¿Cuál es el motivo por el cual volvió The X-Files? La primera respuesta, la respuesta teórica y visiblemente agotada, la respuesta que desarrolla en un libro grueso y metódico Simon Reynolds, está en los eslabones de una industria del espectáculo que hizo del retorno al siglo XX una modalidad capaz de ahorrarle el trabajo de crear en el siglo XXI (un fenómeno que patentó Instagram, con sus imágenes del presente en sepia, y en el que Deadpool culmina el retrato del héroe contemporáneo: el idiota atrapado en una infantilización absoluta, el hombre incapacitado para madurar). Ahora bien, con segmentos demográficos cada vez más definidos e independientes, con una verdadera grieta tecnológica que si, por un lado, se propone como plataforma masiva de reeducación sentimental, por otro deja en el limbo del olvido completo aquello previo a la existencia de los formatos digitales y la circulación online ‒el método de registrar The-X Files en los noventa era con una pieza arqueológica llamada VCR, en unos enormes bloques analógicos de cinta de video‒, ¿por qué no reeditar una serie que vieron millones de personas antes de que las series representaran ese sublime objeto de la web que son hoy? Diseñado a una velocidad cada vez mayor, el valor nostálgico, de hecho, ya es hoy un activo seguro por sí mismo.
Retrato del dilema milenarista de fin del siglo pasado, The X-Files incluía su verdadero retrato de la época en la relación aséptica y neurótica entre los sexos, el aniquilamiento paulatino de la sexualidad, la aniquilación del amor en pos de la productividad.
Y no se trata de que todas las series y las películas de los años sesenta, setenta, ochenta y noventa tengan ya su remake, de lo que verdaderamente se trata es de que incluso las películas y las series de la primera y la segunda década del siglo XXI puedan ser remakes de series y películas de la primera y la segunda década del siglo XXI (y, sin embargo, la excepcionalidad de lo genial todavía acecha: cualquiera que haya visto The Knick sabe que toda su majestuosidad funciona sobre House MD). Pero entonces, ¿por qué volvió The X-Files? La segunda respuesta es menos teórica y más pulsional: volvió porque, dentro de un mercado que privilegia la atrofia creativa ‒el género encumbrado por cada muro de Facebook activo en internet‒, Chris Carter jamás había vuelto a hacer nada, las productoras de cine y televisión se negaban a aceptar que David Duchovny pudiera ser otra cosa que Fox Mulder y porque Gillian Anderson, como en esas publicidades del “antes y después”, había rediseñado con éxito un cuerpo que sin dudas deseaba mostrarle en serio al mundo.
Absorbida por el programa de televisión de Tad O´Malley, ni siquiera la paranoia de Mulder es un espacio para la desconfianza individual en el Estado.
Pero en su contexto original, la ideológicamente virginal década de los noventa, esos primeros años de fugaz esperanza tras el derrumbe del comunismo soviético, una derrota a partir de la que Francis Fukuyama creyó que la Humanidad estaba al borde de experimentar “el fin de la historia” ‒¿cómo no ser concesivo y rendirse, en estas mismas líneas, al tono pedagógico para idiotas de Wikipedia, esa high school pública, gratuita y global para millenialls?‒, incluso entonces The-X Files proponía un sustento propio. Y ese marco de sentido, esa zona de interés, no tenía que ver con la posibilidad de vida extraterrestre o los fenómenos paranormales ‒que el ensayista John Gray, por otro lado, historiza como fundamento mismo de la ciencia moderna en La comisión para la inmortalización‒, sino con una discusión ‒un debate, una fricción, un leve intercambio romántico‒ entre la rígida tradición positivista de la modernidad occidental y el elástico misticismo holístico new age, poderosamente egocentrista y agnóstico, con el que un capitalismo sin adversarios venía a llenar a partir de entonces cualquier pregunta metafísica (el I want to be live es, en esencia, la proclama de un desahuciado espiritual antes que intelectual).
El I want to believe de Mulder es, en esencia, la proclama de un desahuciado espiritual antes que intelectual.
Retrato del dilema milenarista del fin del siglo pasado, The X-Files incluía su retrato de la época en lo más evidente: la relación neurótica entre los sexos, el aniquilamiento paulatino de cualquier genitalidad ‒solo posible en la fantasía recurrente de la abducción alienígena, seres que en vez de recorrer los sillones de cualquier cine porno tenían que sacar a la gente de sus camas para extraerles semen‒, la aniquilación del amor en pos de la productividad, las obsesiones infantiles como actos de repudio a la figura paterna y la consecuente feminización de la vida (a excepción de que Mulder perseguía a su hermana, todo lo que representaba en los años noventa The X-Files lo encarnaba en la misma época Michael Jackson). ¿Pero qué puede decir al respecto The X-Files dos décadas más tarde?
Todo lo que representaba en los años noventa The X-Files, lo encarnaba en la misma época Michael Jackson.
En su «regreso como fichas», en su reducción a un absurdo impostado como espejo invertido del pudor y a una ironía como escudo ante el sentimiento ‒dos coordenadas culturales dominantes‒, Mulder y Scully son ahora agentes de una marca ridícula ‒¿qué garantía de investigación y resultados ofrece el FBI después de 2001?‒, y un matrimonio devastado por su incapacidad para la reproducción ‒lo más consecuente con lo que prometían los años noventa‒, y también un agujero de gusano de la burocracia estatal ‒si ISIS, con sus verdugos en alta resolución oyendo la voz de Dios, no fuera real, podría haber sido motivo de un episodio hace dos décadas‒, pero, sobre todo, son un vacío intelectual. Porque, ¿cuáles son en 2016 las fuerzas en conflicto? Absorbida por el programa de televisión de Tad O´Malley, ni la vieja paranoia de Mulder es un espacio para la desconfianza individual en el Estado. Y, en tal caso, ¿qué significa ser paranoico después de internet? Por supuesto, está todavía la figura de Dana Scully. Pero incluso como redención estética llegó demasiado tarde: era en los años noventa cuando las actrices tenían que ser flacas y lindas para ser valoradas; esta, en cambio, es la época de las fantasías de aceptación absoluta y la soberanía de la autoindulgencia; la época en que cualquier gordita puede sentirse cómoda y justificada por ser como es. Y algo más: Francis Fukuyama tenía razón. Y su aseveración, que hablaba sobre la extinción del comunismo, también podría hablar hoy sobre The X-Files////////PACO