“Y si mañana es como ayer otra vez

lo que fue hermoso será horrible después.
No es sólo una cuestión de elecciones.
No elegí este mundo, pero aprendí a querer”.


Los versos del clásico himno rockero de Charly aparecen vigentes en una nueva elección con poco para elegir. El peronismo vuelve a ejercitar su infinita capacidad de mostrarse como recambio de sí mismo y al momento decisivo Daniel Scioli aparece como la alternativa más viable a un kirchnerismo totalmente agotado. Mauricio Macri hace fuerza, mucha fuerza, puso lo mejor que le salió, trató de mostrarse progresista para unos y neoliberal para otros, aunque no lo suficiente para seducir a los nostálgicos que ven en sus competidores diversas expresiones del voto bronca-acumulada-durante-años de desdén oficial.  Sergio Massa, quien hace algunos años era el muñeco de torta en la boda reeleccionaria de CFK, hoy aparece como un warrior todo terreno que con su lanzallamas de 20 puntos seduce discursivamente pero no parece que vaya a romper su propio techo conseguido en las PASO. Stolbizer, Del Caño, Rodríguez Saá completan un tren con vagones casi vacíos, que apenas consiguen dar unas piruetas a su propio marketing para llamar la atención de los diarios y una minoría que busca expresar algo, pero no de los votantes, más preocupados por elegir entre quienes, saben, pueden llegar a ganar.

Scioli se esforzó mucho para flotar sin hundirse y nadar sin agitar las aguas. Y al parecer lo logró. Consiguió una campaña sin sobresaltos ni escándalos, amén de algunas críticas cuando su provincia se inundó y él se encontraba en un mágico y misterioso tour por Italia. Desde su regreso aplicó una estricta política de “aborto para unos, banderitas argentinas para otros” y un discurso con el eje en “girando hacia la libertad”. Para quienes no manejan el lenguaje Simpson: insistió a los progresistas de que habría más progresismo, e insistió a los conservadores en que habrá más conservadurismo. Prometió no tocar “el modelo” pero también arreglar con los holdouts, prometió “un inmejorable clima de negocios” pero también un Ministerio de Derechos Humanos conducido por el hijo de la Abuela de Plaza de Mayo Número 1. En materia discursiva, apenas si se conoció alguna metáfora, como la “construir hacia arriba” que muchos señalaron como una expresión vacía de verdadero contenido. A pesar de esto, es el candidato que aparece con mayor solidez y fuerza para lograr la tan preciada gobernabilidad: dirige la provincia más grande y compleja, tiene de su lado al PJ y al kirchnerismo duro que promete darle la derecha pero sugiere convertirse en una suave oposición en el futuro. Su capacidad de reunir votos a partir del silencio y la sonrisa es un misterio siempre valorado en el ámbito político, una incógnita que se respeta por desconocimiento sobre el mecanismo que la hace funcionar. Daniel Osvaldo parece dueño de una clase de mística, no una mística fervorosa ni inspiradora, sino delgada y fantasmal, pero finalmente, una  que reúne tras de sí el apoyo necesario para largar primero en el conteo de las 6 de la tarde del domingo.

Por su parte, Mauricio Macri aparece como un contrincante con valor. Siempre despreciado por propios y ajenos, muchos auguraron que se desinflaría a mitad de camino. Sin embargo, insistió. Y conquistó una buena parte del electorado a fuerza de una campaña de marketing prolija, algunas intendencias no muy malas en Ciudad de Buenos Aires y una afinidad con el electorado más chic que parece haber encontrado en su figura la representación política ideal, lo que los sectores más apasionados del quehacer político llaman “el voto de la antipolítica”. Este sector, sin embargo, no le alcanzaba para competir con “el ungido”, y a mitad de campaña viró el discurso para conquistar los sectores progresistas, prometiendo más y más progresismo, aunque casi nadie le haya creído. Las burlas permanentes en los memes de internet –reproducidos sin miedos hasta por los candidatos del oficialismo en sus páginas oficiales- afianzaron la desconfianza del electorado progresista, que parece preferir el voto en blanco al amarillo, no importa cuántos tuiteros participen de los sitios de internet cool y programas de TV financiados por las arcas estatales de la ciudad de Buenos Aires. Muchos aseguran que este viraje fue un error y hubieran preferido ver en Macri a una especie de Donald Trump argento, con un discurso de derecha liberal reforzado, y consideran que de este modo hubiese conseguido comer más porciones de una torta que con el ropaje progresista no llegó a degustar. Es fácil ver en Macri un contrincante de peso y ajustado para Daniel Scioli, aunque es difícil verlo triunfador en un ballotage si continúa con la misma estrategia en caso de quedar a menos de 10 puntos del primer puesto.

Sergio Massa es la sorpresa de este match presidencial. Quien hace algunos años fue el jefe de gabinete de la propia CFK y armador de la estatización de las AFJP, hoy es el contrincante más histérico y furioso que tiene el kirchnerismo. Su discurso brilla por la fuerte demagogia y las críticas sin cuartel al oficialismo. Promete barrer con La Cámpora y terminar con los punteros y los vagos. Sea lo que sea que signifiquen estos eufemismos, lo cierto es que Massa apeló al votante antikirchnerista extremo apareciendo como una aleternativa alucinada a Mauricio Macri y captando el voto que no es útil, sino el sufragio como expresión de un sentir, como exhibición de una opinión política. Quienes votan a Massa no esperan que gane sino que buscan dejar en claro alguna posición extrema que lleva impresa el lenguaje de la bronca y la insatisfacción. No es una mala estrategia para quien irse del oficialismo lo condenaba a volver a su intrascendente Tigre natal y hablar a la prensa de obras de cloacas e iluminación. Hoy Massa aparece con una fuerza que deberá capitalizar en el futuro, ya que logrará un bloque de diputados propios y tal vez algunas intendencias y legisladores repartidos en el país, además de haber convertido en su socio al gobernador de Córdoba. No es poco para presionar al próximo presidente de los argentinos y posicionarse para las legislativas dentro de dos años y las nuevas presidenciales dentro de cuatro. Aunque la política es el ámbito de la sorpresa, lo cierto es que hay casi ninguna chance de ver a un Massa victorioso el domingo y muy pocas de que llegue a un virtual ballotage, pero su extraña campaña plantea una pregunta que a pocas horas de las elecciones aún no es  respondida: ¿a quién le come votos Massa? ¿A Scioli o a Macri? Massa bien podría ser el clásico anticuerpo creado por el peronismo para desdoblar el voto opositor y luego mostrarse al lado del ganador, pero en este caso no se aprecia una afinidad entre Massa y Scioli a tal punto que no se roben votos mutuamente. Sin ir más lejos, Felipe Solá, el candidato de Massa en provincia de Buenos Aires, habría sido un excelente candidato del oficialismo, mucho más sincronizado que el autárquico Aníbal Fernández. En caso de que ganen Macri o Scioli, todo indica que Massa será en el futuro un opositor, aunque con diferentes niveles de moderación según quién sea el ganador de las presidenciales.

Detrás, muy lejos, llegan los demás. Margarita Stolbizer, obligada a ser candidata luego de que Hermes Binner se bajara y dando un poco de lástima tanto adentro de su fuerza como hacia afuera, sobre todo desde que declaró su victoria cuando comprendió su derrota. Del Caño, la renovación de una izquierda que marca la supremacía del PTS en la interna del Frente, será el nuevo ídolo de las universitarias becarias troskistas con hambre de sentido. Adolfo Rodríguez Saá, quien con su discurso razonable se convirtió en el candidato que al peronismo le hubiera gustado votar si no estuviera tan chamuscada su figura por tantos derroteros previos. Todos participantes de ese gran Love Parade que es la democracia argentina, donde lo que fue hermoso será horrible después, donde no sólo es una cuestión de elecciones, sino más bien de la falta de elecciones, donde muchos sienten ese gusto a poco que dejan candidatos encastrados por los manejes políticos e incapacidades partidarias, antiguos sellos como la UCR y el PS, autoexiliados para cuidar sus pequeños, pequeñísimos espacios conquistados, y una elección presidencial que nos deja el sabor de lo inevitable, de lo adivinado, de lo que sabemos que va a pasar antes de que pase. No elegimos este mundo señores, pero aprendimos, no se si  a querer, más bien, a aceptar y seguir adelante. Con fe, con esperanza….//////PACO