefable. Como la noticia de un nacimiento o una muerte. Nada que decir o pensar mejor que el silencio sensato. A menos que haya un buen motivo.

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Es algo así como un objeto inefable. Como la noticia de un nacimiento o una muerte. Nada que decir o pensar mejor que el silencio sensato. A menos que haya un buen motivo.

Bueno, hay un motivo aceptable. El del Papa Francisco I fue el nombre más popular en circulación en la web en 2013. Y Emily Ratajkowski fue el nombre de la mujer más vista. Como dijo Groucho Marx, el que dice que puede ver a través de las mujeres se está perdiendo mucho. Pero Emily merece una oportunidad. Ella bailó desnuda en ese video —y está desnuda desde ese momento en todas aquellas fotos, en todas esas revistas, en todos esos eventos y también en todo Instagram— y, si tienen una compresión sensata del volumen de desnudez accesible en el mundo, entenderán que hay un mérito más allá de cualquier algoritmo imaginable en alcanzar el podio de la mujer más vista solamente por bailar desnuda, como dijo ella misma, «en situación de poder».

Emily O´Hara Ratajkowski nació en Londres y se crió en California. El padre de Emily Ratajkowski es un maestro polaco y la madre de Emily Ratajkowski es una profesora inglesa. Es imposible imaginarlos como dos personas mayores porque no lo son. Emily Ratajkowski es norteamericana aunque ha vivido en Irlanda y en España. Antes de filmar el video de Blurred Lines, Emily Ratajkowski no existía. Después de filmar el video, Emily Ratajkowski se convirtió en actriz de David Fincher. Antes de Blurred Lines vivía en California y ahora vive en Nueva York. El primer tipo al que Emily Ratajkowski besó llevaba puesto un desodorante Axe. El último… probablemente llevaba algo mejor. En la vida de Emily Ratajkowski pasa lo mismo que en las demostraciones de las cirugías plásticas: al revés que en la vida ordinaria, siempre es mejor el después que el antes. Acá y allá, música y cine, antes y ahora (no hay que olvidarse de izquierda y derecha). La fuerza primera de Emily Ratajkowski es la gravitación permanente de la dualidad.

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III
Su portfolio es la prueba elocuente de que para Emily Ratajkowski la desnudez no es algo raro. En sus propias palabras: «I don’t think that nudity is something weird. I think it’s natural and it’s something to be celebrated». Exacto, Emily. Esa es una lección que ninguna obesa celulítica con muchos followers en Twitter debería olvidar. La desnudez es algo para ser celebrado, siempre y cuando no resulte un espectáculo vomitivo de morbidez y autocompasión. La belleza física implica un trabajo físico y un deseo de dignidad y belleza materializable. «You can see that [the females are] in the power position. Women’s bodies are beautiful. It’s nothing to be ashamed of. We should be able to dance around naked and celebrate our beauty». Para Emily Ratajkowski, Blurred Lines fue una obra de arte dirigida por Diane Martel acerca del poder de las mujeres sobre el deseo masculino. Los hashtags, la ropa, los animalitos, la desnudez, esa mezcla de signos de sensibilidad millennial a los que Emily Ratajkowski llama referencias culturales hicieron el resto: «I think that’s why it was so successful because she used cultural references to bring it together and that’s why people connect with it so much». La mejor comida del mundo para Emily Ratajkowski es una salchicha parrillera —»There’s nothing more crazy than barbeque sauce everywhere»— y para ella la mejor manera de comer la mejor comida del mundo es con las manos —»The only thing I could think of is the kind of food you have to eat with your hands»—. Le gusta la comida étnica. No importa si es africana o mexicana. A Emily Ratajkowski le gusta la comida tanto como a cualquier chica de su edad abierta al placer sensual de las novedades. Y todavía quedan muchas novedades cuando naciste en 1991.  «If you both love food, there’s nothing better than cracking a bottle of wine in the kitchen and then cooking together. Teamwork is fun». Sí, Emily, teamwork is fun.

Miley Cyrus está en otro plano: el plano televisivo. Y desde ahí no hace otra cosa que reivindicarse como singularidad femenina y no como fuerza del género femenino. Miley Cyrus es el sentido único y narcisista de la pubertad tardía.

Es por los mismos motivos que nadie conecta con Miley Cyrus. Ella nació cuando todavía faltaban cinco años para que Bill Clinton le hundiera el tubo de su cigarro cubano en la vagina a Monica Lewinsky y eyaculara sobre su vestido azul en la Casa Blanca. ¿Qué podría hacer por las ansias de libertad sexual de sus contemporáneos norteamericanos? Absolutamente nada. Así que Miley Cyrus no actúa en nombre del poder femenino sobre el deseo masculino. Miley Cyrus está en otro plano: el plano televisivo. Y desde ahí no hace otra cosa que reivindicarse como singularidad femenina y no como fuerza del género femenino. Miley Cyrus es el sentido único y narcisista de la pubertad tardía. Y con demasiada desesperación. (Tiene más carisma que Marcela Kloosterboer, es cierto, ¿pero qué mujer no?) En tal caso, no hay nada femenino en colgarse en una grúa de demolición. Una pena que no haya ninguna dualidad en Miley —lo suyo es el culo unívoco y no las tetas— y que sea solo una redneck de Tennessee. Emily, en cambio, con sus rasgos latinos, su apellido polaco, su sensibilidad europea, su mácula semítica y su agenda norteamericana… es una interpelación a la heterogeneidad incluso digital. Y no va a durar nada porque su chiste y el año entero ya se agotaron. Pero las tetas, por Dios. Las tetas de Emily Ratajkowski ////PACO