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A fines del 2013, Ediciones Winograd puso al alcance del lector argentino una traducción de 1982 & all that. Difficult questions for a difficult time in Falklands Islands con el título, más austero, de 1982, días difíciles en Malvinas. Su autor es John Fowler, un maestro de escuela, periodista y funcionario británico que atravesó toda la guerra como testigo civil. Fowler vivía y trabajaba en Malvinas durante el desembarco, fue padre durante la ocupación argentina y siguió ahí cuando los ingleses ganaron. En el prólogo a nuestra edición local, Federico Lorenz señala que “Cuando hablamos de memorias de guerra, en general pensamos en las vivencias de los combatientes. Pero esta también afecta (y desde el siglo XX sobre todo) a los civiles.” ¿Un testimonio civil de la guerra de Malvinas? No es el único. Fowler cita 74 Days de John Smith y Falkland Islanders at War de Graham Bound. Y aclara que lo suyo es “simplemente un puñado de relatos” de ese “tiempo extraordinario.” ¿Tan así? Ni más ni menos, podría decirse.
Los personajes más destacados de 1982, días difíciles en Malvinas, la mayoría civiles, trabajadores y habitantes de las islas, están muy bien descriptos. A Fowler le alcanzan un par de líneas para mostrarnos a cada uno. Y luego, sólido narrador de anécdotas, organiza en un relato cronológico pero nada inocente los hechos que vivió desde su perspectiva minoritaria y hasta cierto punto lateral. La carta que las autoridades de Port Stanley mandaron a Londres pidiendo una evacuación y que fue malentendida y rechazada, el nacimiento de su hijo, el amurallamiento de su casa con materiales domésticos, el cambio de rutina, el miedo, la muerte, la reacción con los amigos y vecinos: cada uno de los relatos va hilvanando un libro breve pero ajustado, donde cada momento tiene el peso justo para que saltemos al siguiente, sin dejar de conocer la perplejidad, las amenazas o las dudas que sintió el narrador.
¿Y los soldados? Tanto los argentinos como los británicos aparecen descriptos como fuerzas corales y necesariamente uniformadas. Cada tanto aparece el militar argentino que habla inglés, que tiene consciencia de lo que ocurre, al menos en relación a los civiles de las islas, y por lo tanto es más humano, menos intimidante. Por su parte, los británicos aparecen como una fuerza también homogénea pero de ellos se destaca su brutalidad guerrera y, curiosamente, su ingenuidad infantil. Fowler también corrobora las malas condiciones en las que peleó la tropa argentina: “Muchos de estos hombres ya combatían desde antes de la llegada de los británicos. Sus enemigos eran el hambre y el frío que sufrían en sus emplazamientos en lo alto de los cerros. (…) Como había observado de primera mano el desdén y el descuido con que las fuerzas armadas argentinas trataban a su hombres, quedé muy impresionado del trato radicalmente distinto que los británicos brindaban a los suyos.”
Por momentos la ironía inteligente de Fowler, alejada de toda forma institucional, casi de registro hablado, recuerda a Vonnegut. También ciertas observaciones recurrentes que, como el mismo autor señala, responden a preguntas “filosóficas, divertidas o solo desconcertantes.” Los capítulos llevan, de hecho y atendiendo al nombre inglés del libro, una pregunta por título.
Así y todo, lo más interesante de 1982, días difíciles en Malvinas no es su estilo claro y honesto, las aventuras, los temores y las alegrías que pueden pasar los civiles durante una “ocupación”, que Fowler narra con una precisión y una calma admirable. Eso está y se disfruta y hace del libro una lectura amena e inteligente que se suma a los valiosos pero muchas veces repetitivos testimonios sobre Malvinas, y a los libros técnicos sobre legislación internacional o desplazamientos bélicos. Sin embargo, lo más interesante es la posición intermedia que ocupa la voz de Fowler y que no le permite arrebatos de indignación británicos, ni mucho menos adhesión a la orgullosa posición argentina. (Lo cual ayuda al lector argentino a no sentir bronca por algunas de las conclusiones que saca Fowler.)
Sin ser neutral, porque su simpatía está con Inglaterra, que después de todo es su país de origen, Fowler es perspicaz y entiende que lo que ocurre lo supera y que, desde el principio, los isleños deben tomar distancia de ambos bandos. Después de la guerra, Gran Bretaña cambió su política hacia los habitantes de Malvinas pero su desinterés por ellos, no por las islas mismas, como bien señala Lorenz en el prólogo, sigue existiendo. De allí que la mirada de Fowler, pragmática, desconfiada pero serena, aparezca tan rica en matices, tan librada de la ansiedad de afirmar pertenencias y potestades.
¿El resultado? Su frustración porque la guerra no logró zanjar la cuestión: “lo más decepcionante fue que ni la victoria británica ni el sacrificio de vidas, de militares británicos y argentinos, y de civiles isleños, resolvieron en forma definitiva la disputa por la soberanía de las Falklands, como nosotros tuvimos la ingenuidad de creer en ese momento.”
Para los argentinos, el libro de Fowler plantea sino un problema al menos sí un desafío. Los isleños pro británicos se escudan con torpeza en un elástico concepto patrocinado por la ONU, el de la autodeterminación de los pueblos para autogobernarse, y desde ahí intentan cancelar cualquier lazo con la Argentina. Esta posición es torpe, y esconde hipócritamente el uso de la fuerza. Desde luego, cuando le conviene Gran Bretaña no duda en arrasar, destruir y relocalizar tribus y pueblos enteros, si conviene a sus intereses imperiales. Sobran ejemplos.
¿Esto quiere decir que si entablamos relación con los isleños, si hablamos con ellos, aceptamos su gobierno? ¿O si leemos los libros que escriben, como es el caso, reconocemos su autonomía y cedemos en nuestros derechos? No son preguntas retóricas. Con Malvinas, cada decisión trae una consecuencia y un descontento. Por otra parte, las políticas hacia las islas es una cosa y otra muy diferente la política hacia los isleños. 1982, días difíciles en Malvinas, por su parte, nos propone una mirada que se sale de lo esperable sobre un tema muy hablando y muy poco escuchado. Fowler cuenta una historia bastante transitada pero lo hace desde un punto de vista que nos resulta extraño a nosotros y también a él mismo. En uno de los mejores momentos del libro confiesa su reacción cuando ve a los soldados argentinos: “Creo que lo que produjo en mí el inesperado y poco característico impulso de causarle daño a alguien fue el hecho de que soy británico. A lo largo de los últimos cientos de años, los británicos no hemos tenido experiencias que nos sirvan para entender cómo comportarnos hacia un enemigo que haya elegido invadirnos. Estamos acostumbrados a elegir a quién invadimos nosotros.”
Sin costumbre reciente, con una tradición inocultable de invasiones, el británico se ve en un lugar excéntrico. Y ese lugar también nos sorprende a nosotros. Frente a tanta convocatoria abierta sin explicaciones, frente a tanta bajada de línea, muchas veces carente de inteligencia, el único libro que parece poder rivalizar en angulosidades y preguntas con 1982, días difíciles en Malvinas es La construcción, una excelente y muy reciente novela de Carlos Godoy que, esta vez sí desde nuestro lado, revisa uno por uno todos los tópicos de Malvinas y los decostruye hasta que ese paisaje vuelve a ser extraño sin dejar de ser íntimo y privado, sin dejar de incomodarnos un poco y menos de emocionarnos, como, en los comienzos de la modernidad, querían los románticos alemanes que percibiéramos eso que algunos llaman Estado Nación y otros simplemente Patria.///PACO