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I
Me gustan los drones. Esa e insonora al final. La palabra drone en sí misma es una de esas bellezas del inglés con unas cuantas entradas en el Oxford Dictionary. No voy a contarles qué significa. Son aparatitos misteriosos, me obsesionan. Estoy a punto de comprarme uno. Un amigo se compró uno. Me mandó algunos videos donde lo tripula en el living de su casa. El drone se eleva majestuoso y obediente. Un modelo Parrot AR. No cuesta más de 250 dólares y se puede comprar por eBay. Las hélices hacen ruido pero el drone se mueve como un pez en el agua. Vuela pero mejor y con más elegancia que un pájaro y con más precisión que una abeja. La sensación es la de algo que pudiera nadar en el aire. Digamos que vuela, claro, pero que vuela como un colibrí. Movimiento vertical y horizontal preciso. Se puede congelar en una ubicación. Lleva dos cámaras. Una frontal y otra debajo. El drone puede verlo todo y tiene una autonomía máxima de 25 minutos. Se maneja con el celular, a través de su propia señal de wifi. El drone es el futuro, pero también un aliado fundamental para aniquilar a tantos enemigos…

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II
Tripulé un drone -aunque el verbo puede sonar incorrecto- durante los mismos ocho minutos que Phil Collins hacía un solo de batería en París en YouTube. Lo que el drone puede ver es lo mismo que puedo ver a través de mi celular. Cuando el drone me mira, en cambio, hay algo respecto a la conciencia soberana de superioridad de la raza humana que se despedaza para siempre. James Cameron debe entender de qué estoy hablando. Sé que los drones se han convertido en el último zumbido que escuchan muchos hombres, mujeres y niños antes de morir. Cuando lo ven -el drone tiene una forma extraña, a la distancia puede ser confundido con un abejorro mutante de dimensiones pasmosas- generalmente se convierte también en lo último que ven. Pero esos son drones con nombres más agresivos. Predator, por ejemplo. Y no van equipados con cámaras. Van equipados con cámaras y un par de dispositivos un tanto más… contundentes.

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III

La interfaz gráfica, el dominio de los controles y la calidad HD de la cámara. Colocar un drone sobre la cabeza de los porteros que acá abajo estaban iniciando sus sesiones senatoriales de discusión sobre la justa deportiva o tineli. Colocar un drone sobre la colombiana de escote virulento que camina hacia las oficinas cerradas de la Universidad de Palermo. Colocar un drone sobre la pileta del edificio de al lado, donde algunas amas de casa con el cavado profundo recién hecho dejan que sus hijos griten sin consideración. La información en cuestión. Creo que ninguna de estas personas sabía qué era un drone. Lo que seguro que podían sentir -el drone es también un trasmisor remoto de sensaciones- es que algo los estaba vigilando. Eso cambia las cosas. Cambia las cosas. Hace poco leí que un drone no trasmite la sensación de poder sino que nos tienta a usarlo. En pocas palabras: es verdad. /// PACO