Política


El rechazo a las ciencias sociales

Cuando era chica, mis padres eran amigos de un matrimonio que tenía cuatro hijos. Tres de ellos eran lindos y súper inteligentes, pero también estaba la Silvita. Ella era menos brillante, no tan bella, no tan locuaz. Los padres hablaban con orgullo de sus otros hijos, mostraban sus logros, los hacían hablar en público para que escucháramos cuán sagaces eran. La Silvita también era considerada un miembro pleno de la familia, por supuesto y la querían mucho, a qué negarlo. Pero de ella hablaban poco, la mostraban menos y era la única a la que nombraban con un diminutivo. Me acordé de la Silvita en este tiempo post PASO, frente al revuelo que se armó -una vez más- en torno a la utilidad de la ciencia y la necesidad de su financiamiento estatal. Ante la amenaza de su destrucción, el sistema científico tuvo que salir -una vez más- a defenderse, a explicar con paciencia digna de docente inicial la necesidad de la investigación científica, a dar cuenta de lo estratégico de su financiamiento estatal y a enumerar la lista de logros: las vacunas, los avances en la lucha contra el cáncer, los satélites…

Las ciencias sociales, sin embargo, no han sido igual de mencionadas. Como la Silvita de mi infancia, no habría dudas sobre sus credenciales científicas, pero al defenderla entramos en un campo incómodo y complejo, sus virtudes no son claras, sus logros no son del todo impactantes, su utilidad se difumina, sentimos que nos faltan argumentos. Esto ha sido así desde su alumbramiento: las ciencias sociales son un poco la hija despreciada de la familia científica, nació rara y desde entonces será sometida sistemáticamente a mayor crítica y escrutinio. Hoy es un blanco perfecto para gente enojada.

Sería posible argumentar en defensa de las ciencias sociales a partir de la reflexión epistemológica: reconstruir las vicisitudes de la filosofía de la ciencia desde el Círculo de Viena en adelante, exponer los debates entre naturalismo, interpretacionismo y escuela crítica, historizar sobre la Escuela de Birmingham y su recepción en América Latina, entre muchas entradas posibles. Pero es meterse en un terreno necesariamente estéril porque parte de un desequilibrio irreductible; quiero decir, el debate suele darse entre quienes podemos argumentar desde las lecturas y estudios propios de nuestra formación y quienes creen llanamente que, en tanto no es con guardapolvo y no ocurre en un laboratorio, no es ciencia. Además, ya se ha alcanzado un consenso respecto de la cientificidad de las ciencias sociales: son sistemas coherentes de conceptos, formulan hipótesis contrastables, tienen métodos de verificación, etcétera.

Lo que molesta de las ciencias sociales es otra cosa, como bien supo señalar Pierre Bourdieu respecto del “triste privilegio” de la sociología: son ciencias perturbadoras porque trabajan corriendo el velo de aquellos fenómenos que preferiríamos mantener escondidos, no sabidos, reprimidos. Un ejemplo propuesto por el mismo Bourdieu hace más de 20 años: la sociología revela que el éxito escolar no tiene que ver necesariamente con el esfuerzo o el mérito, sino con las condiciones materiales y simbólicas en las que nacen y crecen niños y niñas. Más general y perturbador aún: las ciencias sociales nos advierten que no hay ciencia que no sea ideológica y que la neutralidad es imposible. Así, la Silvita de la familia viene a mostrarnos aquello que no queremos saber de nosotros mismos. El primer movimiento será, entonces, esconderla, desconocerla, renegar de ella. Creo que esto permite entender, al menos en parte, por qué a los simpatizantes de un movimiento político basado en la lógica mercantil, conservador a su pesar y con tintes religiosos como La Libertad Avanza, les molestan particularmente las investigaciones sobre consumos culturales, género y sexualidad.  

Los miembros de LLA son consecuentes con lo que opinan, al menos a este respecto: reniegan de las ciencias sociales y actúan en consecuencia. Cuando Luis Novaresio le pregunta a la candidata a la vicepresidencia Victoria Villarruel por los feminismos y la lucha por la paridad de género, ella responde con ojitos cándidos: “Yo nunca me sentí menos que un varón”. Un argumento pre-científico en todo su esplendor: tomar la experiencia personal como medida de las cosas, reducir la complejidad de lo social a lo que se percibe y se siente singularmente. Hay muchos ejemplos de la renegación de las ciencias sociales en los dichos de este partido, como cuando quieren demostrar lo “exitoso” de la dolarización comparando a la Argentina con otros países como si fueran elementos intercambiables o, mi favorito, concebir la posible victoria de Javier Milei como un “designio divino” proveniente de las “fuerzas del cielo”. Estas cosas son posibles de ser dichas sin pudor solamente gracias a una fuerte desmentida de todo lo producido por las ciencias sociales. Es insostenible de otra manera. Estos dichos podrían ser sólo anécdotas tragicómicas, pero son proferidos por personas que aspiran a administrar lo social.

Quienes buscan acabar con el sistema público de ciencia y tecnología hacen uso del siguiente sofisma: como hay chicos que tienen hambre, no debería haber ciencia (en especial, ciencia social) financiada por el Estado. Así de simple y contundente. Aunque absolutamente falaz, la astucia del argumento reside en que coloca al adversario en una encrucijada ética: si defendemos la financiación estatal de la ciencia, es que preferimos dejar morir de hambre a los niños. Que lo absurdo del planteo no invisibilice su efectividad: es un argumento perfecto, 100% tuiteable, que sólo puede haber sido parido y sostenido por nuestra época de posverdad, estos años de exacerbación de la emotividad, apuesta por el efectismo y por el cálculo sin resto de la polarización. No hay respuesta posible ante tal razonamiento, no sólo porque no hay pregunta sino porque desmontarlo requiere más de 280 caracteres, y tampoco valdría la pena. No estoy del todo segura, pero intuyo que la única posición apropiada frente a estos planteos es, como dice Carlos Rossi acá, la disidencia a lo Bartleby: preferiría no responder a una estupidez semejante//////////PACO